domingo, 1 de abril de 2018


DOMINGO DE RESURRECCIÓN  1-IV-2018  B


Una de las representaciones más famosas de la Pasión de Cristo es la de Oberammergau (Babiera- Alemania). Tuvo su origen el año 1634. Debido a una peste que asolaba la región los habitantes hicieron voto de representarla cada diez años. Y así lo han venido haciendo en el cementerio de la aldea hasta 1830. Hoy se representa en un gran teatro al aire libre. Dura ocho horas y consta de diez y ocho cuadros. Intervienen 700 personas cuyas familias heredan el personaje, y deben ser oriundas del pueblo. Para poder tomar parte en el drama se escoge a las personas más virtuosas, según un criterio general. Apenas se maquillan, aunque luego conservan el peinado todo el año. Los actores son campesinos, artesanos: sastres, herreros, alfareros, etc., que preparan su papel durante esos diez años, entre una representación y la siguiente. Pero lo más curioso e interesante de todo, a mi entender, es que esta Pasión, en vez de finalizar como las otras con la Muerte del Señor en la Cruz, finaliza con su Resurrección.

Nuestras Semanas Santas castellanas, andaluzas o extremeñas... con sus impresionantes desfiles y artísticos pasos, suelen acabar el Viernes o, a todo más, el Sábado Santo, quizá debido a que esa es la mentalidad de muchos creyentes: pensar que el mundo es sólo un Viernes de dolor, un valle de lágrimas o un destierro sin casi ninguna alusión a un más allá glorioso y triunfal. Hay que llegar a la Edad Media para poder ver cuadros o representaciones de Cristo saliendo glorioso del sepulcro. Los siglos anteriores, a todo más, se le representaba presentándose a la Magdalena, a Pedro o a los demás apóstoles. Es cierto que ningún evangelista describe la salida gloriosa de Cristo del sepulcro ni cómo tuvo lugar. Hay que echar mano de uno de los Evangelios apócrifos conocido como las Actas de Pilato el cual se explaya en detalles, pero por ser apócrifo no nos sirve.

Cuando los pintores clásicos empiezan a plasmar en el lienzo a Cristo lo representan saliendo del sepulcro, dejando ver sus cinco llagas a través de un tejido, un tul trasparente. Más tarde llega la devoción al Sagrado Corazón, una devoción que ha dejado poco arte y muchos templos y literatura devota junto con infinidad de imágenes y estampitas para la sencilla fe del pueblo fiel. Bastante más antigua es la representación de El Buen Pastor, hasta el punto de remontarse a la época de las Catacumbas. Se trata de un Jesús resucitado, joven e imberbe, símbolo de la intemporalidad de su persona.

Sin embargo posiblemente lo más expresivo que heredamos de aquellos cristianos sea el anagrama de Cristo, representado por una X (chi o ji) y una P (ro) que son las dos primeras letras del nombre de Cristo en griego (XPISTOS) rodeadas por una corona triunfal de laurel, de la que comen dos palomas que simbolizan las almas de los creyentes. Debajo duermen dos guardias que se les supone custodiando el sepulcro de Jesús. Para el Catecismo Holandés este es el verdadero anagrama pascual, que debería presidir estos días todos los hogares cristianos, como en algunos países preside la corona de adviento las cuatro semanas que preceden a la Navidad.
La Pascua es una invitación a la vida, tras las negras jornadas de la Semana Santa; son una invitación a vivir en plenitud. Cantábamos ayer en el pregón Pascual: “Esta es la noche en la que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo ¡Qué amor más asombroso por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! Parafraseando estas hermosas estrofas se podrían también aplicar a esta noche aquellos versos de san Juan de la Cruz:
“¡Oh noche que guiaste!;
¡oh noche amable más que la alborada!;
¡oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada con Amado transformada” (5.-Noche oscura).

A ello invita la misma primavera que ha dado a esta Pascua el nombre de “florida”, puesto que eso es la Resurrección de Cristo: florecer, revivir, amar, nacer de nuevo... La Resurrección, es una realidad difícil de creer y aún más difícil de explicar. Ya dice san Marcos que las mismas mujeres que fueron de mañana hasta el sepulcro no creían en la Resurrección. San Juan de la Cruz tiene en la Subida al Monte Carmelo un pasaje muy hermoso a este respecto, que en resumen viene a decir: “La fe, es un hábito oscuro..., así donde más señales concurren menos merecimiento hay. De donde san Gregorio dice que la fe no tiene ningún mérito cuando la razón puede justificarla. Y por eso para hacer más meritoria la virtud de sus discípulos Jesús, antes de aparecérseles, hizo muchas cosas para que creyesen sin verle: a María Magdalena primero le mostró el sepulcro vacío y sólo después hablaron los ángeles, los discípulos primero se enteran por las mujeres, luego van ellos a ver el sepulcro; a los discípulos de Emaús les inflama antes el corazón caminando disimuladamente con ellos y hasta les reprende el que no crean a los que hablaron antes de que resucitara al tercer día...” (Ob. Comp. -Cam. 32, 8, pág. 294).

Marc André es un personaje que encarna la juventud europea descreída en una obra de Gabriel Marcel: Roma no está más que en Roma. Su madre quiere convertirlo al protestantismo a través de unos cursos de catecismo. El Pastor que los imparte es un protestante “lo más liberal que cabe” y le declara abiertamente que él no cree en la Resurrección de Jesucristo, pues debe ser entendida como un símbolo. A su tío que le asegura que los católicos sí creen en ella Marc le contesta: “Es que a esos se lo prohíben”. Marcel, después de convertido al catolicismo, contrapone esta actitud modernista y agnóstica a un hermoso texto del filósofo Schelling que merece la pena meditar: “Hechos como la Resurrección de Cristo se parecen a relámpagos merced a los cuales la más verdadera Historia, la historia interior penetra por efracción en la Historia exterior. Recusando estos hechos, rechazando estos acontecimientos se rechaza aquello que da a la Historia su valor y su única significación. Y entonces ¡qué desolada, qué vacía y qué muerta parece la Historia privada de este contenido divino...! Sin esta conexión puede haber desde luego un conocimiento externo de los hechos, un saber que sólo interesa a la memoria, pero nunca podremos entender la verdadera inteligencia de la Historia” (Ch. Moller,  IV).

Otra cosa es, como dijimos, la dificultad que entraña creer. Pero contamos con testigos, incluso testigos oculares del hecho. Cuando en un juicio el abogado defensor quiere aportar la prueba definitiva de inocencia de su defendido, presenta tres, cinco, siete... testigos. Nosotros, para probar la Resurrección, tenemos muchos más, sin que sepamos que exista nadie que afirme lo contrario, es decir que aduzca argumentos oculares en contra. Han sido muchos testigos que además han sido mártires, e. d. que dieron su vida por lo que decían. San Pedro, en su primer sermón, lo manifestó claramente: “Lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver. Nosotros somos sus testigos...”. En efecto, los evangelistas son como los reporteros que cubrieron la información sobre la muerte y Resurrección de Cristo, no sólo haciéndose eco de un rumor, sino rubricando, (escribir en rojo) su reportaje con su sangre. Si esto no es argumento convincente no sé qué más criterios de veracidad hay que exigir a un historiador para que sea digno de crédito.

Nosotros desde entonces creemos sus palabras, que a la vez son “palabra divina”. Y casi desde entonces venimos celebrando cada domingo este acontecimiento. De ahí arranca el llamar al primer día de la semana Domingo, día del Señor, antes día del Sol, aún hoy se dice en inglés sunday. Por medio de la fe también nosotros nos convertimos en testigos. Ellos han sido testigos oculares nosotros somos testigos fiduciales. “Felices los que sin haber visto hayan creído” dijo Jesús a Tomás.

La noche santa de ayer quedó bendito el fuego que brotó de una piedra de pedernal y luego se fue comunicando entre los fieles al encender las velas. Y quedó bendita el agua que brota de una roca también para dar vida en torno. Todo se lleva a efecto en esa noche. Es un rito que desde el año 1000 se venía realizando el sábado por la mañana; de ahí el llamarlo Sábado de Gloria; pero en 1951 Pío XII recupera la antigua tradición de la Vigilia Pascual y así se viene haciendo desde entonces en todas las iglesias de la Cristiandad. Está más en consonancia con el evangelio y estos simbolismos del agua y del fuego cobran aquí mayor relieve. Algo parecido hizo Juan Pablo II en 1991 con el Viacrucis introduciendo nuevas estaciones y suprimiendo otras que la Biblia no recoge y que sólo sabemos por la tradición. No siempre se rezaron las estaciones que hemos conocido hasta ahora. Su práctica se remonta al s. XII y su estructura actual al s. XV. Hubo Viacrucis de 47 estaciones. Las 14 que ahora hacemos las introdujo el carmelita P. Jean Van Paesschen en el s. XVI.  A los creyentes se nos pide, no obstante, además de asistir al rito, “ser testigos fieles de su resurrección” con nuestra vida y modo de actuar. Porque si no testificamos con nuestra vida la fe que confesamos  Cristo seguirá en el sepulcro. Es preciso demostrar con nuestro modo de vivir que Cristo ya no está en el sepulcro, sino “que resucitó como lo había dicho”.

No hay comentarios: