viernes, 27 de septiembre de 2019


DOMINGO XXVI 29-IX-2019 (Lc. 16, 19-31) C
                                                                                
Tanto la primera lectura del profeta Amós como el evangelio de Lc. no son más que una continuación del tema del domingo pasado, es decir el eterno problema de los pobres y de los ricos, simbolizados aquí en la parábola de “el rico epulón y el pobre Lázaro”. Ya decíamos que el tema es muy importante. Algunas ideologías han dividido a los hombres en dos bandos: pobres y ricos. Hoy se habla también de países pobres y países ricos, es decir, que hemos dado el salto desde el individuo a la colectividad. Cada día leemos y escuchamos detalles sobre la vida que llevan los que pertenecen a la clase privilegiada y lo que se derrocha sin escrúpulo: es la versión moderna del rico epulón. También hoy a sus puertas cientos de mendigos, de esos que acaso llevan corbata porque la pobreza nunca estuvo reñida con la limpieza, estén esperando también en vano, como el pobre Lázaro, ver caer unas migajas de alguna mesa.
Y no es que Dios haya dividido maniqueamente a los hombres en dos grupos, hemos sido los hombres, cada uno de nosotros, quienes hemos desencadenado estas desigualdades tan brutales. Dios no dejó nada partido ni a nadie segregado del festín de la vida. Dios no hizo a Eva pobre y a Adán rico o viceversa, Dios creó un paraíso que nosotros hemos convertido en este “valle de lágrimas”. Se habla mucho de erradicar la pobreza, de “campañas contra el hambre” cuya eficacia vemos que no es lo eficiente que debiera ser. De ahí que a menudo escuchemos otras voces con otras soluciones nada pacíficas como la de Marvin en “Escucha negro”, por poner un ejemplo. Dice: “No necesitamos un programa contra la pobreza sino un programa contra los ricos”, o la de aquel dibujo satírico de un país del Este que decía: “Unios hermanos proletarios o disparo”.
Se dice que en España, debido al coste de la vida o a una vida más cómoda, desciende de manera brutal la natalidad. No importa, porque si se decía que antes a los niños los traía la cigüeña de París ahora podemos decir que vienen en pateras de Marruecos y de más abajo, y además bien creciditos. Y no hay que olvidar que en el mundo malviven millones de seres humanos esperando atrapar las migajas que caen de la mesa de los ricos o de los menos pobres. Deberían ser los gobiernos, que tienen en sus manos la riqueza y sobre todo la eficacia en actuar, como vemos que sucede a la hora de suministrar armas o subirse sueldos, quienes solucionaran esas miserias espantosas. Pero vemos que no. Se malgastan millones en empresas faraónicas, en hacer fichajes milmillonarios y en hacer engrosar la bolsa de unos cuantos. Y por esto nadie protesta, practicando todo el mundo la política del avestruz, el liberalismo más feroz del laisser-faire, laisser-passer (no oponerse, permitir) lema hace años entre gente llamadas progresistas. El deporte y el gasto público son otra cosa. No sería políticamente rentable enfrentarse a los gustos de la gente.
Jesús habla en un tiempo en el que la jet de entonces a la que pertenecía el epulón, hacía sus grandes festines al aire libre, en terrazas y azoteas. Como tomaban las viandas sin utensilio alguno y las salsas les pringaban de los dedos debían luego limpiarlos tomando entre las manos miga de pan con la que se restregaban desde lo alto de la terraza donde comían. Las migas caían al camino donde una caterva de enfermos, pobres y perros las aguardaban como a un prodigioso maná caído del cielo. Entre ellos estaba Lázaro.
En aquel tiempo los hambrientos tenían más resignación que hoy, porque hoy la conciencia de clase ha despertado y estas diferencias de potencial económico provocan altas tensiones y grandes enfrentamientos que son después la causa de muchos males. En la parábola el rico quería ver milagros, pedía que Lázaro en persona descendiera hasta su casa para prevenir a sus hermanos del castigo al que estaban abocados... Queremos ver milagros en vez de trabajar, pero hoy en la parábola se avisa de que: “si no escuchan a Moisés y a los profetas no creerán ni aunque resucite un muerto”. Y ¿qué es lo que dice Moisés en este tema?, Pues que “no olvides al Señor, no sea que cuando comas hasta hartarte, o cuando edifiques casas hermosas y aumente tu oro y plata te vuelvas soberbio y te olvides de Dios” (Deut. 8, 12). ¿Y qué es lo que dicen los profetas? Oigamos a Isaías: “Ay de los que añaden casa a casa y juntan campo con campo hasta ocuparlo todo quedándose como únicos propietarios” (5, 57).
Un teólogo llamado K. Kantski en su libro “Orígenes y fundamento del cristianismo” afirma que Dios condena al rico “no porque hubiera sido un gran pecador y el pobre un santo...”, de esto la parábola no nos dice nada, “el rico es condenado por la simple razón de que era rico”. Es el mismo argumento que solía emplear la Madre Teresa de Calcuta: Los pobres se salvarán no en virtud de sus obras sino de sus padecimientos. “A Lázaro no se le habla de otros méritos que del de haber tenido que soportar una vida de pobreza. Del epulón se dice que era un rico sin entrañas pues no había tenido compasión del pobre Lázaro”. Sin embargo esta tesis es bastante más compleja de lo que a primera vista parece, puesto que entonces, el hecho de ser pobre ¿incluso prescindiendo de la fe y de la conducta? sería suficiente para ser justificado y salvado. Es decir, la pobreza haría los mismos efectos que la muerte de Cristo o que un sacramento para aquellos que la padecieran, y por lo tanto todos los misioneros que lucharon por sacarlos de la pobreza material y espiritual habrían perdido el tiempo, o poco menos.
A la riqueza sí habría que ponerle un letrero como se pone en la cerca de un perro peligroso: “Cave cane”: ¡cuidado con el perro! Es curioso constatar que todos los refraneros y frases célebres escritos a propósito de la riqueza todos ellos nos ponen de sobre aviso acerca de los males que la riqueza suele traer consigo, no porque esta sea mala en sí sino porque no sabemos utilizarla: “La riqueza es fuente de preocupaciones inútiles, uno se consume alimentando parásitos y haciendo heredar a personas extrañas” dice el Eclesiastés (5, 10, y 6, 2).
Y también se desprende de lo que dejaron dicho algunos potentados: Henry Ford el rey de la industria automovilística, solía decir: “El trabajo es mi único placer, es tan sólo el trabajo lo que me conserva rico y hace la vida digna de ser vivida. Andrés Carnegie: “Los millonarios raramente sonríen” y al conocido Juan B. Rokefeller se le escuchaba afirmar: “He ganado muchos millones pero no me han traído ninguna felicidad. Los cambiaría de buena gana por aquellos días en los que me sentaba ante mi mesa de trabajo en Cleveland y me consideraba rico con un sueldo de tres dólares”. Nuestro “rey de la Patagonia” después de haber amasado una gran fortuna repetía: “La daría entera si me concedieran el don de volver a empezar de nuevo”.
Para estos hombres existían otros valores superiores que no descubrieron hasta caer en la cuenta de que el dinero no lo es todo. Creo que fue el arzobispo anglicano Temple quien dijo un día que el mundo era como un gran escaparate en el que en una noche un gracioso había entrado en una tienda y cambiado los precios de los productos allí expuestos. Objetos de gran valor aparecían con un precio muy bajo, y otros que eran casi inútiles lucían un cartel con varios ceros. Eso es el mundo: damos valor a cosas que no valen y lo realmente valioso –pensemos se puede encontrar a precio de saldo.
Y también aquí hay quien se aprovecha de los saldos, y compra a bajo costo lo que en la otra vida alcanzará el más alto valor de cotización. El Evangelio suele emplear este tipo de ejemplos: “el mercader que trafica en perlas finas... vio una de gran valor y la adquirió”, o aquel que compra un campo el cual ocultaba un gran tesoro desconocido para el vendedor. Al que enterró el denario le echa una reprimenda: “deberías haber entregado mi dinero a los banqueros” (Mt. 25, 27). Lo mismo los ciudadanos del reino, de igual modo quienes militan en la Iglesia de Cristo.
Cuando san Pablo habla a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso pone en labios de Jesús una frase que no recoge el Evangelio pero que todos atribuyen al Señor: “Hay más felicidad en dar que en pedir” (20, 35). Eso hay que hacer: dar y sobre todo darnos por entero a los demás. Porque es en esa entrega desinteresada y generosa en donde hay más valor escondido y en donde podemos encontrar la verdadera riqueza, esa que nos va a servir para ganar la vida eterna. Jmf.

viernes, 20 de septiembre de 2019


DOMINGO XXV (Lc. 16, 1-13) 22-IX-2019 C

 Hay dos mandamientos, el 6º y el 7º que han traído siempre a la Humanidad de coronilla. Ya les ponía de sobre aviso a los curas recién ordenados el Papa Pío XII al aconsejarles aquello de: “Ahora cuidado con Judas y con Eva”. También la sabiduría popular, haciéndose cargo de lo difícil de su cumplimiento, condensó en aquellos versos escritos a propósito del tríptico “El carro de heno” de El Bosco:
“Si en el sexto no hay perdón
y en el séptimo rebaja
ya puede Dios ir pensando
llenar el cielo de paja”.
Centrándonos en la riqueza y en lo de avisar de sus peligros no es de hoy, ni siquiera de ayer, sino que viene de muy lejos. Profetas como Amós ya gritaban 750 años antes de Cristo contra los que traficaban con dinero obtenido explotando al pobre, a base de aumentar los precios y hacer trampa en la balanza, como hemos escuchado en la primera lectura.
Durante los primeros siglos del Cristianismo algunos Santos Padres escribieron también cosas tremendas contra la riqueza. Así san Ambrosio: “Paga al obrero su salario, no lo defraudes en el jornal debido... pues es un homicidio negarle a un hombre el salario que le es necesario para su vida” (Lib. De Tobías M.L. 14, 798). San Basilio el Grande: “Si cada uno tomara sólo lo que necesita para cubrir sus necesidades y dejara el resto para los necesitados nadie sería rico..., pero tampoco nadie sería pobre” (Hom. Destruam, n. 31) San Juan Crisóstomo: “No dar parte de lo que uno tiene ya es una rapiña” (Mon. II n. 1 y ss.), etc. Algo de malo y de peligroso debe de tener el dinero cuando hasta el mismo Jesús nos pone tan de sobre aviso, a pesar de que sin dinero apenas se puede dar un paso. Francisco de Quevedo reconoce su poder en aquella conocida letrilla:
“Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado
pues de puro enamorado
de continuo anda amarillo,
que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don dinero”.
Será otro clásico, Quiñones de Benavente, en su entremés “El delantal” quien recoja en unos versos su peligro, sobre todo si el dinero que manejamos no es nuestro:
“Peligro es dinero ajeno
porque quien trata con miel
se lame a veces los dedos...”.
Pero ¿quiénes son los ricos? ¿A quienes señala el evangelio con el dedo? Si analizamos la figura del rico epulón por los datos que tenemos no podemos deducir que él hubiera adquirido las riquezas de manera ilegítima ni siquiera que se hubiera aprovechado de la pobreza de Lázaro explotándolo laboralmente o escatimándole el salario, y sin embargo Cristo lo condena sin paliativos. La distancia que había entre el rico y Lázaro era la misma que había entre el rico y Dios. Es parecido a lo que sucede en la parábola del buen samaritano: ni el sacerdote ni el levita agredieron, ni arrojaron el herido a la cuneta... ni siquiera le causaron daño alguno, únicamente que pasaron de largo. El auténtico pobre fue aquel que, careciendo de prejuicios religiosos y de raza, pero lleno de compasión, se acercó y le ayudó haciéndose cargo de él y de su curación. Por eso en la escena del juicio final el “apartaos de mí malditos...” no será dicho por robar, matar, mentir, cometer actos impuros o faltar a misa, etc., sino por no hacer: “Tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y no me visitasteis...” es decir, son los pecados de omisión los que en este caso salen a relucir...
Hoy el concepto de pobreza ha evolucionado, lo mismo que el concepto de sacrificio o el de penitencia. Antes una mortificación era dormir en el suelo, guardar las vigilias y cosas similares, gestos que tienen su valor y son meritorios, pero hoy se le da más valor penitencial a otro tipo de sacrificios como saber apagar el televisor en un momento dado e irse a descansar, dejar de fumar o trabajar a favor de los demás.
[Antes era una mortificación vivir como un anacoreta, hoy acaso lo sea vivir en medio de la gente formando equipo o comunidad, porque si es verdad que es difícil ser pobre en solitario a lo mejor lo es más vivir la pobreza en compañía y acaso sea más eficaz. Tampoco se es más pobre por cambiar un mercedes por un fiat panda ya que la pobreza está más que en desprenderse de las cosas en saber utilizarlas adecuadamente. Hasta el “no tener” puede causar menos quebraderos de cabeza y ser a veces hasta más cómodo y menos comprometido que el tener de sobra. Es en ese uso adecuado donde podemos encontrar el aplauso de Cristo como claramente se nos da a entender en la parábola del administrador injusto que no es más que un obrero despedido de la empresa. Cuando ve las orejas al lobo prepara una estrategia para asegurarse el porvenir abriendo una doble contabilidad, truco por lo visto tan viejo como el evangelio mismo.
Es el mal destino de las riquezas lo que es verdaderamente condenable. El dinero ni es bueno ni es malo, lo hace bueno o malo el uso que hagamos de él. En cambio la pobreza sí que atañe a lo más íntimo de la persona. Puede darse el caso de personas ricas de las que se puede decir “¡pobre gente!”. Sólo bastaría entrar en su corazón y aguardar el momento confidencial en el que, desprendiéndose de su careta, los viéramos tal cual son; nos encontraríamos con... pobres hombres. Se consideran ricos porque se sienten intolerablemente suficientes y seguros de sí mismos.
En cambio ¡cuántos que juzgamos pobre gente o que a ellos mismos les parece que lo son, podrían sentirse ricos si supieran valorar y disfrutar de un montón de dones que sí tienen al alcance de la mano, como es la salud, la paz, la tranquilidad, el sosiego, un salario merecido y el desprendimiento de todo. Se lo dice bien claro san Pablo a los Filipenses después de exhortarles a que estén alegres: “...yo he aprendido a contentarme con lo que tengo”. (4, 11)].
Presumimos de creer en un Padre y padre nuestro pero después somos incapaces de saber comportarnos como hermanos. Y Cristo está entre nosotros en los pobres y en los necesitados. Si tomó carne fue para que nosotros podamos compartir con él más fácilmente de lo nuestro.
Todos los bienaventurados llevan sobre sus frentes la contraseña de la pobreza: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino  de los Cielos...”. No veamos en las frases del evangelio una reprimenda ni un querer amargarnos la existencia, fueron escritas para nuestro bien. “Dejémonos criticar por la palabra de Dios” con lo que haremos una gozosa realidad aquella cita evangélica de san Juan: “Vosotros estáis limpios gracias a la palabra que os he anunciado...” (Jn. 15, 3).
¿Qué hacer pues con los bienes? ¿Darlos a los pobres y seguir a Cristo? Es una invitación a la que no todos están en condiciones de responder. ¿Abandonarlos y vivir míseramente? Tampoco. Es preciso aprender a saber utilizarlos. Mientras seas dueño de tus bienes debes administrarlos sabia y adecuadamente de modo que te sirvan no sólo en esta vida sino como garante para entrar en la otra, debido a las buenas obras que con ellos hayas hecho. Dice Chesterton que “cada año los niños el día de Reyes agradecen a Dios encontrar al despertar por las mañanas sus zapatos llenos de regalos; pero seguramente casi ninguno le da gracias cada día por encontrar, camino del Colegio, un par de pies sanos dentro de esos mismos zapatos”. Y así tantas y tantas cosas.
Bajo la mirada de la Virgen este evangelio cobra un nuevo sentido y nos hace comprender mejor aquellas palabras que dijo en el Magníficat: “A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos”. (Lc. 1, 53). Y estos bienes que brindan las palabras de María, no lo dudemos, nos harán pasar de las riquezas de este mundo. Jmf.

viernes, 13 de septiembre de 2019


DOMINGO XXIV  15-IX-2019 (Lc. 15, 1-32) C

 El mundo se parece a una película de buenos y malos. Ya en el s. III la secta de los Maniqueos predicaba la existencia de dos fuerzas que luchan en el mundo, de dos dioses que nos gobiernan: el dios del Bien y el dios del Mal. “El hombre es una chispa de luz apresada en las tinieblas”. El Hinduismo también atribuye a un dios llamado Siva el mal, la destrucción, y a otro de nombre Visnú la conservación, los cuales, junto con el creador Brahama, forman su trimurti o trinidad.
El Evangelio de san Juan, inspirado en los gnósticos, habla de los hijos de la Luz en lucha con los hijos de las Tinieblas, es decir, buenos contra malos; santos y pecadores, justos y réprobos. Son como las dos fuerzas motrices que generan en el mundo vida y muerte. Hacen acto de presencia en el mismo Paraíso nada más crear Dios al hombre. Allí crecía el árbol del Bien y del mal frente al árbol de la Vida. Hay filósofos que afirman que merced a esas dos fuerzas: positiva y negativa, centrífuga y centrípeta, bien y mal, amor y odio, calor y frío, vida y muerte..., y debido a ellas es por lo que el mundo se mantiene, avanza y desarrolla.
Todas las religiones, movimientos filosóficos y sociales tienen buen cuidado de trazar la línea divisoria entre buenos y malos aunque luego a menudo a los que unos juzgan buenos otros los consideran malos, los considerados como héroes de un bando son los asesinos y criminales de guerra del contrario, los fieles a una causa son para la otra los infieles y traidores. ¿Dónde hay que situar la frontera universal entre el bien y el mal?
También los cristianos hemos trazado nuestra línea divisoria. A todos nos agradan las fronteras. Sin embargo aquellos que llamamos cristianos, incluso empleando nuestro propio baremo, a menudo dejamos mucho que desear, siendo iguales o peores que los no cristianos. Deberíamos ser mejores pero no lo somos. Y así nos encontramos con personas agnósticas o ateas con grandes valores éticos y morales, con virtudes humanas practicadas a veces hasta un grado heroico, y hay gente religiosa, e incluso muy piadosa ¿por qué no? pero que rebosan egoísmo, soberbia, vanidad y presunción por todos los poros de su piel.
Hay gente mal hablada que no pisan el templo, ni quiere saber nada con la iglesia pero que hacen brotar a su alrededor la amistad, la alegría, el optimismo y creo que hasta la fe, esos que el P. Godín llamaba “militantes intermediarios” en el movimiento JOC. Y hay gente piadosa y bien hablada capaz de aguar la fiesta con sus intransigencias y falta de generosidad al más pintado.
Y lo malo es que caemos tarde mal y nunca en la cuenta de estas actitudes que aunque vayan diluidas entre la masa de cristianos no por eso dejan de notarse más y más.
