viernes, 29 de junio de 2018


DOMINGO XIII  1-VII-2018 (Mc. 5, 21-43) B

“¿ La niña no está muerta, está dormida”. Se reían de él. Pero Jesús los echó fuera a todos... entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: “Talitha qumi” (que significa: contigo hablo, niña, levántate). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar. (Mc. 5, 21....)

La vida es un milagro. Saber cómo un buen día apareció sobre la tierra este rebullir de sentimientos, pasiones e ideales que es el hombre es un misterio. Los científicos tratan de explicarlo de mil modos, aducen argumentos, lanzan hipótesis... pero la incógnita sigue en pie. Más aún, en 1858, un investigador francés de todos conocido, Luis Pasteur, publicó una Memoria... sobre la generación espontánea, en la que decía: “...gases, electricidad, magnetismo, ozono..., cosas conocidas y ocultas, nada hay en el aire que, exceptuando los gérmenes que se contienen en él, sea una condición de vida”. Fue sin duda un gran paso en la ciencia, pues se llegaba a la conclusión de que la materia por sí misma, abandonada a sus posibilidades, no puede producir la vida en lo que a nosotros hasta ahora se nos alcanza, y de que esta viene siempre de afuera. Con esta conclusión a la vista ¿qué pensar de aquel magma atómico, pasterizado a millones de grados de temperatura hace 20.000 millones de años, que era el Universo? Aún hoy sigue siendo un misterio saber cómo pudo surgir de allí la vida ¿Por arte de qué o de quién?, ¿Por generación espontánea? Parece ser que no. Porque la vida viene de la vida, y de la Vida con mayúscula, añadiríamos nosotros.

Decíamos que la vida es un misterio, pero la muerte es un problema que a menudo ni queremos solucionar ni siquiera intentamos plantear dejándolo todo a la improvisación, y así se muere tanta gente de manera tan estúpida. A veces tratamos de quitarle importancia a ese momento crucial de nuestra existencia como hicieron los estoicos, aquellos filósofos griegos que enseñaban la total indiferencia ante el placer y ante el dolor, ante la vida y la muerte. Cicerón escribía: “Salgo de la vida no como de mi propia casa sino como de una posada”. “Una mala noche en una mala posada”, diría siglos después santa Teresa. Cervantes está más cerca de la realidad evangélica cuando afirma: “La figura de la muerte, en cualquier traje que venga, siempre es espantosa”. Y digo que está más cerca del Evangelio porque el mismo Cristo tuvo miedo a la muerte cuando le pide a Dios entre sudores de sangre y angustias infinitas, “pase de mí este cáliz”. Y eso que era Dios, el Señor de la vida y de la muerte, lo que demostró palpablemente con los tres milagros de tres resurrecciones a lo largo de su vida: la del hijo de la viuda de Naín, la de su amigo Lázaro, y la que hoy nos narra el evangelio, la hija de Jairo. Fue el único capaz de devolver la vida.

¡Cuántas veces hemos dicho que la vida es un sueño! Desde la famosa obra de Calderón de la Barca miles de veces se habrá repetido este lugar común: la vida es sueño. Jesús en cambio hoy nos viene a recordar todo lo contrario, es decir, que lo que en realidad es un sueño es la propia muerte: “La niña no está muerta está dormida”. Lo mismo dijo a sus discípulos cuando le dan la noticia de la muerte de su amigo Lázaro: “nuestro amigo duerme... voy a despertarle. Los discípulos le dicen: Si duerme ya despertará. Pero Jesús hablaba de la muerte...” (Jn. 11, 12). Y este sueño de la muerte fue el que atormentó toda su vida a don Miguel de Unamuno cuando escribía entre la fe esperanzada y la desesperación confiada: “Triste consuelo si al morir morimos del todo...”, en cambio “hermosa idea si esperamos otra vida tras la muerte”. Porque entonces para el que no tiene fe morir “sería como dormirse para siempre... En cambio ¿por qué buscamos dormirnos con tanta ansia? Porque esperamos despertar. Sin embargo intenta una noche imaginarte fuertemente que no has de despertar jamás, y te darás cuenta en qué se convierte tu sueño y lo que es el horror, a poca imaginación que tengas... Debe de ser tremendo sentir el invasor sueño de la muerte y luchar por resistirlo, sentir que se nos cierran los ojos y obstinarnos en mantenerlos aún abiertos...”. Pero esta consideración unamuniana es más bien para aquellos que no tienen fe y se aferran desesperadamente a los últimos jirones de la vida.

“Morir sólo es morir, morir se acaba”, dice en un poema Martín Descalzo. Morir para un cristiano es ante todo despertar, puesto que la vida es la que es sueño, morir es salir, abrir nuestros ojos a una nueva vida, -resurrección y vida es el Señor- y en eso está el quid de toda nuestra fe, y eso es lo que vienen a corroborar los milagros, que no son más que signos, no magia ni prestidigitación. Jesús no sólo decía palabras vacías, hacía con ellas el bien, predicaba y daba trigo, es decir, multiplicaba los panes y los peces, curaba y resucitaba. Dice Goethe que “el milagro es el hijo predilecto de la fe”. Y no le falta razón, pues el milagro no viene a clarificar nada sino a glorificar, a edificar y a dar respuesta a nuestra confianza en Dios.

En el Evangelio no se describen los milagros, se admiran, del milagro el Evangelio nunca hace el panegírico, ni el diagnóstico médico ni se exigen pruebas periciales que corroboren si la curación fue así o de otra forma sino que sólo narra qué y cuánta fe lo acompañó. Aún hoy algunos milagros (basta recordar Lourdes o Fátima) no tienen explicación racional médica. No la tienen, lo que no quiere decir que algún día la tengan, hoy no. Y es entonces cuando se echa mano del misterio como se hizo siempre. Incluso en nuestro lenguaje a la hora de describir el resurgir espectacular de algunas realidades mundanas acudimos al misterio, y la palabra que empleamos más frecuentemente a la hora de ciertas manifestaciones fuera de lo normal, es la de milagro: milagro económico, milagro industrial, milagro médico, milagro de la técnica... O cuando una persona sale ilesa de un accidente solemos exclamar: “Se salvó de milagro”, “Volvió a nacer”, es decir, como si se hablara de resurrección. Tendríamos que ver cómo interpretarán nuestras palabras dentro de otros dos mil años. No podemos ni debemos ser muy exigentes con los sencillos relatos evangélicos a la hora de tratar de explicar estos milagros por más que estén respaldados por la autoridad de Dios. Los evangelistas no trataron de escribir un protocolo histórico, ni un dossier científico, ni siquiera una historia real tal como hoy se entiende la historia. Los evangelistas nos cuentan simple y llanamente unas anécdotas sobre lo que le sucedió al Señor sin más comentario. Porque incluso con ser tan sorprendente la resurrección que hoy nos narra san Marcos, es curioso que ni san Lucas ni san Juan la recojan. En La obra de Jardiel Poncela “La tournée de Dios”, después de aparecer Dios en la figura de un sencillo hombre que sale de un olivar al ser entrevistado dice: “He conocido a los primeros reporteros de la Tierra y no eran superiores a vosotros en exactitud, créeme... Al decir que he conocido a los primeros reporteros de la Tierra me refiero a los “evangelistas”. Y agregó: “Todos vieron los Hechos de mi Hijo con sus propios ojos. Todos fueron testigos presenciales de la Catástrofe y sin embargo cada cual contó las cosa de modo diferente... Sé de sobra lo que es un reportero”. Filóstrato (170-144) nos cuenta en la vida de Apolonio de Tiara, entre otros milagros, la resurrección a las puertas de Roma, de una joven desposada. ¿Tuvo delante los milagros de los Evangelios? ¿Pretendía con su narración desacreditar la fe cristiana fundada en estos signos? Es probable y así se interpretó a partir de su publicación, pero entre sus "milagros" y la fe con la que se les rodea y los milagros del Evangelio no hay comparación posible. Miguel de Unamuno pedía a Dios en una de sus súplicas “sed de vida verdadera... ¡que viva en ti, Señor, y no en las cabezas de los hombres que terminarán reducidas a polvo...!”. Porque “Dios está más cerca y más adentro que el alma misma, Y cuanto más vivas en Dios más vivirás en ti, y perdiéndote en Él te encontrarás...” y lo encontrarás a Él también en ti.

Todos esperamos una resurrección, un renacer de nuevo como el de Iván Illich, el personaje de la novela de Tostoy, que olvidando su ansiedad egoísta y después de una crisis final, despierta tratando de aliviar el dolor de los demás con un nuevo sentimiento en su corazón. “La muerte se ha acabado, se ha acabado” exclama. Y expira sonriendo. Lo único que explica esta actitud es la fe en la resurrección, porque la solidaridad humana, la aniquilación del yo egoísta en aras del amor y de la caridad son las únicas verdades que pueden explicar la vida del hombre y su final.

Todos debemos esperar y pedir al Jesús del Evangelio, que ese cadáver interior de nuestra fe muerta, de nuestro enterrado amor, de ese cristianismo dormido en el sepulcro de la indiferencia, escuche ya y de una vez esa su voz que grita el “thalita kumi” de la vida, el “levántate y anda” de la acción y de la gracia.  JM.F

domingo, 24 de junio de 2018


  
FESTIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA 24-VI-2018


Una de las fiestas más míticas y evocadoras, tanto de nuestro folclore como de toda nuestra Liturgia, es la fiesta de san Juan Bautista. Bastaría recordar los mitos y  los ritos que han llenado durante siglos la “Noche de San Juan”, la noche del solsticio de verano, la más corta del año. Y habría también que imaginarnos cómo se celebraría esta llegada del sol, en tiempos de los hombres que habitaron las cuevas de Candamo o del Pindal.

Por lo que a nosotros ha llegado, dos son los elementos que entran a formar parte en el ritual de esa noche, curiosamente dos de los cuatro que según los antiguos constituían la materia: el fuego de noche y el agua al amanecer. Los otros dos elementos, el aire y la tierra, también adquirieron carta de naturaleza sagrada puesto que de tierra hizo Dios al hombre y aire fue lo que insufló en su nariz para infundirle en el Paraíso el alma después haberlo creado.

Dos son también los elementos que entran a formar parte de la noche más santa de la liturgia católica: la Vigilia de la Resurrección: en ella se bendice el fuego que arderá luego  durante todo el año ante los Sagrario de todos los templos católicos y en el cirio durante el tiempo pascual; y en ella se bendice el agua que servirá para el bautismo o nacimiento de nuevos cristianos. Pero estos dos elementos no sólo han servido como símbolo de vida. En la Biblia se nos habla de un Diluvio que anegó toda la tierra, de una lluvia  de fuego que asoló las ciudades de Sodoma y Gomorra, siendo luego sepultadas bajo las aguas del Mar Muerto o mar de la Sal, ¡la sal!, otro elemento que la liturgia usó en sus ritos y del que la Biblia habla con frecuencia.

Por otra parte el fuego tiene dos versiones: una negativa que es el fuego como castigo, las llamas eternas del infierno para quien no quiso saber nada del amor de Dios. Con todo hay teólogos que afirman... que el fuego del  infierno no es otra cosa que el mismo fuego del amor divino, fuego santo en el que se abrasan las almas que, locamente enamoradas de Dios pero en pecado, ansían acercarse a ese Ser divino objeto supremo de su amor; como náufragos que bracean en medio del mar para acercarse a tierra firme, pero son rechazados una y otra vez por haber sido infieles a la gracia. Y está la interpretación positiva: la del fuego del espíritu que descendió sobre el Cenáculo, luz divina en el alma, puesto que si de algo se nos habla al describir el cielo es de la luz de Dios, luz eterna que brilla con sus santos por siempre. Así mismo Dios se aparece a menudo en forma de fuego, las fogueras de Dios: en la zarza ardiendo a Moisés, en la columna de fuego que guiaba a los israelitas por el desierto, y entre rayos y truenos al promulgar sus Mandamientos en el monte Sinaí.

En torno al fuego, a la foguera de San Juan, se baila la danza prima que es una alegoría y evocación de la danza de los planetas que giran en torno al sol. Un sol que ha quedado como símbolo divino en la famosa “flor galana” que nuestros artesanos han dejado grabada en hórreos, arcones y madreñas y que no es más que un sol en posición de girar despidiendo rayos de luz.  Antiguamente la danza tenía lugar en un claro del bosque a la luz de la luna, con una rama de aulaga tras la oreja. Los bailes, contra lo que hoy pudiéramos pensar, han tenido un origen religioso. Las danzas son bailes que no tienen que ver nada con el mundo paganizado pues se siguen manteniendo aún en las aldeas a la salida de la ermita o de la Iglesia. En ellas, al son de la gaita y el tambor, se elevan preces al Santo o a la Santa mientras los mozos giran y trenzan sus pasos armoniosamente.

 Yo no sé si tendrán algo que ver las danzas sanjuaneras con los saltos que dice la Escritura que dio san Juan en el vientre de su madre santa Isabel cuando se encontró al llegar a Aín Karín con su prima María, o acaso con otra danza, esta de peor signo, la danza de Salomé el día del cumpleaños de su padrastro cuanto al sentido religioso del agua solamente hay que pensar que todas las religiones han nacido a orillas de algún río: La egipcia de Osiris y de junto al río Nilo, la hindú  de Brahama y Buda junto al caudaloso Ganges, la cristiana de Juan y de Jesús en el río Jordán, etc. El agua es el elemento primordial de la vida, materia del sacramento del Bautismo, es decir del sacramento que nos introduce en la Iglesia, y Antipas, danza que le costó a Juan Bautista la cabeza. Digo que no sé si tendrán algo que ver, pero al menos es una curiosa y sorprendente coincidencia.

También es curiosa la perfecta correspondencia de fechas que se dan entre el nacimiento de Jesús, el de San Juan y las palabras del Evangelio. El nacimiento de Jesús empezó a celebrarse el s. IV como contrarréplica a las famosas fiestas lupercales que se celebraban en Roma al Sol Invicto. De nuevo el fuego y la luz. En Navidad no hay fogueras pero se suplen en calles, plazas y escaparates por miles de farolillos y árboles iluminados. Bien se le podría llamar “la foguera de Jesús”. Pues bien, si la Navidad del Señor se celebra el 24 de diciembre, por ley natural y biológica había que celebrar su concepción o Encarnación nueve meses antes, es decir el 24 de marzo. Cuando el ángel saluda a María le dice que su prima santa Isabel, la madre de san Juan, está ya de seis meses. Si esto sucedía el día de la Encarnación, nos pone en el camino de saber por qué se celebra también en Junio, tres meses después, tres y seis nueve, el nacimiento del Bautista, nombre que lleva en sí la marca de las aguas del bautismo  y  nos descubre cómo la Liturgia está atenta a los más mínimos detalles. En también forma parte del vino de la consagración. Jesús de cuyo pecho brotó sangre y... agua, habló del agua que salta hasta la vida eterna a la samaritana junto al pozo de Jacob.

En la Noche de san Juan se decía que quedaban benditas todas las fuentes por eso se engalanaban, para recibir la bendición como es debido. Luego al amanecer se recogía la flor del agua, o sea, la primera que era tocada por el primer rayo de sol de esa mañana. Y la gente andaba descalza por la hierba para recoger la rousada o rocío bendito de esa noche. Quedaba de igual modo bendita el agua de las playas. Según la mitología romana Venus nació de una concha en medio del océano, como trata de expresarlo el pintor florentino Botticelli en el famoso lienzo El nacimiento de Venus (1484). Y con una concha marina se echa agua al bautizando para que renazca también a una vida nueva, la vida de la gracia, la vida del Bautismo La fiesta es también una invitación al fuego de la fraternidad, al calor de la amistad y del sincero amor. Cristo que “se vio y vivió entre dos fuegos”, el fuego de la estrella navideña y el del día de Pentecostés, el fuego del espíritu en forma de luz que guía, y de impetuoso viento que anima y arrastra, nos habla a menudo de ello: “Fuego he venido y a traer al mundo y ¿qué más quiero yo que arda?”.

El día en que toda la humanidad danzara mano con mano en torno a la foguera del amor a Cristo y a su prójimo, purificados por el agua lustral de la divina gracia, lograríamos el mayor milagro de que el hombre y hasta Dios sería capaz y que sería la auténtica convivencia de todos los pueblos y razas.

El día que lográramos hermanar sentimientos, matrimoniar los corazones mano con mano, ese día podríamos celebrar de verdad la gran fiesta universal porque habríamos erradicado de la tierra la injusticia y la miseria y por lo tanto la causa que provoca los mayores males a los hombres.

Y es que el  día que lográramos que todos los hombres se dieran de verdad la mano unos a otros ese día no habría ninguna pidiendo.

viernes, 22 de junio de 2018


DOMINGO XII  24-VI-2018 (Mc. 4-. 35-40) B

 Una frase de Cristo que es toda una lección: “¿Por qué sois tan cobardes? El evangelio es como una gran representación dramática donde aparecen una serie de personajes entre los que no faltan los pobres, los enfermos, los vacilantes, los atemorizados..., y Cristo, el protagonista, siempre dando ánimos. Pero esto mismo se puede aplicar también a la vida, porque hoy más que nunca necesitamos de animadores de hombres, ya que los cobardes, los pesimistas, “los que ponen su mano en el arado y vuelven la vista atrás” abundan más de lo debido y según Cristo los tales no son aptos para el Reino.

Y no es que el mundo invite precisamente al optimismo, no. Los peligros nos acechan por todas partes: la enfermedad, el dolor, el paro, la guerra, el odio, la depresión, la angustia, la soledad... Vivimos como inmersos en un medio ambiente hostil, que se nos mete hasta en el alma, llevando así dentro de nosotros mismos nuestros peores enemigos.

Algo parecido sucede con la Iglesia o con cualquier otra institución. Y Cristo no compara a su Iglesia con una roca, esa es Él, sino con una barca: la barca de Pedro; y una barca, si de algo carece es de inmovilidad. También la vida se parece más al mar en movimiento que a la tierra firme. De ese modo desde el “panta rei” todo pasa, de Heráclito hasta el “pasar de todo” de los macarras de turno, la vida se caracteriza, como el mar, por su ir y venir, por el subir de sus mareas y el arrastre, sin piedad de sus resacas, por su eterno movimiento.

De ahí la inseguridad del mar y lo mismo de la vida. La seguridad, la tierra firme, es uno de los valores que más aprecia el hombre. Basta asomarnos a cualquier familia y hallaremos en seguida las mismas inquietudes: se busca seguridad en el trabajo, en la vejez... Y en consecuencia la cantidad de seguros contra todo: contra el robo, contra la enfermedad, contra accidentes de coche, contra incendios, contra malas cosechas, etc., en una palabra, queremos vivir seguros. Por asegurar tenemos asegurado hasta nuestro propio entierro. Ahora bien, cabe preguntarse: ¿Tiene algún sentido asegurar la vida? ¿El seguro de vida? ¿Ahuyentar así la muerte, el miedo a la muerte, la enfermedad? ¿Cómo? Son cínicamente modos, manera de consolarnos. El mar, además de miedo e inseguridad, creaba en otros tiempos monstruos y fantasmas en la mente de los navegantes: tritones, nereidas, sirenas, poseidones... Todo ello lo crea el miedo y la inseguridad en el mar de la vida. De ahí la necesidad de un buen capitán de barco, de un jefe responsable y realista.

Shakespeare narra en su obra La tempestad el naufragio de Próspero y de su hija Miranda. Próspero, duque de Milán, había sido depuesto por su hermano Antonio. Habiendo sido embarcado con su hija en una lancha, son arrojados por el mar a una isla en la que sólo vive una hechicera. Miranda libra a los espíritus del poder de la bruja. Otro naufragio lleva a Antonio, rey de Nápoles, y a su hijo Fernando, al mismo lugar. Miranda es la mujer pura, virgen, casta que se enfrenta a Calibán... el monstruo salvaje, hasta que ve a Fernando, y el amor sublima aquel encuentro. Yo creo que es una certera imagen de la vida en la que Dios sería Próspero arrojado por el hombre del Paraíso y de su vida, y Miranda la Virgen desposada con nuestra naturaleza humana la cual con su poder nos libra de las tempestades y de los monstruos (la serpiente infernal) que de continuo nos acechan. De ahí la devoción que debemos profesarle de manera especial. No hay que desesperar, tanto en el mar como en la tierra, por mucho que arrecie la tempestad no se puede perder nunca la esperanza; en realidad es lo único que puede salvar en tales situaciones.

Son bastantes los libros que nos narran cómo un náufrago puede sobrevivir a pesar de todo. Gabriel García Márquez nos cuenta la historia del náufrago que estuvo diez días sobre una balsa a la deriva. El inglés Dougal Robertson, narra en Vivir o morir en el mar, cómo el año 1972 cinco personas lograron sobrevivir en un bote durante 38 días. Pero acaso quien mejor estudió el tema fue el médico francés Alaín Bombard en su relato “Náufrago voluntario” en donde describe su peripecia de náufrago voluntario durante 65 días, cruzando el Atlántico el año 1965 y demostrando que de las 50.000 personas que naufragan al año en nuestros mares, no se salvan más no por que no tengan en sus manos medios para sobrevivir, sino por carencia de instrucciones. Y sobre todo porque les falla la esperanza.

En un momento determinado de la narración dice algo que se puede perfectamente aplicar a nuestra vida cristiana: “Naufragio es para mí la expresión de la miseria humana..., es sinónimo de desesperación, de hambre y sed... Habría que matar esa desesperación que mata. Esto no entra en el marco de la alimentación; pero beber es más importante que comer, e inspirar confianza es más importante que beber. Si la sed mata primero que el hambre, la desesperación es todavía más rápida que la sed...” Son palabras que deberíamos tener muy en cuenta. Hay que confiar siempre, no desesperar nunca, aunque a veces seamos incapaces de ver a Dios tras el horizonte, o detrás de la tormenta. Nos lo intenta probar el santo Job: “Él, (Dios), es quien dice al mar: hasta aquí llegarás y de aquí no pasarás”.

Otra actitud además de la confianza debe ser la búsqueda. En el mar no existe stop; todo es caminar como la vida, así lo cantó Machado: Cantar de la tierra mía / que echa flores / al Jesús de la agonía / y es la fe de mis mayores... / ¡Oh, no eres Tú mi cantar!, / no puedo cantar ni quiero / a ese Jesús del madero / sino al que anduvo en el mar”. No podemos anclarnos en la cruz, ni en el pasado, ni seguir eternamente lamentándonos, es preciso caminar, abriendo nuevos horizontes. Seguramente el primer hombre que abandonó la caverna y edificó una choza, o la primera mujer que hizo un vestido para cubrir o exhibir su desnudez fueron duramente criticados. No podemos pararnos a escuchar ni a las ranas que croan en las charcas, ni a las sirenas que se lamentan entre las rocas, ni a los vientos que silban en lo más alto del mástil, ni a los tritones que amenazan desde el subconsciente de las aguas más profundas de la mente. Por encima de todo es preciso avanzar, sabiendo que llevamos con nosotros un buen piloto. En cierta ocasión iban varios soldados con Julio César en una barca cuando se desató una gran tempestad. Los soldados estaban horrorizados. César mantenía su ánimo tranquilo. Luego los increpó y les dijo: ¿Por qué tenéis miedo? ¿No veis que va el César con vosotros? San Francisco de Sales, un santo del s. XVII, que escribió esa preciosa obra: “Tratado del amor de Dios”, al hablar de este embarcarse en empresas con la confianza puesta en Dios, y al recomendar esta búsqueda de lo sobrenatural, recuerda una anécdota de Margarita de Provenza, la esposa de San Luis IX, rey de Francia. Cuando éste se dirigía a Tierra Santa durante una de las Cruzadas, ella le pidió que la dejara acompañarlo. ¿Sabéis a dónde vais? le preguntaban. No importa, voy con el rey, contestó Margarita. Vuestro marido va hacia Egipto, se detendrá en Damieta, en Acre... ¿Tiene vuestra majestad la esperanza de llegar allí? -Pues no, -respondió la reina-, pero tampoco me preocupa. Lo único que me interesa saber es que él está allí y yo estaré a su lado... Y dice san Francisco: “Ese rey es nuestro Señor, la reina deberíamos ser todos los hombres...”. Sin embargo el hombre prefiere la comodidad de la tierra firme. Deberíamos tener siempre a punto la virtud de la fe y ejercitarla a menudo para que no se nos apague o quede dormida. A Dios hay que despertarlo, la fe duerme en el fondo de las almas... ¿Qué es, que no te importa que nos hundamos? Oración un tanto irrespetuosa. Pero Cristo sin duda reaccionará al instante e incorporándose nos reprenderá: Y vosotros ¿por qué sois tan cobardes?

Sin fe no hay nada ya que hacer. Con la fe, incluso en situaciones comprometidas, la Iglesia siempre salió adelante. La historia es testigo de las ingentes tempestades que superó tanto dentro como exteriormente, y siempre salió adelante. Hay que tener más fe, incluso en medio del error y de la anarquía, hay que seguir andando, buscando soluciones, y abriendo caminos, pero lo que no debe permitírsenos nunca es desesperar. Es preciso sentir a Jesús entre nosotros, recostado en la barca y sobre todo es preciso que nosotros nos sintamos verdaderamente salvados por Él aquí y ahora, no mañana. A veces desconfiamos, nos falta fe, sin darnos cuenta de que es la fe en Jesucristo el primer paso para asegurar la salvación y vernos libres del naufragio.

Y si un día sucediera ese naufragio aún nos queda en la Isla esa madre purísima, la virgen Miranda de la obra shakesperiana, que nos echará una mano y vendrá a librarnos de las malas artes del diablo y del pecado.  JM.F.

viernes, 15 de junio de 2018


DOMINGO XI .17-VI-2018.- (Mc. 4. 26-34).B
  
¿Con qué comparar el Reino de los cielos? Es alentador que Jesús eche mano en sus sermones de estas comparaciones tan familiares y de estos símiles tan a ras de tierra para tratar de explicar a sus oyentes sus ideas. Nosotros acostumbramos a actuar al revés: complicamos lo sencillo con fórmulas ininteligibles, algo así como definía cierto pensador la filosofía: “El arte de decir lo que todo el mundo sabe con palabras y fórmulas que casi nadie entiende”. Y otro tanto se podría aplicar a muchas ciencias, como es la Economía, recordemos el lenguaje de algo tan familiar como es la Declaración de la Renta, y si se quiere la política. Pero lo que es más incomprensible es que este tipo de lenguaje lo apliquemos a la Teología.

Posiblemente hubiera sido más científico que Jesús diera a conocer su Doctrina de un modo más sistemático y técnico, tras haber hecho entre el pueblo encuestas, estadísticas, porcentajes y tantos por ciento de religiosidad, o un estudio sociológico a fondo sobre la realidad social de su tiempo. Sin embargo su ideología, la filosofía de su mensaje, del mensaje del Reino, la compara a una semilla del campo, a un humilde grano de mostaza, es decir que su doctrina no sólo es algo simple sino que también es algo muy pequeño: una semilla.

Cabe ahora preguntarse ¿Y qué es lo pequeño? Todo es relativo. Ya los estrategas acostumbran a decir: “No hay enemigo pequeño”. Recuerdo a este propósito una anécdota del misionero P. Cenera, muerto hacia 1991 en su misión africana de Zimbawe.  Había llegado de vacaciones a Oviedo y se acercó al Seminario. Nosotros lo rodeamos entre la curiosidad y la admiración y empezamos a bombardearlo con preguntas. Una de ellas versó sobre cuál era el mayor peligro que amenazaba al misionero en sus desplazamientos por la selva: ¿las serpientes?, ¿las panteras?, ¿los leopardos?, ¿los jaguares...? Él se quedó mirándonos con una larga y maliciosa sonrisa, negando con la cabeza una y otra vez hasta que al fin dijo: -”Nada de eso; mirad, el animal más feroz, al que más tememos todos es... al mosquito. De los otros nos podemos defender mal que bien, del mosquito es casi imposible defenderse”. La Biblia recoge en sus páginas ejemplos de esta fuerza que reside en lo pequeño, v.g.: la lucha entre el gigante Goliat y el joven David.

En los cuentos de niños siempre es el hermano pequeño, el más indefenso, el Pulgarcito de turno, quien suele ayudar y salvar a todos sus hermanos. Lo mismo que nos cuenta el Génesis al narrar la Historia de José. Y en el Libro de Daniel se nos recuerda otra historia parecida: la del sueño que tuvo el rey Nabucodonosor, del que no pudo acordarse hasta que el pequeño Daniel fue llamado a su presencia y se lo descifró: “Soñaba -le dijo el rey- que veía una estatua gigantesca con la cabeza de oro, pecho y brazos de plata, vientre y muslos de bronce, piernas de hierro y pies de barro, hierro y barro. De pronto vi cómo se desprendía de lo más alto de un monte una piedrecita que, rodando, rodando... dio contra los pies de la estatua la cual, como tenía los pies de barro, no resistió el golpe y se derrumbó, rompiéndose en mil pedazos... y la piedrecita siguió rodando y creciendo hasta que cubrió toda la tierra...”. Y Daniel iba descifrando el sueño ante los ojos asombrados del rey: “La cabeza de oro representa tu imperio, al cual sucederá otro menor simbolizado en la plata, a este seguirá otro menor de bronce. Después del cuarto imperio seguirá otro de hierro que lo destruirá todo y no habrá quien le oponga resistencia pero al fin terminará como los anteriores. Y aquella pequeña piedra será una Monarquía que los destruiría a su vez a todos reduciéndolos a polvo”. En esta piedrecita desprendida del monte muchos han querido ver el Reino de Cristo, pequeña semilla desprendida del monte Calvario, del monte de Belén, del de las Bienaventuranzas, del de la Ascensión, da lo mismo, y que hoy, después de rodar durante casi dos mil años, cubre ya, de algún modo, toda la tierra.

Siempre en estas comparaciones entra un elemento nuevo: “la espera”. Sembrar es importante pero la espera es imprescindible si queremos recoger algo en la siega. En La dama del Alba, de Alejandro Casona aparece una frase en labios de Martín, el marido de Angélica, que ilustra muy bien lo que estamos diciendo: Vale más sembrar una cosecha nueva que llorar por la que se perdió”. Sembrar inquietud, amor, paz es lo que importa y después saber esperar. ¡Cuántas veces la prisa ha frustrado grandes proyectos!

La naturaleza también sabe esperar y de ello nos da grandes lecciones. Ya Francis Bacon sugería: “Sólo se domina a la naturaleza obedeciéndola”. La naturaleza no conoce el stress, ni el trabajo a destajo, ni las prisas. Dios tampoco. Por eso no tiene prisa en arrancar la cizaña que nace junto al trigo, ni en castigar al malvado ni en premiar al justo. Todo llegará a su tiempo. Los frutos suelen crecer lentos, a los que se les ha hecho crecer artificialmente, sean plantas de invernadero o animales tratados con hormonas, se los distingue en seguida por su falta de calidad. Dice un refrán árabe ¡y qué gran verdad! que no tengamos prisa ni siquiera para hacer justicia por las ofensas recibidas: “Siéntate a la puerta de tu tienda verás el entierro de tu enemigo pasar”.

Y lo saben de sobra algunos animales: no es el perro ladrando desaforadamente el que hace bajar del poste al gato encaramado en lo más alto, sino el zorro que da vueltas y vueltas, muy despacio, en torno al mismo. Con ello, el gato al querer seguirlo con la vista se marea y cae, siendo fácilmente atrapado. El zorro sabe esperar.

En el reino de Dios, lo mismo que en nuestras cosas, preferimos equivocadamente lo contrario: el aquí y ahora, como los niños mal educados. Huimos de lo sencillo, de las cosas humildes tras las que se esconde a menudo Dios y preferimos lo espectacular, las grandes concentraciones, los grandes oradores, pensadores, medios técnicos, personajes a ser posible de primera fila.

Jesús usa palabras sencillas, comparaciones sacadas de la vida del campo y del mar. Sus “cuadros de mando” son gente sencilla, humildes pescadores con mucho más corazón que cabeza, al revés de lo que nosotros pensamos y hacemos. Y lo más sorprendente es que este marketing de empresa que escogió para su Reino, sin especialistas en economía ni en comunicación de masas, sin planificación alguna, ni ideólogos, ni sociólogos, ni gente preparada, sólo con doce humildes pescadores, hoy, a 2.000 años de distancia, comprobamos que ha dado resultado, ¡funcionó! Y es que el Reino de Dios es diferente.

“Un hombre -cuenta Anthony de Mello en El Canto del pájaro- encontró una vez junto al camino un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y nació con los demás polluelos. Durante toda su vida el águila hizo lo mismo que hacían las gallinas, pensando que era una gallina más: escarbaba la tierra, buscaba gusanos, cacareaba, incluso sacudía las alas e imitando a las demás gallinas, volaba unos metros. Después de todo ¿no es así como vuelan las gallinas?
Pasaron los años y el águila se hizo vieja.  Un día divisó en el azul del cielo un ave que volaba altísima moviendo apenas sus poderosas alas doradas entre las azules corrientes de aire al resplandor del sol de la tarde. La vieja águila no se cansaba se mirar asombrada...
-¿Qué es eso? preguntó a la gallina que picoteaba a su lado.
-Es e1 águila, la reina de las aves”, respondió la gallina, pero no te hagas ilusiones, tú y yo somos diferentes”. Y el águila no volvió a preguntar ni a pensar más en ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral.
El hecho de ser humilde no tiene nada que ver con el conformismo. Precisamente la humildad es la que nos hace a menudo volar ligeros como las águilas reales por los cielos más azules y límpidos y salirnos del corral de nuestras miserias, mientras que la gravosa soberbia es la que nos convierte en animales y gallinas de corral.

Las parábolas del evangelio de hoy están hechas con palabras naturales y sencillas, usan símiles humildes y del campo pero en su simplicidad han atravesado los siglos y han llegado hasta nosotros para enseñarnos la gran lección de lo pequeño, del grano de mostaza, (si el grano de trigo no muere ...¿qué más pequeñez que esa?), un grano que es el más pequeño de las semillas del campo; pero sobre todo estas comparaciones de Jesús son o deben ser para el cristiano un magnifico antídoto, deben ser semillas contra el desaliento.

viernes, 8 de junio de 2018


DOMINGO  X  10-VI-2018  (Mc. 3, 20-35) B

Un buen día llega Jesús a casa, y se juntó allí tanta gente que no le dejaron ni comer. Su familia empieza a sospechar que no está en sus cabales. Los letrados, por su parte, hacen su diagnóstico: Está endemoniado. Su madre y sus hermanos lo mandan llamar; hay que mirar por la buena reputación de la familia.

“Su madre y sus hermanos...” hay que tener en cuenta, para evitar malos entendidos, que aquí por hermanos se entiende parientes próximos. Si María hubiera tenido más hijos que Jesús ¿cómo Jesús iba a encomendar desde la cruz la custodia de su Madre a un vecino, el apóstol Juan? Sería descalificar a los demás hijos. Bien, pero hoy aquí, unos de buena fe otros seguramente de no tan buena, tratan de “llamar al orden a Jesús” aunque Jesús sabe muy bien a qué atenerse. En una ocasión un mono lanzó un coco desde un árbol contra un sufí o monje árabe. Este recogió el coco, bebió su dulce jugo, comió su pulpa y luego fabricó una escudilla. Acto seguido miró hacía el mono que lo contemplaba asombrado y le dio las gracias. Hay quien de los males saca siempre bienes. Jesús fue uno de ellos.

Mantener el orden siempre ha sido la obsesión de muchos dirigentes. Ya Goethe había dicho algo que luego se lo apropió Hitler: “Es preferible orden sin justicia que justicia sin orden”. Pero ellos hablaban así porque acaso, viviendo siempre al margen, no sufrieron seguramente nunca la injusticia, de otra forma posiblemente nunca habrían dicho semejante disparate. Cristo ataca un cierto orden establecido y de eso lo suelen acusar los fariseos: “Quebranta el sábado, perdona a la mujer adúltera, come con los publicanos, alterna con los pecadores, perdona a la Magdalena... ¿dónde se ha visto cosa igual? Llega a romper incluso con el concepto tradicional de la familia viviendo en una especie de comuna (comunidad) con sus doce apóstoles, teniendo bolsa en común y compartiendo comida, vivienda y pobreza”. Acaso hoy el Catolicismo necesite un repulsivo así. Algunas voces se escuchan de vez en cuando en este sentido.

Hace unos años (junio 1985) un grupo de cristianos de Aragón publicaron un manifiesto que decía entre otras cosas: “Queremos una Iglesia utópica, que promueva la esperanza..., que intente hacer posible lo aparentemente imposible, que no tenga miedo a equivocarse, antes bien tema permanecer en la equivocación, una Iglesia con sensibilidad hacia el arte, hacia el juego, hacia la cultura... dando pasos hacia un futuro mejor o recuperando lo valioso del pasado”. Es la misma tesis de esa novelita de Francisco de Juanes titulada Papeles confidenciales de su santidad Juan Pablo III, sobre una historia acontecida en el año 2022.

Existe una fe liberadora, y una fe opresora. La fe que libera deja hablar, es capaz de entablar diálogo con los más acérrimos adversarios sin imponer su opinión. La fe que oprime no deja hablar y tiraniza a veces seduciendo pero más frecuentemente reduciendo a silencio. Es Harvey Cox quien nos cuenta que estando en una ocasión en Brasil vio con que atención unos niños de unas favelas o chabolas de Río seguían un programa de TV de procedencia americana: Los Picapiedra que también fue muy popular entre nosotros. Sus protagonistas, a pesar de vivir en la prehistoria, cuentan con nevera, TV, teléfono, coche... todo de piedra es cierto, pero todo como hoy. En un momento dado el programa se interrumpe y entra la publicidad. Entonces aquellos niños ven las neveras de verdad, los hermosos coches último modelo, los últimos adelantos en la TV, o el último grito de la moda y, a pesar de carecer incluso de casa y de alimentos, una extraña fuerza los empuja a crearse esa necesidad de no poder vivir ya sin electrodomésticos. Y así, mezclando las dos cosas, el niño se va domesticando y mentalizando en el más duro consumismo.

Cristo nunca haría esto, su doctrina no esclaviza sino libera. No trata de crear nuevas necesidades sino de librarnos de las más posibles, de los bienes de consumo (por eso predica la pobreza, que nunca hay que confundir con la miseria), y trata de librarnos de las pasiones que nos atan y hasta de algo tan humano como es la familia (“ven y sígueme”) creando un nuevo estilo de convivencia en hermandad y compaña. Y ese es el estilo que sigue o pretende seguir la Iglesia, a pesar de todos sus fallos y defectos.

