jueves, 29 de marzo de 2018


VIERNES SANTO.- LA MUERTE DEL SEÑOR. 30-III-2018


Ayer daba comienzo el Gran Triduo Pascual: Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado de Gloria o Domingo de Resurrección que viene a ser lo mismo. Hoy celebramos la Muerte del Señor, “el cabo de año” o aniversario de su muerte, una muerte que, “no fue  ni fácil ni rápida”, como prometían en Kenya los guerrilleros kikuyis del Mau Mau, a los jefes ingleses.
 Cristo no moría por Él, daba su vida por nosotros, que por cierto tampoco nos hemos hecho muy merecedores de ella. Como dice san Pablo: “Puede que haya quien muera por un justo, incluso puede haber quien se atreva a morir por una persona buena, Dios ha muerto por nosotros que ni somos justos ni buenos sino pecadores (Rom. 5, 7).
 Más lejos fue, años después, Mahoma cuando dijo: “El supremo altruismo es dar la vida por  el dios y la Religión  del otro”, lo dijo, pero no lo llevó a cabo. Cristo sí que ha muerto por los fieles y por infieles, por judíos y pagamos, por justos y pecadores, por todos.

El año 1982 un joven llamado Alcaro Iglesias Sánchez, del que ya nadie se acuerda seguramente, pereció carbonizado en el nº 7 de la calle Carranza de Madrid por salvar la vida de otras dos personas. Su compañero atestiguaba que, al ver el incendio, no lo pensó dos veces para lanzarse a salvarlos. Fue un gesto que impresionó entonces y sigue dando qué pensar en medio de un mundo en el que sólo campea el egoísmo por sus fueros. Hace pocos días un coronel gendarme francés Arnauld Belreame, 44 años, se cambió voluntariamente por una mujer rehén  de un grupo de islamitas y murió víctima de varias heridas y de un tiro en la garganta.

Pero ¿qué sería de nosotros si no hubiera nadie dispuesto a sacrificarse e incluso a dar la vida por los demás? Se acabaría el amor de madre, no habría héroes ni mártires, no habría hermanos ni amigos... Si habiendo almas tan entregadas al prójimo el mundo anda como anda ¿podríamos imaginárnoslo sin estos Cristos, sin personas así?

Cristo será siempre un ejemplo a seguir y un valor a tener en cuenta, aunque así suelen terminar aquellos que pretendan dar su vida por el prójimo,  crucificados como Él. En ninguna otra ocasión se podría aplicar con más verdad aquella frase de Los Vedas: “Dios es lo que no es”, es decir, donde termina cualquier imagen que el hombre pueda hacer de Dios allí precisamente empieza a formarse la de Él. A un país, a una cultura o ideología, al mundo no se le salva matando a los demás sino muriendo por ellos. Esta fue y sigue siendo la tesis del Crucificado: “El que quiera ganar su vida la perderá y el que pierda su vida la ganará para la vida eterna”.  Porque como dice Miguel de Unamuno en su ensayo “Mi Religión” “el odio a nosotros mismos cuando es inconsciente... oscuro... engendra egoísmo. Pero cuando se hace consciente, claro racional, puede engendrar heroísmo”.

Es lo mismo que escribió el escritor inglés T. S. Eliot en su drama “Asesinato en la catedral” sobre la muerte de santo Tomás Becket, arzobispo de Canterbury: “No vamos a vencer luchando o resistiendo, ni tampoco empleando astuta estratagema. No,  hay que luchar con una bestia como si fuera un hombre. Con la bestia luchamos y ya fue conquistada. Ahora tenemos que conquistar sufriendo. No cabe duda que la victoria se hace más fácil cuando llega el triunfo de la cruz”. Y en otro lugar cuando el cuarto tentador, después que Tomás rechaza las tres primeras tentaciones, le propone la tentación más sutil, enorgullecerse de su martirio: “Tú tienes... el hilo de la muerte y de la vida eterna... el santo y el mártir desde la tumba reinan”.

De los que ya no están entre nosotros se recuerdan retazos de su muerte, anécdotas de la peripecia de su agonía, cómo fue el desenlace y algunas de sus últimas palabras. De la muerte de Jesús lo conservamos todo: su agonía hora a hora, sus últimas palabras y sus postreras voluntades. Sabemos que su muerte fue espantosa. Si es duro morir de muerte natural hay que imaginarse lo que será morir de una muerte planeada para hacer morir con el mayor dolor posible. Porque la muerte asusta, aún al más estoico, por muy ecuánime que sea. Juan Ramón Jiménez repetía: “Señor, matadme si queréis... pero no, Señor, no me matéis”. El poeta francés Paul Valery decía dos días antes de morir al doctor que lo atendía:
-Le agradezco que haya venido, tengo miedo.
-¿Miedo? ¿Por qué miedo? Ud. ha dicho y sabe que después no hay nada...
-Precisamente ahora, respondió Valery, cuando más necesito no creer, no estoy muy seguro de ello”.
 ¡Miedo..., siempre el miedo al miedo! Teilhard de Chardín que ha tratado de demostrar en sus obras que todo el Universo, incluyendo al hombre, camina hacia Cristo que el calificó de “punto omega” de toda la creación, cuando yacía tendido en un sofá una tarde de abril de 1955, víctima de un síncope cardíaco, dicen que exclamó: “Me doy cuenta de que esta vez es espantoso”, frase que hace pensar que a la hora de la muerte no nos va a servir de nada ni la poesía, ni la filosofía, ni la psicología ni siquiera la ciencia.
El día 22 de octubre celebra la iglesia la festividad de la mártir santa Córdula, nombre poco común por cierto. Pues bien, según cuenta una leyenda sacada del “Libro de las once mil vírgenes”, habiendo degollado los hunos a estas vírgenes con deshonrosa muerte en la ciudad de Colonia, santa Córdula, presa del miedo, huyó permaneciendo escondida en las bodegas de un barco durante tres días y tres noches, como Jonás en el vientre del cetáceo. Al fin pudo vencer el miedo y se presentó ante los bárbaros siendo también martirizada. Por eso su fiesta se celebra al día siguiente de la festividad de santa Úrsula y compañeras, a quienes se refiere la leyenda.

Muchas veces se nos dijo que los mártires iban camino del suplicio, gozosos, entre cánticos de alegría, pero la Actas del martirio nos hablan a menudo de su terror y de sus miedos. Si lo tuvo el mismo Jesús, del que dice el evangelio que estando en Getsemaní se entristeció y angustió hasta sudar sangre ¿cómo no lo iban a tener sus discípulos y seguidores? Jesús tuvo miedo, cosa que no resta nada de belleza a su muerte. Las últimas palabras de Jesús no indican más que paz en la victoria, descanso en el éxito: “A tus manos encomiendo mi espíritu... todo está cumplido...”. Morir así, en las manos de Dios, después de haber cumplido y dejándolo todo arreglado y acabado tiene que ser hermoso. Por desgracia suele suceder lo contrario y muchos por desgracia, tendrán que decir: “Todo quedó inacabado, he dejado mucho sin cumplir, a tus manos, a las manos de un cualquiera dejo todo lo que tengo y me queda por hacer”. Y no digamos nada cuando la muerte nos sobreviene de repente, sin contar con ella.

Hace días me comentaba un hombre ejemplar hablando de esto: “A mí no me gustaría nada morirme de repente como desean muchos por ahí. A mí me gustaría saborear mi muerte, poder yo entregarla en las manos de Dios, siendo consciente de lo que estaba haciendo, porque es el mejor regalo, y el más hermoso gesto por mi parte el de poder darle voluntariamente, sin que nadie me forzara lo único y lo que más aprecio que es la vida”.
¡Ojalá todos fuéramos capaces de decir lo mismo!
 Ahora está Cristo en la cruz, sobre el Calvario, como un símbolo eterno de victoria sobre el dolor, sobre el miedo y sobre la angustia, como un hito en la frontera entre la vida y la muerte, entre el Bien y el Mal, como un signo de contradicción al ser a la vez juez y reo, sacerdote y víctima, súbdito y rey, vencedor y vencido, muerte y resurrección..., y todo ello debido a que no todo se acaba aquí. El Viernes de dolor y el sábado Santo no son más que un compás de espera, un silencio en la partitura de la vida; y la muerte no es sino un acorde disonante, como un acorde de séptima que lleva siempre a desembocar en la tónica del acorde final del domingo de Resurrección.
Posiblemente no exista muerte más hermosa y más heroica que aquella de aquel hombre que dio a sus 20 años la vida por rescatar del incendio a dos de sus semejantes, lo que le costó perecer en el intento o como la del coronel francés Arnauld Belreame, que se cambió voluntariamente por una mujer rehén y asesinado por un grupo de islamitas; como tampoco hay muerte más hermosa que la de este hombre Dios que a sus 33 años dio su vida, y aún la sigue dando en cada misa, para salvar de la muerte eterna a todos los humanos que tengan fe en Él. Así lo estamos recordando cada día, aunque hayan pasado ya casi dos mil años.

Hoy es el primer día del Triduo Pascual. Tenemos que pensar que todas estas horas de doloroso recuerdo van a desembocar, y esto sin duda nos tiene que llenar de esperanza, en ese domingo sin par, en esa mañana primaveral y gozosa, en ese día lleno de vida y alegría que es el domingo de Pascua. Y mientras esperamos a que llegue ese momento ¿qué mejor oración podemos recitar que aquella que nos enseñaron desde niños para empezar toda obra buena y que dice:
Por la señal de la santa cruz
de nuestros enemigos
líbranos, Señor, Dios nuestro? Que así sea.


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