sábado, 24 de marzo de 2018


DOMINGO DE RAMOS 25-III-2018-(Mc. 14, 1-15) B

El ramo ha sido usado como decoración en multitud de cerámicas. Aparece en antiquísimas piezas y así lo hacían los desaparecidos alfareros de Miranda, en toneles, platos y jarras. La rama es un símbolo universal que, entre otras muchas cosas, significa paz, triunfo, renovación y vida. Según una antigua leyenda, Adán y Eva pudieron regresar al Paraíso del que habían sido expulsados y cortaron una rama del “árbol de la vida” que luego plantaron en el monte Sión, hoy Jerusalén. De ella nació un gigantesco árbol con cuya madera se hizo el arca de Noé, el arca de la Alianza y hasta la Cruz del Redentor. Según el Evangelio apócrifo de san Juan, la Virgen, al ser asumpta al cielo, también recibió una rama florida del árbol de la vida: “la rama del consorte y del amor hermoso. Y con una palma se representa de igual modo a los mártires, por considerárseles triunfadores de la muerte en su martirio. Basta recordar la imagen de san Pancracio tan difundida en la actualidad por tantos de nuestros establecimientos.

El sacerdote usaba antiguamente un ramo de hisopo para bendecir objetos y personas. Hasta los mismos labradores bendecían con agua del Sábado Santo los campos recitando la fórmula:
“¡Fuera rato,
 fuera sapo,
 fuera toda comición,
ahí te va el agua bendita
 y el ramo de la pasión!”,
traducción libre de otra fórmula que se remonta al s. IX y dice: “Ut fructus terrae a bruchis (langostas), muribus (ratas), talpis (topos), serpentibus et aliis inmundis spiritibus praeservare digneris...” (Cabal, El Ind. p. 214).

El ramo que hoy se lleva en procesión se suele colgar después en el balcón, en algún lugar de la casa, o se entrega a la madrina del bautismo, lo cual no deja de ser un hermoso símbolo de gratitud para quien colaboró en darnos la vida de la gracia y el triunfo sobre el pecado. También se rematan las obras de la construcción con un ramo, en señal de triunfo. Y el último carro de hierba con que se cerraba la campaña de  recolección llevaba siempre un ramo. En la Fiesta sacramental se alfombran los caminos con ramas para que pase el Santísimo. Cuando llegaba un personaje al pueblo se le recibía con arcos de triunfo fabricados con ramaje...

Todo esto viene a cuento del evangelio de hoy que narra cómo la gente cortaba ramos de olivo y de palmera para aclamar a Jesús cuando pasaba, y arrojaban sus vestidos también por el suelo. No sé si la costumbre de estrenar prendas de vestir evocará aquel hecho, al tener que adquirir otras nuevas por haber arrojado las que traían puestas al camino para que Jesús pasara sobre ellas. De todas formas podría ser un hermoso símbolo: tirar a los pies de Jesús nuestros viejos malos hábitos, trapos sucios de nuestra vida, para luego revestirnos de ropa nueva, de la túnica de la gracia que se nos dio al bautizarnos y se nos renueva el Sábado Santo cuando acaba la Semana Santa.

Hoy es el pórtico triunfal de esa Semana Santa, por eso llevaremos en la mano palmas de triunfo, ramas de olivo y paz, laurel de honor y gloria, como si fueran pancartas, en esta procesión que no es más que una manifestación de fe, en la que reivindicamos para nuestro Rey Jesús, honor y gloria, alabanza y pleitesía. La procesión por nuestras calles simboliza también nuestra vida que es una procesión, hasta para hablar del interior de cualquier hombre se dice que “la procesión anda por dentro”. Pero también son procesiones las riadas de coches por las carreteras cuyo punto de destino para muchos no es la vida, como sucede aquí, sino la muerte en el camino, y donde menos se espera, como pregunta aquel poema:
“¿Y sabe el peregrino por ventura
que en un triste recodo del camino
esperándole está la sepultura?”.

El eje de la Semana Santa es la Pasión del Señor. Los primeros cristianos la sabían de memoria. Fue el primer texto escrito y el más extenso. Su recuerdo fue tan vivo que hoy estamos en condiciones de poder reconstruir los últimos momentos de Jesús casi paso a paso. Y es tal su fuerza que aunque se lea mil veces siempre causa un nuevo impacto y nos provoca un nuevo sentimiento de horror y de respeto. Sin embargo la Pasión no fue escrita ni para impresionar ni para causar lástima, sino para robustecer nuestra fe y para que, creyendo más y más, sepamos esperar que tras el Viernes de Dolor nos espera un domingo de triunfo y de resurrección.

