DOMINGO DE RESURRECCIÓN. 12-IV-2020 (Jn. 20,
1-9) A
La palabra fiesta es una palabra mágica que tiene un gran poder de
convocatoria, una gran fuerza para reunir, para congregar. Ir de fiesta, estar
de fiesta, celebrar la fiesta... Otros años cuando se acercaban esas fechas
todo cobraba un ritmo y un colorido diferente: Limpiábamos la casa usando
fundamentalmente el agua, la adornábamos con flores, luces y otros elementos
decorativos que simbolizaran alegría, preparábamos la ropa, programábamos el
menú y finalmente invitábamos a los amigos a comer.
Hoy a pesar de todo es fiesta. La fiesta de las fiestas. El Martirologio Romano que es el libro
donde vienen reseñados todas las celebraciones y biografías de santos al hablar
de la Resurrección la denomina: “Solemnidad
de las solemnidades y nuestra Pascua”. Cada domingo es una pequeña Pascua
pero hoy para el creyente es la Pascua
por antonomasia. De ahí nuestra alegría. Porque la fiesta ante todo es alegría ¡Alegría!
Cristo nos da la libertad...
por su resurrección hemos sido liberados, rescatados, absueltos, perdonados,
salvados ¡alegría!
Cristo nos da su paz. Con su resurrección hemos quedado en paz con
nosotros mismos y con todos los demás o debemos estar: “Mi paz os dejo, mi paz os doy”.
Cristo nos da la vida...
Cuando algo o alguien hace por nosotros algo importante decimos: “Me ha dado la vida...”. Cristo nos dio
su Vida. Hoy que la vida está tan acorralada y menospreciada y minusvalorada
desde antes de nacer por el aborto hasta el momento de morir por la eutanasia,
y entre ese macabro paréntesis que las leyes pretenden abrir en la existencia
humana están además las guerras, los atentados terroristas, la contaminación del
medio ambiente, la alimentación adulterada, el tabaco, el alcohol, las drogas,
pandemias como la que sufrimos... muerte por doquier. Todo es una carrera de
obstáculos para llegar a viejo. Porque ¿qué es lo que está sucediendo hoy en el
mundo para que haya gente que se manifiesta en favor de la muerte? Algo debe de
andar mal en esta maquinaria del cerebro humano. Alguien en vez de invitarnos a
celebrar la Pascua trata de “hacernos la pascua”. Hoy Cristo nos demuestra que
la muerte ha sido vencida, pues la muerte es el comienzo de la vida. Dice Teilhard de Chardin: “Con la primera arruga que aparece en
nuestra cara, con la primera mancha de vejez en nuestras manos, con la primera
cana que un día sorprendemos en nuestras sienes sabemos que el proceso de
resurrección, la cuenta atrás de nuestra entrada en la Vida ha comenzado”
(Cit. por María Luisa Brey).
Hoy Pascua de Resurrección deberíamos
adornar nuestras casas y calles tal como lo hacemos en Navidad y lógicamente
deberíamos también tener nuestra casa interior limpia y adornada. Los primeros
cristianos simbolizaban la Resurrección por medio de las dos letras del
anagrama de Cristo (X:ji, y ro) rodeadas de una corona triunfal de laurel de la
que se alimentan dos palomas (las almas de los creyentes). Debajo de ella
duermen los guardias que velaban el sepulcro. Así aparece este símbolo sobre la
tumba de algunos cristianos.
Es cierto que el discípulo de Cristo
no busca directamente la alegría sino que debe buscar en primer lugar al Señor.
Pero el Señor es alegría. Hoy es la gran fiesta, alegría sin par, porque Cristo
resucitó. O acaso sería más correcto decir que Cristo sigue resucitando. La
prueba que tenían entonces era únicamente el testimonio, la palabra de los
testigos oculares. La prueba que debemos dar hoy los creyentes es que el mundo
vea que la palabra de esos testigos aún siguen en pie, y que si es preciso
muchos creyentes volverían a dar su sangre por testimoniar este dogma. Hoy
somos mucho más críticos y desconfiados que entonces. Hoy se nos exigen pruebas
más convincentes, más hechos que palabras. Por eso es necesario resucitarlo
cada día con nuestras actitudes y comportamientos, sembrando fe a nuestro
alrededor, y a ello nos ayudan los sacramentos, sobre el de la Eucaristía.
Durante toda la Cuaresma la
preparación que se suele hacer es para recibir los sacramentos que llamamos de muertos, es decir, que nos borran el
pecado, como son el Bautismo y la Penitencia. La Pascua debe estar dedicada de
lleno a prepararnos para recibir los sacramentos de vivos: Eucaristía, Confirmación... Al fin y al cabo ese
fue el mensaje de la Resurrección y esa fue la promesa que Cristo nos dejó
íntimamente unida al sacramento de la Eucaristía: “El que coma este pan vivirá
eternamente... y yo lo resucitaré en el último día”. Sobre vivir
eternamente y creer en esa vida dice el teólogo alemán Hans Küng: “que es conocer y
estar seguro de que esta situación terrenal no permanecerá así para siempre,
que todo cuanto existe, incluidas las instituciones políticas y religiosas,
tienen carácter transitorio, que la división de razas y de clases, de pobres y
de ricos... es provisional”, lo único que va a quedar de todo esto es la
vida eterna...
En ningún sitio del Génesis se afirma que algún día haya
creado Dios la muerte, sólo nos habla de la vida, la vida de las plantas, de
los árboles, de los animales y del hombre, el medio ambiente, la luz, el sol,
el agua... y al final el descanso, un descanso eterno, un domingo pascual
eternamente feliz.
Después de la Semana Santa de esta vida, después de estos días de peste y
agobio, después de los seis días de la creación llegará el día séptimo, la Pascua de
Resurrección final que exige también un rito de preparación un tiempo
cuaresmal que no es otro más que toda nuestra vida. Jmf
¡SURREXIT
CHRISTUS SPES MEA!
¡A L E L U Y A!
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