DOMINGO
IV DE PASCUA. 22-IV-2018 (Jn. 10, 11-18) B
Hoy no es tan familiar la
figura del pastor como para ponerla de ejemplo, ya que la cultura urbana ha suplantado casi por completo a
la cultura rural.
De todas formas a poco que nos
adentremos en el campo del arte y de la literatura la figura del pastor aparece
con frecuencia. Así la encontramos en
las Églogas de Virgilio, en Garcilaso de la Vega,
en Cervantes con su hermosa novela Galatea, o en la historia de Crisóstomo
y Marcela que cuenta en el Quijote. Más cerca de nosotros ¿quién no
conoce la Sinfonía Pastoral de Beethoven y la novela homónima de Palacio Valdés?
De ahí el acierto de Jesús al escoger este símbolo para hablar de su
misión. Además la figura del pastor, con ser de tan humilde cuna, ha sido
sublimada por reyes, magnates y jefes religiosos. Al Papa lo llamamos Pastor
supremo, los protestantes tienen sus pastores, pastores llamamos a los
Obispos y pastorales a algunos de sus escritos más importantes.
No es fácil ser un buen
pastor. Es preciso echarle mucha imaginación al asunto. También es verdad que
el pueblo ha sido siempre el gran sufridor que ha tenido que soportar a menudo
la carga de reyes caprichosos e incompetentes, de dictadores implacables, de
jefes o presidentes ignorantes o avaros, y de salvadores mesiánicos que en
nombre de Dios o de la patria, (la suya claro, la que quieren para vivir ellos),
han robado, asesinado y secuestrando al que se les pone por delante. Y hasta
hay líderes religiosos que en nombre de Dios monopolizan a su antojo el poder, y
esclavizan las conciencias alardeando de querer el bien de su rebaño. Entre
tanto las ovejas son siempre las que sufren las consecuencias, porque el pueblo
ha sido siempre el pagano de todos estos desaguisados. Los jefes suelen “pasan”
de todo y tratan de pasarlo lo mejor que pueden. Hoy ni siquiera van a la
guerra, la hacen desde sus despachos, y el pueblo lamentándose sin esperanza
alguna. Como dice muy bien Sófocles:
“La guerra la declaran los cobardes pero tienen que ganarla los valientes”,
-al pueblo le toca perderla-.
El pueblo aporta el sudor para
que otros lo administren, y luego se les engatusa con la añagaza de que el
pueblo es el que manda, y el dueño del poder, pero la actitud del dirigente
encubre con frecuencia un ansia insaciable de mando a costa de lo que sea,
hasta de venderse a veces por un plato de lentejas. Por eso las masas no les
siguen. Oyen su voz pero o no la entienden o quedan confundidas, o les trae sin
cuidado.
Cuenta una leyenda india que cierto hombre fue
acusado por haber robado una oveja, siendo obligado a comparecer ante el juez
con su acusador. Ambos a una juraban y perjuraban que la oveja era suya.
Entonces el juez mandó traer al animal y encerró a los dos supuestos dueños en
dos cuartos separados. “Ahora, dijo a uno, llama a la oveja”. Él
por más que la llamó la oveja no se movió siquiera. Sin embargo cuando el
acusado empezó a llamarla chasqueando la lengua, como acostumbraba, esta corrió
inmediatamente en busca de él. Así pudo saber el juez quien era el verdadero
dueño. El pueblo no reconoce muchas veces las llamadas de algunos gobernantes.
Mal amigo es el poder que, según la pintada famosa de mayo del 68, corrompe.
Suele pasar en todos los estamentos. Quien acumula poder suele aprovecharlo no
en beneficio del pueblo sino en amaestrar a los perros para controlar el rebaño
y tenerlo a su servicio.
En nuestra sociedad es fácil
darse cuenta cómo aquel que debería ser el servidor, por obra y desgracia de
algunas de nuestras leyes que él mismo se fabrica a su medida, se convierte en
mandamás bajo el pretexto de orden y progreso, y de ese modo el pueblo nunca
podrá ser dueño de sí mismo.
Por eso la figura de Jesús
se agiganta y nos deslumbra; y con todo, es posible que nosotros tampoco la
hayamos ni descubierto ni entendido, después de tantos siglos. Jesús no “arrea”
a las ovejas sino que estas le siguen cariñosamente; no se alimenta de su carne
ni se viste con su lana sino que las alimenta con su cuerpo y sangre y las
reviste con su gracia; no las lleva al sacrificio como víctimas propiciatorias
sino que se sacrifica Él mismo y muere por salvarlas; no las castiga por sus
yerros y pecados sino que las perdona muriendo Él en su lugar; no se va con la
masa que le aplaude y quiere hacerlo rey sino que se aleja del aprisco saliendo
en busca de la oveja extraviada que quedó sola en el monte. Y si el lobo las
ataca él no huye, las defiende hasta arriesgar su propia vida. Jesús no
tiene nada que ver con los líderes del mundo. Jesús es diferente
siempre, en todo y para todos. Por eso es “el buen pastor”. Dice Paul
Claudel: “No basta ser dueño del sol si no somos capaces de irradiarlo”,
palabras a las que muy bien se podrían contraponer las del poeta cubano Nicolás
Guillén: “Ardió el sol en mis manos / que es mucho decir, /
ardió el sol en mis manos / y yo lo repartí, / que es mucho decir”.
Los cristianos hoy seguimos
divididos, mucha gente cristiana vive enfrentada, se multiplican las sectas que
pregonan la salvación sólo a los suyos, hay partidismo ideológico que sólo
trata de mirar por su interés caiga quien caiga, hay lucha política y de clase,
pero la gente humilde y sencilla quiere paz y justicia y está completamente
ajena casi siempre al verdadero problema: que la están explotando y haciendo
sufrir algo que no es sino el egoísmo de unos pocos dirigentes incompetentes
para resolver los problemas más obvios. Luego tratan de seducir con palabras
llenas de esperanza y sensatez. Jesús, adelantándose a los tiempos y
curándose en salud, los califica de “lobos con piel de oveja”, y nos
proporciona un test para desenmascararlos: “Por sus frutos los conoceréis”.
Ahí sí que no hay posibilidad de engaño: donde está el amor y la fraternidad
allí está Dios, es su palabra. Donde no lo hay no está, por muchos actos de fe
que profesemos y mucho ceremonial propagandístico que despleguemos.
Hoy los medios de comunicación
y la pasividad de la masa pueden hacer milagros encumbrando o hundiendo a quien
les venga en gana hacerlo. Seguimos siendo como un rebaño cuyos pastores viven
más a costa de sus ovejas que dando su vida por ellas ¿Quien busca hoy el bien
de los demás? ¿No nos servimos más bien de los demás para encumbrarnos? Por eso
hay pastores que son asalariados, así les llama Jesús. Los “bien
asalariados” no suelen ser, para el Señor, buenos pastores, trabajan por
dinero cuando el salario recibido debería servir para trabajar aún más y mejor
en bien de los demás. Sin ánimo de crítica bastaría con hacer un análisis sobre
la paga de los parlamentarios...
Otra de las características
que apunta el evangelio es conocer las ovejas y que ellas reconozcan al pastor.
Para ello es preciso haber sido antes cordero, es decir tener experiencia de lo
que se ordena. Dicen que Nicolás de Maquiavelo, autor de El Príncipe (s. XV), escribió también
un tratado sobre la estrategia a seguir para ganar una batalla. Cierto capitán
que leyó el libro puso bajo el mando de Maquiavelo
un ejército de 3.000 soldados, pero el autor de El Príncipe, por más
voces que daba no conseguía hacerse con el ejército. Entonces el capitán llamó
al corneta y bastaron unos cuantos toques para que en pocos minutos los 3.000
soldados se pusieran al orden. De aquel suceso sacó el pueblo un sabio refrán:
“Vale más la práctica que la gramática”. Derrochamos mucha tinta, papel y
voz en gritar... y poco sentido común.
Finalmente el buen pastor va
delante y los que quieren le siguen libremente. La libertad, con ser lo más
específico del hombre, es lo más manipulado. Nos hemos acostumbrado más a “atar
que a desatar”. Y Jesús no sólo dijo a Pedro: “Lo que ates
en la tierra quedará atado...” sino que a renglón seguido añadió: “Y
todo lo que desates quedará desatado...”, algo que tememos no sé por qué; miedo
a desatar, el “Miedo a la libertad” que dijo Erich Fromm. Tenemos
miedo a la libertad y nos fiamos poco del Espíritu Santo como si todo
dependiera de nosotros y con miedo a que Él meta la pata. Tenemos miedo a que
el Espíritu actúe de otra forma y queremos ser también su pastor... En el fondo
venimos a decir lo que se dice que repetía el emperador Marco Antonio: “Todo
es verdad cuando lo digo yo”.
Los primeros cristianos se
guiaban por una especie de Catecismo llamado El Pastor de Hermas, del s.
II. Fue un libro canónico hasta el s. V cuando el decreto Gelasiano lo
declaró apócrifo. Nosotros tenemos el Evangelio, la Iglesia y la Liturgia,
ellos serán siempre el mejor pastor que nunca nos engaña. Es necesario
sentirnos de algún modo seguros, según dice el salmista: “El Señor es mi
pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar... Aunque camine por
cañadas oscuras nada temo porque tú vas conmigo, tu vara y tu callado me
sostienen...” (Sal. 23). Por ahí camina la verdadera Iglesia, la comunidad
fiel de Dios, todo lo demás que acostumbramos a hacer supliendo a veces lo
esencial, puede quedarse sólo en sinapismos.
Y junto a Cristo no debemos
olvidar a su madre la Divina Pastora.
En una entrevista hecha al escritor Graham Green decía que todas las
noches rezaba un Avemaría pidiéndole a la Virgen tener más fe, creer más
firmemente. Puede ser un buen consejo para ponernos bajo su cayado por mejor
seguir a Cristo, ahora que se acerca mayo...
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