miércoles, 6 de marzo de 2019

MIÉRCOLES DE CENIZA.6-III-2019 (Mt-6.1-6) C

Desde antiguo, a estos cuatro días, desde hoy hasta el próximo domingo, se les llamó genéricamente Semana de cenizas debido al rito que hoy tiene lugar en todas las iglesias católicas. Actualmente hemos perdido ese sexto sentido del que los antiguos hacían gala para interpretar los símbolos y luego vivir según ellos. El materialismo no sólo arrambló con grandes zonas de la espiritualidad del hombre moderno sino que también se llevó por delante muchos de los símbolos que llenaban profundas aspiraciones y urgentes necesidades en el alma humana y sin los cuales al pueblo le va a ser muy difícil superarse.  Uno de esos símbolos es el de la ceniza.

En la antigüedad, y en muchos rincones de la tierra, se incineraban los cuerpos. Solían hacerlo metiéndolos en sacos de amianto o materia incombustible. De ese modo las cenizas del difunto no se mezclaban con las de la hoguera y podían recogerse y guardarse en pequeños cofres, que luego se depositaban dentro de monumentos en forma de pirámide, acaso debido a una antiquísima creencia de que la forma piramidal conserva mejor los cuerpos de la corrupción, tal como trata de demostrar un librito aparecido hace años titulado “El poder de las pirámides”. La ceniza encierra hermosos simbolismos como el de mostrar que lo único que permanece son las obras, mientras que todo lo demás se esfuma.

Las cenizas fueron siempre muy respetadas de modo que cuando alguien se sentía maldito por la suerte se solía decir que acaso era porque habría profanado las cenizas de sus antepasados; “patrios cineres minxit”, decía Horacio. Hoy existe una corriente de volver a incinerar los cadáveres, y acaso habrá que ir haciéndose poco a poco a esa idea debido al escaso espacio que va quedando libre en los cementerios y a la oposición de los pueblos a abrir nuevos lugares dedicados a enterramientos o nichos.

Todos hemos leído que las cenizas de este o de aquel personaje han sido esparcidas sobre una montaña, o vertidas en un río o en el mar, lugares con los que el difunto estuvo unido por alguna razón especial, de ordinario casi siempre de tipo sentimental. Como decía, acaso sea una solución a uno de los grandes problemas de superpoblación funeraria y a la escasez de sepulturas y de nichos en nuestros cementerios.

Pero volvamos al tema de este día: la ceniza y su empleo ritual, y no sólo como lo hacemos los católicos hoy, sino a través de la Historia. En las fiestas del Antroxu existe desde antiguo la costumbre en algunos pueblos de tirarse ceniza, o restregar con ella la cara a los transeúntes en una especie de rito de imposición, quieras o no, o de simular con ella máscaras pintadas tal como acostumbran los brujos y danzarines de muchas tribus para los actos rituales de la caza o de la danza.

En Pola de Lena a los Zamarrones les precedía un personaje vestido con atuendo de “mujerona” llamado Ceniceiro el cual iba arrojando ceniza que sacaba de un bolsón, a los mirones. En Labio (Salas) llevaban la ceniza en un odre. Y en Quirós los Guirrios la llevaban hasta en sacos, dice Constantino Cabal en su inacabado Diccionario Folklórico de Asturias. La costumbre viene de lejos y la encontramos no sólo en Roma sino hasta en la misma Biblia.

En Roma el día 21 de abril se festejaban unas fiestas campesinas, las Palilias, en honor a la diosa Pales (que antes había sido dios). Tenían como función primordial, además de festejar la fundación de Roma por Rómulo, favorecer y tutelar los rebaños de los cuales Pales era protectora. Los ritos consistían en purificar los establos y las casas con cenizas recogidas de hogueras en las que se había quemado paja, pino, laurel u olivo o bien procedentes de la incineración de un ternero.

Con todo solían otorgar más poderes a la ceniza sacada del llar, puesto que en él vivían los dioses lares convirtiendo, de algún modo, la cocina en un pequeño santuario y altar en el que continuamente ardía el fuego, y al menos una vez al mes se hacían holocaustos. De ese modo las cenizas de los lares estaban empapadas de divinidad y magia.

Es aquí donde la tradición romana empalma plenamente con los ritos recogidos por la Biblia y que se citan en la Carta a los Hebreos cuando dice: “Si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de una ternera santifican mediante la aspersión a los contaminados en orden a la purificación de la carne ¡cuánto más la sangre de Cristo… purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios!” (9,13). Dichas cenizas eran esparcidas en casos graves de profanación legal según manda el libro de los Números (19, 11) donde se alude también al agua lustral o limpiadora. Esta se preparaba con cenizas de una vaca roxa, joven, es decir, un becerro o ternera que no tuviera mancha alguna ni defecto corporal y que nunca se la hubiera uncido (el becerro de oro fue adorado en vez de inmolado). Sacrificado, era luego quemado en un lugar fuera del campamento hebreo. Con ello se pretendía borrar la impureza contraída por contacto con un cadáver o con su sangre.

