viernes, 13 de diciembre de 2019


III DE ADVIENTO 15-XII-2019 (Mt. 11, 2-11) A

El Adviento es un tiempo de esperanza ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Saber esperar, es un consejo que nunca nos ha podido venir mejor que ahora, viviendo como vivimos. A menudo nos dejamos arrastrar por las prisas (así, en plural, que es lo malo, pues a veces la prisa en singular es conveniente), nos dejamos llevar por el stress, por la velocidad que suele dar con frecuencia y como fruto accidentes de carretera, infartos, tensión nerviosa y depresión. Somos cada día más impacientes, pues perdemos la paciencia con una gran facilidad.
Al enfermo lo llamamos paciente porque necesita ese don para curarse. Nosotros somos enfermos impacientes. José María Pemán, en una de sus piezas teatrales, calificó a san Francisco Javier de “divino impaciente”, por el fuego que le abrasaba en convertir infieles. Me temo que nosotros seamos “los humanos impacientes”, demasiado humanos. Hasta parece desfasado ya el ejemplo que nos pone el apóstol Santiago en su carta cuando dice: “El labrador aguarda... pacientemente la cosecha...” (5, 7); pues en un laboratorio de Florida (Ogleasby) ya han logrado cultivar plantas probeta, llamadas plantas clónicas, capaces de madurar y producir cosechas en un tiempo récord.
Pero sabemos que la prisa nunca es buena para nada. Se lo oí hace años a un viejo alfarero: “Para cocer bien las piezas hay que ir despacio. Los ladrillos que se cuecen ahora en unas horas con gasoil a los pocos años se deshacen; en cambio aquellos bloques antiguos que cocían los romanos en sus hornos empleando dos y tres días se conservan hoy como entonces... los romanos no tenían prisa. Y sucede lo mismo con el agua calentada con gas o al microondas, se enfría mucho antes... Para que salgan bien las cosas no se puede tener prisa...”. Es un sabio consejo que se podría aplicar a tantos aspectos de la vida, a la gente que lleva un automóvil, al que realiza un trabajo, al que estudia un problema, al que está a punto de tomar una decisión... ¡no tener nunca prisa! Acaso es por eso por lo que el hombre está tan ansioso de paz y de reposo.
Cuenta Anthony di Mello que en una ocasión hubo reunión general de animales para protestar contra el hombre porque este les arrebataba sus productos apoderándose de ellos. -Se queda con mi leche... mugía la vaca. -A mí me quita la miel,  susurró la abeja. -A mí me sacrifica por mi carne, repetía la ternera. -A mí me quita la piel, intervino el zorro.  -A mí la lana,  baló la oveja... Entonces se adelantó la araña y dijo maliciosamente: -A mí desearía quitarme algo que necesita más que nada pero no puede. -¿Qué?, preguntaron todos a coro.-Saber esperar.
El Adviento es un tiempo de esperanza, de saber esperar. La esperanza exige tener paciencia. Se podría decir que la paciencia es la esperanza en traje de diario... Y la esperanza es la paciencia en traje de fiesta. Sin esperanza es imposible la paciencia y viceversa ¿Por qué? Porque una esperanza que es paciente y una paciencia esperanzada son la única fuerza capaz de trazar planes y llevarlos a la práctica con eficacia. La impaciencia y la improvisación no son buenos consejeros.
Alguien pudiera decir que las palabras están bien pero lo importante son los hechos, y es verdad. Decía cierto pintor moderno que había sido antes arquitecto en activo: -Cuando proyectaba casas de diseño muy moderno se me venían abajo, la materia no soportaba lo que edificaba en mi imaginación, ahora sobre el lienzo puedo permitirme el lujo de pintar cuanto me venga en gana sin riesgo de derrumbe.
En nuestro caso la pintura es la palabra, ya sea oral o escrita, “el papel o la tela, lo aguantan todo” solemos decir cuando leemos una hazaña que nos parece inverosímil, o una afirmación de alguna persona cualificada; otra cosa son los hechos, ponerse a edificar y que se mantenga en pie.
No nos basta con oír, necesitamos ver, tocar, necesitamos llenar este vacío interior y no precisamente con palabras sino con algo que esperamos, con Alguien que anhelamos que llegue y para quien estamos hechos. Somos como Estragón y Vladimiro, los dos personajes de Esperando a Godot, obra dramática del premio Nobel Samuel Becket, y que son símbolo de una esperanza sin sentido. Se pasan toda la obra, es decir, la vida entera, aguardando a que llegue un extraño y misterioso personaje llamado Godot, que al final no aparece por ninguna parte, a lo más envía un niño, símbolo de la esperanza, y que les dice que Godot llegará... mañana. Y mañana ¡exactamente igual! Ellos, mientras tanto, se entretienen en pequeñas cosas: a Estragón le hacen daño los zapatos, prefiere andar descalzo como dicen que andaba Jesús. Se los prueba Vladimir, es preciso encontrar algo que nos dé la sensación, al menos, de vivir. El espectador se pregunta no sólo si Godot llegará alguna vez, sino también si su venida arreglará algo. De hecho el terror se apodera de los dos cuando creen, en un momento dado, que se acerca, pero, al darse cuenta de que es el viento, respiran aliviados... -“Me has asustado. -Creí que era él. -¿Quién? -Godot-¡Bah! era el viento en los rosales... -Hagamos algo -dicen- mientras tenemos tiempo.  No todos los días hay alguien que nos necesita. Tampoco se trata de que nos necesiten... La humanidad somos nosotros, nos guste o no nos guste... Aprovechémonos antes de que sea tarde... El ser humano se necesita, como necesita el tigre a sus congéneres...”. Godot no llega, pero cada día que pasa, cada minuto, cada suceso que acontece es su precursor. De ahí la pregunta que todos debemos hacer al mensajero, sea a través de un hecho, de una palabra, de un contratiempo... ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? El dramaturgo Vaclav Havel, último presidente de Checoslovaquia, escribió hace años un artículo titulado “Godot no vendrá porque no existe”. En él afirmaba entre otras cosas: “hay que aprender a esperar... hay que sembrar pacientemente... regar... pacientemente... todos los días... con comprensión, con humildad, con amor. Si aprendemos a esperar... la Humanidad no puede terminar tan mal como nos lo imaginamos.” (ABC del 6-XII-92.-Blanco y Negro, p. 10).
Cristo no es Godot. Cristo, al final, llega siempre, de una forma u otra hasta en el niño de Navidad que resultó ser el mismo Dios aunque casi nadie se enteró. A veces tarda. A veces es difícil reconocerlo. Otras veces al llegar nos decepciona, esperábamos a otro.
A veces pasa de largo a nuestro lado. Esperábamos que sería de otra manera, como sucedió a quienes esperaban un Mesías Libertador, o a los mismos discípulos... La razón es porque a menudo tergiversamos o mistificamos demasiado los valores y mensajes del Reino, llenándolos de epítetos altisonantes pero que nada tienen que ver con el mensaje evangélico.
En realidad Jesús cuando vino defraudó a todos sus seguidores. Cuando le preguntan a Jesús en qué se reconocerá su mensaje mesiánico no responde con palabras, discursos o teorías solamente, sino que echa mano del lenguaje de los hechos, hechos concretos en favor de los oprimidos, de los más débiles y de los pobres, y esto lo hace hasta en tres ocasiones a cual más solemne. 1ª) Cuando da contestación a los enviados de Juan Bautista: “Los pobres son evangelizados...” (Mat. 11,7). 2ª) Cuando lee un texto del profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret y lo comenta: “El Espíritu me envió para evangelizar a los pobres...” (Lc. 4,18). 3ª) Cuando habla del juicio final: “Tuve hambre y me disteis de comer..., estaba enfermo y me visitasteis...” (Mt. 25, 42) (Brey).
Tenemos demasiada fantasía. Pero Jesús no es sólo una bella teoría, Jesús es una realidad viva, una realidad sangrante que se hace presente en los más pobres, en los sordos, ciegos, cojos, tullidos, leprosos, muertos, pecadores, publicanos, prostitutas, etc. Sin embargo pedimos con justicia para los criminales justicia, cadena perpetua incluso. Pero, si somos justos habría que ver quien educó, donde se educó y en qué circunstancias vivió esa persona para convertirse en un delincuente.
Cristo llega y les anuncia libertad, perdón, misericordia, compasión, salud, vida, también a los presos... Y además de proclamarlo lo lleva a cabo... “Id y decid a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan, los muertos resucitan y a los pobres se le anuncia una buena noticia... y dichoso aquel que no se sienta defraudado por mi” (Mt. 11, 5). Sólo pide dos cosas: 1ª) No sentirnos defraudados con su mensaje porque nos falte fe y es que sólo con fe se comprende la esperanza. “La fe que más amo es la esperanza, dice Dios... es lo que más me admira... escribió Charles Peguy. Estragón y Vladimiro esperan pero no tienen fe. 2ª) Nos pide también ser más humildes, como Juan, “el más pequeño es más grande que él”, hacernos niños, como el que nació en Belén. Con esa fe, con esa sencillez debemos esperar durante el Adviento al Mesías que, aunque aquí, en este tiempo la Liturgia no nos representa a Jesús niño sino un hombre, como de treinta años y que busca ser bautizado en el Jordán, es porque el ser niño no tiene otra misión que ser más fuerte. La fuerza de la debilidad. La tempestad y el huracán rompen los árboles robustos de los bosques pero pasan sobre la tierna hierba apenas sin dañarla porque se doblega a su paso. Jmf.



No hay comentarios: