domingo, 18 de marzo de 2018


FESTIVIDAD DE SAN JOSÉ.- 19-III-97 B

De san José el Evangelio sólo nos dice que era un hombre justo, una buena persona ¡No es fácil ser justo! Y justo no tiene nada que ver con justiciero que es lo que nosotros solemos entender cuando gritamos: ¡No hay justicia!, o pedimos y exigimos ¡justicia! La Historia distingue perfectamente los dos términos en los sobrenombres de sus reyes: El Bueno, El Bondadoso, El Justiciero... Por ejemplo a Alfonso XI lo denomina “El Justiciero”, en cambio a Alonso Pérez de Guzmán lo llama “el Bueno” porque, siendo gobernador de Tarifa y estando cercado por los moros entre los que se hallaba el infante don Juan hermano del rey, le amenazaron con degollar a su hijo que habían capturado si no se rendía. Guzmán contestó con un gesto histórico: les arrojó su propio cuchillo para que lo hicieran con él, antes de rendir la plaza. A Pedro I de Castilla, asesinado por su hermano Enrique de Trastamara, se le conoce como Pedro el Cruel. En cambio a Luis de Francia se le llama “el Santo”, lo mismo que a nuestro Fernando III, rey de Castilla y Aragón, por sus vidas ejemplares. Con San José la Biblia emplea la palabra “justo”. Y ciertamente aunque no le faltaron problemas tanto familiares, como políticos y laborales, supo abordarlos y resolverlos con eficacia. Herodes lo destierra a Egipto por razones políticas: temía que Jesús, el rey de los judíos, lo destronara, María quiso abandonarlo, Jesús se le va de casa un día...
La justicia se rige por unos códigos que se componen de leyes, muchas leyes. Pero ¿son siempre justas esas leyes? ¿No es cierto que sirven, casi siempre, más al poderoso que al pobre? Si uno aparca mal de ordinario es porque no hay aparcamiento. Entonces lo normal, lo razonable no sería multar sino facilitar aparcamientos. Pero esto la ley no lo contempla, de ahí que la gente sea tan desconfiada con respecto a las leyes, cosa que no es de ahora puesto que ya el profeta Isaías voceaba en su tiempo: “¡Ay de aquellos que dictan leyes inicuas! ¡Ay de los que escriben sentencias injustas, niegan la justicia a los débiles y quitan el derecho a los pobres de mi pueblo depredando a las viudas y despojando de lo que tienen a los huérfanos! ¿Qué vais a hacer el día de la invasión, de la catástrofe, que ya se acerca desde lejos? (10, 1-3).
Con la ley en la mano se han cometido a través de la Historia enormes injusticias que alguien calificó como “la inmoralidad de la moral”. La ley debe llevarse en el corazón y no en la mano. Este derecho que tiene el hombre a regirse por leyes justas que resuelvan sus necesidades no que las multipliquen es la que obligó a Monseñor José María Pires, obispo amigo del brasileño Helder Cámara, a decir: “El derecho de la necesidad está por encima del derecho de la propiedad”. De ahí que no se pudo escoger un adjetivo mejor para calificar a un hombre llamado simplemente José de justo, sin más títulos, y que sacó adelante a su familia trabajando en un oficio humilde y supliendo con creces el derecho del hijo de Dios a tener padre en la tierra, sin haber tomado arte ni parte activa en el asunto, siendo por lo tanto el ser justo su mayor virtud.
Una segunda consideración que cabe hacer ante la figura de este santo es que era “un hombre de base”, un carpintero que ni hubiera pasado a la historia por su oficio ni su nombre hubiera sobrepasado la frontera de su pueblo y contornos de no haber sido escogido por Dios. A Jesús sólo le dejó en herencia el oficio y el apodo “el hijo del carpintero” además de la crianza. Él, siendo humilde, hoy aparece como un gran hombre. En la historia tuvo que haber muchos de estos hombre hoy desconocidos, gente de pueblo verdaderamente justos y honrados gracias a los cuales disfrutamos hoy de una cierta convivencia humana y de la paz que cabe tener en este mundo de guerras y de odios. ¡Cuántas batallas ganadas por ejemplo gracias al valor de un soldado desconocido que lo arriesgó todo, hasta su misma vida incluso contraviniendo unas órdenes dadas por quien luego se llevaron las medallas!
También la Iglesia necesita hombres así, personas de base, que luchando a veces contracorriente, incluso amonestados y excluidos de la Iglesia, (pensemos en los sacerdotes obreros o los teólogos de la liberación), han dado su vida al servicio de Dios y de su Iglesia. Y lo mismo hay que decir de esos arriesgados misioneros perdidos y olvidados en lo más escondido del planeta cuya vida de abnegación y sacrifico hasta la muerte hoy nadie sabe (a veces su tragedia se deja ver en los medios de comunicación) pero que han hecho que la fe llegara hasta los confines de la tierra. En otro aspecto y sin ir más lejos hoy nadie sabe qué manos levantaron este templo ni con qué sacrificios, sudor y abnegación gracias a ellos podemos rezar hoy a gusto en él. Y lo mismo que el templo material la fe que nos legaron y que alguien sembró sabe Dios cuando para que nosotros cosecháramos sus frutos.
Muchos de esos hombres se preparan para esta lucha en el Seminario dispuesto a ir por el mundo a predicar el Evangelio. Hoy la preparación es distinta y los sistemas han cambiado. Tenían que cambiar... Decía en otra ocasión el citado Monseñor José María Pires hablando del Seminario: “No debe ser un lugar donde se prepara a la sacerdote durante mucho tiempo como lo fue hasta ahora (12 años estábamos nosotros) sino un tiempo corto que se pueda alargar e el trabajo personal, en casa, en una universidad o en la parroquia”. Es decir, hay que empezar a ejercitar lo que uno quiere ser, o está ya siendo, en pequeñas parcelas para poner en práctica lo que sabe y comunicar lo que siente. Es uno de los principios de la lógica materialista: “Unidad de pensamiento y acción”, que se puede aplicar aquí perfectamente. Es lo que dice el historiador inglés Paul Johnson en su obra “La búsqueda de Dios” hablando de la oración, que esta debe ir asociada al pensamiento; y cita una frase de Claudio el rey traidor de Hamlet mientras el príncipe vengador le observa cuando reza en la capilla: “Mis palabras se elevan en silencio, mis pensamientos permanecen en la tierra, palabras sin ideas no llegan al cielo”.
Finalmente San José fue un padre ejemplar. Hoy celebramos también el día del padre. Acudimos con frecuencia a los santos para invocarlos como intercesores esperando de ellos milagros como si fueran ídolos o talismanes a nuestro servicio, sólo basta recordar la devoción a san Pancracio que a lo que uno oye y con qué fines se le honra más parece a veces ser un ídolo que un santo de Dios. Porque los santos se ponen en los altares no sólo para pedirle gracias, podíamos decir que eso es lo secundario, los santos están ahí para “servir de modelo” y poder copiar de ellos, cosa que olvidamos con frecuencia. Aún recuerdo aquellas vidas de santos que se leían por la noche en cada casa tras el rezo del rosario. ¡Cuántas personas escuchándolas sacaron el propósito de parecerse a ellos a pesar de que a veces sus virtudes se exageraban al punto de hacerlas poco dignas de crédito o inimitables!
San José es un buen modelo. No hizo ningún milagro en vida que sepamos, sólo se dedicó a trabajar y a proteger a Cristo. El evangelio no recoge ni una sola palabra que haya dicho. Su misión tal parece que solo consistió en oír, ver y trabajar en silencio, al revés que nosotros que ni oímos ni escuchamos ni queremos ver ni trabajamos lo debido en cambio hablamos sin parar a todas horas, de todos y en cualquier parte. Por eso sorprende cuando algunos novelistas como el polaco Jan Dobracznski en su novela “Historia de José. La sombra del padre” le hace hablar de continuo casi durante 300 páginas.
Los padres tienen en José un buen modelo. Todos lo tenemos y esa debe ser nuestra tarea principal tratar de imitarle. Después viene el encomendarle los problemas al punto que Santa Teresa de Jesús llega a afirmar: “Tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendeme mucho a él. Vi claro que así, de esta necesidad (unas ceremonias supersticiosas que Santa Teresa vio practicar a algunas mujeres) como de otras mayores de honra y pérdida del alma, este padre y señor mío me sacó con más bien que yo sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora de haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así del cuerpo como del alma; que a otros santos parece que les dio el Señor la gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso santo tengo experiencia de que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra (que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar) así en el cielo hace cuanto le pide. Esto han visto algunas otras personas (a quien yo decía se encomendasen a él) también por experiencia, y así muchas le son devotas, de nuevo experimentando esta verdad” (Vida c. 6, 6).
Creo que merece la pena la cita aunque sea larga para no olvidarnos de encomendarnos todos a él: los sacerdotes y seminaristas para ir por el mundo a predicar el evangelio, los fieles para saber recibir el mensaje y ser testigos fieles de la resurrección de Cristo. La Iglesia no es de los curas solamente ni siquiera de los Obispos ni del Papa, la iglesia es de todos los hombres. Por eso es deber de todos colaborar a fin de que no sea una mera Institución humana a la que hay que salvar y defender, sino una Comunidad de amor en la que todos podamos ser salvos porque su Pastor a todos defiende y salva.

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