sábado, 8 de diciembre de 2018


II DOMINGO ADVIENTO  9-XII-2018. (Lc.  3. 1-6) C

“Preparad el camino del Señor”. Camino es una palabra muy usada en la Biblia. Así, la emplea para hablarnos del Éxodo o marcha del pueblo de Dios por el desierto, la emplea a menudo la Teología (no para demostrar, que eso es imposible) sino para explicar la existencia de Dios o si preferimos para tratar de acercarnos a Dios por la razón, cosa nada fácil. Son las llamadas pruebas o mejor diríamos vías, descritas primero por Aristóteles y después por santo Tomás. También la Moral habla de caminos: el del bien y el del mal (en-caminado, extra-viado, des-viado). Finalmente encontramos el símil en la ascética y mística cristiana al describirnos las tres vías para llegar a Dios: El hijo pródigo que recorre un camino de vuelta hacia la casa del Padre llamada vía purgativa, la iluminativa y la unitiva con que podemos poseer a Dios. En esta última han sido máximos exponentes, tanto en su vida como en sus escritos san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús.

Los primeros cristianos llamaban a su doctrina el Camino, así  se nos dice que Pablo marcha hacia Damasco para arrestar a los que seguían el camino (Act. 9, 2), que en Éfeso Priscila y Aquiles enseñan el camino a Apolo para enviarlo a Corinto (18, 25) o que Pablo en Cesarea diserta ante Félix que conocía ya el camino, y ante el que manifiesta “que siguiendo el camino, que ellos llaman secta, sirvo al Dios de nuestros padres” (24, 14-22). Hoy el Evangelio habla de Juan caminando por el desierto de Judea a orillas del Jordán predicando: “Preparad el camino...” rellenando baches allanando “desprendimientos” (en bable “argayos”), es decir supliendo lo que falta y quitando lo que sobra.

Estar en el camino entraña movimiento. En la primera lectura encontramos cerca de veinte palabras que indican movimiento: subir, bajar, ponerse de pie, reunirse, etc. Un escritor llamado B. Bro recoge una parábola de la vida de los patos. Dice que en la vida de estas aves llega un momento en el que la granja se alborota, renace el instinto de emigración entre las aves recordando acaso arquetipos de tiempos pretéritos y, agitando torpemente las alas, intentan en vano iniciar el vuelo. También al hombre le sucede tres cuartos de lo mismo. Se siente atado, le gustaría volar, ser libre, caminar sin trabas, pero se siente atado, enjaulado en sus propias redes, leyes y pasiones como el pato en la granja. En un poema Ernesto Cardenal dice de  Marilyn Monroe:
“Tenía hambre de amor
le ofrecimos tranquilizantes.
Para la tristeza de no ser santos
se le recomendó el psicoanálisis...".

Lo mismo se nos podría decir a cada uno de nosotros.  El hombre nació para caminar, ya que la religión lleva en sí la idea de algo dinámico, algo que se mueve.  Así exhorta Jesús al paralítico: “Levántate y anda…”. Porque “Yo soy el camino…”. Caminar es hacer posible lo imposible, es conquistar, acercarnos más a Dios, más a Belén, sentirnos  salvados y libres del extra-vío.

Preparad el camino del Señor…”, en esperanza, podríamos también decir, pues es esta virtud la que anima este tiempo de preparación a la venida de Jesús.  Y ese es el grito de un profeta, el profeta del adviento, Juan Bautista.

“Mucho más importante que la fe es la caridad, pero sobre todo lo es la esperanza” decía Ernest Bloch, un filósofo alemán que luchó por la paz y se orientó hacia el cristianismo guiado por los sermones del teólogo Münzer. En 1969 publicó su gran obra titulada “El principio esperanza”, un clásico del pensamiento. En ella plantea temas tales como “¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Qué esperamos? ¿Qué nos espera…?”. Y podríamos añadir por nuestra cuenta una pregunta más: “¿quién nos espera?”. Es preciso escuchar a los profetas, y profeta es todo aquel que habla en nombre de Dios, de la esperanza, e interpreta los hechos de vida a la luz del alma. ¿Existen hoy profetas? Pues claro que sí. Cada uno de nosotros es un profeta (sacerdote, profeta y rey, se nos recuerda en el Bautismo). De algún modo todos podemos adivinar el futuro. Ahí está la clave para poder “allanar los montes y rellenar los baches...” empezando cada uno de nosotros por sus propios caminos. ¿Cómo?

Hasta ahora hemos hablado mucho de amor. Desde ahora debemos hablar menos de amor y hablar con más amor, más amorosamente a los hombres. Hasta ahora hemos hablado con frecuencia de la esperanza. Es hora de que empecemos a hablar con esperanza, esperanzadamente. Necesitamos más que nunca vivir la esperanza, vivir el amor.

La sociedad de consumo, -bastaría mirar en estos días los anuncios-, sólo nos ofrece más cosas, más confort, más placer, incluso se habla de más calidad. Si tenemos un modelo de coche la propaganda ya que se encarga de bombardearnos día y noche para mentalizarnos en que debemos otro mejor. Si tenemos un simple transistor nos brindan un estéreo, y después otro de más alta fidelidad. Siempre hay algo más y mejor que prometer, y ¡ay, el día que se toque techo en este ofrecimiento!, pero ¿quién anuncia más amor, más amistad, más alegría, más solidaridad y más fraternidad? Estos son valores que no cotizan en bolsa, que no tienen cabida en nuestra sociedad de consumo. Y si no se anuncian, mal se van a vender y menos consumir.

El año 1954 se celebró en Evanston-Illinois el Consejo Mundial de las Iglesias. Las palabras con las que se cerraron fueron estas: “Vivimos en un tiempo en el que hay mucha gente que ha perdido la esperanza”. El teólogo Luis Evely decía por esas mismas fechas: “La desesperanza roe nuestra época, y los pueblos se aburren”. Y puede que tenga razón. Nos parecemos a los protagonistas de la obra de Jean Paul Sartre “Los caminos de la libertad”, que él sitúa en vísperas del Pacto de Münich, y son héroes sin familia, sin fe, sin amor... que sólo viven la esperanza de la guerra y afrentosamente decepcionados ahora, sólo esperan con aquella paz, volver a una existencia vacía, mezquina e inútil...

Tampoco debemos pensar que por el hecho de tener fe o esperanza ya tenemos un seguro de vida. Si el mundo se desquicia no vale decir: pues esperemos el fin del mundo como una solución “cristiana” prefabricada. Lo expresa muy bien Pedro Laín Entralgo en su libro “La espera y la esperanza”, cuando dice: “La esperanza del cristiano no es, no puede ser nunca seguridad; y esta radical incertidumbre afecta a todas las dimensiones de la existencia humana”. Y con todo es esa esperanza la que tiene que salvar al mundo que ya no espera, del mundo que cada vez tiene más de lo mismo y menos de lo otro... Y es esa esperanza la que tiene que animarnos a preparar el camino del Señor para poder llegar a celebrar una Navidad diferente, porque el cristiano, tras la Encarnación de Cristo en su alma, ya sabe o debe saber a quién espera.

La figura de Juan por la que empieza el evangelio de Marcos nos invita hoy no sólo a preparar el camino sino a caminar por él... “Somos los peregrinos que vamos hacia el cielo... la fe nos ilumina...”. María puede servirnos de admirable ejemplo en este II Domingo del Adviento en el que también se la recuerda en la novena de su Inmaculada Concepción; y en el que el evangelio es todo una invitación a echar a andar y a preparar el camino del Señor.

Porque ¿quién como María en esta hermosa labor? Ella siempre estuvo en camino, la Virgen del camino…: concebida sin pecado original emprende esa singladura de nueve meses llenos de gracia, espera y camina con su corazón hacia el nacimiento del Hijo que lleva en sus entrañas y que nacerá la noche de Navidad.

Durante su vida, del mismo modo, siempre estará en camino: camino de Ain karin, camino de Belén, camino de Egipto, camino del Calvario, caminos todos de dolor y sufrimiento, caminos de destierro y de servicio…, no la hemos visto camino del Tabor, porque ella anda siempre por caminos que llevan a la humillación y al destierro, a la pobreza, al sacrificio y a la muerte...

Pero es precisamente por esos caminos por donde se acerca Cristo, caminos del Adviento a preparar. Que este domingo sea un día en el que tomemos la resolución de abandonar los caminos trillados del mundo que prepara su Navidad llena de farolillos, de egoísmo y despilfarro olvidando a los demás, es preciso salir de las autopistas del vértigo para adentrarnos de una vez por los caminos del desierto que llevan a Belén, frecuentados por Juan Bautista y  por María y que son por los que el Señor se acerca.
Jmf

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