VIERNES
SANTO.- LA MUERTE DEL SEÑOR. 30-III-2018
Ayer daba comienzo el Gran
Triduo Pascual: Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado de Gloria o Domingo
de Resurrección que viene a ser lo mismo. Hoy celebramos la Muerte del Señor,
“el cabo de año” o aniversario de su muerte, una muerte que, “no fue ni fácil ni rápida”, como prometían en
Kenya los guerrilleros kikuyis del Mau Mau, a los jefes ingleses.
El año 1982 un joven llamado Alcaro
Iglesias Sánchez, del que ya nadie se acuerda seguramente, pereció
carbonizado en el nº 7 de la calle Carranza de Madrid por salvar la vida de
otras dos personas. Su compañero atestiguaba que, al ver el incendio, no lo
pensó dos veces para lanzarse a salvarlos. Fue un gesto que impresionó entonces
y sigue dando qué pensar en medio de un mundo en el que sólo campea el egoísmo
por sus fueros. Hace pocos días un coronel gendarme francés Arnauld Belreame, 44 años, se cambió
voluntariamente por una mujer rehén de
un grupo de islamitas y murió víctima de varias heridas y de un tiro en la
garganta.
Pero ¿qué sería de nosotros si
no hubiera nadie dispuesto a sacrificarse e incluso a dar la vida por los
demás? Se acabaría el amor de madre, no habría héroes ni mártires, no habría
hermanos ni amigos... Si habiendo almas tan entregadas al prójimo el mundo anda
como anda ¿podríamos imaginárnoslo sin estos Cristos, sin personas así?
Cristo será siempre un ejemplo
a seguir y un valor a tener en cuenta, aunque así suelen terminar aquellos que
pretendan dar su vida por el prójimo,
crucificados como Él. En ninguna otra ocasión se podría aplicar con más
verdad aquella frase de Los Vedas: “Dios es lo que no es”, es
decir, donde termina cualquier imagen que el hombre pueda hacer de Dios allí
precisamente empieza a formarse la de Él. A un país, a una cultura o ideología,
al mundo no se le salva matando a los demás sino muriendo por ellos. Esta fue y
sigue siendo la tesis del Crucificado: “El que quiera ganar su vida la
perderá y el que pierda su vida la ganará para la vida eterna”. Porque como dice Miguel de Unamuno en
su ensayo “Mi Religión” “el odio a nosotros mismos cuando es
inconsciente... oscuro... engendra egoísmo. Pero cuando se hace consciente,
claro racional, puede engendrar heroísmo”.
Es lo mismo que escribió el
escritor inglés T. S. Eliot en su drama “Asesinato en la catedral”
sobre la muerte de santo Tomás Becket, arzobispo de Canterbury: “No
vamos a vencer luchando o resistiendo, ni tampoco empleando astuta estratagema.
No, hay que luchar con una bestia como
si fuera un hombre. Con la bestia luchamos y ya fue conquistada. Ahora tenemos
que conquistar sufriendo. No cabe duda que la victoria se hace más fácil cuando
llega el triunfo de la cruz”. Y en otro lugar cuando el cuarto tentador,
después que Tomás rechaza las tres
primeras tentaciones, le propone la tentación más sutil, enorgullecerse de su
martirio: “Tú tienes... el hilo de la muerte y de la vida eterna... el santo
y el mártir desde la tumba reinan”.
De los que ya no están entre
nosotros se recuerdan retazos de su muerte, anécdotas de la peripecia de su
agonía, cómo fue el desenlace y algunas de sus últimas palabras. De la muerte
de Jesús lo conservamos todo: su
agonía hora a hora, sus últimas palabras y sus postreras voluntades. Sabemos
que su muerte fue espantosa. Si es duro morir de muerte natural hay que
imaginarse lo que será morir de una muerte planeada para hacer morir con el
mayor dolor posible. Porque la muerte asusta, aún al más estoico, por muy
ecuánime que sea. Juan Ramón Jiménez repetía: “Señor, matadme si
queréis... pero no, Señor, no me matéis”. El poeta francés Paul Valery
decía dos días antes de morir al doctor que lo atendía:
-Le agradezco que haya venido,
tengo miedo.