El 13 de marzo de 1988 la prensa recogía una entrevista con Anthony Burgess el autor de La naranja mecánica y a la pregunta ¿Cómo enjuicia usted la Iglesia actual? respondía: “-Está  un poco moribunda... Juan XXIII ha hecho mucho daño a la Iglesia por introducir las lenguas vernáculas en la misa... Oírla en inglés es horrible.  Yo volveré a misa cuando se vuelva a decir en latín...Pero después de esta crítica un tanto discutible añade: “-A pesar de todo no hay nada más en lo que pueda creer que en el Catolicismo. En el Marxismo no se puede creer porque no respeta la libertad (aún no había caído el muro de Berlín) ni tampoco en el liberalismo y menos en el fascismo. ¿El protestantismo inglés? Ni en broma; la iglesia anglicana es como un club de críquet.  Pero sí en la Iglesia,  porque la Iglesia Católica enseña dos cosas fundamentales:
La primera es que somos libres para hacer cada uno nuestra propia elección moral.  El Papa debería levantarse cada día y gritar: ¡Tú eses libre! Y esto es verdad aunque la Iglesia no actúe así.
La segunda cosa que enseña es que hemos nacido en pecado y la historia lo corrobora. ¿Cómo se explican los ocho millones de judíos asesinados por los nazis si no es por el pecado original? En mis novelas de lo único que escribo es de estas dos cosas. Pueden ser divertidas y hasta cómicas... pero siguen siendo serias. En estos dos aspectos somos libres... somos libres” repite.

Todo esto para muchos puede ser peligroso, preferirían un orden a rajatabla, incluso aherrojando la libertad. Pero es Jesús el que tiene la Palabra, Él es la palabra por antonomasia. Por Él vamos a Dios pues Él es el Logos, el diá-logo entre Dios y el hombre. A través de Él nos entendemos con Dios y nos libramos de nuestro propio lastre, de ese pecado innato que el hombre arrastra en el corazón desde el Paraíso y del lastre que los demás nos quieran imponer.

Con Jesús se establece un diálogo no sólo unidimensional sino de doble dirección. Frecuentemente nosotros confundimos diálogo con discusión. La discusión suele ser unidimensional, partidista, no escucha al otro, no atiende a razones, se cree en posesión de la verdad. La discusión oscurece, irrita, desune; en cambio el diálogo está atento, y acepta al interlocutor, descubre por doquier zonas de verdad que afloran por todas partes, aclara lo oscuro y sobre todo une. Pero estos valores parece que no interesan al mundo. Nada de dialogar sino imponer unidimensionalmente. Y así lo estamos sufriendo desde todos los medios de comunicación social. Todo se adapta a un concepto materialista, consumista, de la vida, todo. Es como una nueva versión del antiguo mito de “El lecho de Procusto” aquel bandido legendario de Ática que vivía a orillas del río Kefisos y que, no contento con robar a los viajeros, los tendía en un lecho de hierro para cortarles las piernas si estas sobresalían del mismo, o bien las estiraba con cordeles si eran cortas y no daban la medida.

Y así se suele hacer con nuestras mentes, de una u otra forma: estirarlas, abrirlas, encogerlas o menguarlas, mentalizándonos en lo que parece útil, para hacerlo luego valido, y finalmente necesario e imprescindible. Y si alguien se revela y no se quiere adaptar... o se le tiene por loco o se le procura adaptar como sea a las exigencias de la sociedad actual, auténtico lecho de Procusto. ¡Qué razón tienen aquellos versos de Gibrán Jalil Gíbran! Merece la pena recordarlos: “A las puertas de la ciudad... os he visto  de rodillas adorando vuestra propia libertad. Como esclavos que se humillan ante el tirano y lo ensalzan mientras él los martiriza... Y mi corazón sangró en mi interior: porque sólo seréis libres cuando el deseo de la libertad no sea un arnés para vosotros y cuando dejéis de hablar, y habla, de libertad como de una meta y de un logro...
Seréis libres de verdad cuando vuestros días no transcurran sin preocupaciones y vuestras noches no estén vacías de pena.  Lo seréis cuando esas cosas acosen por todas partes vuestra vida y vosotros consigáis sobreponemos a ellas...
Mas ¿cómo levantamos sobre vuestros días y vuestras noches sin romper antes las cadenas que atasteis...?  Si lo que queréis abolir es una ley injusta sabed que esa ley fue escrita por vuestra propia mano sobre vuestra propia frente... Y si es el miedo lo que queréis borrar sabed que el sitial del miedo está en vuestro corazón y no en el puño del temido...”.

Para vivir en libertad no hay otro camino que vivir en la verdad y de ese modo sentirnos libres. Cristo fue, es y será siempre la Verdad por eso es la libertad por antonomasia la verdadera libertad, aquella que libera no sólo externamente sino desde dentro de todo y para siempre que es lo que realmente hace al hombre un ser casi divino.  Jm.F.

viernes, 1 de junio de 2018


CORPUS CHRISTI.-3-VI-2018 (Mc. 14, 12-16 Y 22-26) B


Desde hace años se conmemora en este día del Corpus Christi el Día Nacional de caridad. Una virtud que no debía tener un día sino que debía ser “el pan nuestro de cada día”. Desgraciadamente hay que seguir recordándola aprovechando una de las fiestas más importantes del Calendario Eclesiástico, esa fiesta que se celebra nada menos que tres veces durante el ciclo litúrgico: En primer lugar el día de Jueves Santo; por segunda vez hoy (antes era el Jueves, 2º jueves “que reluce más que el sol”. Finalmente hay una tercera fecha que es la Sacramental, fiesta popular que cada parroquia celebra en su día con el fin de poder contar con más asistencia de clero y por lo tanto darle la mayor solemnidad posible.

Decíamos que desgraciadamente hay que celebrar el Día de la Caridad. Lo malo es que se queda en meras palabras, en hablar sólo de amor cuando la caridad si es algo son precisamente hechos, obras... Cuando Dominique Lapierre decidió escribir ese hermoso libro Más grandes que el amor, que es un fantástico canto a la caridad y un desafío a los médicos e investigadores  contra el SIDA, el punto de partida y lo que le movió a escribir no fue un sermón sino una noticia en la prensa de Nueva York que decía: “La Madre Teresa de Calcuta ha abierto, en pleno corazón de las calles más calientes de Manhattan, un hogar para acoger a las víctimas del SIDA sin recursos”. Entonces se dirigió a dicho Centro, y el contacto con aquella obra de caridad lo hizo ponerse a estudiar y a recorrer medio mundo e incluso a fundar él colegios y hospitales para leprosos, orfelinatos, escuelas, etc. “La palabra mueve pero el ejemplo arrastra”.

Hoy se habla mucho de Derechos Humanos. Nada menos que toda una Carta Magna aprobada en París el 10-XII-1948, recoge en 29 artículos los derechos que amparan a cualquier ciudadano: “Toda persona tiene derecho al trabajo... a la cultura..., a las vacaciones..., a la vida..., a un salario digno..., nace libre... etc.”. Sin embargo en muy pocos países esto tiene plena cabida y a pesar de llevar vigente más de 40 años aún sigue habiendo hambre en el mundo, analfabetismo creciente, mortandad infantil, terrorismo indiscriminado, tremendas desigualdades, y ataques a los agricultores españoles en el país donde se proclamó a bombo y platillo la libertad, la igualdad y la fraternidad  desde hace ya más de dos siglos...

