DOMINGO I DE ADVIENTO. 1-XII-2019. (Mt. 24,
37 - 44) A
Cuando llega este tiempo litúrgico parece que se oye por doquier una
voz que nos grita: ¡que viene...!
Este “que viene” se puede interpretar
de mil maneras: señal de miedo: “que
viene el lobo...” como en la conocida fábula de Samaniego. Se puede interpretar como una buena noticia: “ya viene la primavera”, como signo de amenaza, nos lo decían de niños: “que viene el coco...”. Juan nos grita
desde el Evangelio: “Despertad, porque
Alguien viene...”. Jesús nos da
un consejo: “Estad en vela porque no
sabéis cuando vendrá”.
Se quejaba el zorro al Principito
en el famoso libro de Saint Exupery:
“Hubiese sido mejor venir a la misma
hora. Si vienes, por ejemplo a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz
desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro
me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si
vienes de improviso, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Los ritos
son necesarios”. Cristo ni vino definitivamente, ni vendrá de improviso...
está viniendo. Él no quiere que pensemos ni en pasado ni en futuro. Para un
cristiano que debe vivir “en estado de
eternidad”, todo es presente, un presente que entraña el “aquí y ahora”, “mira que estoy aquí, a la puerta...”. Cristo
se hace presente, más presente en razón de la capacidad de nuestra vida
interior, de nuestra conversión, de nuestro afán por vivirlo a cada instante.
Preguntaba cierto monje a Buda qué era un santo. Y Buda le respondió: “Aquel que es capaz de dividir la vida en años, los años en días, los
días en horas, las horas en minutos, los minutos en segundos, y luego aún es
capaz de estar presente cada segundo”. Pues así debería ser nuestra
esperanza. Un soldado japonés, durante la segunda Guerra mundial, cayó en manos
del enemigo. Lo encerraron. Al llegar la noche era incapaz de reconciliar el
sueño pensando en las torturas a que le iban a someter cuando llegara el día.
Entonces se acordó de algo que le repetía muy a menudo su maestro: “El mañana no es real, lo único que es real
es el instante actual, el momento presente”. Y volvió a sentirse un hombre,
solamente un hombre, un hombre preso..., y se quedó dormido. (El canto del pájaro, p.36). Es
importante aprender a vivir en tiempo presente, a comportarnos bien unos con
otros en presente, desde ya, desde ahora y desde aquí... Decía Martín Lutero King: “Los hombres hemos aprendido a volar como
las aves, a nadar como los peces, pero no a vivir fraternalmente como seres que
pertenecen a la misma especie...”. Dios está aquí y ahora. No conviene
pensar demasiado en el futuro... ¿Vendrá...?,
más bien tendríamos que acostumbrarnos a decir: Me acercaré, le abriré la puerta... Dios está aquí y
allí y en todas partes, siempre, en todo tiempo, porque Dios más que estar, es... “Si os dicen que está aquí o allí no
hagáis caso” (Lc. 21,8). Nos sucede lo mismo que con el sistema solar a los
que vivieron antes de Copérnico: creían
que el sol salía y se ocultaba, que llegaba al alba con sus rayos de luz y se
moría entre arreboles al atardecer... Cuando
salga el sol, cuando se ponga... Siempre era el sol el que se movía, la
tierra estaba fija. Tuvo que venir un sabio a decirnos que el sol es una
estrella relativamente “fija” y la tierra en cambio es un planeta que gira, y
es ella la que con su rotación trae el invierno y las noches heladas, los fríos
y las nieves, y es ella la que hace brotar las flores y madurar los frutos a
medida que los días crecen y hace que
los rayos del sol la calienten con más fuerza.
Pues algo parecido sucede con Dios. Somos los hombres los que podemos
hacer que nazca Cristo en el corazón de cada uno cuando vemos en él a nuestro
hermano, o le helamos el corazón al alejarnos de su amor con nuestros crímenes
y faltas. Y Dios está muy cerca, muy dentro de nosotros, es el sol de nuestras
almas... “Con vosotros está y no le
conocéis...”. Lo mismo que sucedió hace 2.000 años.
Los
judíos conocían, leían, repetían, escuchaban las profecías mesiánicas en las
sinagogas y por todas partes, sabían dónde iba a nacer, en qué fecha... setenta semanas de años... Y tú, Belén, no eres la más pequeña... de
ti nacerá el libertador de Israel... ¿Más pistas aún? Milagros, la Resurrección , su
mensaje de paz..., pues nada, terminaron confundiéndolo con un provocador y con
un sedicioso.
Jesús
estaba en medio de ellos, pasó a su lado... con tantas pistas, y fallaron la
respuesta. Pues lo mismo nos puede suceder a nosotros. Cristo está entre
nosotros, pasa también a nuestro lado, nos requiere en los necesitados y
nosotros salimos por peteneras.
