DOMINGO
XXI- 26-VIII-2018 (Jn. 6, 61-70) B
Los hombres somos muy dados a la carne y a la letra
olvidando que “el espíritu es el que da
la vida, la letra mata” y la “carne
es triste” que dijo Mallarmé. Desgraciadamente
todo lo queremos arreglar con disposiciones legales y con normas en vez de
echar mano del amor y de la fraternidad. Así cuando conducimos y nos
encontramos con un stop, como en ello sólo vemos una ley, no nos importa
quebrantarla si sabemos que no nos van a sancionar. Eso no ocurriría si
funcionara el amor: “No quebranto esta norma porque puedo hacer daño a mi
prójimo y mi fe me dice que debo amarle como a mí mismo”.
Pero cumplir así, por amor, lleva consigo mucha fe y
la fe cada día es más escasa, y la que hay se hace cada vez más conflictiva en
nuestra sociedad. Muchos creen que creen
y que quieren creer pero no creen, pues no actúan de acuerdo con la fe. Otra
cosa sería hablar de su dificultad. Miguel
de Unamuno, ese escritor que
quería buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, definía la fe como: “Querer creer”, no creer que creemos, ni
creer que queremos creer, sino querer
creer con voluntad sincera y sin cambalaches. Únicamente bajo ese prisma de
la fe tiene sentido la frase de Jesús: “Las palabras que os he dicho son espíritu
y vida”. Materializamos demasiado las palabras, los acontecimientos. los
hechos, y olvidamos el espíritu.
Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina en 1912, ataca en su obra “La incógnita del hombre” el materialismo que trata de
prescindir de esa “cuarta dimensión” que trasciende la materia individualizando
al hombre. “No somos sólo una especie,
somos ante todo individuos, y esto es lo que está marcado y definido por el
espíritu. Y hasta tal punto somos individuos distintos unos de otros que el
cuerpo rechaza un injerto de otro. El 91 % del fracaso de la medicina de hoy es
que ya no ve al enfermo como individuo, como fulano de tal distinto de los
demás sino que ve únicamente enfermedades, la especie enferma. De ese modo la
ciencia nos embrutece, nos aleja, nos pierde, nos involuciona... (y termina
diciendo) sólo nos salvará el espíritu”.
El día 3 de agosto de 1914, declarada ya la guerra
entre Alemania y Rusia, se celebraba en la Universidad de Berlín el día de su
fundador: Federico Guillermo. Todavía hoy se recuerdan las palabras
que con tal motivo pronunció el profesor y científico Max Planck: “El hombre
necesita una respuesta a la pregunta más importante y más incesantemente
replanteada durante toda su vida: ¿Cómo debo comportarme? No encuentra
respuesta total ni en el “determinismo” ni en la “casualidad” ni siquiera en la
ciencia pura; solamente la hallará en su personal orientación moral. Conciencia y fidelidad son las guías que le
muestran el camino recto no sólo de la ciencia sino, más aún, de la vida...”.
Un párrafo que Jesús resume en una
frase: “Mis palabras son espíritu y vida.
Otro científico, el paleontólogo y jesuita Teilhard de Chardín, nos recuerda de igual modo que lo sobrenatural es un fermento
imprescindible para transformar la naturaleza, aunque sin prescindir de la materia
que ésta le ofrece. “El mismo error es
creer en un materialismo sin espíritu (decía Alexis Carrel) que en un
espíritu sin materia” y esto a pesar de los fallos de la materia. De ahí que ello hiciera exclamar a Teilhard: “Tú, Señor, por quien brilla siempre en mí el espíritu, para que no
olvide que sólo Tú debes ser buscado a través de todo, Tú me envías los
desprecios, el dolor... más que una simple unión es una transformación lo que
tratas de ofrecerme”.
De todo ello es la Eucaristía el mejor símbolo: el
trigo se rompe, se moltura, se tritura, se transforma y al fin se parte pero en
él está Cristo. Y así también nuestro cuerpo, como la leña
consumida por el fuego se transforma en luz y calor, toda nuestra vida debería
ser como una gran eucaristía: preparándonos para ser pan y de ese modo poder
luego recibir a Cristo en una auténtica consagración: “El espíritu es el que vivifica, la carne de nada aprovecha”.
