lunes, 31 de diciembre de 2018


            AÑO NUEVO. MADRE DE DIOS. LA PAZ 1-I-98  (Lc. 2,16-21) C
  
Hoy el mundo cristiano, además de celebrar la festividad de Santa María Madre de Dios y el comienzo del Año Nuevo, conmemora y festeja el Día de la Paz.  En la letanía lauretana invocamos a María como Reina de la paz, invocación añadida por el papa Benedicto XV, el 5 de mayo de 1917, en plena guerra mundial, para pedir que cesara aquella terrible y destructora contienda.

Y en este tiempo que parece estar marcado por la violencia contra la mujer debemos que desde que se fundó el galardón en 1901 fueron varias las mujeres distinguidas con el premio. En 1905 la austríaca Bertha von Sutter que fundó en Viena la Asociación Amigos de la paz. En 1931 la norteamericana Jane Adams que contribuyó desde 1915 a la fundación de la Asociación Mujeres para la Paz y para la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad. En 1946 a la norteamericana Emily Green Balch seguidora de la labor de Jane Adaza. En 1976 a dos irlandesas Betty Williams y Mairead Corrigan, organizadoras de las Marchas de la Paz contra el terror y la violencia. En 1979 lo lleva la monja albanesa Teresa de Calcuta que funda en la India en 1950 la orden de Misioneras del Amor al Prójimo. En 1982 la sueca Alva Myrdal galardonada por su labor en pro del desarme atómico, etc. Últimamente mujeres de Irán, Kenia, Liberia, Yemen, Pakistán... han sido premiadas por diversas actitudes en el campo de los derechos humanos en especial y lógicamente los de la mujer. Es una muestra sólo de cómo también para ellas existe una profunda inquietud por sembrar paz y concordia en nuestro mundo tan maltratado a su vez por el odio, el asesinato, las guerras y los enfrentamientos.

Todos hemos leído seguramente el famoso “Discurso de las armas y las letras” que aparece en los capítulos 37 y 38 de El Quijote, digno también su autor de un premio por su lucha en pro de la paz. Creo que merece la pena recordar algunos párrafos como aquel en el que dice: “Las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo fueron las que dieron los ángeles la noche que fue nuestro día: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. La salutación que el mejor Maestro del mundo enseñó a sus allegados fue que dijeran al entrar en una casa: "Paz sea a esta casa”. Y otras veces les dijo: "Mi paz os dejo, mi paz os doy…”. La paz como joya que sin ella ni en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno...”.

Sin duda que es uno de los más hermosos cantos hechos a favor de este don inestimable que es la paz. Sin embargo añadirá poco después se dice que la paz sólo se consigue con la guerra, según el dicho “Si quieres la paz prepara la guerra”. Es realmente triste que tengamos que declarar y hacer la guerra para construir la paz, es lamentable; como si el caldo de cultivo de la especie humana fuera precisamente la sangre de los semejantes, siendo la paz un estado anormal de supervivencia.
Con todo hay otro hermoso párrafo del citado discurso en el que Cervantes hace un canto en contra de la carrera armamentística de aquel tiempo (1615). En uno de sus parlamentos exclama don Quijote: Bien hayan aquellos tiempos en que carecieron de estos endemoniados instrumentos de la artillería cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención con la que... un infame y cobarde brazo quita la vida a un valeroso caballero sin saber cómo ni por donde.... una desmandada bala (disparada de quien quizás huyó del resplandor que hizo el fuego al disparar)... corta y acaba en un instante los pensamientos y la vida de quien la merecía gozar luengos siglos...”Es un párrafo hermoso que tiene aún toda la frescura y actualidad para poder aplicarlo a cualquiera de los terroristas de dos al cuarto que tanto dolor están causando a lo largo y ancho de nuestro mundo. Era ya muy frecuente por entonces atacar este tipo de armamento que empleaba la pólvora. Lo hizo Ariosto en El Orlando Furioso (c. 11), lo hace Petrarca y lo repite nuestro Quevedo, entre otros autores.

Las Cortes Españolas prohiben el año 1570 disparar con pólvora (arcabuz), por el riesgo que se podía correr de matar por la espalda al enemigo sin posibilidad de defenderse. Este mismo espíritu había alentado en 1139 el II Concilio de Letrán bajo el Papa Inocencio II al condenar, en el canon 29, los arcos y ballestas que, al poder ser disparados desde lejos, no dejaban lugar alguno a que el adversario se defendiese. Hasta en eso cabía un cierto grado de honradez. Algo de esa ética que vemos practicada hasta por los pistoleros en las películas del Oeste americano: nunca se puede disparar a nadie por la espalda, hay que darle siempre ocasión a defenderse, cosa que los actuales terroristas desconocen debido a que el valor y la más elemental ética, por más que la prediquen, brillan por su ausencia.
Y si esto es así cabe preguntarse ¿cómo poder construir entonces la paz? Por muchos Derechos Humanos que se aduzcan habría que gritarles lo que decía aquel personaje en un drama de Berthold Brech: “La paz la ganan siempre los mismos: los poderosos, la guerra la pierden siempre los mismos: los pobres, los más débiles, y la razón casi no sirve para nada”. Y como muy bien escribió, creo que fue Sófocles: “La guerra la provocan los cobardes y luego tienen que librarla los valientes”.
¿Qué hacer pues? Se habla mucho del gasto astronómico que lleva consigo el pertrecharse de armas. Unos datos que pude ojear hace días, hablan de que en 1983 se gastó en armas la inimaginable cifra más de un billón de euros. El costo de sólo un submarino nuclear sería suficiente para cubrir el presupuesto de 28 naciones o para dar educación básica y secundaria a 180 millones de niños.