Existe una costumbre nórdica, hoy más extendida entre nuestros fieles,
la de encender durante el tiempo que duran estos cuatro domingos de adviento,
cuatro velas, una cada domingo, y colocarlas en ventanas y balcones, tras los
cristales adornadas con flores; se las llama “corona del adviento”. Es un hermoso símbolo que trata de hacernos
recordar la venida de Cristo a quien hay que esperar como las vírgenes
prudentes con las lámparas encendidas.
Hace años pasó por Madrid el escritor y cantante canadiense Leonard Cohen (1934) cuyos poemas son
una mezcla de textos bíblicos, paganismo y apuntes de la vida. Uno de sus
discos se titula El futuro, a
propósito del cual dijo en aquella ocasión unas palabras que bien podrían ser
motivo de meditación para todos nosotros, al socaire del evangelio de hoy: “El futuro ya está aquí, con nosotros. La
catástrofe ya está instalada en nuestros corazones. Las luces se han apagado.
Estamos en pleno desastre, en plena riada. ¿Cuál es la postura de un hombre que
se siente arrastrado en una riada? Intentar agarrarse a una caja de naranjas
para mantenerse a flote... Ser pesimista no es verse arrastrado por la riada,
sino esperar que llegue, pensar en el desastre que se avecina... Estar dentro
sería ya una liberación... He visto el futuro, nena, y es un crimen... el amor
es el único motor de supervivencia...” (ABC, 24-XI-92 , p. 95). Un
cristiano no espera el fin del mundo, vive el fin del mundo. Desde que se
sintió salvado por Cristo se instala en su venida, en su parusía, haciéndole
presente en cada instante. En esto algunos cantantes y poetas tienen versos,
frases proféticas. Sin embargo damos la sensación de que, haciendo esfuerzos
sobrehumanos, queremos instalarnos en la crisis. Vemos normal que suba todo,
nos acostumbramos ya a convivir con la droga, con la corrupción, la perversión,
el crimen, el paro, la pobreza, los juegos de azar, la contaminación, el
terrorismo, los accidentes de carretera, el cáncer, vivir sin trabajar...
¿Qué
podemos esperar de una cultura así en la que se promete tanto y se hace tan
poco? Porque promesas se hacen muchas y para todo: el año 2.000 ya no habrá
cáncer, se habrá vencido el SIDA, habrá niños probeta, se llegará a Nueva York
en seis horas, aunque paradójicamente aún no se haya descubierto un fármaco que
te cure una gripe o un catarro en unas horas. El hombre espera poco del mundo,
cada vez menos, en ese aspecto puede estar en buen camino, conformándose con ir
tirando... Y es entonces cuando hay que echar mano de la virtud de la esperanza
y escuchar la voz del Evangelio que nos grita desde este primer domingo de Adviento: ¡Estad en vela!... no todo está perdido... En tiempos de Noé nadie esperaba nada, todo el mundo
comía, bebía y ofendía a Dios... La catástrofe sucedió cuando menos los
esperaban, porque tampoco la desgracia se hace esperar... Cuando suceda esto, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación (Lc.21,
28). ¡Qué bien lo expresa Antonio Machado cuando escribe: Yo amo a Jesús que nos dijo / cielo y tierra pasarán.../ Todas tus palabras
fueron / una palabra: Velad!
El Adviento no sólo es una invitación a la esperanza sino una
invitación a sembrar esperanza en nuestro entorno. Vamos a dejarnos de
lamentaciones que nada arreglan, porque siempre será mejor sembrar un grano de
trigo que lamentar una cosecha perdida. Se acerca un Salvador. Alguien tiene que arreglar el mundo, y ese es
precisamente Cristo, nuestro libertador que no viene en son de guerra sino como
un humilde niño que nace en un establo. El final de mundo está sucediendo a
cada instante: guerras, huracanes, inundaciones, terremotos, salvajadas por
doquier, el accidente de carretera que está sucediendo en este mismo instante
en no sé qué curva de Dios sabe qué camino.
Para aquel que espera, siempre es tiempo de adviento, pero para el que
además de esperar cree en Cristo y ama al prójimo, para ese es siempre Navidad ya que sabe muy bien que Jesús hace ya muchos años que está
entre nosotros, en nuestro corazón... Sólo resta encontrarle un lugar para que
nazca, un alma buena que le hospede, unas manos limpias que lo acojan y lo
estrechen contra el pecho, y un trabajo cuya práctica es propia del adviento:
penitencia, oración, y preparación. Nuestra súplica por lo tanto no debe ser
otra, en este tiempo, que aquella con la que termina la Biblia y que tan a
menudo repetían los primeros cristianos: ¡Ven,
Señor Jesús! ¡Ven! De esa forma podremos hallar la respuesta de labios del
Señor cuando seamos juzgados al final de los tiempos: ¡Venid, benditos de mi padre, venid a poseer el reino! Jmf