Los judíos celebran la Pascua el día de luna de llena que sigue al equinoccio de primavera, o sea, al 21 de marzo. Este plenilunio puede variar desde el 22 de marzo al 25 de abril, es decir, desde el cuarto menguante a la luna llena. El Concilio de Nicea (325) establece que se celebre la Pascua cristiana el domingo siguiente a dicho plenilunio (el año de la muerte de Jesús fue un 7 de abril). Este año es luna el 31 de marzo, por lo tanto el día domingo siguiente 1 de abril, es Pascua. Y hoy empieza esta peregrinación mística, procesión interior, siguiendo los últimos días de vida de Jesús...
Jesús entra en Jerusalén a lomos de un asno sin domar. Hay quien trata de ensalzar este humilde animal diciendo que en tiempos de Jesús equivalía a una gran cabalgadura, ya que Absalón cabalgaba en uno cuando quedó colgado del cabello, al pasar por debajo de una encina, encontrando allí la muerte (Jc. 10, 4, 12-14), o que Homero califica a Ayax de “magnífico como un asno”, etc. Sin embargo, por mucha imaginación que queramos echar al asunto hay que reconocer que, comparado con un brioso corcel, con un potro o un caballo de aquellos que usaban los romanos, un asno tiene muy poco que hacer. ¿Por qué pues escogió el Señor un asno sin domar? Se aducen algunas piadosas explicaciones como la de que el caballo no era lo adecuado para el Mesías rey de la paz, por ser aquel, un símbolo de lujo, de guerra y de conquista por la fuerza. En cambio el asno es símbolo de trabajo, de pobreza, de mansedumbre y de paz, que cuadran mejor con el mensaje de Jesús.
Hoy empieza la Semana Santa. Son abundantes las lecciones a sacar. Desgraciadamente para muchos cristianos de santa no va a tener más que el nombre. Para otros ni siquiera eso, pues será de dolor y muerte únicamente; me refiero a los que se han enrolado estos días en esas magnas procesiones por innumerables carreteras camino de no sé dónde, en busca de no sé qué, para lograrlo Dios sabe cómo, cofrades del volante y la autopista, entre el tronar de los motores, las trompetas de los claxon y las saetas del insulto al conductor de al lado, caravanas sin fin, que van a terminar muchos de sus cofrades clavados en la cruz de cuatro hierros a la orilla del camino, muertes absurdas casi siempre, sin redención posible, y fruto a menudo del pecado de la imprudencia y el alcohol, de la velocidad y de la arrogancia, un calvario que se repite, como el de Jesús, año tras año pero en este caso con derramamiento de sangre y sin redención, sin sábado de gloria, y sin domingo de Resurrección. Una lástima...

La muerte de Jesús para la inmensa mayoría de los judíos que celebraban la Pascua aquellos días no pasó de ser un espectáculo macabro, pero un espectáculo. Cristo hoy muere de nuevo crucificado también en muchos de nuestros hermanos que sufren en diversos países los horrores de la guerra, del hambre y de la persecución. Los medios de comunicación nos brindan a menudo esas tragedias pero a menudo como un espectáculo más.

Entramos en la Semana Santa por el pórtico florido de este día de Ramos. Es como si entráramos en un túnel de dolor. Pero ni la Semana Santa, ni la vida del cristiano es un pozo en el que desaparecemos, ni el nicho o sepultura son un túnel sin salida. Nuestra vida es semilla en el fondo del surco para volver a ser y brotar, es un túnel con salida hacia la luz. Es verdad que hay momentos de noche y soledad, de contratiempos y reveses que nos oscurecen la existencia, pero a poca fe que tengamos, a poco que nos fijemos, veremos una lucecita al fondo, la luz de la salida hacia la salvación. Así es la luz Pascual, la luz de Cristo que sale gloriosa del sepulcro y que veremos simbolizada en el cirio al entrar, iglesia adelante, la noche del Sábado Santo.

Para entender esto es preciso un gran esfuerzo por nuestra parte, como lo es para entender el sentido del dolor, del sufrimiento y de la muerte. La Semana Santa puede ayudarnos en este entendimiento ya que es como una especie de Ejercicios Espirituales en los que agradecemos a Cristo el amor que nos dio en aquel primer Jueves Santo entregándonos su cuerpo, agradecemos el perdón de los pecados que nos brindó en aquel primer Viernes Santo derramando su sangre en el Calvario por nosotros, nos sentimos dichosos por la gracia bautismal y por la alegría de la resurrección del Sábado de gloria y de aquella primera Pascua de Resurrección.

La pasión no fue escrita para movernos a compasión, como movió al muchacho aquel de La pedrada del poema de Gabriel y Galán, ni siquiera para inspirarnos admiración, sino para aumentar nuestra fe en Cristo, una fe que luego hay que traducirla en obras de amor de Dios y a los hermanos. Nuestra vida es toda ella una Semana Santa: en ella hay soledad y sangre, traición y desengaño, dolor y tristeza de Getsemaní, y cruz y soledad de Calvario pero al fondo siempre brillará la luz pascual de la Resurrección, “Pascua florida” la llamaban los antiguos con razón, ya que los ramos que portamos florecerán un día en esa primavera eterna y sin igual del Paraíso que es la Vida eterna en donde, como dice la Escritura, ya no habrá jamás ni luto, ni llanto ni dolor, ni lágrimas ni muerte. Ojalá que algún día así sea.


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