En la biografía del citado Teilhard se cuenta que el día 6 de agosto de 1923 recorría el desierto
asiático de Ordos, en el interior de Mongolia sin poder celebrar misa. Entonces
tomó la pluma y compuso el Himno al
Universo. Una parte la tituló: La
misa sobre el mundo. En ella Teilhard
ofrece a Dios en el altar de la tierra el trabajo, el sufrimiento del
mundo. Cuando Cristo desciende
sacramentalmente a cada uno de sus fieles no lo hace sólo para encerrarse en su
pecho, y cuando el sacerdote dice: “Esto
es mi cuerpo” la palabra desborda el trozo de pan... y la materia toda,
experimenta una lenta e irresistible gran
consagración. Igual que el pan que yo como se destruye, una Misa sería
incompleta si mi cuerpo no quedase consagrado de algún modo por la materia
quedando ella al mismo tiempo vivificada “El
espíritu es que vivifica, la carne, la materia, de nada aprovecha”.
Pretendemos construir un mundo prescindiendo del
espíritu, como si en él sólo contara la materia y sin embargo si algo es el
hombre es espíritu, capaz de amar, reflexionar, decidir... El espíritu del
hombre sería incluso capaz de transformar la materia. Materializar el espíritu es matarlo. Con frecuencia nuestros ritos religiosos,
nuestras funciones religiosas, nuestros
sacramentos adolecen de falta de espíritu.
Las llevamos a cabo sin emoción, sin vibrato, sin duende.
En un libro, “El
nuevo rostro de Dios” (1989), del teólogo seglar Miret Magdalena, ya se
lamenta de esto mismo: “La liturgia de
los primeros cristianos era un juego lleno de fuerza y majestad. ¿En qué han quedado
hoy esa vivacidad y esa energía elevadora? La mayor parte de las veces en
cursilería y horterada, porque la experiencia profunda ha sido sustituida por
expresiones superficiales, sin hondura y sin belleza. Por eso hoy a nadie,
medianamente sensible, pueden interesarle nuestras misas...”. Es decir, nos
falta espíritu. Claro que no debemos confundir emoción con espíritu, emoción
con religiosidad. Un buen concierto, una marcha militar, una escenificación
teatral, un buen film pueden despertar en cada uno de nosotros una profunda
emoción. Si el desfile o el concierto o
la película tienen una temática religiosa no por eso se le puede llamar
religiosa a la emoción que despiertan, puede tratarse de una simple emoción
estética.
Cuando en la noche
del 15 de julio los valles de Cangas del
Narcea retumban debido a la famosa “descarga”
en honor de Ntra. Sra. del Carmen algunos cangueses que
viven lejos de su pueblo la escuchan por teléfono y al oírla llegan hasta a
llorar de emoción. Es una mezcla de añoranza, de recuerdo evocador, de
nostalgia pero no sé hasta qué punto se puede llamar sentimiento religioso.
Aquí todo es muy confuso. Sin embargo la emoción es de un gran valor cuando se
trata de vivir un hecho religioso. De hecho las grandes conversiones se deben
de ordinario más al sentimiento que a la razón. Muchos vibran a la vista de la
enseña o bandera de su patria, otros sólo ven un trozo de tela, pocos se
emocionan ante una tesis filosófica por razonada que esté.
Cuando asistimos a la Santa Misa, en ella podemos
solamente ver ritos externos, pero allí, sobre ese telón de fondo, hay otras
muchas realidades que es preciso descubrir. Para ello hay que querer creer en
ellas yendo tras la verdad. Recordando
de nuevo a Miguel de Unamuno en su Diario íntimo, decía que “el
modo más seguro para creer en el Credo era rezarlo cada día con la mayor fe
posible: queriendo creer en el Credo”.
Muchos se cierran a la gracia y a la fe pensando que
así disponen de más vida, de más libertad, de más ciencia. Les sucede lo que a
aquel avaro moribundo que, cuando el sacerdote trataba de ungirle la mano, él
apretaba el puño más y más porque en él guardaba una moneda de oro de la que no
quería desprenderse ni aún después de muerto. Eso nos pasa a menudo a los
hombres: perdemos muchas gracias de Dios y que los demás nos la alarguen por
tener nuestras manos cerradas, aprisionando un poco de mundo, un puñado de
tierra.
Abrir las manos, abrir el corazón, abrir nuestra
mente para recibir a Cristo es el mejor medio de abrir nuestro horizonte hacia
lo eterno e imperecedero. Aquí podríamos decir lo que dijo en una ocasión Pedro a Jesús: ¿A quién iremos, Señor?, Tú tienes palabras de
vida eterna”.
Jmf
No hay comentarios:
Publicar un comentario