viernes, 20 de diciembre de 2019


DOMINGO IV DE ADVIENTO. 22-XII-2019. (Mt. 1, 18-24) A

             El evangelio de este domingo nos sitúa en Nazaret, en medio de una familia que está a punto de separarse. Se podría decir que Dios se hizo hombre al margen de la Ley y de la biología, algo que a los ojos del esposo de la Virgen no tenía explicación alguna. Dios se acerca al mundo por caminos que no son nuestros caminos. Ante este hecho misterioso se dan varias respuestas: el silencio de María, la prudencia de José, la solicitud providencial de Dios que vela siempre por los suyos...
Cristo es diferente. Tampoco llegó al mundo en olor de muchedumbres sino en olor a pesebre, a establo, en olor a oveja;tampoco llegó respaldado por la ley, sino un poco a contrapelo y como suplantándola. Más aún, llega de modo tan anómalo que plantea un conflicto matrimonial.
En cuanto a las fuerzas vivas de aquel tiempo esperaban otra cosa, esperaban un Mesías triunfante, se imaginaban que llegaría al frente de carros de guerra y sobre bayonetas. Jesús en cambio, llega humildemente, sobre el heno de un pesebre. Pero él fue quien hizo girar la historia. Los poderes, legalmente establecidos, religiosos o civiles, buscan siempre crecer y dominar, mandar y poseer, al precio que sea, y creen que es así como se conquista el mundo, sin parar mientes en que el auténtico protagonista de su gloria y de su poder es siempre el pueblo sencillo y anónimo. ¡Cuántas batallas ganadas por mesías desconocidos, gente de a pie! ¡Cuántas gestas hechas por un valiente cualquiera y que luego son atribuidas a tal o cual rey o general! ¡Cuántos monumentos históricos fabricados a instancias de este o de aquel gobernante cuyos artesanos, aquellos que verdaderamente tomaron arte y parte en la obra, nadie recuerda ya! A este propósito vienen muy bien los versos de Bertold Brecht: “¿Quién construyó Tebas, la ciudad de las siete puertas? En los libros se lee que fueron reyes. Pero... ¿se dedicaron los reyes a transportar a hombros las piedras talladas?... ¿El joven Alejandro conquistó la India él solo?... Cesar, cuando venció a los galos, ¿no llevaba consigo ni siquiera un cocinero? En cada página de su vida hay escrita una victoria pero nada se dice del cocinero que preparó el festín con que las conmemoraba... Hay muchas narraciones como estas y se podrían hacer otras tantas preguntas...”.
Es lo mismo que decía el filósofo griego Sófocles refiriéndose a otro tema: “La guerra la provocan los cobardes, pero luego tienen que hacerla los valientes”. Y estos son siempre gente olvidada y humilde. Gente desconocida, masa anónima, en la que también puede cundir el desánimo y hasta la desesperación: en algunas circunstancias muchos desearían no haber nacido y muchas mujeres habrían deseado no haber tenido un hijo, tal es la condición en la que viven millones de seres humanos.
Para dar un sentido a todo eso, para ayudarnos a solucionar esos conflictos es por lo que Dios quiso venir a enseñarnos el camino de la verdad. Pero no llegó como llegan los dioses de algunas mitologías, que abandonan por un tiempo el paraíso en el que viven y bajan al mundo a hacer alguna de las suyas. Nuestro Dios no es así. Nuestro Dios escogió el lugar más inhóspito para nacer, la más humilde cuna para recostarse. María da a luz en las más perentorias condiciones, José es el padre más desconcertado y Jesús llega al mundo no para un paseo triunfal sino para luchar en favor de los pobres, de los desheredados de esta vida y terminar ajusticiado, como nos recuerda el Credo “que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo... y por nuestra causa fue crucificado...”. Sí, fue ejecutado por defender nuestra causa y a causa de nuestros pecados. Y esto sucedió hace ya dos mil años y casi no nos hemos enterado. Seguimos viviendo como si no hubiera pasado nada, esclavos de nuestras pasiones... siendo así que él trajo la libertad al mundo.
Nos parecemos a los personajes de Vercors, seudónimo del escritor y dibujante francés Jean Brüller, en su novela Los ojos y la luz (1948) En su novela cuenta cómo millones de seres son llevados, cuando nacen, a un país donde periódicamente son víctimas del bombardeo por parte de una flotilla de aviones que les inflige grandes daños. Sin embargo esto hace ya tanto tiempo que viene sucediendo que les parece natural, tan natural como ser ellos también sus víctimas un día. Y es que, y eso es lo terrible, a todo nos acostumbramos. Hasta la misma injusticia termina pareciéndonos normal. Algunas veces sufrimos como condenados, hasta lo indecible, y no hacemos nada para sacudirnos ese peso. Quizá porque en nuestro escepticismo ante tantos fracasos, hemos perdido ya toda esperanza. Estamos entre el sí y el no, como escribe otro novelista Thierry Maulnier en La casa de la noche, (1948), “entre el día y la oscuridad, entre la muerte y la vida... Estáis -dice- en el cuenco de una esclusa: a salvo caso de que se abra esta compuerta, perdidos si se abre aquella. Fijaos, la voy a abrir... Tranquilos, la cerraré de nuevo. Del lugar de donde venís todo era demasiado sencillo. Al lugar a donde habéis llegado también es todo muy sencillo... Deteneos un instante a saborear esta divina incertidumbre...”.