Y esa fue acaso la razón, el no contaminarse de impureza, por la que el sacerdote y el levita de la parábola de El buen samaritano pasan de largo al pie del viandante malherido… Contraían impureza legal y manchaban la morada de Yahvé hasta no ser lustrados o rociados con dichas aguas, lo cual tenía lugar los días tercero y séptimo a partir del contacto con el muerto. (Números 19, 13). En la Iglesia empieza a tomar cuerpo este rito como tal a partir del s. X. Al menos en esos años ya hay constancia de que tenían lugar en la ciudad eterna, según se recoge en los Libros Pontificales germano/ romanos, o libros de ritos del Obispo, que luego fueron llevados a Roma por los Otones. El año 109, el papa Urbano II generaliza el miércoles de ceniza, y en el siglo XI se puede decir que era común a toda la cristiandad. Con el rito de la ceniza la Iglesia trata de inculcarnos hoy a los cristianos la humildad y el espíritu de la Cuaresma cifrado en el Ayuno, la Oración y la Limosna.

Ayuno, fue una de las tentaciones a la que sometió el diablo a Jesús en el desierto: No sólo de pan…, y que veremos el próximo domingo. Moisés permaneció en el Sinaí con Iahvé 40 días y cuarenta noches sin comer pan ni beber agua para escribir las Tablas de la Ley, o diez palabras (Ex. 34, 28). Elías camina hacia el monte Horeb cuarenta días y cuarenta noches. Cuando estaba a punto de sucumbir un ángel le manda: “Levántate y come porque el camino es demasiado largo para ti” (1 Reg. 18,9). Finalmente Jesús permanece 40 días y 40 noches sin probar bocado antes de ser tentado por el diablo. Y no deja de ser significativo que sean los tres personajes los que aparecen con Él en la transfiguración en el monte Tabor, acaso porque el ayuno y la oración sean el camino para llegar a esa transformación interior que se nos pide en toda verdadera conversión.

Otra de las lecciones que podemos sacar de estas purificaciones con ceniza es que no sólo se purifican los pecados personales sino que existe también el pedir perdón por los pecados colectivos. Juan Pablo II lo hizo un 22 de febrero de 1992 en la Isla de Gorée (Dakar-Senegal), uno de los lugares más tristes y macabros de África al que el Papa denominó “Santuario africano del dolor negro”. ¡Y tan negro!, por él pasaron miles y miles de esclavos, de los 20 millones que fueron cazados para enviarlos a América como mano de obra barata. Y esto fue llevado a cabo no por gentes paganas sino por cristianos y musulmanes, que se llamaban creyentes del Dios verdadero. Es bueno también ejercitarse en pedir a Dios perdón por los pecados colectivos porque todos hemos sido y somos un poco responsables con nuestro proceder de todos los males del mundo. Y cuando declinamos la responsabilidad caemos en el pecado de Caín: ya que “Todos somos responsables de la sangre de nuestras hermanos”. Duele un poco esta disciplina, y es lógico que duela; cuesta trabajo esta limpieza pero merece la pena y se hace más y más imprescindible.

Muchos recordarán aquella fábula de Hartzenbusch titulada La toalla y que dice: “Ay,-exclamó Isabel- ¡Ay, qué toalla! / cuando me enjugo el rostro me lo ralla”. /Su aya le dice: “Si la broza quita /perdona el refregón, Isabelita”.El limpiarnos la memoria con ceniza, símbolo de la fugacidad de la vida, y el alma con la penitencia cuesta, pero todo lo que cuesta vale. La virtud cuesta, la penitencia es trabajosa, pero merece la pena pues el fin nunca es la penitencia por la penitencia ni el ayuno por el ayuno, el fin es prepararse debidamente para la gran fiesta cristiana, en la que desemboca toda la Cuaresma y en realidad toda la vida del hombre, que es la Pascua de Resurrección.

Mientras tanto aprovechemos estas señales y símbolos, la ceniza, el ayuno, la limosna, y toda la liturgia de estos días que está toda ella empapada en estos ritos y símbolos cuyo fin es entender mejor este tiempo y que nos sea más fácil el áspero camino hacia la Pascua que hoy, Miércoles de ceniza, hemos emprendido después de los días de Carnaval en los que acaso nos hemos olvidado un poco de Dios.   Jmf

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