VIERNES SANTO 10-IV-2020 (Jn. 18, 1-19-42).A
Cuando un profesor
explica una lección lo puede hacer de cincuenta mil maneras, pero sin duda el
mejor modo de explicar un tema es llevar a la práctica lo que se dice. Jesús
hoy nos enseña esta lección del dolor y de la cruz de una manera terriblemente
magistral y plástica. ¡Cuántos artistas y pintores han descubierto la belleza
del dolor (algo que parece un contrasentido: belleza en el dolor) en el
crucificado! Pero sobre todo lo que conmueve en esta tarde de sufrimientos es
el gesto de Jesús que lo soporta todo con hombría inusitada, que aguanta lo
indecible, y sobre todo, que -siendo inocente- muere sin protestar, más aún,
muere perdonando a los que le insultan y crucifican...
El día 10 de octubre de
1982 el papa Juan Pablo II elevaba a
la dignidad de los altares a un sacerdote franciscano: san Maximiliano Kolbe. Corría en Polonia el año 1941, años de
persecución y confinamiento. El P. Kolbe
fue detenido por los nazis e internado en el campo de concentración de Oswiecim (Auschwitz). Aquel día las
palabras del comandante nazi cayeron como un mazazo sobre los prisioneros del
bloque 14. Eran de este cariz:
“Puesto que el prisionero que se fugó ayer no ha
sido aún encontrado, diez de vosotros irán a la muerte”.
Estaban ya
seleccionados los 10. Cuando se dirigían sumisos a la celda de exterminio, y
allí no había escapatoria alguna, he aquí que un ex sargento del ejército
polaco rompió a sollozar desesperado echándose al suelo y balbuciendo: -¡Mi mujer! ¡Mis hijos!
Hubo un momento de
silencio. De pronto un hombrecito se adelantó al pelotón y encarándose al jefe
dijo:
-Este hombre tiene mujer e hijos que lo esperan. Yo
soy viejo. Quiero ocupar su puesto.
Era el P. Kolbe. Acto seguido con gran asombro
por parte de los verdugos se dirigió resuelto a la celda de exterminio mientras
el ex sargento polaco Francisco
Gagowniezek era indultado.
Si no hubiera un
viernes de dolor y un crucificado en lo más alto del Calvario dando ejemplo
perenne, hechos como los del P. Kolbe
no tendrían lugar seguramente. El ejemplo de Cristo muriendo por amor en lugar
nuestro arrastra. Lo único que es capaz hoy de salvar al mundo es el amor y el
testimonio. El odio no sirve más que para destruir, aniquilar, y sembrar
desolación. “La violencia engendra violencia” y ¡de qué cosas tan
horribles es capaz el hombre cuando se
deja arrastrar por esta pasión...! No pensemos que la violencia desapareció de
entre nosotros... Late agazapada, y en el momento que menos lo esperamos (una
riña, una guerra civil, una venganza) explota incontenible ¡Dios no lo quiera!
como ha pasado tantas veces y volverá a pasar...
También Jesús ocupó
voluntariamente nuestro puesto. Ya en su tiempo ocupó el lugar de un criminal
llamado Barrabás. Jesús Barrabás, era su nombre (un
nombre hermoso: Bar - Abas: el hijo de papá, literalmente) y
que tan mal lo trató luego la
Historia y la religiosidad popular. Juntamente con Lucifer, Belcebú y Satanás, Barrabás era
considerado como uno de los cuatro demonios mayores. Esta fama saltó también a
la literatura. Y así, por ejemplo, el inglés Cristóbal Marlowe (1590) en su obra “El judío de Malta” usa el nombre de Barrabás para protagonista de
una traición en la que, después de envenenar a su hija Abigail y asesinar a su
novio, tiende una trampa a sus compatriotas los turcos, haciendo que se hunda
el piso de la sala del festín donde estaban fraguando un complot político. Pero
como sucede tantas veces, también el traidor perece en su propia trampa. De Barrabás nos dice el Evangelio que había
cometido un homicidio, posiblemente un atentado terrorista contra del ejército
romano de ocupación.
Tampoco sale muy bien
parado el Barrabás de Pär Largerkvist, premio Nobel 1951,
quien en su obra lo describe muriendo como un ser sin fe, entregando su alma a
las tinieblas.
Tiene don Miguel de Unamuno un hermoso
diálogo entre Jesús y Barrabás. Le dice Barrabás:
-Yo, Señor, no pedí al pueblo que me perdonara ¿por
qué tus discípulos me vuelven la cabeza? ¿Es que te vendí yo acaso como Judas? Yo tampoco te negué como san Pedro ni te traicioné... Yo seguía
mi camino como seguías tú el tuyo. Y nuestros caminos se han cruzado. A mí me
han indultado la pena de muerte que iba sufrir por el asesinato que hice, en
cambio a ti te condenan porque has resucitado a un muerto y resucitándolo has
hecho que los judíos creyeran en ti. ¿Tengo yo, Señor, la culpa?
Y Jesús le contesta:
-Cuando el pueblo, que a mí me condenaba, te perdonó
a ti, yo ya te había perdonado, Barrabás,
en nombre de mi padre. Al cometer tu homicidio no sabías lo que hacías... Vete
en paz y no vuelvas a matar a nadie para que no tengas que volver a ser
perdonado, porque el perdón desgasta
mucho el alma de quien lo recibe”. (Nuevo Mundo. Madrid 31-X-1919).
Es una gran verdad, una
abrasadora verdad. Creo que esta visión de Barrabás
de don Miguel de Unamuno es más
cristiana y está, de alguna forma, más de acuerdo con el Evangelio...
Jesús muere en la cruz,
en lugar de... Igual que el P. Kolbe,
puesto ahí, en lugar nuestro. “Que por
nosotros los hombres y por nuestra salvación...” subió al patíbulo.
Nosotros, como Barrabás, somos
absueltos por Él. Siempre hay un chivo expiatorio en el camino, siempre hay
alguien que paga y carga el peso de las culpas por todos los demás, pero
¡cuidado! no abusemos, que “el perdón gasta el alma”. Que no se
diga de nosotros lo que decía Albert
Camus de los cristianos de su tiempo: “Ahora
trepa demasiada gente a la cruz sólo para que los vean desde más lejos, aunque
para encaramarse haya que pisotear al que desde hace tantos siglos está clavado
en ella”.
Entender la lección de
la cruz no es fácil, ponerla en práctica es mucho más difícil. Pero debemos
tener confianza y practicarlo día a día, poco a poco, ya que Jesús ha ido
delante de nosotros y con su ejemplo y abnegación nos ha enseñado cual es el camino.
Jmf
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