DOMINGO
DE RAMOS 25-III-2018-(Mc. 14, 1-15) B
El ramo ha sido usado
como decoración en multitud de cerámicas. Aparece en antiquísimas piezas y así
lo hacían los desaparecidos alfareros de Miranda, en toneles, platos y jarras.
La rama es un símbolo universal que, entre otras muchas cosas, significa paz,
triunfo, renovación y vida. Según una antigua leyenda, Adán y Eva
pudieron regresar al Paraíso del que habían sido expulsados y cortaron una rama
del “árbol de la vida” que luego plantaron en el monte Sión, hoy
Jerusalén. De ella nació un gigantesco árbol con cuya madera se hizo el arca
de Noé, el arca de la Alianza y hasta la Cruz del Redentor.
Según el Evangelio apócrifo de san Juan, la Virgen, al ser asumpta al cielo, también recibió una
rama florida del árbol de la vida: “la rama del consorte y del amor hermoso”. Y con una palma se
representa de igual modo a los mártires, por considerárseles triunfadores de la
muerte en su martirio. Basta recordar la imagen de san Pancracio tan
difundida en la actualidad por tantos de nuestros establecimientos.
El sacerdote usaba
antiguamente un ramo de hisopo para bendecir objetos y personas. Hasta los
mismos labradores bendecían con agua del Sábado Santo los campos recitando la
fórmula:
“¡Fuera rato,
fuera sapo,
fuera toda comición,
ahí te va el agua bendita
y el ramo de la pasión!”,
traducción libre de otra
fórmula que se remonta al s. IX y dice: “Ut fructus terrae a bruchis
(langostas), muribus (ratas), talpis (topos), serpentibus et
aliis inmundis spiritibus praeservare digneris...” (Cabal, El Ind.
p. 214).
El ramo que hoy se lleva en
procesión se suele colgar después en el balcón, en algún lugar de la casa, o se
entrega a la madrina del bautismo, lo cual no deja de ser un hermoso símbolo de
gratitud para quien colaboró en darnos la vida de la gracia y el triunfo sobre
el pecado. También se rematan las obras de la construcción con un ramo, en
señal de triunfo. Y el último carro de hierba con que se cerraba la campaña
de recolección llevaba siempre un ramo.
En la Fiesta sacramental se alfombran los caminos con ramas para que
pase el Santísimo. Cuando llegaba un personaje al pueblo se le recibía con
arcos de triunfo fabricados con ramaje...
Todo esto viene a cuento del
evangelio de hoy que narra cómo la gente cortaba ramos de olivo y de palmera para
aclamar a Jesús cuando pasaba, y
arrojaban sus vestidos también por el suelo. No sé si la costumbre de estrenar
prendas de vestir evocará aquel hecho, al tener que adquirir otras nuevas por
haber arrojado las que traían puestas al camino para que Jesús pasara sobre ellas. De todas formas podría ser un hermoso
símbolo: tirar a los pies de Jesús nuestros viejos malos hábitos, trapos
sucios de nuestra vida, para luego revestirnos de ropa nueva, de la túnica de
la gracia que se nos dio al bautizarnos y se nos renueva el Sábado Santo cuando
acaba la Semana Santa.
Hoy es el pórtico triunfal de
esa Semana Santa, por eso llevaremos en la mano palmas de triunfo, ramas
de olivo y paz, laurel de honor y gloria, como si fueran pancartas, en esta
procesión que no es más que una manifestación de fe, en la que reivindicamos
para nuestro Rey Jesús, honor y gloria,
alabanza y pleitesía. La procesión por nuestras calles simboliza también
nuestra vida que es una procesión, hasta para hablar del interior de cualquier
hombre se dice que “la procesión anda por dentro”. Pero también son
procesiones las riadas de coches por las carreteras cuyo punto de destino para
muchos no es la vida, como sucede aquí, sino la muerte en el camino, y donde
menos se espera, como pregunta aquel poema:
“¿Y sabe el peregrino por
ventura
que en un triste recodo del
camino
esperándole está la sepultura?”.
El eje de la Semana Santa
es la Pasión del Señor. Los primeros cristianos la sabían de memoria. Fue el
primer texto escrito y el más extenso. Su recuerdo fue tan vivo que hoy estamos
en condiciones de poder reconstruir los últimos momentos de Jesús casi paso a paso. Y es tal su fuerza
que aunque se lea mil veces siempre causa un nuevo impacto y nos provoca un
nuevo sentimiento de horror y de respeto. Sin embargo la Pasión no fue escrita
ni para impresionar ni para causar lástima, sino para robustecer nuestra fe y
para que, creyendo más y más, sepamos esperar que tras el Viernes de Dolor nos
espera un domingo de triunfo y de resurrección.
Los judíos celebran la Pascua
el día de luna de llena que sigue al
equinoccio de primavera, o sea, al 21 de marzo. Este plenilunio puede variar
desde el 22 de marzo al 25 de abril, es decir, desde el cuarto menguante a la
luna llena. El Concilio de Nicea (325) establece que se celebre la
Pascua cristiana el domingo siguiente a dicho plenilunio (el año de la muerte
de Jesús fue un 7 de abril). Este
año es luna el 31 de marzo, por lo tanto el día domingo siguiente 1 de abril,
es Pascua. Y hoy empieza esta peregrinación mística, procesión interior,
siguiendo los últimos días de vida de Jesús...
Jesús entra en Jerusalén a lomos de un asno sin
domar. Hay quien trata de ensalzar este humilde animal diciendo que en tiempos
de Jesús equivalía a una gran
cabalgadura, ya que Absalón cabalgaba en uno cuando quedó colgado del
cabello, al pasar por debajo de una encina, encontrando allí la muerte (Jc. 10,
4, 12-14), o que Homero califica a Ayax de “magnífico como un
asno”, etc. Sin embargo, por mucha imaginación que queramos echar al asunto
hay que reconocer que, comparado con un brioso corcel, con un potro o un
caballo de aquellos que usaban los romanos, un asno tiene muy poco que hacer.
¿Por qué pues escogió el Señor un asno sin domar? Se aducen algunas piadosas
explicaciones como la de que el caballo no era lo adecuado para el Mesías rey
de la paz, por ser aquel, un símbolo de lujo, de guerra y de conquista por la
fuerza. En cambio el asno es símbolo de trabajo, de pobreza, de mansedumbre y
de paz, que cuadran mejor con el mensaje de Jesús.
Hoy empieza la Semana Santa.
Son abundantes las lecciones a sacar. Desgraciadamente para muchos cristianos
de santa no va a tener más que el nombre. Para otros ni siquiera eso,
pues será de dolor y muerte únicamente; me refiero a los que se han
enrolado estos días en esas magnas procesiones por innumerables carreteras
camino de no sé dónde, en busca de no sé qué, para lograrlo Dios sabe cómo, cofrades
del volante y la autopista, entre el tronar de los motores, las trompetas de
los claxon y las saetas del insulto al conductor de al lado, caravanas sin fin,
que van a terminar muchos de sus cofrades clavados en la cruz de cuatro hierros
a la orilla del camino, muertes absurdas casi siempre, sin redención posible, y
fruto a menudo del pecado de la imprudencia y el alcohol, de la velocidad y de
la arrogancia, un calvario que se repite, como el de Jesús, año tras año pero en este caso con derramamiento de sangre y
sin redención, sin sábado de gloria, y sin domingo de Resurrección. Una
lástima...
La muerte de Jesús para la inmensa mayoría de los
judíos que celebraban la Pascua aquellos días no pasó de ser un espectáculo
macabro, pero un espectáculo. Cristo hoy muere de nuevo crucificado también en
muchos de nuestros hermanos que sufren en diversos países los horrores de la
guerra, del hambre y de la persecución. Los medios de comunicación nos brindan
a menudo esas tragedias pero a menudo como un espectáculo más.
Entramos en la Semana Santa
por el pórtico florido de este día de Ramos. Es como si entráramos en un túnel
de dolor. Pero ni la Semana Santa, ni la vida del cristiano es un pozo en el
que desaparecemos, ni el nicho o sepultura son un túnel sin salida. Nuestra
vida es semilla en el fondo del surco para volver a ser y brotar, es un túnel
con salida hacia la luz. Es verdad que hay momentos de noche y soledad, de
contratiempos y reveses que nos oscurecen la existencia, pero a poca fe que
tengamos, a poco que nos fijemos, veremos una lucecita al fondo, la luz de la
salida hacia la salvación. Así es la luz Pascual, la luz de Cristo que sale gloriosa
del sepulcro y que veremos simbolizada en el cirio al entrar, iglesia adelante,
la noche del Sábado Santo.
Para entender esto es preciso
un gran esfuerzo por nuestra parte, como lo es para entender el sentido del
dolor, del sufrimiento y de la muerte. La Semana Santa puede ayudarnos
en este entendimiento ya que es como una especie de Ejercicios Espirituales
en los que agradecemos a Cristo el amor que nos dio en aquel primer Jueves
Santo entregándonos su cuerpo, agradecemos el perdón de los pecados que nos
brindó en aquel primer Viernes Santo derramando su sangre en el Calvario
por nosotros, nos sentimos dichosos por la gracia bautismal y por la alegría de
la resurrección del Sábado de gloria y de aquella primera Pascua de
Resurrección.
La pasión no fue escrita para
movernos a compasión, como movió al muchacho aquel de La pedrada del
poema de Gabriel y Galán, ni siquiera para inspirarnos admiración, sino
para aumentar nuestra fe en Cristo,
una fe que luego hay que traducirla en obras de amor de Dios y a los hermanos. Nuestra
vida es toda ella una Semana Santa: en ella hay soledad y sangre,
traición y desengaño, dolor y tristeza de Getsemaní, y cruz y soledad de
Calvario pero al fondo siempre brillará la luz pascual de la Resurrección,
“Pascua florida” la llamaban los antiguos con razón, ya que los ramos
que portamos florecerán un día en esa primavera eterna y sin igual del Paraíso
que es la Vida eterna en donde, como dice la Escritura, ya no habrá
jamás ni luto, ni llanto ni dolor, ni lágrimas ni muerte. Ojalá que algún día
así sea.
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