AÑO NUEVO. MADRE DE DIOS. LA PAZ 1-I-98 (Lc. 2,16-21) C
Hoy el mundo cristiano, además de celebrar la
festividad de Santa María Madre de Dios
y el comienzo del Año Nuevo,
conmemora y festeja el Día de la Paz. En la letanía lauretana invocamos a María como Reina de la paz,
invocación añadida por el papa Benedicto
XV, el 5 de mayo de 1917, en plena guerra mundial, para pedir que cesara
aquella terrible y destructora contienda.
Y en este tiempo que parece estar marcado por la
violencia contra la mujer debemos que desde que se fundó el galardón en 1901
fueron varias las mujeres distinguidas con el premio. En 1905 la austríaca Bertha von
Sutter que fundó en Viena la Asociación Amigos de la paz. En 1931 la
norteamericana Jane Adams
que contribuyó desde 1915 a
la fundación de la Asociación Mujeres para la Paz y para la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad. En 1946
a la norteamericana Emily Green Balch seguidora de la labor de Jane
Adaza. En 1976 a
dos irlandesas Betty Williams
y Mairead Corrigan, organizadoras de las Marchas de la Paz contra el terror y la violencia. En 1979
lo lleva la monja albanesa Teresa de
Calcuta que funda en la India en
1950 la orden de Misioneras del Amor al
Prójimo. En 1982 la
sueca Alva Myrdal galardonada por su labor en pro del desarme atómico, etc. Últimamente
mujeres de Irán, Kenia, Liberia, Yemen, Pakistán... han sido premiadas por
diversas actitudes en el campo de los derechos humanos en especial y lógicamente
los de la mujer. Es una muestra sólo de cómo también para ellas existe una
profunda inquietud por sembrar paz y concordia en nuestro mundo tan maltratado
a su vez por el odio, el asesinato, las guerras y los enfrentamientos.
Todos hemos leído seguramente el famoso “Discurso de las armas y las letras” que
aparece en los capítulos 37 y 38 de El
Quijote, digno también su autor de un premio por su lucha en pro de la paz. Creo que merece la
pena recordar algunos párrafos como aquel en el que dice: “Las
primeras buenas nuevas que tuvo el mundo fueron las que dieron los ángeles la
noche que fue nuestro día: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la
tierra a los hombres de buena voluntad”. La salutación que el mejor Maestro del
mundo enseñó a sus allegados fue que dijeran al entrar en una casa: "Paz
sea a esta casa”. Y otras veces les dijo: "Mi paz os dejo, mi paz os
doy…”. La paz como joya que sin ella ni en la tierra ni en el cielo puede haber
bien alguno...”.
Sin duda que es uno de los más hermosos cantos hechos
a favor de este don inestimable que es la paz. Sin embargo añadirá poco después se dice que
la paz sólo se consigue con la guerra, según el dicho “Si quieres la paz prepara la guerra”. Es realmente triste que
tengamos que declarar y hacer la guerra para construir la paz, es lamentable; como
si el caldo de cultivo de la especie humana fuera precisamente la sangre de los
semejantes, siendo la paz un estado anormal de supervivencia.
Con todo hay otro hermoso párrafo del citado discurso
en el que Cervantes hace un canto en contra de la carrera
armamentística de aquel tiempo (1615). En uno de sus parlamentos exclama don
Quijote: Bien hayan aquellos tiempos en
que carecieron de estos endemoniados instrumentos de la artillería cuyo
inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su
diabólica invención con la que... un infame y cobarde brazo quita la vida a un
valeroso caballero sin saber cómo ni por donde.... una desmandada bala
(disparada de quien quizás huyó del resplandor que hizo el fuego al
disparar)... corta y acaba en un instante los pensamientos y la vida de quien
la merecía gozar luengos siglos...”. Es un párrafo hermoso que tiene aún toda la frescura y
actualidad para poder aplicarlo a cualquiera de los terroristas de dos al
cuarto que tanto dolor están causando a lo largo y ancho de nuestro mundo. Era
ya muy frecuente por entonces atacar este tipo de armamento que empleaba la pólvora. Lo hizo Ariosto en El Orlando Furioso
(c. 11), lo hace Petrarca y lo repite nuestro Quevedo, entre otros autores.
Las Cortes
Españolas prohiben el año 1570 disparar con pólvora (arcabuz), por el
riesgo que se podía correr de matar por la espalda al enemigo sin posibilidad
de defenderse. Este mismo espíritu había alentado en 1139 el II Concilio de Letrán bajo el Papa Inocencio II al condenar, en el canon
29, los arcos y ballestas que, al poder ser disparados desde lejos, no dejaban
lugar alguno a que el adversario se defendiese. Hasta en eso cabía un cierto
grado de honradez. Algo de esa ética que vemos practicada hasta por los pistoleros
en las películas del Oeste americano: nunca se puede disparar a nadie por la
espalda, hay que darle siempre ocasión a defenderse, cosa que los actuales
terroristas desconocen debido a que el valor y la más elemental ética, por más
que la prediquen, brillan por su ausencia.
Y si esto es así cabe preguntarse ¿cómo poder
construir entonces la paz? Por muchos Derechos
Humanos que se aduzcan habría que gritarles lo que decía aquel personaje en
un drama de Berthold Brech: “La paz la ganan siempre los mismos: los
poderosos, la guerra la pierden siempre los mismos: los pobres, los más
débiles, y la razón casi no sirve para nada”. Y como muy bien escribió,
creo que fue Sófocles: “La guerra la provocan los cobardes y luego
tienen que librarla los valientes”.
¿Qué hacer pues? Se habla mucho del gasto astronómico
que lleva consigo el pertrecharse de armas. Unos datos que pude ojear hace
días, hablan de que en 1983 se gastó en armas la inimaginable cifra más de un
billón de euros. El costo de sólo un submarino nuclear sería suficiente para
cubrir el presupuesto de 28 naciones o para dar educación básica y secundaria a
180 millones de niños.
¿Qué locura es esta, pues, en la que el hombre está
metido hasta las cejas? Con todo tenemos que tener presente nuestra responsabilidad
también en este campo pues si unos pecan por fabricar y vender armas, otros
pecamos, y esto es más grave, por fabricar enemigos. Y fabricamos enemigos
cuando odiamos. Y fabricamos enemigos cuando somos incapaces de perdonar las
ofensas del prójimo y cuando somos enemigos de dialogar y cuando no queremos
olvidar. Y fabricamos enemigos cuando somos intransigentes, egoístas,
envidiosos, e injustos. Y fabricamos enemigos cuando levantamos murallas en vez
de tender puentes ideológicos o políticos, y
cuando educamos para la guerra, cuando alentamos la venganza y esperamos
la revancha por parte y parte.
Es hora ya de que los cristianos optemos de verdad y
de una vez y para siempre por la verdadera paz contra la guerra como lo han
hecho esas mujeres ejemplares premio
Nobel, que, incluso algunas sin ser cristianas, nos darían sopas con honda
en ese campo.