viernes, 1 de noviembre de 2019


DOMINGO XXXI. 3‑XI‑2019 (Lc. 19, l-10) C

A través del año, los evangelios con los que la Liturgia trata de instruirnos cada domingo, recuerdan una y otra vez el tema de la conversión, el cambio de actitud y de conducta, como indicándonos que no bastan las palabras y los ritos, la asistencia al templo, o que digamos por activa y por pasiva que somos buenos católicos cumpliendo con lo más elemental de nuestra fe. Es preciso también tener hechos. Un cristianismo que nos permita vivir como aquellos que ni creen ni esperan (esa sensación damos a veces) no es tal cristianismo, está sin evangelizar, y su vida se diferencia poco de la del pagano.
Zaqueo no se limitó a mirar, ni siquiera a decir a Cristo: Restituiré el doble de lo robado, (que era lo que ordenaba la ley (Ex. 22, 7), sino que su encuentro con Jesús lo transforma en otro, hasta el punto de prometer devolver cuatro veces más de lo debido.
Zaqueo cambió aquel día radicalmente. Pero ¿cómo hacer que cambiemos cada uno de nosotros? Los profetas tienen abundante material de reflexión donde inspirarnos, en especial el profeta Jeremías. Hay unos pasos, unas etapas a cubrir. La Biblia hace una primera distinción entre el modo de pensar, lo que los griegos llamaban (metanoia) metanoia y el cambio de actitud y de conducta o (epistrofeia) epistrofeia, perdón por la terminología un tanto extraña. Ambas actitudes son inseparables. Porque es fácil caer en el mismo defecto de los judíos de entonces que separaban la vida pública, en la que trataban de aparecer como personas justas, rezadoras, limosneras, cumplidoras a rajatabla con el culto y el templo... de la vida privada en la que luego eran egoístas, soberbios, de corazón poco limpio, siendo precisamente ahí, en lo íntimo del alma, en donde radica la verdad de la persona, la conversión y el arrepentimiento.
Hoy mismo se oyen frases parecidas, en aquellos que llevan una doble vida y además tratan de justificarla diciendo que una cosa es la vida pública, el saber estar, aparentar.... y otra muy distinta la privada en la que cada uno es dueño de sus actos y puede hacer lo que le venga en gana, sin tener que dar cuenta a nadie. Esta es una mentalidad muy extendida en nuestra sociedad, basta leer las vidas de algunos personajes que llenan las páginas de las revistas del corazón. Uno ya no sabe qué fuerza de lo alto o qué gracia especialísima de Dios será capaz de abrirnos de verdad los ojos a la realidad del Evangelio y a la de la propia vida, aunque para ello tuviéramos que despertar de muchos falsos sueños. Estamos ciegos, o no queremos ver, que es aún peor que la ceguera. Nos pasa lo que a aquel personaje de la novela de Pérez Galdós, Marianela, una chica poco agraciada que hacía de lazarillo de un ciego llamado Pablo. Ambos se enamoran y se prometen en matrimonio cuando recobre él la vista. Un médico, Teodoro Golfín, le devuelve un día la visión al ciego y Marianela, presa del miedo a ser rechazada por su prometido cuando vea su fealdad, se suicida. Pues algo así nos sucede a los cristianos, preferimos seguir ciegos, engañando, y engañados.... preferimos eso a descubrir la pura realidad. Pero el Evangelio es tozudo en este tema, y un día y otro día nos invita a que abramos los ojos a la conversión, a poner nuestras obras de acuerdo con lo que decimos, con lo que profesamos y con lo que decimos creer.
Zaqueo, el jefe rico de los publicanos, de ladrón y estafador se convirtió en caritativo, en benefactor de los pobres y amigo de Jesús. A veces no es fácil cambiar de vida así tan de repente , máxime en ciertas circunstancias en las que pesa mucho el qué dirán, la vergüenza, o el sacrificio que supone, por ejemplo tener que restituir lo mal adquirido, tema central del evangelio de hoy...
Es el mismo tema que sirvió a Joaquín Calvo Sotelo para su obra de teatro La Muralla (1945), esta de ambiente actual, aunque en este caso la familia se cierra en banda en torno al moribundo, formando una auténtica muralla, de ahí el título de la obra, impidiendo que el padre restituya aquella hacienda que no es suya y ponga su conciencia en paz.
