FESTIVIDAD
DE SAN JOSÉ.- 19-III-97 B
De san José el
Evangelio sólo nos dice que era un hombre justo, una buena persona ¡No
es fácil ser justo! Y justo no tiene nada que ver con justiciero
que es lo que nosotros solemos entender cuando gritamos: ¡No hay justicia!,
o pedimos y exigimos ¡justicia! La Historia distingue perfectamente los
dos términos en los sobrenombres de sus reyes: El Bueno, El Bondadoso,
El Justiciero... Por ejemplo a Alfonso XI lo denomina “El
Justiciero”, en cambio a Alonso Pérez de Guzmán lo llama “el
Bueno” porque, siendo gobernador de Tarifa y estando cercado por los moros
entre los que se hallaba el infante don Juan hermano del rey, le
amenazaron con degollar a su hijo que habían capturado si no se rendía. Guzmán
contestó con un gesto histórico: les arrojó su propio cuchillo para que lo
hicieran con él, antes de rendir la plaza. A Pedro I de Castilla,
asesinado por su hermano Enrique de Trastamara, se le conoce como Pedro
el Cruel. En cambio a Luis de Francia se le llama “el Santo”,
lo mismo que a nuestro Fernando III, rey de Castilla y Aragón, por sus
vidas ejemplares. Con San José la Biblia emplea la palabra “justo”.
Y ciertamente aunque no le faltaron problemas tanto familiares, como políticos
y laborales, supo abordarlos y resolverlos con eficacia. Herodes lo
destierra a Egipto por razones políticas: temía que Jesús, el rey de los judíos, lo destronara, María quiso
abandonarlo, Jesús se le va de casa un día...
La justicia se rige por unos
códigos que se componen de leyes, muchas leyes. Pero ¿son siempre justas esas
leyes? ¿No es cierto que sirven, casi siempre, más al poderoso que al pobre? Si
uno aparca mal de ordinario es porque no hay aparcamiento. Entonces lo normal,
lo razonable no sería multar sino facilitar aparcamientos. Pero esto la ley no
lo contempla, de ahí que la gente sea tan desconfiada con respecto a las leyes,
cosa que no es de ahora puesto que ya el profeta Isaías voceaba en su
tiempo: “¡Ay de aquellos que dictan leyes inicuas! ¡Ay de los que escriben
sentencias injustas, niegan la justicia a los débiles y quitan el derecho a los
pobres de mi pueblo depredando a las viudas y despojando de lo que tienen a los
huérfanos! ¿Qué vais a hacer el día de la invasión, de la catástrofe, que ya se
acerca desde lejos? (10, 1-3).
Con la ley en la mano se han
cometido a través de la Historia enormes injusticias que alguien calificó como “la
inmoralidad de la moral”. La ley debe llevarse en el corazón y no en la
mano. Este derecho que tiene el hombre a regirse por leyes justas que resuelvan
sus necesidades no que las multipliquen es la que obligó a Monseñor José
María Pires, obispo amigo del brasileño Helder Cámara, a decir: “El
derecho de la necesidad está por encima del derecho de la propiedad”. De
ahí que no se pudo escoger un adjetivo mejor para calificar a un hombre llamado
simplemente José de justo, sin más títulos, y que sacó adelante a
su familia trabajando en un oficio humilde y supliendo con creces el derecho
del hijo de Dios a tener padre en la tierra, sin haber tomado arte ni parte
activa en el asunto, siendo por lo tanto el ser justo su mayor virtud.
Una segunda consideración que
cabe hacer ante la figura de este santo es que era “un hombre de base”, un
carpintero que ni hubiera pasado a la historia por su oficio ni su nombre
hubiera sobrepasado la frontera de su pueblo y contornos de no haber sido
escogido por Dios. A Jesús sólo le
dejó en herencia el oficio y el apodo “el hijo del carpintero” además de
la crianza. Él, siendo humilde, hoy aparece como un gran hombre. En la historia
tuvo que haber muchos de estos hombre hoy desconocidos, gente de pueblo
verdaderamente justos y honrados gracias a los cuales disfrutamos hoy de una
cierta convivencia humana y de la paz que cabe tener en este mundo de guerras y
de odios. ¡Cuántas batallas ganadas por ejemplo gracias al valor de un soldado
desconocido que lo arriesgó todo, hasta su misma vida incluso contraviniendo
unas órdenes dadas por quien luego se llevaron las medallas!
También la Iglesia necesita
hombres así, personas de base, que luchando a veces contracorriente, incluso
amonestados y excluidos de la Iglesia, (pensemos en los sacerdotes obreros o
los teólogos de la liberación), han dado su vida al servicio de Dios y de su
Iglesia. Y lo mismo hay que decir de esos arriesgados misioneros perdidos y
olvidados en lo más escondido del planeta cuya vida de abnegación y sacrifico
hasta la muerte hoy nadie sabe (a veces su tragedia se deja ver en los medios de
comunicación) pero que han hecho que la fe llegara hasta los confines de la
tierra. En otro aspecto y sin ir más lejos hoy nadie sabe qué manos levantaron
este templo ni con qué sacrificios, sudor y abnegación gracias a ellos podemos
rezar hoy a gusto en él. Y lo mismo que el templo material la fe que nos
legaron y que alguien sembró sabe Dios cuando para que nosotros cosecháramos
sus frutos.
Muchos de esos hombres se
preparan para esta lucha en el Seminario dispuesto a ir por el mundo a predicar
el Evangelio. Hoy la preparación es distinta y los sistemas han cambiado.
Tenían que cambiar... Decía en otra ocasión el citado Monseñor José María
Pires hablando del Seminario: “No debe ser un lugar donde se prepara a
la sacerdote durante mucho tiempo como lo fue hasta ahora (12 años
estábamos nosotros) sino un tiempo corto que se pueda alargar e el trabajo
personal, en casa, en una universidad o en la parroquia”. Es decir, hay que
empezar a ejercitar lo que uno quiere ser, o está ya siendo, en pequeñas
parcelas para poner en práctica lo que sabe y comunicar lo que siente. Es uno
de los principios de la lógica materialista: “Unidad de pensamiento y acción”,
que se puede aplicar aquí perfectamente. Es lo que dice el historiador inglés Paul
Johnson en su obra “La búsqueda de Dios” hablando de la oración, que
esta debe ir asociada al pensamiento; y cita una frase de Claudio el rey
traidor de Hamlet mientras el príncipe vengador le observa cuando reza
en la capilla: “Mis palabras se elevan en silencio, mis pensamientos permanecen
en la tierra, palabras sin ideas no llegan al cielo”.
Finalmente San José fue
un padre ejemplar. Hoy celebramos también el día del padre. Acudimos con
frecuencia a los santos para invocarlos como intercesores esperando de ellos
milagros como si fueran ídolos o talismanes a nuestro servicio, sólo basta
recordar la devoción a san Pancracio que a lo que uno oye y con qué
fines se le honra más parece a veces ser un ídolo que un santo de Dios. Porque
los santos se ponen en los altares no sólo para pedirle gracias, podíamos decir
que eso es lo secundario, los santos están ahí para “servir de modelo” y
poder copiar de ellos, cosa que olvidamos con frecuencia. Aún recuerdo aquellas
vidas de santos que se leían por la noche en cada casa tras el rezo del rosario.
¡Cuántas personas escuchándolas sacaron el propósito de parecerse a ellos a
pesar de que a veces sus virtudes se exageraban al punto de hacerlas poco
dignas de crédito o inimitables!
San José es un buen modelo. No hizo
ningún milagro en vida que sepamos, sólo se dedicó a trabajar y a proteger a
Cristo. El evangelio no recoge ni una sola palabra que haya dicho. Su misión
tal parece que solo consistió en oír, ver y trabajar en silencio, al revés que
nosotros que ni oímos ni escuchamos ni queremos ver ni trabajamos lo debido en
cambio hablamos sin parar a todas horas, de todos y en cualquier parte. Por eso
sorprende cuando algunos novelistas como el polaco Jan Dobracznski en su
novela “Historia de José. La sombra del padre” le hace hablar de
continuo casi durante 300 páginas.
Los padres tienen en José un
buen modelo. Todos lo tenemos y esa debe ser nuestra tarea principal tratar de
imitarle. Después viene el encomendarle los problemas al punto que Santa
Teresa de Jesús llega a afirmar: “Tomé por abogado y señor al glorioso
San José y encomendeme mucho a él. Vi claro que así, de esta necesidad (unas
ceremonias supersticiosas que Santa Teresa vio practicar a algunas
mujeres) como de otras mayores de honra y pérdida del alma, este padre y señor
mío me sacó con más bien que yo sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora de
haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las
grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo,
de los peligros que me ha librado, así del cuerpo como del alma; que a otros
santos parece que les dio el Señor la gracia para socorrer en una necesidad, a
este glorioso santo tengo experiencia de que socorre en todas, y que quiere el
Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra (que como tenía
nombre de padre siendo ayo, le podía mandar) así en el cielo hace cuanto le
pide. Esto han visto algunas otras personas (a quien yo decía se encomendasen a
él) también por experiencia, y así muchas le son devotas, de nuevo
experimentando esta verdad” (Vida c. 6, 6).
Creo que merece la pena la
cita aunque sea larga para no olvidarnos de encomendarnos todos a él: los
sacerdotes y seminaristas para ir por el mundo a predicar el evangelio, los
fieles para saber recibir el mensaje y ser testigos fieles de la resurrección
de Cristo. La Iglesia no es de los curas solamente ni siquiera de los Obispos
ni del Papa, la iglesia es de todos los hombres. Por eso es deber de todos
colaborar a fin de que no sea una mera Institución humana a la que hay que
salvar y defender, sino una Comunidad de amor en la que todos podamos ser
salvos porque su Pastor a todos defiende y salva.
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