viernes, 22 de marzo de 2019


DOMINGO III DE CUARESMA.-24-III-2019 (Lc. 13. 1-9) C

Aunque la Liturgia da opción a sustituir el evangelio de hoy por el de la mujer samaritana, correspondiente al mismo domingo pero del Ciclo A, (acaso más sugerente y humano), hemos escogido el texto de San Lucas, del ciclo C, por estar acaso más en consonancia con la problemática social del momento que vivimos. Lc. nos narra tres hechos muy de actualidad, hasta el punto que da la sensación de que Jesús había leído los periódicos aquel día y que luego se dedica a comentar los titulares de la primera página.

El primer hecho trata de una noticia de tipo político: Pilatos sofoca una rebelión, carga contra unos galileos que se habían manifestado violentamente en el templo, y que la policía anti disturbio ahoga en sangre cortando por lo sano. Basta con leer Las guerras de los Judíos, del escritor Flavio Josefo, para darnos cuenta de que estas revueltas y muertes consiguientes eran más frecuentes en Palestina de lo deseado.

La segunda noticia habla de un accidente o catástrofe que debió de suceder de forma imprevista: una torre, la torre de Siloé que un mal día se desploma y aplasta a 18 personas. Aunque la Historia no recoge en ningún sitio este suceso, sin embargo debió de ser muy comentado en tiempos de Jesús. Así se deduce del modo de presentarlo “¿Pensáis que esos galileos…?”.

El tercer hecho a considerar es una historia mucho más sencilla: se trata de una comparación sugerida por Jesús y que podría muy bien haber sido tomada de igual modo de la vida cotidiana del pueblo: Un labrador tenía en su viña una higuera la cual después de tres años sólo daba hojas.  Habla con el viñador o encargado de la finca. Como no da fruto hay que cortarla. Y la súplica del viñador: “Déjala un año más, vamos a abonarla y a cavarla, si sigue igual entonces sí, entonces habrá que cortarla o arrancarla”.

En el primer caso Jesús no condena la actitud subversiva de quienes perecieron a manos de Pilatos. Jesús no juzga a aquel grupo de alborotadores que se manifiestan contra los romanos y que Pilatos aplasta  ahogando la manifestación en un baño de sangre. Tampoco dice que fueron unos héroes enfrentándose a un Estado opresor. Solamente saca una lección: “No son más culpables que los demás; y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”. La violencia nos pisa los talones, a veces porque la desencadenamos nosotros con nuestros comportamientos y actitudes, pero otras veces y más aún en este momento de la historia, porque parece que se ha convertido en el caldo de cultivo donde se desenvuelve el hombre.

Dice Luis Rosales: “Ya no es preciso ir a la guerra porque la guerra nos persigue.  Hace ya muchos años que en el mundo hay una guerra armada, pues a partir de su terminación la guerra está domiciliada en todas partes”. Y comenta a este respecto José Luis Martín Descalzo: “No se pueden tener las manos limpias hoy. Nadie las tiene. Todos somos responsables de algún modo de esa gigantesca matanza. A su luz entiendo el terror de aquel personaje de Albert Camús que aseguraba haber llegado a comprender que incluso aquellos que eran mejores que otros no podrían hoy evitar el matar o dejar de matar, porque esto forma parte de la lógica en que vivimos, ya que no podemos hacer un solo gesto en este mundo sin correr el peligro de matar”.

Jesús no les culpa directamente del castigo. En la novela de Bernanos, Diario de un cura de aldea, el protagonista aseguraba que “nuestros pecados ocultos envenenan el aire que otros respiran, y cierto crimen, cuyo germen llevaba algún miserable sin él saberlo, no habría madurado nunca sin ese principio de corrupción”.  En otro lugar, a un personaje que le pregunta si en el mundo se puede vivir así, le responde: “Si Dios nos diera una idea clara de la solidaridad que nos une los unos a los otros, tanto en el bien como en el mal, efectivamente, no podríamos seguir viviendo”. Como tampoco son culpables únicamente las diez y ocho víctimas que murieron aplastadas por la torre. Nosotros con frecuencia atribuimos las desgracias a la mala suerte, a la fatalidad o, lo que es peor, a un castigo divino; esto con más frecuencia antes que ahora, pues hoy vemos que los accidentes son a menudo fruto más de imprudencias en las que todos caemos que de extrañas maldiciones o predestinaciones divinas. Todo lo contrario, a todos nos puede suceder lo mismo. El hombre moderno ha levantado con su técnica y progreso una torre sobre nuestras propias cabezas que cualquier día se nos viene encima. Incluso en el sentido literal e la frase.