Cuando el Papa Juan Pablo II hizo uno de sus primeros viajes a Polonia un editorial de cierto periódico comentaba uno de sus discursos en el que el Papa decía textualmente: “Cristo no está con los que explotan al hombre”. Y añadía el comentarista: “Pero Cristo hace 2.000 años que vivió ¿cómo va estar en ningún sitio?”. Desconocía que Cristo sigue vivo, y de modo especial en los pobres, en el hombre que sufre, en nuestro prójimo. Todo el mundo de una forma u otra está amenazado, acosado, atemorizado si no es por unos es por otros, pero como dice una conocida canción del grupo musical Mocedades “sobreviviremos...”, por eso necesitamos creer que Alguien sigue aquí defendiendo la causa de los pobres y de los indefensos. G. Bernanos recoge en su novela Diario de un cura de aldea cierto dialogo entre un sacerdote y un cristiano mediocre:
“-Si buscas realmente a Nuestro Señor, lo hallaras.
-Busco a Dios donde tengo más probabilidades de hallarle: entre los pobres...
-¿Pero buscas al Señor entre esas gentes de verdad? ... porque si no le buscas ¿de qué te quejas?  Eres tú quien ha frustrado al Señor...”.

Un modo especial que Cristo escogió para permanecer entre nosotros y dar respuesta a nuestros problemas fue el de la Eucaristía. En 1968 Paul McCartney, uno de los famosos Beatles, después de haber confesado que había tomado la droga LSD declaró: “No recomiendo que lo hagan. Puede abrir algunas perspectivas circunstanciales, pero al final no resuelven nada”.  Las respuestas a nuestros problemas tenemos que buscarlas cada uno de nosotros en nuestro propio interior. Y hoy vemos que la vida interior está en baja.  Desgraciadamente se la está sustituyendo por la “eucaristía de la droga”. Hoy se podría cambiar la famosa frase de Carlos Marx: “La Religión  es el opio del pueblo” por “el opio, es decir, la droga, es hoy la religión del pueblo”. Sí, para el cristiano hay una fuente de vida interior que son los Sacramentos, y entre estos se encuentra de modo especial la Eucaristía.

 En el Catecismo se nos dice que son tres las cosas a considerar en este sacramento. (1ª) La primera es que en la Eucaristía Cristo está, bajo las especies de pan y vino, real y verdaderamente presente.  En cierta ocasión se encontraba el párroco de un pueblo sentado en el cabildo de su Iglesia. Unos turistas extranjeros se acercaron, y al ver al sacerdote le preguntaron si en su iglesia había algo de interés que visitar. Venían haciendo un recorrido artístico y se estaban encontrando con verdaderas sorpresas. El párroco se levantó y entró en la Iglesia seguido del grupo de turistas. “Vengan, vengan... acérquense un poco más al altar mayor” les repetía entusiasmado. Pero ellos, por más que abrían los ojos, sólo veían un pobre retablo con su altar de madera toscamente trabajada. Cuando estuvieron frente al sagrario, el párroco les dijo: “Aquí está lo más valioso de esta iglesia y de todas las iglesias del mundo... Aquí, está el Señor...”. ¿No nos habrá pasado a nosotros alguna vez lo mismo?

La segunda (2ª) consideración es que además de estar, Cristo se ofrece. No hace mucho reponían en TV el film Molokai en el que se narra la dramática historia del P. Damián, el apóstol de los leprosos. A la hora de enviarlos a dicho infierno nadie, ni esposas., ni maridos, ni hijos, ni médicos, ni enfermeros acompañaron a aquellos desgraciados. Sólo este joven sacerdote partió un 10 de mayo de 1873.  Murió leproso 16 años más tarde. Él ofreció su vida entera por sus enfermos. En 1887 escribía: “Sin el Santísimo Sacramento mi vida aquí sería insoportable...”. La lepra respetó milagrosamente, sus dedos. Así podía celebrar la Misa en las dos pequeñas capillas de la isla. Estas vidas que nos llenan de admiración sólo se comprenden a la luz del que se ofreció una tarde en el Calvario por todos los hombres, y se ofrece cada día en el altar de la santa Misa: “Por vosotros... y por todos los hombres para el perdón de los pecados”.

Finalmente el Catecismo añade un tercer punto (3ª) a considerar: Se recibe, y se recibe al mismo Cristo en persona. A través de los siglos han surgido mil teorías sobre cómo se recibe al Señor en la Eucaristía, si es únicamente como un recuerdo, como un símbolo, como una fuerza, como una gracia o si lo que recibimos es su carne y sangre real verdadera. En no sé qué museo alemán se puede ver un curioso cuadro en  el que el pintor sienta a la mesa de al última Cena en vez de los doce apóstoles a doce herejes tales como Lutero, Zwinglio, Wicleff, Berengario, Huss, Ecolampadio, Melanchton, un cátaro, un albigense, un ortodoxo, un anglicano, etc.  De la boca de cada uno, escrita en un pergamino, sale su doctrina sobre la Eucaristía: “Esto significa mí cuerpo…, esto simboliza mi cuerpo..., esto representa mi cuerpo...., esto tiene una fuerza semejante a la de mi cuerpo...”, etc. De los labios de Jesús sale sólo la frase: “Esto es mi cuerpo” seguida de las correspondientes citas tomadas de los Evangelios (Mt.26, 26; Me.14,22 y Lc. 22,19) sin más comentarios.

Hoy día de la Caridad eucarística hay que meditar un poco no tanto en esa Organización no gubernamental Católica que es Cáritas, a la que debemos ayudar siempre, sino en la organización interior de cada uno. A ver como funciona, cómo distribuimos nuestros talentos; y pensar que Cristo sigue entre nosotros, a pesar de que nuestra ceguera nos impide reconocerlo en tantas y tantas ocasiones como nuestros hermanos los pobres nos brindan. Y no sólo una vez al año, el día de Cáritas, sino a cada instante y momento. Dijo muy bien Berthold Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son muy buenos, hay otros que luchan un año y son mejores; pero aquellos que luchan toda la vida esos son imprescindibles”. Alguien dijo: “Si tienes dos pedazos de pan da uno a los pobres, y vende el otro para comprar jacintos con que alimentar tu alma”. Esa es la mejor Comunión y la que más une a Cristo, la comunión con los hermanos. La eucaristía carecería de sentido sin esta dimensión fraternal hacía los que nos necesitan.
 JM.F.