-¿Miedo? ¿Por qué miedo? Ud.
ha dicho y sabe que después no hay nada...
-Precisamente ahora, respondió Valery, cuando
más necesito no creer, no estoy muy seguro de ello”.
El día 22 de octubre celebra
la iglesia la festividad de la mártir santa Córdula, nombre poco común
por cierto. Pues bien, según cuenta una leyenda sacada del “Libro de las
once mil vírgenes”, habiendo degollado los hunos a estas vírgenes con
deshonrosa muerte en la ciudad de Colonia, santa Córdula, presa del
miedo, huyó permaneciendo escondida en las bodegas de un barco durante tres
días y tres noches, como Jonás en el vientre del cetáceo. Al fin pudo
vencer el miedo y se presentó ante los bárbaros siendo también martirizada. Por
eso su fiesta se celebra al día siguiente de la festividad de santa Úrsula
y compañeras, a quienes se refiere la leyenda.
Muchas veces se nos dijo que
los mártires iban camino del suplicio, gozosos, entre cánticos de alegría, pero
la Actas del martirio nos hablan a menudo de su terror y de sus miedos.
Si lo tuvo el mismo Jesús, del que dice el evangelio que estando en
Getsemaní se entristeció y angustió hasta sudar sangre ¿cómo no lo iban a tener
sus discípulos y seguidores? Jesús tuvo miedo, cosa que no resta nada de
belleza a su muerte. Las últimas palabras de Jesús no indican más que
paz en la victoria, descanso en el éxito: “A tus manos encomiendo mi
espíritu... todo está cumplido...”. Morir así, en las manos de Dios,
después de haber cumplido y dejándolo todo arreglado y acabado tiene que ser
hermoso. Por desgracia suele suceder lo contrario y muchos por desgracia,
tendrán que decir: “Todo quedó inacabado, he dejado mucho sin cumplir, a tus
manos, a las manos de un cualquiera dejo todo lo que tengo y me queda por hacer”.
Y no digamos nada cuando la muerte nos sobreviene de repente, sin contar con
ella.
Hace días me comentaba un
hombre ejemplar hablando de esto: “A mí no me gustaría nada morirme de
repente como desean muchos por ahí. A mí me gustaría saborear mi muerte, poder
yo entregarla en las manos de Dios, siendo consciente de lo que estaba
haciendo, porque es el mejor regalo, y el más hermoso gesto por mi parte el de
poder darle voluntariamente, sin que nadie me forzara lo único y lo que más
aprecio que es la vida”.
¡Ojalá todos fuéramos capaces
de decir lo mismo!
Posiblemente no exista muerte
más hermosa y más heroica que aquella de aquel hombre que dio a sus 20 años la
vida por rescatar del incendio a dos de sus semejantes, lo que le costó perecer
en el intento o como la del coronel francés Arnauld Belreame, que se cambió voluntariamente por una mujer rehén
y asesinado por un grupo de islamitas; como tampoco hay muerte más hermosa que
la de este hombre Dios que a sus 33 años dio su vida, y aún la sigue dando en
cada misa, para salvar de la muerte eterna a todos los humanos que tengan fe en
Él. Así lo estamos recordando cada día, aunque hayan pasado ya casi dos mil
años.
Hoy es el primer día del Triduo
Pascual. Tenemos que pensar que todas estas horas de doloroso recuerdo van
a desembocar, y esto sin duda nos tiene que llenar de esperanza, en ese domingo
sin par, en esa mañana primaveral y gozosa, en ese día lleno de vida y alegría
que es el domingo de Pascua. Y mientras esperamos a que llegue ese momento ¿qué
mejor oración podemos recitar que aquella que nos enseñaron desde niños para
empezar toda obra buena y que dice:
“Por la señal de la santa
cruz
de nuestros enemigos
líbranos, Señor, Dios nuestro? Que así sea.
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