¿Qué locura es esta, pues, en la que el hombre está metido hasta las cejas? Con todo tenemos que tener presente nuestra responsabilidad también en este campo pues si unos pecan por fabricar y vender armas, otros pecamos, y esto es más grave, por fabricar enemigos. Y fabricamos enemigos cuando odiamos. Y fabricamos enemigos cuando somos incapaces de perdonar las ofensas del prójimo y cuando somos enemigos de dialogar y cuando no queremos olvidar. Y fabricamos enemigos cuando somos intransigentes, egoístas, envidiosos, e injustos. Y fabricamos enemigos cuando levantamos murallas en vez de tender puentes ideológicos o políticos, y  cuando educamos para la guerra, cuando alentamos la venganza y esperamos la revancha por parte y parte.

Es hora ya de que los cristianos optemos de verdad y de una vez y para siempre por la verdadera paz contra la guerra como lo han hecho esas mujeres ejemplares premio Nobel, que, incluso algunas sin ser cristianas, nos darían sopas con honda en ese campo.

viernes, 28 de diciembre de 2018




¿Y qué es la familia? sería una buena pregunta para un Catecismo. Según el Diccionario de la Real Academia Española, la familia es “Gente que vive en una casa bajo la autoridad del señor de ella”. Como tantas veces, el Diccionario se queda corto y pobre, porque cabría preguntar ¿y los que viven en un carro, bajo un puente o bajo la autoridad de una señora? Si se nos mandara definirla a cada uno de los que estamos aquí posiblemente cada uno resaltaría un aspecto diferente. Creo que puede ser interesante reflexionar unos momentos sobre los principales puntos que la integran.

En primer lugar, el elemento biológico. La familia está compuesta primordialmente por un hombre y una mujer con fines de procreación y ayuda mutua. Hoy este aspecto de la procreación es muy complejo. La población mundial está creciendo, sobre todo en algunas zonas del planeta, de modo alarmante. Entre 1950 y 2017 la población mundial pasó de 2.700 a 7.200 millones de personas. Cada año crece en cerca de 90 millones. A tal punto que se la define desde hace tiempo como explosión demográfica. De ahí que se hable tanto del control de la natalidad y del aborto. Paradójicamente se habla también de la baja natalidad pero es en países desarrollados. Aquí surge el primer problema a resolver.

En segundo lugar está el elemento psicológico. Ya no se trata ni de la procreación ni de la sexualidad, aunque ambos términos vayan íntimamente unidos. En la familia entran en juego además una serie de relaciones de tipo psicológico muy importantes como es la amistad, el amor, la comprensión, el “entenderse”, realizarse, ayudarse, etc. puesto que, hombre y mujer, están hechos el uno para el otro. Y ahí está el secreto del matrimonio psicológicamente equilibrado, con ese fin fue creada la pareja, ya que, y son palabras del mismo Dios, “no está bien que el hombre esté solo”. Quienes atacan la institución del matrimonio no atacan el matrimonio en general sino aquel en particular que no funciona, posiblemente el suyo. Y de ahí un nuevo problema a resolver: el divorcio, la separación, la anulación…, temas que están un día sí y otro también sobre el tapete y cuya puesta en práctica sigue siendo hoy problemática.

Esto lo explicaban muy gráficamente aquellos predicadores de primeros de siglo pasado tal como lo recoge en uno de sus Cuentos Antonio Trueba y que sitúa en un pueblecito de Vizcaya. Una campesina se presenta ante el párroco pidiendo el divorcio puesto que no es capaz de soportar más a su marido. El sacerdote manda venir a ambos y los lleva hasta la sacristía. Una vez dentro toma el hisopo y un caldero con agua bendita y empieza a rezar por un viejo Ritual. A cada poco descargaba sobre la cabeza de uno y otro un par de golpes con el pesado hisopo de bronce, hasta que el marido mosqueado preguntó: -Pero ¿hasta cuándo va a durar esto, señor cura? -Hasta que uno de los dos se muera ¿No sabes tú que entre católicos el único modo de romper el matrimonio es la muerte... ? Cuando la incomunicación psicológica es grave es fácil que no haya existido matrimonio nunca, es decir, si no “casan” es posible que nunca hayan estado casados. Porque de marchar bien ¿dónde podrá refugiarse mejor el hombre o la mujer…? ¿Qué institución, qué ONG los podrá arropar con más garantía que la familia, en medio de un mundo tan hostil? En ella es donde se puede dar plenamente y sin grandes traumas el famoso lema: Igualdad, libertad, fraternidad...

Finalmente hay que contar con un tercer elemento: el cultural, en el que cabe incluir incluso la economía, la religión, el ocio, la educación, etc. Los defensores del Materialismo dialéctico como lo fue Federico Engels en su obra “El origen de la familia” afirman que la economía es el elemento primordial en toda cultura e institución. Es decir, el dinero, el capital, las herencias... mantienen y sostienen la familia a través del tiempo, ya que es la única forma, de momento, para lograr que el capital perviva y pase a los herederos. El día que no existiera capital (capital viene del latín caput/is: cabeza) la familia se desintegraría. Y desde luego, aunque no estemos muy de acuerdo con toda la exposición, es muy a tener en cuenta dicho punto de vista. Bastaría recordar cómo son precisamente las herencias uno de los elementos más nefastos para destrozar una familia, lo que denota que para muchos el dinero está por encima de todo lo divino y lo humano.

