jueves, 5 de diciembre de 2019


INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA. 8-XII-2019 (Lc. 1, 26-38) A
(Domingo II de Adviento)

Pocas veces se habló tanto de ecología, de los derechos del hombre, de la defensa de la vida... ni se toleró, permitió y amparó tanto el aborto, la eutanasia, la guerra, la tortura estatal y la terrorista como hoy. Hace años en una cena que tuvo lugar en Córdoba para celebrar el aniversario de la fundación de la Confederación de empresarios, se dijo: “A la hora de contratar a las mujeres como obreras o empleadas los empresarios tendremos que pedirles, además de un certificado de estudios y experiencia, el grado de fertilidad, porque en este país quedarse embarazada es un enfermedad muy contagiosa”. No se daban cuenta de que esto se da de patadas con el sagrado derecho a la maternidad y con los más elementales derechos de la vida, aunque desgraciadamente hoy ya no tendría la vigencia de entonces.
En otro sentido, existe también cierta confusión en el terreno teológico entre algunos creyentes llegando a confundir el dogma de la Inmaculada Concepción con el de la Virginidad de María, más por falta de formación teológica que de mala fe. El error viene de lejos al identificar el pecado original con la concupiscencia o sexualidad, tesis que mantuvo ya en la edad Media el teólogo Pedro Lombardo, cuando hoy ya sabemos que por pecado original entendemos toda inclinación hacia el mal y a toda clase de pecado.
La virginidad de María, es decir, que la Virgen concibió a Jesucristo de modo virginal “por obra y gracia del Espíritu Santo” es admitido incluso por los protestantes. Se refiere a la concepción activa o virginal de María, es decir, a que la Virgen concibió a Jesús en su seno por obra del Espíritu Santo. Así lo dice claramente san Lucas. Puede parecernos algo extraño. Hubiera sido hijo de Dios lo mismo, de haber tomado san José parte en la concepción, sin embargo quiso Dios a su madre virgen y todo lo demás huelga.  Es uno de los dogmas que con más reticencia se admite, pero no debemos olvidar que todos los pueblos y tribus de todos los tiempos y lugares han tenido en gran aprecio la virginidad, v. g.: las vestales romanas que mantenían el fuego sagrado de Júpiter Capitolino, y las doncellas vírgenes de los incas del Perú, destinadas a ser sacrificadas a los dioses. Aún el hombre de hoy más depravado de tener que escoger, posiblemente elegiría para su futura esposa a una virgen. Pero no es esa prerrogativa de María la que hoy celebra la Iglesia, sino la llamada concepción pasiva, es decir, que “María fue concebida” por sus padres san Joaquín y santa Ana, de forma natural pero inmaculada, o lo que es lo mismo, libre del pecado original con el que nacemos todos los hombres. Y en este aspecto la Biblia ya no dice casi nada.
Nuestros argumentos se apoyan en el texto de san Lucas: “Llena de gracia”, luego en gracia desde el primer momento. Y el otro es un pasaje que se encuentra en el libro del Génesis: “pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu raza y la suya...”. Al carecer de noticias históricas sobre este tema el pueblo fiel, escritores y artistas con frecuencia han tenido que echar mano de los llamados “evangelios apócrifos”, es decir, aquellos libros no reconocidos por la Iglesia como inspirados por Dios, pero que dada la antigüedad de que gozan pueden facilitarnos algún tipo de testimonio sobre la mentalidad del pueblo en aquel tiempo en el que han sido escritos. Por ejemplo, el Evangelio de Santiago (el menor de los hermanos del Señor), del s. II, dice que Joaquín cuidaba su rebaño y un ángel lo avisó de que iba a ser padre. Él entonces ofrece diez corderos sin mancha al Señor, doce terneros de leche a los sacerdotes, cien cabritos para todo el pueblo, ya que su esposa Ana era mayor y además estéril. Ella un día sale al jardín al atardecer vestida de novia. Sentada a la sombra de un laurel eleva los ojos al cielo y descubre entre las ramas de un árbol un nido. Entonces se lamenta de su esterilidad: -Ay de mí ¿por qué habré nacido yo? Es entonces cuando se le aparece un ángel y le dice: -Ana, tu ruego ha sido escuchado. Concebirás un hijo y de tu descendencia se hablará en el mundo entero. –Sea niño o niña -responde Ana- lo consagraré al Señor. Cuando llegó Joaquín ella se le echó al cuello diciendo: -Era estéril y voy a concebir un hijo...
En otro apócrifo, el del Pseudomateo (s. IV) se dice que Joaquín era pastor, y no tenían hijos. Mientras Ana oraba un ángel le dice: “Tendrás descendencia que será objeto de admiración por todos los siglos hasta el fin...”. Joaquín, a su vez tuvo un sueño en el que un ángel le decía: “Vete al lado de tu esposa Ana...”. Anduvieron treinta días. Ana le esperaba junto a la puerta Dorada y le dice: “Era viuda y ya no lo soy, era estéril y he concebido en mis entrañas”.  Quizá por el gran parecido que guarda con el anuncio del ángel a María se confundió también la Inmaculada con la Virginidad. De hecho los nombres de Joaquín y Ana, la Cueva de Belén, la mula y el buey, etc. han entrado en nuestra tradición por la puerta un poco falsa de estos evangelios apócrifos. Aún hoy día se puede ver en Jerusalén, junto a la Piscina Probática, llamada también de las ovejas, la casa de san Joaquín, y en la cripta del templo (del s. V), luego rehecha en el s. XI y ahora de nuevo restaurada, el lugar donde dice la tradición que nació la Virgen. Su fiesta se celebra desde el s. V. Y la Iglesia griega celebraba en el s. VII la fiesta de la concepción de la abuela de Jesús el 9 de diciembre.
En los s. XI y XII surgen grandes contiendas populares, luchas entre la devoción, la piedad popular y la Teología hasta que la Iglesia empieza a definirse por medio del Papa Sixto IV que procedía de la orden de San Francisco, instituyendo una fiesta en 1476, enriqueciéndola con indulgencias y exhortando a los fieles a celebrarla con devoción ya que este privilegio agrada a Dios de modo especial, dice. En 1483 pone freno a los predicadores que se atrevían a disentir y atacar el que María fuese Inmaculada. Algo que parece un poco difícil de entender si no conocemos la dialéctica y luchas por definir la Teología sin tener después que rectificar. No estaba aún muy claro el sentido de la fiesta. Para santo Tomás de Aquino en 1400 (s. XIII) parecería estar resuelto pero no fue así ni fue tan fácil (III, q. 27). Fue Alejandro VII (s. XVI) quien lo aclaró y definió con un mottu propio.
Inocencio VIII (1409) publica una Bula, la “Inter munera” en la que dice entre otras cosas: “Isabel (la Católica) reina de Castilla por singular decisión de la Concepción de María...”. El ejército la considera su patrona desde que Alejandro Farnesio en 1578, estando al frente de los tercios de Flandes sitiando la ciudad de Amberes, promete defender el misterio de la Inmaculada, y pone a sus huestes bajo la protección de este futuro dogma. Santa Teresa de Jesús en su biografía, hablando de cierta persona dice: “Nuestra Señora le debía de ayudar mucho pues era muy devota de su Inmaculada Concepción...”. Carlos III en 1760 la nombra patrona y abogada de España y le erige un monumento en la plaza de España en Roma. Y será Pío IX el día 8 de diciembre de 1854, quien declare en la bula Ineffabilis Deus, que María fue concebida sin pecado original.
Este Dogma pudiera ser un buen argumento desde la fe y una razón más para mostrar ante los abortistas por qué la Iglesia va contra el aborto. Si María fue inmaculada desde el primer instante de su fecundación es que allí había ya una persona, en ese mismo instante. Biológicamente podría haber discusión puesto que se discute en qué momento un óvulo fecundado empieza a ser persona, pero en líneas generales es un argumento que parece ser bastante claro.
Hoy más que detenernos en disquisiciones teológicas o morales, hoy es el día en el que debemos alabarla sin más, invocarla con fe y quererla con amor filial. Como dijo hermosamente Gabriel y Galán: “Flor de las flores, adorable encanto, / gloria del mundo, celestial hechizo,/ Dios no pudo hacer más cuando te hizo, / yo no sé decir más cuando te canto...”.
Sí, debemos invocarla a menudo y no debimos haber perdido aquella hermosa costumbre de saludarla al entrar en casa con el saludo del ángel: “Ave María Purísima...”, era un entrañable y hermosa tradición. Eran también otros tiempos, lo malo es que hoy hemos perdido aquello y no hemos sabido suplirlo con nada adecuado a nuestras circunstancias y costumbres. Y eso es una verdadera lástima y una pérdida irreparable para la vida religiosa de nuestro pueblo tan devoto de María en todos sus misterios, y ¿cómo no? sobre todo de este de la Inmaculada Concepción. Jmf


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