DOMINGO XVIII (5-VIII-2018) (Jn. 6, 24-35) B
El domingo pasado veíamos a Jesús multiplicando el pan para
saciar el hambre de los que le seguían. Pero Jesús no se queda en lo meramente material. Va más allá. Da pan y además les enseña, porque el pan
solo no basta, como tampoco basta el simple hecho de enseñar o de hablar. La
palabra es pan para el espíritu pero con tal de que vaya inmersa, “rehogada” en
el fuego del espíritu. Todos hemos, si no leído, sí al menos, oído hablar de
discursos históricos pronunciados en momentos claves por eximios oradores. Las
palabras que han conmovido alguna vez a las masas fueron las de aquellos que
hablaban como pensaban y sentían. Frecuentemente empleamos las palabras como
redes, sólo como instrumento de captación para encubrir la verdad, en vez de
usarlas (en frase de José Martí) “para decirlas”. Pues lo mismo sucede
con el Evangelio que, en su mayor parte, está compuesto por discursos y
catequesis, no como red sino como semilla. Tendríamos que vibrar como vibró Jesús, y escucharlos, para sintonizar
con su lenguaje como si fuera el mismo Cristo quien hablara, El que no sólo es
la Verdad sino la misma Palabra de Dios, Dios hecho Palabra.
Cualquier tema del que se hable con amor,
apasionadamente, es capaz de mover y conmover y arrastrar, cuanto más el
Evangelio. Y viceversa, los más grandes poemas dichos fríamente son capaces de
aburrir a las piedras. La razón es que, en el fondo, el hombre es mucho más
visceral que cerebral. Las masas se mueven más por sentimientos que por
razones.. Cuando se ama ya no se habla de amor sino de la persona amada. Al
hombre lo mueve en primer lugar el estómago, después el corazón, y sólo en
tercer lugar la inteligencia y la razón. Y ese es el esquema que siguió Jesús: primero alimenta necesidades,
de ese modo ama a las personas y se hace amar, y finalmente les enseña la
doctrina. Nosotros a menudo empleamos un camino inverso anteponiendo la
Cultura, la Catequesis, la Teología, la Moral, la ética al corazón. Que la
gente sea culta..., decimos, ¡pan de cultura! Pero “¿y qué es la cultura?, preguntaba una anciana de pueblo a un
periodista, a todas horas nos hablan de
cultura y yo aún no sé qué cosa es eso”. Casi nadie lo sabe. Un libro de Gustavo Bueno habla del mito de la
Cultura... mantiene la tesis de que la cultura como tal no existe.
¿Qué queremos decir cuando hablamos de «Cultura»? y contesta: Yo creo que nada.
Un pueblo salvaje vive feliz, en paz y en armonía.
De momento llega la civilización, es decir la “cultura” y aprenden, a leer y a
escribir desde luego, pero también aprenden lo que es la guerra, no la guerra
tribal casi sagrada, ritual e innata en el instinto de territoriedad del
hombre, sino la guerra absurda, la guerra hecha para esclavizar, humillar,
dominar... Y que sólo produce barbarie, terrorismo y hambre.
El pan de la cultura empieza por el pan de cada día
pero viendo en él algo más, viendo lo que hay dentro. No debemos, no podemos
quedarnos en la corteza, eso sería un mendrugo, hay que llegar a la miga, lo
que espera el pobre Lázaro, unas
migas que caían de la mesa. “Hacer buenas
migas” significa fraternidad, acaso porque son los pobres los que más
entienden de eso teniendo que conformarse con los mendrugos que les arrojamos,
y es ahí, más allá, más adentro, detrás de la corteza de las especies del pan
donde se encuentra escondido real y verdaderamente Cristo.
El hambre, no se puede olvidar, y menos hoy que
nunca, es uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis que recorre países y países
haciendo estragos, sobre todo en la población infantil, la más inocente, la más
indefensa y vulnerable. No sé quién dijo que “un niño es un estómago rodeado de extremidades”. Eso es más o menos cada hombre. Y por
ello Jesús nos manda pedir en su
oración “nuestro pan de cada día”. ¡Qué tres palabras! el pan,
el pan de todos y el pan de cada día, como recomiendan hermosamente los
Proverbios: “No me des pobreza ni
riqueza, sólo el trozo de pan que necesito. Pues si me sobra podría pensar: el
Señor ¿para qué?, y si me falta me podía convertir en un ladrón” (30, 8). En
Burundi antes de llegar “la civilización”, para adquirir un
cordero había que entregar un cántaro de cerveza. Llegó el dinero y actuó como
un dios: “Puedo tener un cordero sin
necesidad de tener que trabajar para llenar el cántaro”. Con el dinero se consigue todo, “él es el ´todopoderoso´”. Y a eso le
llamamos cultura.
Todos hemos visto en algunas películas cómo para
arrancar una confesión a un chivato le enseñan un puñado de dólares y el
interrogado canta todo lo que sabe. “Todos
tenemos un precio” se suele
decir. Así se devalúan los valores morales y éticos ¿es eso cultura? Se empieza
exterminando a un niño, porque ha entrado en la vida sin pedir permiso, y se
termina despedazando a miles de niños en países culturizados para aprovechar
sus ojos, hígado, riñones, corazón o sangre, según reza el informe de Rente
Bridel, representante de la Asociación Internacional de Jurisprudencia
para la Democracia (AIJD). Sólo
en Río Janeiro y Sao Paulo han muerto así, en tres años, 4.600 niños, o sea,
tres o cuatro niños por día, según los datos aportados por el dominico P. Paul Barruel que tuvo acceso a los informes elaborados por la policía
federal de Brasil. Ante noticias de este cariz, la venta de armas o el
narcotráfico son peccata minuta. Sin
embargo para el hombre de hoy eso es cultura...
“Me buscáis porque coméis el pan hasta saciaros” dice Jesús,
pero hay algo, en cambio, que no se le permite a este animal trágico que es el
hombre siendo precisamente lo que él busca con más pasión: la libertad, la
justicia, la fraternidad, la paz. Su falta produce la locura. La guerra es una
locura. “No el alimento que perece sino
el que perdura para la vida eterna”. Queremos sólo vivir y
vivir al día, a corto plazo, no con “nuestro pan de cada día” sino con todo el
pan para hoy y para mí, y es así como se explotan y maltratan las riquezas del
mundo y de la naturaleza y se envenena a las gentes: “pan para hoy y hambre para mañana. Eso, por mucho que se empeñen en metérnoslo por los ojos, eso no
es cultura, eso es la barbarie. Jesús
no se queda en este pan, da el pan material, desde luego, pero a continuación
se da a sí mismo como liberación total de todo tipo de esclavitud.
Se cuenta en la
Vida de Santo Domingo de Guzmán (1170-1220) que estando en Palencia fue
testigo del hambre que estalló un año en la comarca. Un día al anochecer lo
vieron entrar en la tienda de un hebreo. Llevaba bajo el brazo todos sus libros
y pergaminos en cuyas márgenes había él anotado cientos de pensamientos que su
lectura le había sugerido. -¿Cómo os
desprendéis de esos códices y escritos tan queridos para vos?, le preguntaron. A lo que Domingo contestó: No quiero estudiar más
sobre pieles muertas mientras leo cada día, a cada hora, los horrores del
hambre sobre las pieles vivas que son Cristo”. Amaba la ciencia siempre que
esta estuviera al servicio del hombre. Y no echó en falta sus códices. Funda la
Orden de frailes Predicadores y los envía por el mundo entero a evangelizar.
Hay que ir... salir, hay que “embarcarse...”, “el grano amontonado se estropea, esparcido y sembrado fructifica”.
Pero esa es otra ciencia, otro tipo de cultura que no recogen los tratados. Hay
que ir a Jesús, creer en Él. Creemos
que creemos pero la fe que no produce frutos no es fe. Fe no es pensar, ni
razonar, ni hablar, fe es actuar. Actuamos para dar la sensación de que
creemos. Pero si creyéramos de verdad entonces actuaríamos sin más y se
multiplicaría el pan en nuestras manos.
Cuando se habla de que va a subir de nuevo el precio
del pan o de la luz es porque baja el amor y crece la levadura del egoísmo
entre los hombres. Sólo haremos cristianismo si en vez de mirar tanto al cielo,
a las alturas del poder que, como los precios, anda por las nubes (pasa a veces
tantos años sin llover), nos esforzáramos más en tratar de hacer brotar el agua
de la tierra. Es tarea sobre todo de cada uno.
El gran comunicólogo americano Dale Carnegie estando
cierta noche pronunciando una conferencia en un gran estadio repleto de personas mandó apagar las
luces. Quedó todo en tinieblas. Entonces encendió una cerilla pero casi nadie
la veía. Luego mandó que cada uno de los 20.000 oyentes encendiera también un
fósforo, y el estadio se llenó de tanta luz que podían verse las caras mutuamente. “Siempre será más útil encender una cerilla
que maldecir las tinieblas”. Cristo
no sacó de la manga los milagros, fue preciso que un muchacho tuviera cinco
panes y dos peces... Es necesario poner de nuestra parte algún trabajo. Como
rezaba aquel piadoso asalariado: “El pan
nuestro de cada día no me lo des, Señor, ayúdame a ganarlo”. Jmf.
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