Hace bastantes años que se puso en escena una obra del autor dramático Joaquín Calvo Sotelo titulada “La muralla”. En ella se refleja claramente esta actitud: Un hombre se hace durante la guerra, con una gran herencia por medios inconfesables. Su familia, ajena al origen de la fortuna, desarrolla una vida social de acuerdo con su alto rango, escalan puestos, adquieren títulos de nobleza, etc. Un día el fundador y abuelo del clan enferma gravemente. Le asaltan los remordimientos y trata, de acuerdo con la moral, de restituir la herencia a la persona estafada hacía años. Pero es entonces, ante la amenaza de caer en la pobreza, cuando aquella familia, en teoría buenos cristianos todos, forman en torno al anciano moribundo “una muralla” humana. El verdadero dueño, ajeno y desconocedor de todo, se aleja al final del drama mientras que el anciano muere sin poder restituir. El dinero, las herencias, la economía es pues otro gran problema a tener en cuenta en la familia. En estos mismos días cuántas familias sufrirán el zarpazo del consumismo obligadas a gastar y gastar por una propaganda contumaz y desafiante, de modo que quien no gasta no está al día ni puede presentarse dignamente en sociedad, quien no echa la casa por la ventana y alterna fastuosamente no está a la altura de las circunstancias, provocando luego desequilibrios económicos, emocionales e incluso conyugales.

Tal como están las cosas hoy la clase media trata de canalizar la economía, más que a bienes pasivos y a amasar grandes fortunas, hacia un salario justo que Juan XXIII propugnaba en su encíclica Mater Magistra, y luego el Concilio Vaticano II en el Documento “Sobre la Iglesia en el mundo actual”, como: “aquel salario que es suficiente para permitir al hombre y a su familia una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual” (67), es decir, el capaz de proporcionar comida, vestido, vivienda, educación y ocio a su tiempo e incluso que quedara un poco más para el ahorro. Ese podría ser el salario justo. Difícil meta, no obstante, sobre todo en algunos aspectos como es el de la educación, el trabajo para todos, la carrera que no siempre colma las aspiraciones de quienes han hecho el esfuerzo de llevarla a cabo. Se ha dicho repetidas veces que “la Universidad es una fábrica de parados”. Preferimos sueldo sin carreras que carrera sin sueldo ¿o no?

¿Cómo solucionar, pues, tantos problemas? La Etnología y la Antropología estudian diversos tipos de familias primitivas. Margaret Mead estudió, por ejemplo, las que viven en Indonesia, Malinoski las de Melanesia, Levi Strauss las del Amazonas, etc. Pero el mundo no necesita tanto de explicaciones o legislación sobre lo que hay, cuanto soluciones a los problemas que cada día se presentan. El matrimonio anda mal posiblemente por una mala preparación de los que lo contraen. Acaso esté ahí la razón de que algunos vean el matrimonio como un engaño. Cuando el insigne profesor Federico Ozanam, gran apologista y cofundador, con otros seis, de Las Conferencias de san Vicente Paúl, enseñaba en la Sorbona un día, hablando con Lacordaire, este le aconsejó que debía hacerse sacerdote, pero al poco tiempo lo encontró casado. -Pobre Ozanam, dijo Lacardaire, cayó en la trampa. Cuando dos años más tarde visitaba a Pío IX a quien alguien le había contado la anécdota, el Papa le dijo: -Señor Lacordaire, yo había estudiado que Jesús instituyó siete sacramentos, y resulta que ahora viene usted y descubre que no, que instituyó seis y una trampa. Hay una vieja canción francesa que dice así: “Reza una oración si partes para la guerra, reza dos si atraviesas la mar incierta, pero cuando te cases, reza lo que sepas”.

Hoy el Evangelio nos presenta a la Sagrada Familia y curiosamente como ejemplo; aunque un tanto atípico: José no es el padre biológico de Jesús, María que ha concebido a su hijo de forma extraña y sobrenatural, está a punto de ser denunciada, y al final su esposo decide abandonarla en secreto; poco después los tres sufren el exilio político amenazados por el rey Herodes; Jesús, a los doce años se escapa de la tutela familiar durante tres días. Y a los treinta años, en vez de seguir la tradición familiar en el oficio, cierra la carpintería y se dedica a predicar, de modo que los parientes lo llegaron a juzgar un poco mal de la cabeza y quisieron recluirlo, etc. Pues bien, a pesar de tanta incomprensión, de tantos problemas y de tan difíciles relaciones fue una familia ideal debido a que todo lo venció con el diálogo, la entrega incondicional y la entera confianza en las manos de Dios. Por eso hoy, una vez más, se nos pone a la Sagrada Familia como ejemplo a imitar y modelo a seguir.

Jmf

lunes, 24 de diciembre de 2018


FIESTA NOCHEBUENA Y NAVIDAD. 24-25-XII-2018 (Lc. 2, 1-14) C

A veces podemos preguntarnos desde cuándo se celebra esta fiesta llamada Navidad o “aniversario del Nacimiento de Jesús”. Desde luego, no desde los primeros años del Cristianismo. Aquellos primeros seguidores de Jesús consideraban pagano celebrar cualquier tipo de cumpleaños debido a los malos recuerdos que de ellos conserva la Biblia. En efecto, cuando un día un  faraón celebró el suyo lo bañó con la sangre de su panadero real que mandó colgar, según se lo había profetizado José, el hijo de Jacob, a la infortunada víctima en la cárcel (Gén. 40, 20).
Andando el tiempo, cuando a Herodes Agripa se le ocurrió celebrar el suyo en la fortaleza de Maqueronte, sólo por tratar de complacer a una bailarina ordena cortar la cabeza a san Juan Bautista (Mt. 14. 6).  Eran razones de peso para no pensar mucho en celebrarlos.
De la muerte de Jesús sabemos mes, día y hora, y esa es la razón por la que, deseando adaptarnos lo más posible a dicho día, dejamos el calendario solar y adoptamos el lunar que seguían los judíos. Si Cristo murió el día de la Pascua judía y ésta tenía lugar el primer día de luna llena después del 21 de marzo (14 de Nisán), tendremos que mirar qué luna tenemos el 21 de marzo o esperar a la próxima luna llena posterior a esa fecha, teniendo en cuenta de que si cae un lunes habrá que esperar a celebrarlo en Domingo. Esa es la razón de que nuestra Pascua unos años caiga temprano y otros tarde.
Más aún, al día de la muerte se le llama desde antiguo en los santorales: dies natalis, el día del nacimiento. Fue en tiempos de Constantino el Grande, durante el s. IV, cuando se empieza a celebrar en Roma. Ya san Agustín echa en cara a los Donatistas que no celebren la Natividad del Señor el día 6 de enero, como hacen los católicos, y que fue una de las fechas que en un principio se fijaron para celebrarlo.
Pero lo que le dio un gran impulso a la Natividad fue que, celebrándose durante estos siglos con gran solemnidad la fiesta del Sol Invicto el 21 de diciembre  por influencia de la Religión de Mitra o culto a la luz, del que el emperador Aureliano (270) fue un ferviente adepto, los cristianos trataron de crear una fiesta paralela en honor a Cristo quien, según el profeta Malaquías es “sol de justicia que amanece sobre nosotros” (4, 2).
Esto aclarado, habrá que decir que, de hecho, el mismo Evangelio parece ir en contra de la tradición del nacimiento en diciembre ya que, según Lucas “…unos pastores velaban al raso sus rebaños…”, y esto sólo se solía hacer a partir de marzo. Además si Jesús nació durante el Censo de Quirino, los censos no tenían lugar en invierno al estar los caminos impracticables debido al mal tiempo, sino hacia la primavera camino del verano, lo que viene de igual modo a descartar el nacimiento en diciembre. Todo ello no atañe en absoluto a la grandeza del Misterio de Belén.
Por entonces, en el s. IV, la Iglesia vivía una etapa conflictiva luchando con varías herejías que atacaban de algún modo la divinidad de Jesús y la Maternidad divina de María: Arrio, Nestorio, Eutíques, etc. Hubo sus más y sus menos. San Ambrosio y san León Magno reprochan a los cristianos que paganicen estos días celebrando con más fastuosidad y más fervor la Fiesta del sol que la Fiesta del Señor.
Algo de esto se nos podría decir a los cristianos del siglo XX: Damos más importancia a iluminar las calles con luces de colores, y a adornar escaparates o abetos por doquier que a adorar de verdad a Cristo en el Pesebre. Son días de folclore, un pretexto para la folixia y el escapismo, palabras, felicidades, más palabras... palabras y poco más. Pero Jesús no se ha quedado en las palabras. Jesús es “la Palabra hecha realidad”, "el Verbo hecho carne”. Siempre recordaré un enorme letrero que el párroco de una iglesia rural había colgado del campanario con esta sola inscripción: ¡Dios ha nacido!. Creo que no pensamos la profundidad de la frase: Dios, infinito y eterno, que entra en nuestro mundo, en nuestra historia...
Así las cosas llegamos al s. VI en el que un erudito monje que vivía en Roma, llamado Dionisio el Exiguo, calculó el año en el que había nacido Cristo fijándolo el 754 de la fundación de Roma. Sin embargo tuvo un pequeño error puesto que Herodes el Grande murió cuatro años antes, en el 750, y, además según el Evangelio, esperó dos años el regreso de los Magos, por tanto habría que añadir 6 años más, con lo que estaríamos ahora al menos en el 2024.
Dios sigue entre nosotros tratando de cambiar nuestra vida. León Felipe, poeta zamorano, escribió los siguientes versos:
“¡Qué pena!
si esta vida tuviera ... mil años de existencia
¿quién la haría
hasta el final llevadera? ¿Quién la soportaría
toda
sin protestas?... ¿Quién lee diez siglos de
Historia y no la cierra,
al ver las mismas cosas siempre con distinta
fecha...?
¿Los mismos hombres,
las mismas guerras, los mismos tiranos,
las mismas condenas,
los mismos esclavos, las mismas protestas,
los mismos farsantes, las mismas sectas
y los mismos, los mismos... poetas?”.
El Evangelio es una buena noticia, trata de cambiar la Historia para que no se repita (contra la acusación de León Felipe). Y algo ha cambiado, a pesar de los hombres. Lo que sí debemos caer en la cuenta es de nuestra falta de lógica al celebrar las cosas. Y lo es un poco por el hecho de que el día de Nochebuena debió de ser precisamente uno de los días en los que ni María, que no estaría para cenas, ni José, ni por supuesto Jesús que acababa de nacer, cenaron. En un Informe que hizo público, hace unos años, el Fondo de las Naciones Unidas para Ayuda de la Infancia (UNICEF) se denunciaba que “cada semana mueren 250.000 niños de hambre en el mundo y varios millones sobreviven en condiciones precarias de desnutrición y mala salud casi permanente”, así que cuando Jesús anda por esos mil rincones del mundo hambriento, pobre, maltratado y agonizante en tanto niño nosotros festejamos su Nacimiento ahítos de comida y malgastando montones de dinero en cosas superfluas.
Vercors (Jean Bruller), novelista clave de la resistencia francesa, dice en una de sus obras: “No hay más que un universo y son los hombres”. Pero su visión del mundo es aterradora: “Imaginemos a millares de seres que viven en una isla muy pequeña, alejada de un inmenso continente. No saben nada de él más que han sido desterrados al nacer y que es desde allí desde donde les llegan alimentos, pero también periódicamente hace acto de presencia una flotilla aérea que los aplasta con sus bombas. Esto hace tanto tiempo que sucede que se ve del todo natural; como el saber que un día serán también ellos mismos sus víctimas”. Vecors quería una sociedad justa y libre, luchó toda su vida por lograrlo.  No obstante habría que decirle con Maulnier: “Queréis que todo el mundo tenga riqueza y bienestar en este mundo. Hermosa empresa. Pero el día que lo hayáis conseguido, vuestros ciudadanos, en una tierra libre y dichosa, seguirán estando solos. Seguirán teniendo frío”.
Hoy más que nunca tendríamos que ponernos a pensar aquello que dijo Mahama Gandhi, porque nos viene como anillo al dedo: “Mientras no reine la paz y la justicia en el mundo, Jesús no habrá nacido”.  Aquel día sí que merecerá la pena festejar su venida, no folclórica sino real y cristianamente... Y en el cielo brillará una estrella más brillante aún que la de Oriente.
Cuando murió Jesús en el Calvario, dice la Sagrada Escritura que “el sol se oscurecía…”. En el mundo seguimos aún a oscuras y Cristo agonizando… por mucha luz que colguemos en las calles, por mucho colorín que desprendan los anuncios de neón y por mucha fosforescencia con que resplandezcan nuestros árboles navideños. La luz de Dios tiene que salir de dentro del corazón. Es únicamente entonces cuando todos podremos caminar bajo su resplandor y el mundo podrá vivir una aurora de amor sin fin. Este es nuestro deseo en esta noche y día de Navidad.
Jmf

viernes, 21 de diciembre de 2018


DOMINGO IV DE ADVIENTO.-23-XII-2018 (Lc. 1, 39-45) C


“María fue aprisa a la montaña…” es una frase que parece que no encaja en el contexto evangélico donde todo discurre en calma y sosiego.  Dios tiene un gran ayudante a su lado que es el tiempo. Dios nunca tiene prisa para nada: ni para resucitar a Lázaro, ni para arrancar la cizaña, ni para resucitar Él ¿por qué esperar tres días?, ni para subir al cielo, ni para la última venida... y tampoco desde luego para castigar.
Sin embargo María fue aprisa ... Hoy vivimos metidos de lleno en este vértigo del correr, en este “llegar antes a cualquier parte para regresar primero” que dijo Iván Illich, producir más y más aprisa, en cadena, y por tanto obligar a consumir más y más rápido... ¿A dónde vamos a parar? Desde bien temprano la radio nos despierta ametrallándonos los oídos con una sarta de noticias, una tras otra, como si fuera imprescindible mantener al hombre en vilo, no dejarle un momento de respiro, que no pueda hacer ni un alto en su camino para pensar y digerir lo escuchado, tratando de hacerle un lavado cerebral cada mañana con esa ducha de polítiquilla, de accidentes, muertes, terrorismo, sangre y angustia. Y si existe un momento de descanso es para insertar un anuncio con el fin de azuzar, de invitar al consumo, de empujar hacia el mercado para adquirir este o aquel producto. Poco después las gentes camino del trabajo... siempre corriendo, hay que llegar a fichar a tiempo so pena de un castigo…
Y ahí está nuestro hombre, en medio del fárrago de la circulación, sorteando la niebla mañanera, los atascos de la ciudad, cuando no las huelgas, los piquetes... un verdadero maratón de obstáculos. Se dice que hoy no se puede hacer esperar a nadie; más de cinco minutos, ya es una descortesía, no se puede hacer perder el tiempo a nadie aunque luego lo malgastemos del modo más estúpido. En este panorama parece que la frase evangélica encaja plenamente: “de prisa a la montaña”. Sin embargo hay una diferencia fundamental: María va llena de gozo, llena de alegría,  llena de gracia.  Y es esta alegría la que le hace correr, la que pone alas a sus pies para visitar a su prima. Al hombre moderno, en cambio, le arrastra algo externo, fuera de él. No es la paz, ni el gozo interno, no es por ir a visitar y ofrecer nuestros servicios a un amigo, es más bien por escapar de nosotros mismos, son prisas llenas de crispación, en las que ni se lleva a Dios ni en las que se encuentra Dios. María saluda a su prima, le lleva una buena noticia, es la primera misionera del mensaje mesiánico. El ángel la había saludado con un: “llena de gracia”. Isabel le devuelve el saludo: “bendita entre todas las mujeres”. Entre el ángel e Isabel componen esa oración sublime: el Ave María; y por si ello no fuera poco, en el mundo del arte la elevaron al rango de pieza inmortal músicos como Schubert, Gounod, Victoria, Palestrina, etc.
Por su parte María, no presume aquí de humildad, sería un gesto un tanto soberbio y contradictorio con su gracia y virtud. María se refiere a su insignificancia y pobreza personal. Por eso es tan acertadamente hermosa la oración que hace Martín Lutero en su exégesis del Magníficat cuando dice: “Oh tú, bienaventurada virgen y madre de Dios... porque se ha fijado tan graciosamente en tu indignidad, en tu bajeza, esto mismo nos hace pensar que en adelante y a ejemplo tuyo, tampoco nos despreciará a nosotros, pobres e insignificantes hombres, sino que más bien nos mirará graciosamente” (Lutero, pág. 189). En su pequeñez... no en su humildad. A nosotros nos parece que debemos obsequiar con costosos regalos, reyes, año nuevo, hemos recargado el costo del regalo y acaso lo hayamos aligerado de afecto, de cordialidad, de delicadeza y atención a la propia persona. La visita a los amigos, a los parientes aún los más cercanos que acaso vivan hasta solos no considerándonos por encima sino en el plano familiar y de amistad, será siempre bien recibida. Hoy las puertas de los pisos y chalets se cierran más y más hasta con respecto a los que viven a su lado, las familias se aíslan ¿por miedo a qué? Y sin embargo María, embarazada y todo, visita a su prima. Dios nos visita, deja su cielo de risas y alegría y viene a aprender a llorar a un humilde portal. Creo que es la lección que se desprende más fácilmente del evangelio de hoy: salir de prisa hacia los demás...
Decía G. Bernanos: “Lo que los demás esperan de nosotros es Dios mismo quien lo espera” Nos puede suceder lo que sucedió al protagonista de aquel conocido cuento ruso: Demetrio es convocado por Dios para tener una entrevista en medio de la estepa.  No debe llegar tarde y está resuelto a llegar puntual a la cita, pero cuando va de camino se encuentra con un carretero que inútilmente trataba de sacar su carro embarrancado del atolladero. Demetrio duda pero se decide ayudarlo. La operación duró más de lo previsto. Miró la hora.  Era muy tarde. Entonces echó a correr a toda prisa hacia el punto de la entrevista. Llegó jadeante... Dios ya no estaba, se había ido...
Parece un cuento cruel pero habría que hacerle una segunda lectura o completarlo con aquel otro del zapatero remendón que un día rezando ante una imagen de Jesús se le presentó un personaje misterioso que le dijo: “Tu oración es grata al Señor, esta tarde Jesús pasará por tu casa”. El zapatero limpió el taller, arregló la cocina, mando a su mujer preparar la mesa porque iban a recibir una visita. A media tarde llamaron a la puerta.  “Ahí está”, se dijo, pero al abrir se encontró con que era una vecina de pésima fama que habla reñido con su esposo y venía a pedir que intercediera. Dudó el pobre zapatero pero al fin lo hizo mientras pensaba: No sé qué va a decir Jesús si me ve en compañía de esta mujer”. Regresó a casa a esperar de nuevo.  Nueva llamada: “Esta vez sí…”, se dijo. Pero no, era un chico pobre, el bobo del pueblo que venía a pasar el rato a su lado. A punto estuvo de despedirlo, pero le dio pena y charló con él largo y tendido hasta que el bobo se fue. Al fin sonó la última llamada. Tenía que ser la suya... Pues tampoco, esta vez era un borracho que de tarde en tarde se acercaba por la zapatería oliendo a aguardiente y a suciedad que apestaba. “Este me va dejar aquí un olor...”, pensaba el pobre remendón... Con todo aguardó hasta el anochecer. Era la hora de cerrar la tienda.  Entonces sentó al borracho a la mesa y cenaron lo que la buena mujer había preparado, por si Jesús aceptaba su invitación. Cuando el zapatero se dirigió a la imagen aquella noche para rezar, empezó recriminándole su engaño: Me has mentido, Señor, dijiste por tu ángel que ibas a visitar mi casa… te esperé en vano y no llegaste. Me mentiste...”. Entonces fue cuando habló la imagen y le dijo: “No es verdad, buen amigo, me has recibido y lo has hecho muy bien, ¿es que no me has reconocido en la mujer de mala vida, en el bobo del pueblo y el pobre borracho? ¿No ves que todos ellos era yo?”. El zapatero desde entonces recibía con frecuencia a Jesús, termina la historia. Pues lo mismo se podría aplicar al cuento ruso. Dios lo esperaba con su carro embarrancado y Demetrio a lo mejor ni se dio cuenta... ¡tenía tanta prisa! Lo dirán los reos y bienaventurados juzgados por el Señor al final de los tiempos: “¿Cuándo te vimos con hambre o con sed, fatigado o enfermo y te ayudamos, o no te ayudamos? Y el Señor responderá: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos conmigo lo hacíais”.
Pero para ello necesitamos tener siempre en el punto de mira a nuestro prójimo. Nuestra misión de cristianos es llevar siempre la buena noticia, la alegría a nuestro próximo, sembrar la esperanza por el mundo. Nuestras prédicas a menudo pecan de ser un poco tristes, es verdad que la realidad, como hemos expuesto al principio, no suele ser precisamente un mar de rosas: demasiadas desgracias, enfermedad, muerte, accidentes... Alguien dijo que “el optimismo es una drogadicción”, pero no existiría la fantasía si la realidad fuera más alegre y gratificante. Necesitamos echarle imaginación a la vida que suele ser dura y “la realidad tozuda” que dijo K. Marx. Pero el Evangelio en una continua invitación a ver las cosas de otro modo al sentirnos hijos de Dios y portadores de ese gran mensaje, portadores de una salvación que es el mismo Cristo.
Hoy María nos invita a ir aprisa a pregonarlo.  Todo este tiempo la Liturgia invoca a María especialmente. Hemos oído estos días la lectura de la Anunciación y de la Visitación. Antiguamente se celebraba la Anunciación el 18 de diciembre. El Concilio de Toledo (656) se propuso uniformar las fiestas de la Virgen como las de Cristo, pero en el s. XI la liturgia romana suplantó a la mozárabe. La Anunciación se desplazó al 25 de marzo y el 18 se celebró la expectación del parto. Desde la víspera se recitan las antífonas de María de la O. A que todas empiezan por esa interjección los siete días: Oh Sabiduría. Adonai. Raíz de Jesé, Llave de David, Oriente esplendor, Rey de las naciones, Enmanuel...; se refiere la onomástica de las llamadas María de la O.
Está muy bien puesta aquí la figura de María como remate del Adviento y como invitación a salir aprisa a pregonar la llegada del Señor, porque el mundo más que ninguna otra cosa lo que de veras necesita es esta felicitación Navideña: “Dios está entre nosotros”.
Jmf

sábado, 15 de diciembre de 2018


DOMINGO III DE ADVIENTO.16-XII-2018 (Lc. 3. 10-18) C

“En aquel tiempo la gente le preguntaba a Juan...” ¡Qué interesante es esta postura que hoy apunta el evangelio: Preguntar! Preguntan los niños, preguntan los enfermos... pero a medida que nos vamos haciendo mayores preguntamos menos, nos creemos seres autosuficientes. Sin embargo deberíamos tener por lema aquel que dice “Pregunta siempre que no cuesta nada. El Evangelio está todo él lleno de preguntas: “¿Cómo puede ser eso si no conozco varón?”, “¿Qué es lo que deseas?”, “¿A quién buscáis?”, “¿A quién iremos?”, “¿Dónde le habéis puesto?”, “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” etc., etc. El mismo Dios preguntaba en el Paraíso a Adán “¿Qué es lo que has hecho?”, y a Caín poco después: “¿Dónde está tu hermano?
Hoy la pregunta formulada es “¿Qué debemos hacer?”. En cierto Congreso de Espiritualidad Cristiana se quejaba un ponente de que hoy no se encuentran directores espirituales, consejeros de solera. Alguien se levantó y dijo: “Sí los hay, pero nadie los escucha”. En cambio surgen en la radio, en la prensa y en TV una serie de personajillos que da la sensación que lo saben todo, que tienen el don de enjuiciarlo todo, de resolverlo todo, de aconsejar de todo a todos¿Qué contestó Juan a la pregunta formulada? Juan no era evangelista, sólo era un profeta, el precursor de Jesús... Pues bien, Juan tiene una triple respuesta al “¿Qué debemos hacer? de la gente:  Al pueblo llano le dice: Hay que empezar por repartir. Es curioso. Lo que han predicado y aún predican muchas ideologías progresistas y revolucionarias fue ya dicho hace la friolera de dos mil años.  Y repartir ¿qué? Pues lo vital, como es la comida, el vestido... El que tenga dos túnicas, a quien le sobre ropa, que la reparta con los que no la tienen, y quien tenga comida lo mismo… Es vital cubrir las necesidades más perentorias de los hombres nuestros hermanos, de todos, máxime cuando gastamos tanto en cosas superfluas. Y hoy sabemos muy bien que existen en el mundo casos de extrema necesidad. Esa fue la respuesta, que sigue ahí en pie desde entonces aunque no siempre la escuchemos.

Si la respuesta anterior es para gente de a pie, a los que tienen cargos también da su respuesta: a los publicanos o cobradores de impuestos para Hacienda, es decir, a quienes manejan el dinero, les dice que sean justos, que no cobren más de lo debido y que usen una justicia distributiva más racional. Por desgracia también pasa en nuestra sociedad: quienes más sufren por impuestos son los pobres. ¡Qué más da que bajen los automóviles y el champán, el teléfono o las llamadas a larga distancia si lo que consume el poebre es pan y leche, el alquiler de la vivienda y el billete de autobús! ¿Quénes sufren las huelgas de transportes? La gente de a pie, los altos cargos ya se las saben arreglar para viajar sin cortapisas. Sólo podremos hablar de verdadera conversión y justicia verdadera el día que los primeros beneficiados empiecen a ser los más pobres. Porque como dice un eslogan anarco: “mientras los pobres no tengan pan los ricos no tendrán paz”.
Finalmente Juan da su respuesta también a los militares, es decir a quienes ostentan el poder y desempeñan la justicia. A ellos les dice que se contenten con lo que ganan. Hoy habría que aplicarlo al desorbitado negocio de las armas, el negocio de la violencia indiscriminada que poco a poco parece que se va instalando legalmente en el mundo como algo necesario y natural ¡cuántas consideraciones se tienen a veces con el terrorista y el violento por miedo o por extorsión! Un dato más a tener en cuenta es que Juan, cuando responde, usa, como usaba Jesús, el imperativo dinámico: “Reparte, no exijas, no hagáis extorsión, contentaos con la paga…” y no mercantilicéis la guerra. Es la línea seguida por Jesús: “Ve, vende lo que tienes, ven y sígueme”, “Sal del sepulcro”, “Levántate y anda”. “Recobra la vista...”, etc. No sé quién dijo que Darwin en su obra “La evoluci6n de las especies” emplea al menos 800 veces la expresión: “Pudo ser…”. Jesús fue siempre categórico: siempre llamó al pan pan y al vino vino... Y a la hora de seguirle no duda en decir: “¡Vende todo, ven y sígueme...!”.  Sin embargo alguien pudiera pensar que esta renuncia, este ir en pos de Cristo, estas respuestas a la voz de Dios, es decir, a la conversión del corazón llevan consigo la tristeza.  Nada de eso sino todo lo contrario, son respuestas que nos llevan a la verdadera alegría, alegría que brota del propio amor divino.  Lo expresa muy bien san Juan de la Cruz; (el día 14 era su festividad), cuando en uno de sus preciosos poemas dice en su glosa a lo divino (V):
“Que estando la voluntad
 de divinidad pagada
no puede quedar curada
 sino con divinidad;
mas, por ser tal su hermosura
 que sólo se ve por fe,
gústala en un no sé qué
 que se haya por ventura”.

Es cierto que el Evangelio vivido así, a tumba abierta, es tremendamente convulsivo: abrasa las entrañas.  Y de ahí que nos hayamos acostumbrado a manipularlo con guantes, a rebajar sus grados con falsas interpretaciones, a descafeinarlo...  Pero si lo viviéramos aunque sólo fuera medianamente y tan sólo entre los que nos llamamos cristianos sería tal el cambio experimentado que el mundo se convertiría en algo totalmente desconocido.
Porque la Revolución no consiste en dejarlo todo patas arriba como estamos constatando tan a menudo, ni tampoco en un baño de sangre, del que hablaba Stalin, y cuya estrategia han copiado al pie de la letra los terroristas…, revolución es transformar desde dentro, empezar por cambiar la mente y el corazón. Revolución no es predicar que si tienes dos capas que repartas una, más bien consiste en persuadirnos de que si nosotros tenemos una y el prójimo no tiene ninguna debemos compartirla con él. Y esto hecho en una atmósfera de cristiana alegría.

Nos acercamos a la Navidad y esta es una lección no aprendida. Belén exige conversión, sin embargo para muchos sigue siendo di/versión cuando no per/versión.  En vez de preguntar, preferimos dejarnos llevar, ir entre la farándula que termina en una comida y una noche de alcohol y francachela en el mesón de turno.  Y Belén es pobreza, silencio y gozosa adoración al hombre Dios que nace. Por una de esas paradojas de la vida acontece que los tristes no son los que han ido en pos de Cristo sino quienes se han quedado cenando y bebiendo en el mesón.
En este III Domingo de Adviento, conocido en la liturgia como el Domingo Gaudete o “Domingo de la alegría”, Juan es su pregonero-evangelista pues anuncia la buena Nueva. Los pregoneros de las malas noticias no se llaman evangelistas se denominan agoreros. Hoy nos acercamos, pues, un poco más alegres a Belén, alegres, que no es igual que alegremente. Inés Bojaxkin más conocida por la Madre Teresa de Calcuta, premio Nobel 1979, fue entrevistada en una ocasión por un grupo de profesores norteamericanos. Entre otras cosas le preguntaron: “Por favor, díganos algo que nos pueda ayudar en nuestra vida”. La Madre Teresa se limitó a responderles: “Sonrían, se lo digo muy en serio, sonrían”.
Belén nos enseña, en un pequeño Niño, a sonreír, la sonrisa es la flor de la alegría.  Cuenta Tihamér Thót en “Los diez Mandamientos” que una actriz americana firmó un extraño contrato con una Compañía de seguros: la actriz recibiría 50.000 libras esterlinas si en los diez años siguientes un accidente, una enfermedad o cualquier otra desgracia le hacían perder la capacidad de sonreír. Sabía la alegría que lleva consigo en sí la capacidad de sonreír.

Cambiar interiormente y traducirlo en actos es lo que importa, las palabras no interesan tanto porque a menudo nos llevan al engaño. Cuenta el P. Crisógono de Jesús, biógrafo de san Juan de la Cruz, que había en el Convento de las Agustinas de “Nuestra Señora de la Gracia” una joven que sabía la Biblia de memoria respondiendo a cuestiones complicadas sin haber tenido maestro. La examinaron muchos teólogos entre otros fray Luis de León. Ninguno nos dejó sus opiniones, sobre qué pensaban sobre ella. Llamaron finalmente a san Juan de la Cruz quien, tras varias preguntas, le dijo que tradujera el pasaje “Et verbum caro factum est et habitabit in nobis”, que la religiosa tradujo “El Verbo se hizo carne y habitó entre vosotros”. Mientes, le dijo san Juan de la Cruz, es entre nosotros. “No, entre vosotros”, insistió la religiosa.  Y es que al parecer, según pudo descubrir después el santo, la joven no hablaba por sí misma, hablaba el diablo por su boca, estaba poseída.
Algo de eso nos puede suceder: no acabar de darnos cuenta de que Dios no nació únicamente entre las gentes de Belén, sólo para ellos, allá en la noche de los tiempos, sino que nació “entre nosotros” y además “por y para nosotros”. Juan Bautista esperaba al único que sabe distinguir el trigo de la paja, y el trigo son aquellas buenas palabras capaces de tocar nuestro corazón, aquellas buenas obras capaces de hacernos cambiar y capaces de cambiar el mundo en que vivimos.
 Jmf