II DOMINGO DE PASCUA. 19-IV-2020 (Jn. 20, 19-31) A
Con frecuencia solemos confundir fe y creencias. Las
creencias se heredan, la fe no. Las creencias (en plural) pertenecen a la
comunidad, son fruto a menudo del miedo, obligan, engendran supersticiones,
pueden provocar angustia..., la fe es
personal (es singular: yo creo), es libre, pertenece al individuo,
es fruto del amor y produce paz y seguridad.
Se
podría comparar en el mundo estudiantil a la diferencia que hay entre los que
han adquirido unos conocimientos en la carrera obligatoria y rutinariamente
para luego vivir de rentas ejerciendo su oficio sin que les importe mucho
avanzar en su materia, y el científico, el investigador que se esfuerza día a
día de modo voluntario y hasta apasionadamente en aumentar su ciencia en el
terreno que sea.
Hay personas con muchos
conocimientos pero con escasa ciencia; (referido a los cristianos serían los
que incluso habiendo estudiado a fondo la religión tienen muchas creencias pero
poca fe, andan de santuario en santuario, de aparición en aparición); en cambio
el científico a lo mejor sólo domina su especialidad, tiene su ciencia, e
ignora todo lo demás. Es el cristiano de una fe sólida en Cristo, acaso de una
sola idea pero firmemente arraigada en su corazón y en torno a la cual gira
toda su vida. De ahí que las
creencias aunque sean cristianas pueden derivar fácilmente en superstición,
sentimentalismo, paganismo, idolatría, etc., o pueden concretarse únicamente en
un cumplimiento rutinario: asistir a misa, bautizarse y casarse por la iglesia,
enterrarse en cristiano, hacer la Primera Comunión y después... “si te vi no me acuerdo”, es decir, se
practica la religión pero sólo como fruto de una tradición heredada: “siempre lo vimos así”, no como una
respuesta personal a la fe. Y de ahí que luego se den tantas contradicciones
entre la fe y el comportamiento personal.
Hay un dato muy revelador: Cuando una de estas personas de arraigadas
creencias pero de escasa fe, tal como la entendemos aquí, se traslada de región
o se va a vivir a otro país, si, pongamos por ejemplo, en el de origen iba los
domingos a misa, en este deja el precepto a un lado con la mayor facilidad del mundo,
o viceversa, si allí no iba por distintas razones personales aquí puede empezar
a ir sin más por otras... Se trataba únicamente de creencias, respaldadas por
la ley de la costumbre, la fuerza de la inercia que una vez que cesa deja de
ejercer su influencia. La fe siempre se lleva con uno a cualquier sitio, no se
abandona fácilmente e informa y mueve toda nuestra vida.
Pero no sólo en las creencias también en la fe pueden surgir las
dudas. Dice el evangelio de hoy que “muchos
dudaron”. Entre ellos se encontraba un discípulo de Cristo, Tomás. También hoy hay mucha gente que
se siente tentada en este aspecto: dudan. Guiados únicamente por la luz de la
razón y por su propio criterio rechazan todo aquello que no entienden, como si
la verdad fuera algo subjetivo que dependiera de nuestra inteligencia, como si
la razón fuera el único modo de conocer las cosas. ¿Sabemos cómo llegan al
conocimiento de su mundo muchos animales? ¿Alguien puede decirnos cómo sabe una
anguila desplazarse sin error de ningún género desde el lugar de nacimiento a
los ríos donde han crecido y se han desarrollado sus progenitores? ¿Sabremos
algún día el modo de conocer de los posibles habitantes de otros mundos? Sin
duda que la razón no es el único instrumento para llegar al conocimiento de las
cosas y descubrir las leyes del Universo.
Por eso querer reducirlo todo a las leyes que rigen este mundo a las
leyes por las que se gobierna la razón es muy arriesgado. Decía Pascal: “Hablando de cosas humanas se dice que hay que conocerlas antes que
amarlas..., los santos, por el contrario dicen, hablando de las cosas divinas,
que hay que amarlas para conocerlas, y que no se entra en la verdad a no ser
por la caridad” (Del espíritu geométrico). Y en otro lugar: “Es el corazón quien siente a Dios, y no la
razón. Eso es la fe, un Dios que se siente, sensible al corazón, no a la razón”
(278).
La fe es también un modo de saber acerca de una realidad a veces de
manera, no voy a decir irracional, pero sí distinta a la razón. Una madre puede
comprender perfectamente los problemas de su hijo valiéndose únicamente de su
intuición, de esa corazonada que acompaña siempre a las madres, esa especie de
intuición para adivinar el peligro y tratar de salvar al hijo. Y esto sucede
también en el reino de los irracionales o que razonan con otro tipo de
raciocinio diferente del nuestro.
La fe para nosotros es sobretodo certeza y seguridad en las cosas que
hacemos por Dios y certeza en las cosas que Dios ha hecho por nosotros... creer
que fue Él quien nos creo, que nos sigue amando, que nos ha salvado con su
muerte y resurrección y que un día nos resucitará y nos llevará con Él. Decía
el romántico francés Chateaubriand
en “El genio del Cristianismo” a
propósito de la fe: “Una obra es buena,
un poema es hermoso, un silogismo válido si el que lo ve, escucha o percibe es
capaz de valorarlo y apreciarlo”. Los fariseos creían a su Dios que les
habló de muchas cosas acerca de la Ley, de sus exigencias, ritos y
obligaciones, lo creían a Él pero no creían en Él, en aquel Dios que estando
como estaba en medio de ellos no sólo no lo conocieron sino que lo juzgaron y
crucificaron.
Creer es buscar. “Cuando los
sabios buscan más allá de lo que han podido explicar (racionalmente) están
realizando un acto de fe en la inteligibilidad del mundo. Todo laboratorio es
una lugar de fe” dice Louis Evely.
Durante mucho tiempo se descubrieron algunas irregularidades en el cuadro de
los 92 cuerpos simples de la Tabla de
elementos compuesta por Mendeleieff hacia
1860. Aquel cuadro que alineaba cuerpos simples por orden de pesos atómicos
crecientes... presentaba algunos fallos. Incluso se daba el caso de que dos de
sus elementos, el berilio y el indio, estaban situados en lugares de la
Tabla que no les correspondían. Pero los sabios e investigadores, a pesar de
aquellos fallos, no dudaron; más aún, primeramente creyeron y se fiaron,
después se pusieron a investigar para encontrar nuevos cuerpos y quizá
rectificar errores. Y los hallaron: cada uno tenía en la Tabla su lugar
asignado...
Lo mismo sucede con la fe. Puede que existan sombras, sitios vacíos
que no podemos rellenar de momento porque nuestra inteligencia es limitada. Es
preciso seguir buscando, no cejar en el empeño. Creer es buscar. Hoy la
ciencia, la técnica, el progreso deja también lugares vacíos en el corazón del
hombre. Desde hace siglos el Evangelio es para la Humanidad la Tabla de valores
que el cristiano debe completar con el hallazgo de elementos espirituales
puesto que sólo ellos pueden llenar el vacío del alma teniendo en cuenta que no
es la Tabla lo importante, ni las leyes, sino lo que nos dicen y representan. Y
es labor nuestra descubrirlos e incorporarlos a la vida sin alterarlos. En
palabras del teólogo Hans Küng “el cristiano no cree en la Biblia sino en
Aquel de quien ella da testimonio, el cristiano no cree en la Tradición sino en
aquel que esta nos trasmite. El cristiano no cree en la Iglesia sino en aquel a
quien ella anuncia”, es decir fe no es andar por los andamios, fe no es
creer en las Instituciones ni en los ritos, por sagrados que sean, fe es creer
en Jesucristo resucitado. Y ya sería un gran paso en nuestro camino hacia Dios
si viviéramos la fe con este espíritu.
En la última versión del Credo se nos aconseja que digamos “Creo” en singular, en vez del anterior “Creemos”. Creo, porque la fe es personal. Cuando al final del curso, niños y
Catequistas, en alguna ocasión nos hemos acercado a la Catedral a dar allí la
última lección de catequesis y a cantar el Credo
de Nicea solemos repetir que es nuestra profesión de fe en Jesucristo y en
su Iglesia. Y que esa fe en sus verdades debería ser tal que más que recitarlo
deberíamos cantarlo siempre. Es el himno del cristiano, su profesión de fe.
Antiguamente existía la costumbre de que cuando se llevaba a cabo un contrato
los dos interesados rompían una moneda y guardaban cada uno el trozo que
encajaba perfectamente en la otra parte. Si tenían que constatar la veracidad
de alguna de las dos partes bastaba con unir ambos trozos. Este tipo de
comprobación se llamó el símbolo,
lo que une. Lo simbólico por tanto es
lo opuesto de lo diabólico, lo que
desune y separa. La muerte, por ejemplo, que nosotros concebimos como una
separación, tiene algo de diabólica, pero ese diábolo es sustituido por el símbolo
mediante la fe en la resurrección.
“La muerte,
decía don Miguel de Unamuno, es ya una expiación, una confesión, un acto
de arrepentimiento que nos purifica tanto más cuanta más fe tengamos en ese
momento”. Juan Sala y Serrallonga,
el bandido de una de las obras de Juan
Maragall a la hora de ser ajusticiado en la horca para purgar todos sus
crímenes y pecados, decía al verdugo que le ponía la soga al cuello: “Moriré rezando el Credo, pero no me
cuelgues hasta que no haya terminado de decir: creo en la resurrección de la
carne”.
Dudar es de humanos, pero acaso nuestras dudas vengan dadas por
fiarnos demasiado de las creencias y poco de Jesucristo. Creer en Jesucristo
resucitado es ya una garantía de que hemos sido salvados. Jmf
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