FIESTA NOCHEBUENA
Y NAVIDAD. 24-25-XII-2018 (Lc. 2, 1-14) C
A veces podemos preguntarnos desde cuándo se celebra
esta fiesta llamada Navidad o “aniversario del Nacimiento de Jesús”. Desde
luego, no desde los primeros años del Cristianismo. Aquellos primeros
seguidores de Jesús consideraban
pagano celebrar cualquier tipo de cumpleaños debido a los malos recuerdos que
de ellos conserva la Biblia. En efecto, cuando un día un faraón celebró
el suyo lo bañó con la sangre de su panadero real que mandó colgar, según se lo
había profetizado José, el hijo de Jacob, a la infortunada víctima en la
cárcel (Gén. 40, 20).
Andando el tiempo, cuando a Herodes Agripa se le
ocurrió celebrar el suyo en la fortaleza de Maqueronte, sólo por tratar de
complacer a una bailarina ordena cortar la cabeza a san Juan Bautista (Mt. 14. 6).
Eran razones de peso para no pensar mucho en celebrarlos.
De la muerte de Jesús
sabemos mes, día y hora, y esa es la razón por la que, deseando adaptarnos lo
más posible a dicho día, dejamos el calendario solar y adoptamos el lunar que
seguían los judíos. Si Cristo murió el día de la Pascua judía y ésta tenía
lugar el primer día de luna llena después
del 21 de marzo (14 de Nisán),
tendremos que mirar qué luna tenemos el 21 de marzo o esperar a la próxima luna
llena posterior a esa fecha, teniendo en cuenta de que si cae un lunes habrá
que esperar a celebrarlo en Domingo. Esa es la razón de que nuestra Pascua unos
años caiga temprano y otros tarde.
Más aún, al día de la muerte se le llama desde antiguo
en los santorales: dies natalis, el
día del nacimiento. Fue en tiempos de Constantino
el Grande, durante el s. IV,
cuando se empieza a celebrar en Roma. Ya san
Agustín echa en cara a los Donatistas
que no celebren la Natividad del Señor el día 6 de enero, como hacen los
católicos, y que fue una de las fechas que en un principio se fijaron para
celebrarlo.
Pero lo que le dio un gran impulso a la Natividad fue
que, celebrándose durante estos siglos con gran solemnidad la fiesta del Sol Invicto el 21 de diciembre por influencia de la Religión de Mitra o culto a la luz, del que el
emperador Aureliano (270) fue un ferviente adepto, los
cristianos trataron de crear una fiesta paralela en honor a Cristo quien, según el profeta Malaquías es “sol de justicia que
amanece sobre nosotros” (4, 2).
Esto aclarado, habrá que decir que, de hecho, el mismo
Evangelio parece ir en contra de la tradición del nacimiento en diciembre ya
que, según Lucas “…unos pastores velaban
al raso sus rebaños…”, y esto sólo se solía hacer a partir de marzo. Además
si Jesús nació durante el Censo de Quirino, los censos no tenían lugar en invierno al estar los caminos
impracticables debido al mal tiempo, sino hacia la primavera camino del verano,
lo que viene de igual modo a descartar el nacimiento en diciembre. Todo ello no
atañe en absoluto a la grandeza del Misterio de Belén.
Por entonces, en el s. IV, la Iglesia vivía una etapa
conflictiva luchando con varías herejías que atacaban de algún modo la
divinidad de Jesús y la Maternidad
divina de María: Arrio, Nestorio, Eutíques, etc. Hubo sus más y sus menos. San Ambrosio y san León Magno
reprochan a los cristianos que paganicen estos días celebrando con más
fastuosidad y más fervor la Fiesta del sol que la Fiesta del Señor.
Algo de esto se nos podría decir a los cristianos del
siglo XX: Damos más importancia a iluminar las calles con luces de colores, y a
adornar escaparates o abetos por doquier que a adorar de verdad a Cristo en el
Pesebre. Son días de folclore, un pretexto para la folixia y el escapismo, palabras, felicidades, más palabras...
palabras y poco más. Pero Jesús no
se ha quedado en las palabras. Jesús
es “la Palabra hecha realidad”, "el Verbo hecho carne”. Siempre recordaré un
enorme letrero que el párroco de una iglesia rural había colgado del campanario
con esta sola inscripción: ¡Dios ha
nacido!. Creo que no pensamos la profundidad de la frase: Dios, infinito y
eterno, que entra en nuestro mundo, en nuestra historia...
Así las cosas llegamos al s. VI en el que un erudito
monje que vivía en Roma, llamado Dionisio
el Exiguo, calculó el año en el que había nacido Cristo fijándolo el 754 de la fundación de Roma. Sin embargo tuvo
un pequeño error puesto que Herodes el
Grande murió cuatro años antes,
en el 750, y, además según el Evangelio, esperó dos años el regreso de los
Magos, por tanto habría que añadir 6 años más, con lo que estaríamos ahora al
menos en el 2024.
Dios sigue entre nosotros tratando de cambiar nuestra
vida. León Felipe, poeta zamorano,
escribió los siguientes versos:
“¡Qué
pena!
si esta
vida tuviera ... mil años de existencia
¿quién la
haría
hasta el final
llevadera? ¿Quién la soportaría
toda
sin
protestas?... ¿Quién lee diez siglos de
Historia y
no la cierra,
al ver las
mismas cosas siempre con distinta
fecha...?
¿Los
mismos hombres,
las mismas
guerras, los mismos tiranos,
las mismas
condenas,
los mismos
esclavos, las mismas protestas,
los mismos
farsantes, las mismas sectas
y los
mismos, los mismos... poetas?”.
El Evangelio es una buena noticia, trata de cambiar la
Historia para que no se repita (contra la acusación de León Felipe). Y algo ha cambiado, a pesar de los hombres. Lo que sí
debemos caer en la cuenta es de nuestra falta de lógica al celebrar las cosas.
Y lo es un poco por el hecho de que el día de Nochebuena debió de ser
precisamente uno de los días en los que ni María,
que no estaría para cenas, ni José,
ni por supuesto Jesús que acababa de
nacer, cenaron. En un Informe que hizo público, hace unos años, el Fondo de las
Naciones Unidas para Ayuda de la Infancia (UNICEF)
se denunciaba que “cada semana mueren
250.000 niños de hambre en el mundo y varios millones sobreviven en condiciones
precarias de desnutrición y mala salud casi permanente”, así que cuando Jesús anda por esos mil rincones del
mundo hambriento, pobre, maltratado y agonizante en tanto niño nosotros
festejamos su Nacimiento ahítos de comida y malgastando montones de dinero en
cosas superfluas.
Vercors (Jean Bruller),
novelista clave de la resistencia francesa, dice en una de sus obras: “No hay más que un universo y son los
hombres”. Pero su visión del mundo es aterradora: “Imaginemos a millares de seres que viven en una isla muy pequeña,
alejada de un inmenso continente. No saben nada de él más que han sido
desterrados al nacer y que es desde allí desde donde les llegan alimentos, pero
también periódicamente hace acto de presencia una flotilla aérea que los
aplasta con sus bombas. Esto hace tanto tiempo que sucede que se ve del todo
natural; como el saber que un día serán también ellos mismos sus víctimas”.
Vecors quería una sociedad justa y
libre, luchó toda su vida por lograrlo.
No obstante habría que decirle con Maulnier: “Queréis que todo el mundo tenga riqueza y
bienestar en este mundo. Hermosa empresa. Pero el día que lo hayáis conseguido,
vuestros ciudadanos, en una tierra libre y dichosa, seguirán estando solos.
Seguirán teniendo frío”.
Hoy más que nunca tendríamos que ponernos a pensar
aquello que dijo Mahama Gandhi, porque nos viene como anillo al dedo: “Mientras no reine la paz y la justicia en
el mundo, Jesús no habrá nacido”.
Aquel día sí que merecerá la pena festejar su venida, no folclórica sino
real y cristianamente... Y en el cielo brillará una estrella más brillante aún
que la de Oriente.
Cuando murió Jesús
en el Calvario, dice la Sagrada Escritura que “el sol se oscurecía…”. En el mundo seguimos aún a oscuras y Cristo
agonizando… por mucha luz que colguemos en las calles, por mucho colorín que desprendan los anuncios de
neón y por mucha fosforescencia con que resplandezcan nuestros árboles
navideños. La luz de Dios tiene que salir de dentro del corazón. Es únicamente
entonces cuando todos podremos caminar bajo su resplandor y el mundo podrá
vivir una aurora de amor sin fin. Este es nuestro deseo en esta noche y día de
Navidad.
Jmf
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