FESTIVIDAD
DEL JUEVES SANTO 29-III-2018- B
La caridad cristiana es el
colmo... Colmar, según el Diccionario de la RAL, es llenar un recipiente hasta que rebose. Un cristiano debe estar
colmado de caridad y amor a los demás. Por eso no tiene justificación el que
existan todavía pobres entre nosotros, como tampoco debería existir la
injusticia ni la soledad ni el paro ni la droga ni el hambre ni el pasar
frío... ya que está en la mano del hombre suplir tales deficiencias, la muerte
en cambio no. Y de que hay cristianos a quienes les sobra todo y otros que no
tienen nada todos somos testigos.
Hoy Jueves Santo, día del amor fraterno, conmemoramos la
Última Cena de Jesús con sus discípulos. Los doce estaban en torno a
una mesa como lo había hecho Sócrates con sus amigos, según narra Platón
en El Banquete, en el que se sienta un joven, un médico, un poeta, un
filósofo... para cenar y hablar sobre el amor. Cada uno da su opinión. Todos
terminan borrachos y dormidos menos Sócrates que al llegar el alba se da
un baño y empieza la jornada de trabajo como si tal cosa. También Cristo,
rodeado de los apóstoles, habla de amor, los doce terminan dormidos en
Getsemaní tras la cena y él recibe un baño de sudor y sangre. Pero si el amor
socrático es vida, el de Cristo se desvive. El amor de Sócrates
es pasión y eros y es fácil encontrarlo, el amor cristiano es amistad y
entrega, ágape y fraternidad.
Dice Unamuno: Al
hombre le falta amor porque le sobra envidia, la envidia acarrea el odio y
el odio sangre y muerte, ¡mal camino! Es lo mismo que trata de explicar el
escritor boliviano Arguedas en su novela “Pueblo enfermo”. En el
prólogo dice Ramiro de Maeztu que la envidia es un pecado muy español.
Ya lo había dicho dos siglos antes Quevedo añadiendo que “la envidia
es flaca porque muerde y no come”. Cierto agricultor americano cuyo maíz
cosechaba cada año el primer premio en la Feria
del Estado, tenía la manía de compartir sus mejores semillas con todos los
labriegos del contorno.
-Nadie ha hecho nunca eso ¿por
qué lo haces ahora tú? le preguntaron cierto día.
-Por puro interés, contestó.
El viento y los insectos llevan el polen de flor en flor desde unos campos a
otros sin saber quién es el dueño. Si el vecino tiene mal maíz su polen
rebajaría la calidad del mío.
A veces hasta mirado bajo el
punto de vista más egoísta, es rentable ser bueno con el prójimo. La envidia lo
estropea en cambio todo. Empezó en el Paraíso, el demonio envidioso de la felicidad de nuestros padres, los tentó. Caín
mata a su hermano por envidia (Gén. 4, 16) y después se fue a vivir al “Este
del Edén” una frase que dio pie a Jonh Steinbek para escribir una
historia gemela que él sitúa en el Valle de Salinas (California) y en donde la
envidia entre hermanos los lleva hasta el fratricidio. El mundo es un dolor a
causa de la envidia.
Sin ir más lejos, ¿no notamos
la envidia por doquier? en la misma sociedad en la que nos desenvolvemos. Hace
años había en cierto pueblo una posada conocida por “La estrella de plata”.
El posadero hacía mil esfuerzos por captarse parroquianos pero estos pasaban de
largo camino de otra fonda en el vecino pueblo. Y cuanto más se esforzaba en
deshacerse en atenciones con ellos, acondicionado el local, poniendo precios
razonables y calidad en la comida, menos gente tenía. Lo comentó con un sabio y
este le dijo:
-Amigo mío, eres blanco de la
envidia. Lo que tienes que hacer es cambiar el nombre a la posada.
-Pero si todo el mundo la
conoce así desde hace muchos años...
-Es igual, dijo el sabio, cambia el
nombre y llámala “Cinco campanas”, pero luego en la fachada cuelgas seis.
Hizo el posadero lo que le
aconsejó el sabio. Al día siguiente los vecinos contemplaron el nuevo nombre y
al ver las seis campanas empezaron a entrar tratando de humillar al posadero
descubriéndoles el error en el que había caído.
-¿Cómo has puesto cinco en el
letrero si son seis? le comentaban socarronamente a la vez que tomaban una consumición.
Y fue así como la gente empezó
a entrar, y el posadero empezó a amasar su fortuna. Porque pocas cosas satisfacen
más al envidioso que poder corregir fallos ajenos.
Jesús fue de igual modo objeto de
la envidia por parte de los fariseos ¡Cuántas veces tratan de corregirlo y
reprenderlo, acudiendo a él hasta comprensivos y humildes! Jesús es el Abel
del Nuevo Testamento, muerto a manos de los de su raza. Unamuno se
pregunta: “¿Por qué hay tanta envidia?”, y él mismo da la respuesta: “Porque
hay mucho ocio y mucha más vagancia espiritual. Quien no tiene en qué ocuparse
es terreno abonado para la pasión de la envidia...”. ¿Cuál será el remedio?
Pues la guerra sin cuartel a la mentira, a la soberbia, al egoísmo... Para ello
las únicas armas de que disponemos son la humildad, el perdón y el amor,
incluso al enemigo como hizo Jesús.
Un cristiano no puede “tirar
la piedra y esconder la mano” sino todo lo contrario, debe “esconder la piedra
y ofrecer la mano”. No basta con no mentir, hay que decir la verdad. No basta
con no matar, no robar... de eso no nos va a examinar Jesús, al menos
explícitamente, al fin del mundo. Cristo nos condenará por no hacer algo
que teníamos que hacer: “Tuve hambre y no me disteis de comer, sed y no
disteis de beber, en la cárcel y no fuisteis a verme...”, o si queremos
decirlo en un estilo más de hoy, como lo interpreta el texto de “La Liga Walther” de estudiantes americanos: “Tuve
hambre y vosotros mirabais el espacio. Tuve hambre y me decíais: espera un
poco, a ver... Tuve hambre y comentasteis: De eso se encargarán los robots y la
ingeniería genética. Tuve hambre y culpasteis al Gobierno. Tuve hambre y os
escuché decir: También la pasó mi padre. Tuve hambre y me compadecisteis: ¡Dios
te ampare, amigo...! Tuve hambre y me aconsejasteis: Pues anda con cuidado...,
con la salud no se juega. Tuve hambre y me gritasteis: Por favor, vuelve
mañana... Tuve hambre, tuve hambre...”. Si estallara una guerra cualquier
gobierno sería capaz de conseguir e invertir miles de millones en sufragar los
gastos. Pero que nadie pregunte cómo ni de donde sale tanto dinero. En cambio
cuando se trata de ayudar a los necesitados comparativamente hablando se da con
cuentagotas.
Una duquesa salía cierta noche
de un baile en un Hotel de Londres. El baile se daba a beneficio de los niños
abandonados por las calles. Cuando iba a entrar en su flamante Rolls Royce
se le acercó un desharrapado muchachuelo pidiéndole limosna: Llevo todo el
día sin comer, señora... Entonces la duquesa lo apartó malhumorada
reprochándole: ¡Desagradecido! ¿Te das cuenta que he estado bailando y
bebiendo para ti toda la noche? A
muchos les agrada hacer a favores, pero a todos les encanta que se los
agradezcan. En el mundo ya no hay caridad, ya “no hay fraternidad... y si ha
hay no se vive, y si se vive no se nota”.
Es misión del cristiano
hacerla presente cada vez más y cada vez con más urgencia si es que queremos
cambiar un poco el mundo. Y no vale pensar que esta hay que hacerla con los
pobres, esa masa de gente que no vemos, necesitamos empezar por el vecino por
los de casa, haciendo feliz en la medida de lo posible a todos aquellos que
conviven contigo. Cierto matrimonio se pasaba las horas muertas sentados en el
sillón, uno frente a otro. Un día la mujer le dijo al marido, que solía
atrincherarse tras las páginas de un gran diario nacional lee que lee: Querido,
¿has pensando alguna vez que puede suceder en casa alguna cosa parecida a las
que ocurren por el mundo? A veces la caridad es difícil, y se puede cambiar
en agresividad e incomprensión. No pocas veces también para hacer caridad hay
que ser precavidos y prudentes.
Hoy es Jueves Santo, día del amor fraterno, día que hay que
dedicar a enterrar el odio y a su madre la envidia.
Hoy es día de salir a la calle dispuestos a alargar la mano al que la necesita,
a hacer las paces con quien estemos enfrentados, ya que muchas vueltas que
demos cómo arreglar el mundo y lograr la transformación de la sociedad, esta
empieza siendo cada uno de nosotros, no los demás, cada uno de nosotros,
verdaderos cumplidores de esta ley evangélica de la fraternidad. Si empezamos
por nosotros mismos podemos decir que se ha dado ya un primer paso hacia la
fraternidad universal por la que tanto suplicaba Jesús en la última cena el primer Jueves Santo de la historia. Si
somos solidarios estamos dando un segundo paso hacia la solución... A Dios se
va por el prójimo, no hay otro camino. Y es en ese encuentro con el prójimo en
el que nació la fe de conversos de la talla de Gabriel Marcel que
escribió: “Los encuentros han desempeñado un papel capital en mi vida. He
conocido seres en los que sentí tan viva la realidad de Cristo que ya no me era
lícito dudar”. Se refería a su amistad con los escritores católicos Du
Bos, Maritain, etc. Y es que, como dice el teólogo Guardini: “La
fe es una luz que se enciende en otra luz”. La fe, como el amor es
contagiosa. La caridad, el amor sincero a nuestro prójimo es fuego que se
enciende, calienta e ilumina en la luz de otro fuego. La caridad es la
auténtica luz que puede iluminar nuestros pasos por la oscura noche de envidias
y de odios, de guerras y de muertes que es el mundo.
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