viernes, 17 de agosto de 2018


DOMINGO XX 19-VIII-2018 (Jn. 6, 51-59)  B

         Hoy seguimos aún inmersos de lleno en el Sermón de la Eucaristía. “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre (tendrá vida eterna) y yo lo resucitaré en el último día”. “El que me come vivirá por mí”. Creo que pocas veces se ha repetido la misma idea en tan poco espacio y con tanta insistencia como en este trozo del evangelio.  Por algo será.

En 1974 se publicó la odisea de 40 pasajeros y 5 tripulantes que habían desaparecido a bordo de un turborreactor un 13 de octubre de 1972 en lo más espeso e intrincado de la Cordillera de los Alpes a 3.500 m. de altura, cuando se dirigía de Montevideo a Santiago de Chile. Perecieron casi todos: ocho quedaron sepultados bajo un alud de nieve, tres murieron enseguida a consecuencia de heridas graves y a causa del hambre. Para colmo de males, y tras largos días de espera, escuchan en un transistor que la búsqueda del avión desaparecido que se estaba llevando a cabo durante varios días, se había abandonado por infructuosa, suponían que no había supervivientes. De las 40 personas quedaban con vida 16 las cuales, forzadas por la necesidad, hasta se vieron obligadas a comer la carne de sus propios compañeros muertos que yacían entre la nieve. El día 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada, dos de ellos se deciden a salir en busca de ayuda. Y el día 10, después de rezar el rosario, emprenden el viaje teniendo que superar alturas de 5.000 m. y temperaturas de -40º (bajo cero). Después de andar doce días al fin vieron en el valle unas vacas y a un rústico que los recoge. ¡Estaban salvados! El libro titulado “¡Viven”' (a los 8 meses de salir llevaba 32 ediciones), se abre con una cita evangélica: “Nadie tiene más amor que aquel que da la vida por sus amigos”.

Alimentarse con la carne de sus compañeros, vivir unidos para sobrevivir, arriesgarse a una muerte casi segura por salvar a sus compañeros, creó en el grupo una mística, unos lazos espirituales, una relación interpersonal  tan grande que cuando el autor Piers Paul Read les presentó el original para corregir, quedaron desilusionados porque, según decían todos: “el libro no reflejaba ni por asomo la camaradería, el sentimiento de fraternidad que había reinado en el grupo de supervivientes durante aquellos 70 tremendos días”.

Pues bien, leyendo el libro, uno se imagina inconscientemente que los hombres de este planeta somos también un grupo de supervivientes de una lejana y desconocida catástrofe universal, producto de algún extraño artefacto que se estrelló cualquier mal amanecer contra el Paraíso Terrenal en los albores de la Historia, y nos dejó allí desamparados, indefensos, solos, desbastecidos, hambrientos de todo, con un poco de bagaje solamente de fe y esperanza, algo menos de caridad. Viendo cómo va el mundo a veces uno piensa que vivir sobre este planeta ya no es vivir es “sobrevivir” (al menos para gran parte de la humanidad), y este sobrevivir es a fuerza de una lucha a muerte contra la pobreza, el hambre, el paro, la vejez, el frío, la soledad, la enfermedad, el desamparo, el desamor de sus habitantes..., sin embargo en esto ya no nos parecemos a los supervivientes de los Andes. Todos nos necesitamos, de cualquiera podemos precisar ayuda en cualquier momento y sin embargo no sólo no nos ayudamos sino que nos desconocemos, nos desimportamos aterradoramente y hasta hemos llegado a eliminarnos de mil formas...Y esta segunda catástrofe es bastante peor que la primera.