A finales de febrero de 1986 la prensa daba la noticia de que el satélite soviético Cosmos 1714 de 10 toneladas y 18 metros de largo iba a precipitarse sobre la tierra en unas horas. Y así fue. El Instituto de Investigación de Física de Alta Frecuencia trató de seguirle la pista desde la República Federal Alemana pero fue ya imposible controlarlo. Y aunque no lo tomemos tan al pie de la letra hay que pensar que incluso toda esa tecnología que levanta sus torres no sólo contra el cielo sino incluso contra el hombre, las torres del progreso y los avances científicos, las torres del desarrollo de los medios de producción, de la alimentación, de la medicina y no digamos nada las del campo de las armas químicas, atómicas o bacteriológicas, con tanta torre ¿no corremos el riesgo, metafóricamente hablando, de que un día se desplome todo y nos aplaste?

Dios mira al pueblo agobiado y oprimido por tanta esclavitud como miró al pueblo egipcio, a su pueblo escogido, y no puede menos de compadecerse de nosotros y tratar de sacarnos de esta nueva versión de la esclavitud materialista y moderna que, a pesar de tanto confort y bienestar, nos trajo tan poca paz interior y concordia a las almas y a los pueblos, dos grandes bienes que deberíamos hacer triunfar en el mundo a costa de lo que fuera.

Lo mismo que en aquel libro de Herbert George Wells (1897) titulado “La guerra de los mundos”, hoy da la sensación de que estamos invadidos por extrañas fuerzas venidas no se sabe de dónde pero que tratan por todos los medios de destruirnos. De la lectura de ese libro, con salir incluso victoriosos contra los invasores, se deduce una triste lección: No podemos esperar gran cosa de las ciencias, pues a pesar de todos sus avances estamos de continuo amenazados por guerras y catástrofes sin que casi nada contribuya a mejorar nuestra existencia y lo que es más grave nuestra convivencia. Somos esclavos y estamos amenazados; por eso es necesario que Dios nos envíe un liberador y por eso es necesario que nosotros esperemos su venida para vernos libres de tanto peligro y de cualquier tipo de opresión.  Ya lo hizo con su pueblo por medio de Moisés. Ernest Bloch decía que “es justo y evangélico cambiar, subvertir este orden social en el que el hombre se siente explotado, humillado, abandonado y recobrar la dignidad pero es una labor por hacer y debe hacerse”, si no queremos perecer todos de la misma forma que los de la torre de Siloé.

Y no vale decir que con estar bautizados y pertenecer a una Iglesia tenemos suficiente. No vale. También los judíos o israelitas que habían sido liberados, salvados ver Moisés, a pesar de “ser bautizados en el mar” y a pesar de “haber sido alimentados con el mismo alimento espiritual: el maná y beber la misma bebida espiritual: el agua de la roca, no agradaron a Dios” (I Cor. 10, 1- 6).

Finalmente Jesús nos pone un hermoso ejemplo, diríamos que sacado del mundo de la ecología, ahora tan en boga: La higuera, a la que todo se le iba en echar hojas... Todos andamos a menudo por las ramas, tratando de hacer ver la Iglesia y sus logros, sus manifestaciones externas.  Lo dice el refrán popular: “Mucho ruido y pocas nueces”. Pero luego no damos el fruto esperado. Alguien intercede por nosotros…Vamos a ver un año más.

El viñador más que fijarse en las hojas va a la raíz: hay que empezar por los cimientos, cavar en torno al árbol y abonarlo, hay que empezar escarbando en nuestra alma, en nuestro corazón, cambiando cada uno de nosotros, cada uno. Lo hemos oído muchas veces; como dijo Proust: “Todo esto está ya dicho pero como nadie hace caso habrá que repetirlo cada día”.

Cuaresma quiere decir cambio, conversión..., frutos... de lo contrario, -y no porque Dios nos lo envíe a posta sino porque es el fruto de nuestro comportamiento y la conclusión de unas leyes lógicas-, de nuevo correrá la sangre justa o injustamente, de nuevo nos aplastará el Progreso y este terminará por cortarnos de raíz. Si cada cual se propusiera en serio desarmar su corazón de odio, egoísmo, envidia y sobre todo de la soberbia que nos hace querer llegar de nuevo al cielo en un afán de una nueva torre de Babel, todo se arreglaría mucho antes y mejor.  Jmf

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