Siguiendo el símil de Maulnier también nosotros podríamos decir: Ahora se abren las puertas de la Navidad ¿a dónde vamos? Ahora se cierran las del año viejo ¿qué hemos dejado atrás? Navidad para un cristiano debe ser, dentro de una divina incertidumbre, una esperanza. Lo expresa muy bien el teólogo de la liberación Leonardo Boff: “En la medida en que la esperanza percibe el futuro y el reino, presentes ya en medio de nosotros en el bien, en la comunión, en la fraternidad, en la justicia social, en el crecimiento verdaderamente humano de los valores culturales, en la apertura del hombre a lo trascendente, tiene motivos para celebrarlo y conmemorarlo...
Sin embargo el “ya” no puede ser absolutizado; debe quedar abierto al “todavía no” que está por venir. Cada vez que sustantivamos el “ya” surgen las ideologías totalitarias, profanas o religiosas; aparece el dogmatismo, el legalismo, el ritualismo, el racismo, el capitalismo y todos los demás ismos. Las ideologías tratan siempre de absolutizar un dato relativo, universalizar una parcela de la realidad y de apoderarse de la verdad. En nombre del “aún no” debemos responder y contestar al “ya” radicalizado...”. (Del libro Hablemos de la otra orilla).
Navidad podría ser ese “aún no”. En cambio muchos lo convertirán en el “ya”. Hay que divertirse ya, hay que comer, beber y gastar ya, llegó el momento ya..., hasta que oigamos el “ya... está bien” que venga a darnos un toque de atención. Hay que pensar no sólo en el “belén” que tenemos sobre la mesa del cuarto de estar donde aún no ha hecho acto de presencia ni el hambre ni el frío ni el dolor ni el desamparo, sino hay que pensar en los miles de belenes vivos sin pan ni techo, sin salud ni esperanza, sin paz y sin amor de tantos hermanos nuestros en tantos lugares de la tierra.
El único “ya” sería el de empezar a luchar desde ahora, ¡ya!, para que todos los hombres tomen “parte en la riqueza y en la esperanza de este mundo” aunque se podría quedar únicamente en una hermosa empresa, sólo eso, pues, como dice el propio Maulnier, “cuando logréis conseguir que vuestros ciudadanos sean dichosos y libres en una tierra libre y dichosa, seguirán estando solos, sintiéndose desamparados, seguirían teniendo frío”.
Sólo Dios es la única esperanza verdaderamente digna y capaz de hacernos divinamente humanos y humanamente felices. Solamente el Niño de Belén es capaz de transformar la condición del hombre de terrena e infeliz en celestial y dichosa. A veces esperamos que los altos cargos políticos, los intelectuales, científicos, sociólogos o economistas solucionen los problemas que el mundo tiene planteados. Sin embargo, no nos llamemos a engaño, podemos escuchar la voz de la Historia, la solución ha venido, casi siempre, de gente humilde y buena, de un niño que nace en cualquier rincón del mundo, de un profeta desconocido cuyo origen ignoramos pero que son los caminos que más frecuenta Dios.
Por nuestra parte deberíamos escuchar la voz del ángel que también nos anima como animó a José ante aquel conflicto doméstico que el estado de la Virgen planteaba en su vida: “José, no temas en llevarte a María tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”. Para quien tiene fe lo que no tiene sentido puede cobrarlo porque es el Espíritu Santo quien anima la vida de la Iglesia, quien late tras los aconteceres históricos, políticos y sociales del mundo por desconcertantes que nos parezcan... sean del cariz que sean. Cristo viene a salvar a su pueblo y de hecho estamos todos salvados, si creemos y queremos salvarnos.
María es “vida, dulzura y esperanza nuestra” María de la O, interjección comienzo de una exclamación mesiánica: Oh Sabiduría... Oh luz de Oriente... es nuestra Señora de la esperanza. Jesús, Enmanuel, es Dios con nosotros... Con estos dos avales podemos acercarnos e incluso pertenecer a este Belén del mundo con una cierta confianza celebrando estas fiestas según el espíritu cristiano y con la esperanza de que nuestras expectativas, puestas en tan buenas manos, no quedarán defraudadas. Jmf.


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