¿Por qué sobrevivieron en los Andes? Pues tan solo porque se ayudaron mutuamente, porque dos de ellos se arriesgaron jugando su vida por los otros, incluso porque la carne de los que habían perecido les había servido de alimento. “Nadie tiene más amor que el que da la vida (aquí dieron su propia carne) por sus amigos”. Y esta es la historia de Cristo, el cual, en medio de tanta soledad y miseria se hace náufrago voluntario entre nosotros, nos alimenta con su misma carne, se arriesga y pierde su vida en la empresa para darnos vida, vida más abundante y vida eterna. Si ellos sobrevivieron gracias a que supieron cogerse de la mano unos a otros, nosotros, si queremos sobrevivir, será únicamente estrechándonos la mano, confiando en los demás y en Dios, y sobre todo alimentándonos de su palabra, con su cuerpo y con su sangre, con su pan, ¡pan pan...! “no como el de vuestros padres que lo comieron (en el desierto) y murieron, el que come este pan vivirá, sobrevivirá para siempre”. Todos queremos, vivir y sin embargo el hombre, sabiendo que para ello necesita del prójimo perentoriamente, no cesa de matar, de hacer la guerra y hasta de quitarse la vida o arriesgarla así a lo tonto, como sucede estos días con los accidentes de tráfico.

Ciertamente, la vida es muerte, cruz y sacrificio. Dicen los entendidos que en chino la palabra muerte se pronuncia igual que el numeral cuatro, y tratan de explicar la razón: porque cuatro son los mares celestes en su Cosmología y cuatro son los puntos cardinales que hacen de frontera entre la vida y la muerte. El escritor y periodista Curcio Bonaparte, que viajó a menudo por China, y había oído muchas veces esta interpretación, cuando moría se dio cuenta de que señalando con la mano los cuatro puntos cardinales dibujaba en el cielo una cruz, bajo la cual camina y vive la Humanidad entera; pero que, según la interpretación cristiana, una vez sacralizada, ya que en ella nos redimió el Señor, es la cruz  que nos señala el camino para la Vida eterna.
 Un cristiano no sólo tiene que esperar sobrevivir en el mundo y durante esta vida sino y sobre todo tiene que esperar y debe esperar conseguir la otra vida, la vida que no se acaba, la vida eterna, como exclama muy bellamente Fiodor M. Dostoiesvki en “Los Hermanos Karamazov” cuando al final de la novela, Kolia pregunta casi a gritos:
- “¿Es verdad lo que dice la Religión..., que resucitaremos un día  de entre los muertos y nos volveremos a ver todos, incluso que volveremos a ver a Aliosha?
- “Sí, responde Karamazov entre risueño y entusiasmado, es verdad que resucitaremos, y que nos volveremos a ver todos, y que, radiantes de alegría, nos contaremos unos a otros, de nuevo todo lo sucedido”.
- “Pues ahora venid todos y estrechemos nuestras manos”.  Luego exclamó entusiasmado entre los muchachos:
-”¡Vayamos así..., eternamente así..., toda la vida de la mano! ¡Viva Karamázov!”.
De esta forma tan hermosa y tan teológica termina una de las más grandes novelas que se han escrito en la Historia de la Literatura universal. Todos de la mano celebrando la fraternidad universal. Esa sería la única solución para la supervivencia de los hombres perdidos en el roto fuselaje de este avión derribado en plena selva que es el mundo. Pero esa fraternidad, ese amor de unos a otros, también se alimenta con la carne de un hermano, con el cuerpo de Cristo que dio su vida por nosotros, para servirnos de alimento en el desierto árido y hostil de nuestra vida, y para servirnos de ejemplo en esa entrega personal en el rescate y ayuda fraternal a los demás.  Hay que darse, dejarse comer vivo a veces, para servir a los demás.

“Si el grano de trigo no muere queda infecundo, pero si muere da mucho fruto”, así reza el lema con que Dostoiesvski abre la novela. Morir por los demás, ser trigo molido para alimentar a mi prójimo es preparar el Banquete de la Eucaristía como Dios manda y quiere. Es una doctrina dura, que choca frontalmente contra los criterios de nuestro moderno espíritu egoísta e insolidario; pero esa es la Filosofía de Cristo, y hasta el presente la única válida para sobrevivir; y con todo ya vemos, apenas se la conoce, menos aún se la cultiva, y hasta para muchos que se llaman cristianos se podría decir que aún no la han estrenado. Vivimos en un mundo en el que no hay caridad, y si la hay no se practica, y si se practica no se nota.

Que el odio nos lleva a la autodestrucción, no necesita que nadie nos lo demuestre. Sólo Cristo tiene palabras de vida eterna. “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. El que coma este pan vivirá para siempre”. Palabra y Eucaristía, es decir, amar, amor, y “sólo el amor nos salvará” no lo olvidemos nunca.


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