Es una red tan fina la que teje el mal en torno nuestro que hasta que no estamos hundidos en el vicio no nos damos cuenta. Y especialmente esto se da más entre aquellos que manejan dinero que no es suyo, como decía un sabio anciano: “Siempre se queda algo entre las uñas”. Se empieza por pequeñas sisas, que son siempre la primera piedra, el punto de partida. Un condenado a muerte se enteró de que su madre quería verlo. “No, contestó, si estoy aquí es porque ella no supo corregirme con dureza el día que robé el primer dinero”.
Hay un experimento instructivo, aunque cruel, que consiste en meter una rana en una vasija y calentarla hasta hacerla hervir. La rana ni se mueve... muriendo allí cocida. Pues lo mismo hace con las almas el pecado, las va matando sin que estas se den cuenta. Muchos seudo mesías, que hace años clamaban por la justicia social y el reparto de bienes hoy se han enriquecido escandalosamente y sin recato ideológico alguno, mientras cientos de viejos camaradas malviven con salarios de miseria frente a ellos. Fue Calvino el que dijo, poco más o menos, que llegar a ser rico es señal de predestinación divina, que un rico tiene el cielo ganado, pues la riqueza es un signo inequívoco de que Dios lo predestinó. Con esta ideología flotando en el ambiente es como se enriqueció América del Norte. A Calvino se le considera el padre de capitalismo moderno.
Hoy la gente, al dejar de temer a Dios, ya no teme nada “Si Dios no existe, decía Dostoievski, todo está permitido”. Pero la Biblia maldice al que se aprovecha de lo ajeno. Así dice el profeta Zacarías: “La casa que se enriquece con lo ajeno tendrá mi maldición” (3, 4). Cuando los israelitas tomaron la ciudad de Hai en Jericó, Dios les mandó que no se les ocurriese quedarse con ningún botín. Acán y sus hijos desoyeron el mandato y Josué fue vencido. Oró el juez caudillo y Dios le aclaró la causa de su derrota. Entonces Josué reunió al pueblo y el Señor señaló a Acán como el culpable. Este confiesa abiertamente: “Vi un manto de escarlata, vi dos mil siclos de plata y una barra de oro y lo cogí. Lo tengo escondido en mi tienda”. Josué, después de obligarle a entregarlo, lo lapidó quemando aquel botín robado, luego echó piedras sobre sus cenizas en señal de maldición y en recuerdo del castigo (Jos. 7, 2). Una lección parecida se deduce de la muerte de Ananías (Hech. 5,5).
La Biblia es inagotable en consejos y lecciones de este tipo, especialmente los Profetas que tienen un sentido de la justicia muy a flor de piel y nos facilitan abundante material para que cambiemos de actitud; en primer lugar, reconociendo nuestros errores humildemente; nada de buscar justificaciones. Quien se humilla derriba a los poderosos, echa por tierra las murallas ante Dios y ante los hombres, el humilde “te desarma”, podríamos decir. En segundo lugar nos hacen abrir bien los ojos a la verdad teniendo en cuenta que la luz viene de Dios y él ya nos hará ver claramente qué debemos hacer si se lo pedimos.
Finalmente nos enseñan que no siempre es fácil tomar esta resolución. Por eso a veces Dios se vale del castigo y de la enfermedad, del contratiempo y de la humillación, pero sobre todo de la gracia “todo es gracia”, decía Bernanos. Otro, en el caso de Zaqueo, hubiera despreciado a Jesús. Zaqueo se humilló altamente encaramándose a un árbol, es decir reconociendo su exigua estatura física y moral, pero Dios lo hizo creer espiritualmente. Zaqueo entregó cuatro veces más de lo robado, Jesús le devolvió el cien por cien al concederle el don de la paz en su conciencia y la alegría de su alma... Hoy ha entrado la salvación en esta casa.
La conversión no sólo es tema para la Cuaresma, una vez al año.... la conversión debe tener lugar ahora y siempre. Cuando la relegamos únicamente a la Cuaresma, como hacemos con la visita por Todos los Santos al Cementerio o el Cumplimiento Pascual nos parecemos un poco a los judíos en su modo de proceder, pues somos, como ellos, esclavos de unos ritos y costumbres cuya mayor fuerza es la tradición, la de cumplir con lo mandado sólo externamente aunque por dentro estemos aún muy lejos de cambiar. Y esto no es precisamente lo que le agrada al Señor. Todo el Evangelio es una invitación al cambio, no de chaqueta, sino interior, a la conversión del corazón. Jmf.

No hay comentarios: