sábado, 11 de abril de 2020


DOMINGO DE RESURRECCIÓN. 12-IV-2020 (Jn. 20, 1-9) A

La palabra fiesta es una palabra mágica que tiene un gran poder de convocatoria, una gran fuerza para reunir, para congregar. Ir de fiesta, estar de fiesta, celebrar la fiesta... Otros años cuando se acercaban esas fechas todo cobraba un ritmo y un colorido diferente: Limpiábamos la casa usando fundamentalmente el agua, la adornábamos con flores, luces y otros elementos decorativos que simbolizaran alegría, preparábamos la ropa, programábamos el menú y finalmente invitábamos a los amigos a comer.
Hoy a pesar de todo es fiesta. La fiesta de las fiestas. El Martirologio Romano que es el libro donde vienen reseñados todas las celebraciones y biografías de santos al hablar de la Resurrección la denomina: “Solemnidad de las solemnidades y nuestra Pascua”. Cada domingo es una pequeña Pascua pero hoy para el creyente es la Pascua por antonomasia. De ahí nuestra alegría. Porque la fiesta ante todo es alegría ¡Alegría!
Cristo nos da la libertad... por su resurrección hemos sido liberados, rescatados, absueltos, perdonados, salvados ¡alegría!
Cristo nos da su paz. Con su resurrección hemos quedado en paz con nosotros mismos y con todos los demás o debemos estar: “Mi paz os dejo, mi paz os doy”.
Cristo nos da la vida... Cuando algo o alguien hace por nosotros algo importante decimos: “Me ha dado la vida...”. Cristo nos dio su Vida. Hoy que la vida está tan acorralada y menospreciada y minusvalorada desde antes de nacer por el aborto hasta el momento de morir por la eutanasia, y entre ese macabro paréntesis que las leyes pretenden abrir en la existencia humana están además las guerras, los atentados terroristas, la contaminación del medio ambiente, la alimentación adulterada, el tabaco, el alcohol, las drogas, pandemias como la que sufrimos... muerte por doquier. Todo es una carrera de obstáculos para llegar a viejo. Porque ¿qué es lo que está sucediendo hoy en el mundo para que haya gente que se manifiesta en favor de la muerte? Algo debe de andar mal en esta maquinaria del cerebro humano. Alguien en vez de invitarnos a celebrar la Pascua trata de “hacernos la pascua”. Hoy Cristo nos demuestra que la muerte ha sido vencida, pues la muerte es el comienzo de la vida. Dice Teilhard de Chardin: “Con la primera arruga que aparece en nuestra cara, con la primera mancha de vejez en nuestras manos, con la primera cana que un día sorprendemos en nuestras sienes sabemos que el proceso de resurrección, la cuenta atrás de nuestra entrada en la Vida ha comenzado” (Cit. por María Luisa Brey).
          Hoy Pascua de Resurrección deberíamos adornar nuestras casas y calles tal como lo hacemos en Navidad y lógicamente deberíamos también tener nuestra casa interior limpia y adornada. Los primeros cristianos simbolizaban la Resurrección por medio de las dos letras del anagrama de Cristo (X:ji, y ro) rodeadas de una corona triunfal de laurel de la que se alimentan dos palomas (las almas de los creyentes). Debajo de ella duermen los guardias que velaban el sepulcro. Así aparece este símbolo sobre la tumba de algunos cristianos.
          Es cierto que el discípulo de Cristo no busca directamente la alegría sino que debe buscar en primer lugar al Señor. Pero el Señor es alegría. Hoy es la gran fiesta, alegría sin par, porque Cristo resucitó. O acaso sería más correcto decir que Cristo sigue resucitando. La prueba que tenían entonces era únicamente el testimonio, la palabra de los testigos oculares. La prueba que debemos dar hoy los creyentes es que el mundo vea que la palabra de esos testigos aún siguen en pie, y que si es preciso muchos creyentes volverían a dar su sangre por testimoniar este dogma. Hoy somos mucho más críticos y desconfiados que entonces. Hoy se nos exigen pruebas más convincentes, más hechos que palabras. Por eso es necesario resucitarlo cada día con nuestras actitudes y comportamientos, sembrando fe a nuestro alrededor, y a ello nos ayudan los sacramentos, sobre el de la Eucaristía.
          Durante toda la Cuaresma la preparación que se suele hacer es para recibir los sacramentos que llamamos de muertos, es decir, que nos borran el pecado, como son el Bautismo y la Penitencia. La Pascua debe estar dedicada de lleno a prepararnos para recibir los sacramentos de vivos: Eucaristía, Confirmación... Al fin y al cabo ese fue el mensaje de la Resurrección y esa fue la promesa que Cristo nos dejó íntimamente unida al sacramento de la Eucaristía: “El que coma este pan vivirá  eternamente... y yo lo resucitaré en el último día”. Sobre vivir eternamente y creer en esa vida dice el teólogo alemán Hans Küng: “que es conocer y estar seguro de que esta situación terrenal no permanecerá así para siempre, que todo cuanto existe, incluidas las instituciones políticas y religiosas, tienen carácter transitorio, que la división de razas y de clases, de pobres y de ricos... es provisional”, lo único que va a quedar de todo esto es la vida eterna...
          En ningún sitio del Génesis se afirma que algún día haya creado Dios la muerte, sólo nos habla de la vida, la vida de las plantas, de los árboles, de los animales y del hombre, el medio ambiente, la luz, el sol, el agua... y al final el descanso, un descanso eterno, un domingo pascual eternamente feliz.
          Después de la Semana Santa de esta vida, después de estos días de peste y agobio, después de los seis días de la creación llegará el día séptimo, la Pascua de Resurrección final que exige también un rito de preparación un tiempo cuaresmal que no es otro más que toda nuestra vida. Jmf


      ¡SURREXIT CHRISTUS SPES MEA!


        ¡A L E L U Y A!

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