Una de esas posturas la encontramos en el “hijo, fiel” en el que pocas veces nos fijamos al leer este evangelio de hoy y sin embargo tanto su postura como la actitud de su padre respecto a él es tan elocuente como la tan conocida marcha y regreso del “hijo pródigo”. El “hijo fiel” se enfrenta a la postura del padre y se lo reprocha claramente y sin contemplaciones: “Mira, en tantos años como te he servido nunca, nunca, desobedecí una orden tuya, y tú nunca me has dado ni un cabrito para tener un banquete con mis amigos”. Jesús no dice que fuera mentira. Acaso él tampoco se lo pidió nunca a su padre. Pero lo que critica Jesús en él es su postura de querer aparecer como la persona buena y cumplidora, que sin duda lo fue, pero que debía callárselo en vez de hacer alarde de ello ante todo el mundo. Le faltó la humildad, el perdón, la magnanimidad, el saber olvidar, le faltó todo, por eso es él y no el hijo pródigo, es el que recibe una cariñosa reprimenda de su padre. A poco más agua la fiesta y la alegría del hijo reencontrado. Y esa es, a menudo, la postura de muchos. Aunque no abiertamente, pero, a su modo, van sembrando desilusión, crítica, decepción o pasividad entre la gente sin darse cuenta de que poco a poco estas actitudes minan y terminan aguando la fiesta del perdón al Padre Dios.
Nos sucede aquello que cuenta Jeremías Gotthelf en su obra La Granja de Vehfreude. En una aldea suiza van a levantar una escuela. Los agricultores, en un momento dado, cambian de idea, juzgan que va a ser más rentable una industria y terminan levantando una granja. En ella recogen la leche de todos los alrededores. Los campesinos compiten en superar en cantidad al vecino y empiezan a aguar la leche: “dos litros de agua entre mil nadie los va a notar” -piensa cada uno para sí- hasta que al fin se dan cuenta de que el queso no salía porque todos habían caído en la misma tentación y la mayor parte de la leche era... agua. Tratamos de aguarnos la fiesta engañándonos unos a otros sin darnos cuenta de que al final los más perjudicados vamos a ser nosotros mismos. De ahí que un primer paso para una más sincera comprensión y acercamiento sería romper la línea divisoria entre buenos y malos.
No es cosa de cambiar el mundo. El mundo seguirá su marcha. Es más bien cosa de cambiar nosotros. Hay que borrar de nuestra mente la frontera entre buenos y malos. Una frontera es muy difícil de trazar adecuadamente y fueron siempre causa de conflictos, guerras y muerte. Lo hemos visto en Yugoslavia y cualquier día lo tendremos aquí si Dios no lo remedia y el sentido común no nos abandona.
Cada uno de nosotros lleva dentro el Bien y el mal. La frontera sólo existe en la cabeza y sobre todo en el corazón del hombre. La luz y las tinieblas están en cada uno de nosotros. Sería una utopía tratar de hacer un mundo de santos, como lo sería hacerlo de ricos. Si no hubiera pobres no habría ricos, y “los pobres los tendréis siempre entre vosotros” según la promesa del Señor. Lo mismo los pecadores. De todas formas Dios “no está con los pecadores que se consideran buenos” sino con “los buenos que se consideran pecadores”, que viven en la humildad y compunción de corazón.
Y si un día cayésemos en la tentación de señalar con el dedo a los malos deberíamos pensar cuanto los ama Dios, cuanto quiere a esos malos que el evangelio denomina pecadores. Por eso deberíamos aprender lo que es perdón. Y luego preguntarnos qué sabemos nosotros de eso ¿sabemos perdonar? Y si perdonamos ¿hemos aprendido a perdonar con alegría? Si nunca experimentaste el gozo y la alegría de perdonar es que nunca has perdonado de verdad. “Sólo después de pronunciar la petición (“perdónanos nuestras deudas”) sellada entre los cristianos con el beso de la paz, se acercaban estos a la mesa del Señor”. Son palabras de Tertuliano y de la Didajé.
En realidad es tan difícil trazar la frontera que una vez más habrá que hacer caso al escritor Gibrán Jalil: “Háblanos del bien y el mal, dijo uno de los ancianos. Y él respondió: -Yo puedo hablaros del bien que hay en vosotros pero no del mal. Porque ¿qué es el mal sino el bien torturado por su propia hambre? Cuando el bien tiene hambre busca alimento incluso en oscuras cavernas, y cuando tiene sed hasta en aguas estancadas...Sois buenos cuando sois uno con vosotros mismos. Pero cuando no sois uno con vosotros mismos no sois malos.
Porque una casa dividida no es una cueva de ladrones, es sólo una casa dividida...
Sois buenos cuando estáis completamente conscientes de vuestras palabras. Mas cuando estáis dormidos y vuestra lengua tartamudea despropósitos no sois malos. Incluso un hablar vacilante puede fortalecer una lengua débil...
Sois buenos de muchas maneras pero cuando no sois buenos no sois malos. Sois en ese momento perezosos, indolentes. Lástima que los ciervos no puedan enseñar su velocidad a las tortugas...
Porque el que es verdaderamente bueno no le pregunta al desnudo: ¿Dónde está tu ropa? Ni al vagabundo: ¿qué ha pasado con tu casa?”.
El mundo no debe ser una película de buenos y malos... es en el corazón, en el corazón y en la mente de cada hombre donde tienen lugar esas luchas entre la luz y las tinieblas, entre el error y la verdad, entre el Bien y el mal... Y es ahí donde el verdadero cristiano debe entablar la lucha.
Y cuando veamos que el Padre recibe a algún hijo extraviado con los brazos abiertos (a veces hay gente que le gustaría volver a misa y no lo hace por temor al qué dirán) no imitemos la actitud del hijo fiel. También Dios nos puede tomar cuentas y recriminarnos por nuestra actitud intransigente (hay quien es más papista que el papa y hasta trata de ser más justo que el mismo Dios). Al contrario, abramos también nuestros brazos... “porque era un hijo que estaba, acaso, perdido y lo hemos encontrado...”. Jmf

viernes, 6 de septiembre de 2019


NUESTRA SEÑORA DE COVADONDA  8-IX-2019 (NATIVIDAD) C

El día ocho de diciembre hemos celebrado la Purísima Concepción de la Virgen María. Hoy, ocho de septiembre, nueve meses después, tiene lugar la fiesta de su Natividad, es decir, de su cumpleaños. Sin embargo para los asturianos debería ser una fiesta de más trascendencia espiritual puesto que hoy celebramos también nosotros Ntra. Señora de Covadonga, a la que conocemos más popularmente como La Santina. Nos tachan de malos cristianos según el dicho popular: “Asturiano: loco, vano y mal cristiano”, o aquel otro que también se las trae: “No le hagas mal porque es tu hermano; no le hagas bien porque es asturiano”. Consideraciones folklóricas aparte vamos ir mentalmente a Covadonga en peregrinación espiritual durante unos momentos solamente.
Tres son los lugares santos más importantes de este Santuario asturiano. Vamos a recorrerlos: 1) La Cueva: Cova domínica, o cueva de la Señora, que eso significa al parecer Covadonga. Hace muchos siglos, en tiempos anteriores a Pelayo, cuentan que estaba habitada por un ermitaño que veneraba una imagen de la Virgen. Pelayo se acerca hasta la imagen, se postra de rodillas, ora, y por medio de su intercesión, logra vencer a los ejércitos del rey moro Alcamán.
2) La Capillita era en un principio de madera, el suelo de la cueva estaba hecho de troncos. “Vuelan tanto, (dicen los cronistas de la época), que el no venirse abajo es ya un milagro”. También afirman que “fueron transportados por ángeles...”. Hay cuadros que los reproducen.
Dentro de la capillita se encontraba una imagen de la Virgen que quemó en un incendio que tuvo lugar en 1777. ¿Provocado por un rayo?, ¿por una vela abandonada? No se sabe, pero el incendio acabó con todo hasta el punto de que del pozo se sacaron hasta seis arrobas de plata derretida que habían caído de la Cueva. La imagen actual, donada por el cabildo en 1778, había desaparecido durante nuestra Guerra Civil, y tras diversos avatares terminó en un escondite de Paris, en donde, esperaba poder ser posiblemente canjeada, caso que llegara la ocasión, por algún alto jefe. Fue descubierta en el desván de la embajada española de la capital francesa, por el doctor Don Pedro Abadal. Cuando se supo su hallazgo el entusiasmo en Asturias fue delirante. El 11 de junio de 1939 entraba por Irún y a las cinco de la tarde del día 13 llegaba a Valgrande para regresar como una paloma mensajera de nuevo a la Cueva de donde había sido arrebatada.
En la Cueva se encuentra la tumba de Pelayo, aquel héroe que venció a los musulmanes tras alcanzar la intercesión de María. Hoy muchos historiadores tratan de desmitificar el hecho pero ya hemos dicho más veces que detrás de una leyenda, si se saben leer las claves de la misma, podemos encontrar un fondo de verdad, acaso no del todo histórico, ni lógico ni coherente pero tampoco la historia racionalista es siempre, por más que lo pretenda, histórica cien por cien, verídica en su totalidad ni lógica en todos sus planteamientos. Como dice muy bien Leopoldo Alas “Clarín”: “Quiéralo o no el racionalista negativo Covadonga tiene que representar dos grandes cosas: un gran patriotismo, el español, y una gran fe, la católica de los españoles que por su fe y por su patria lucharon en Covadonga”. Una idea que queda poéticamente expresada en una estrofa poco cantada del himno cuando dice:
“Ella es el cielo y la patria,
el heroísmo y la fe.
Y besa el alma de España
quien llega a besar su pie”.
3) La escalera de piedra, de 105 peldaños, hecha en tiempo de Carlos III, es llamada “la escalera de la promesa” pues la gente acostumbra a subirla de rodillas cumpliendo alguna promesa. Es el símbolo de la vida, símbolo de la subida al Carmelo, y de la escala de Jacob. Subir una escalera siempre nos resulta difícil y penoso, como también es entrar en el reino de los cielos.
Además... hay muchos más símbolos, por ejemplo el desaparecido enjambre de abejas que anidaba en la roca y de cuyos panales destilaba la miel en los meses de estío, la fuente del matrimonio o fuente de los sacramentos con siete caños debajo de la cueva a la que acuden esperanzados aquellos que intentan casarse y aún no tienen con quien.
La Virgen de Covadonga
tiene una fuente muy clara
la niña que en ella bebe
dentro del año se casa.
Al llegar a Covadonga
no bebas agua, morena
si. como dijiste ayer,
prefieres quedar soltera.
Y el agua del torrente que se retuerce a sus pies como la serpiente a los pies de la Inmaculada, y la cola de caballo, símbolo de las gracias que se derraman por doquier, y las religiosas que cuidan del ornato v la limpieza, y la Escolanía de niños cantores que amenizan los oficios litúrgicos con sus voces de plata,
la campana de 4.000 Kg. de peso, fundida en 1900 por un artesano de Italia y que con su toque debería ser como una llamada continua al silencio, al recogimiento v a la oración.
La Colegiata de San Fernando, hoy Casa de Ejercicios Espirituales, antiguo monasterio benedictino fundado por Alfonso I (740) según la tradición, con 12 monjes y un abad. En el s. XIV fue convertido en Colegio de Canónigos Agustinos.  En el s. XVI, siendo Obispo Diego Aponte de Quiñones, se levantan las bóvedas de cantería y se fabrica un claustro sencillo sobre el anterior que habían fabricado los monjes de San Bernardo.
3) Y La Basílica. Carlos III, animado por Campomanes y Jovellanos, ordena una Colecta por casi todo el reino y acomete las obras en 1781 confiando la edificación al arquitecto Ventura Rodríguez. Pero las obras se interrumpieron y así quedaron. En 1872 visita el Santuario el Obispo Sanz y Forés y al verlo tan pobre, abandonado y mísero se impresiona vivamente y encomienda la tarea de su reconstrucción a Roberto Frasinelli popularmente conocido como “el alemán de Corao”.
En 1877 Martínez Vigil pone la primera piedra de la basílica sobre la roca llamada El Cueto (que había sido previamente cortado y acondicionado).  En 1884 son declarados la Cueva y la Colegiata Monumento Nacional.  La basílica se termina en 1901.
Hasta aquí una breve historia de los lugares más significativos del Santuario. Pero ahora cabría preguntarse ¿qué pasó en este legendario lugar realmente?  Tampoco es que nos interese demasiado apurar sus extremos, habría que hacerlo del mismo modo con Monserrat, con el Pilar, con Guadalupe, con el Rocío... Nos interesa mucho más saber qué pasa hoy, Desgraciadamente vemos que la gente que peregrina, viaja mucho pero reza poco, emplea más tiempo en curiosear que en recogerse interiormente, no es la historia la que se engaña, es nuestra actitud la peor de las mentiras cuando para muchos solo consiste en ir a ver...
Pero como el hombre es visceralmente religioso aquel lugar está corriendo el peligro de cambiar la religiosidad por la superstición: voy allá si me salen bien las cosas, a ver si echo novio, tiro unas monedas al estanque de agua para que la suerte me acompañe, compro este subvenir o aquel recuerdo para algún pariente o amigo... en vez de ir a orar de corazón por él, o a dar gracias por tantas cosas buenas que tenemos (no estemos siempre lamentado lo perdido); y en vez de beber en la fuente de siete caños beber el agua de la gracia y de la comunión y echar unas monedas en la mano de un pobre para recibir un “que Dios se lo pague” o en un cepo para que el santuario conserve su esplendor y se haga más y más acogedor espiritualmente. Todo ello para no dar razón a aquel refrán al que aludíamos al empezar: “Asturiano loco, vano y mal cristiano...”
Actualmente hay muchos esfuerzos en pro de una mayor dignificación del culto e incluso del ambiente, han retirado la carretera de los Lagos de pasar por delante de la cueva para impedir que el ruido estorbase la piedad de fieles, pero queda mucho camino por andar.  Y si allí empezó, como parece más probable, la gran reconquista de España en el año 718, o el 722 ¿por qué no va a empezar de nuevo para cada uno de nosotros la gran reconquista del espíritu? Es un reto que debemos acatar y no echar en saco roto. María y su Natividad nos invitan a esta reconquista, como la que brindó a Pelayo contra el enemigo. Está en nuestras manos y en nuestras oraciones.  Es una invitación a ponernos en camino.
Hoy, en el cumpleaños de María, mientras la campana toca llamando a la oración, felicitémosla una vez más con el Angel rezando interiormente el Ave María. Por lo menos nuestra visita espiritual sería un poco más que un recuerdo y algo más  que una excursión a Covadonga, una de tantas. Jmf

viernes, 30 de agosto de 2019


DOMINGO XXII.-1-IX-2018-19 (Lc. 14, 1.7-14) C


En varias ocasiones de la vida de Jesús cuando trata de dar una lección lo hace aprovechando un banquete, así cuando le habla de perdón a María Magdalena fue en casa de Simón el Fariseo, en casa de Zaqueo su conversión y los diversos ejemplos sobre el Reino usando la comparación del banquete de bodas, y sobre todo el sermón sobre el amor fraterno de la última Cena.
Ya en la antigüedad algunos escritores y filósofos habían empleado este recurso del banquete para exponer su doctrina y sus ideas: Jenofonte,  Dante, etc. El más conocido acaso sea aquel en el que Platón trata de hablar sobre el amor empleando para ello uno de sus más bellos Diálogos llamado Simposio o El Banquete, que eso significa simposio, en el que, cansados de comer y beber, se desarrolla un apasionado diálogo entre Sócrates y varios interlocutores sobre los diversos tipos de amor, apareciendo la filosofía como una especie de locura divina que endiosa al hombre conduciéndolo al conocimiento de la belleza trascendente.
En la actualidad, aunque de otra forma, también se emplean los simposios o banquetes para desarrollar en ellos algún tema de interés. Incluso las famosas cenas políticas, los almuerzos de trabajo, etc., no son más que un pretexto, es decir, aprovechar la comida para resolver ciertas tensiones, pues tal parece que entre buenos manjares y mejores vinos los problemas se empequeñecen y disuelven, y el ambiente se hace más y más propicio para alcanzar la paz y el entendimiento.
Por otra parte también hoy se lleva a cabo por medio de un banquete la celebración de ciertos acontecimientos sociales como bodas, bautizos, despedidas de solteros, aniversarios, etc. La razón es porque los hombres de ordinario solemos celebrarlo todo comiendo y bebiendo, más por la necesidad de compartir acompañados que por el hecho biológico de necesitar alimentarnos.
También Jesús quiere aprovechar un banquete para hablar de una virtud fundamental en la vida cristiana: la humildad. Él, en aquel tiempo, participa de este fenómeno social de los banquetes, asiste a uno de ellos en el que observa como todo el mundo echa a correr a ocupar los primeros asientos. Ya entonces la gente sentía esa vanagloria de querer salir en la foto situándose lo más cerca posible de la Presidencia de los influyentes y notables, esperando a la vez que, al estar delante de sus ojos, se reconocieran los méritos de los que consideran se habían hecho acreedores.
Algunos artistas de teatro se niegan a representar la obra cuando su nombre no aparece en la cabecera del reparto. Los encargados de la propaganda para evitar estas piquillas los colocan por orden alfabético, y ellos entonces estudian el tamaño de la letra planteando a menudo por estas menudencias serios conflictos a la Empresa.
En nuestro trabajo nos gusta destacar a costa de lo que sea, con o sin méritos. Buscamos que los jefes se fijen en nosotros, que nos tengan en cuenta... y ¡cómo nos duele un desprecio en este sentido! Al contrario, ¡cómo nos crecemos ante los demás cuando alguien tiene una deferencia con nosotros...! En nuestra misma casa, ante los hijos, entre hermanos, queremos que se nos valore y respete. De ahí que tantas veces se deje oír, en señal de protesta y rebeldía, la conocida frase: “Yo ¿qué soy aquí?, ¿el último mono o qué?”.
Sufrimos cuando ascienden al vecino, cuando sube nuestro hermano, como queda plásticamente reflejado en el banquete del evangelio de hoy. Ante este carnaval de vanidades Jesús sigue gritando: “¡Esforzaos en ocupar los últimos puestos, esforzaos en agachar la cabeza para entrar por la puerta…, porque ese es el modo de llegar al Reino de los cielos…!”; y la puerta del cielo está al fondo de la sala, no junto a la presidencia. Consejos válidos incluso para convivir socialmente. Pero no nos entra en la cabeza. Nos sucede algo parecido a cuando queremos cortarnos el pelo frente a un espejo, la mano gira siempre al revés que nuestra vista: si pretendemos avanzar hacia la izquierda ella va hacia la derecha y viceversa. Hay que aprender a ir contrasentido, a actuar contra toda lógica aparente. Pues lo mismo en nuestras actitudes y comportamientos cristianos. Debemos esforzarnos e incluso aprender a ir contra corriente, contra nuestro egoísmo y amor propio para poder entrar a formar parte del reino de los Cielos.
Hoy el hombre se cree un dios, está lleno de orgullo y desconoce por completo la humildad de la que habla el evangelio, “esa pequeña gran virtud” y en su afán de aparentar lo que consigue es crear un mundo más y más conflictivo y cada vez menos cordial y más difícil.
Ahora bien; ¿qué cosa es la humildad? Creo que es uno de los temas más vidriosos y contradictorios, pues creerse humilde puede encerrar inadvertidamente mucho orgullo y vanagloria. Miguel de Unamuno habla en su tratado “Sobre la soberbia” así de esta virtud: “Humildad rebuscada no es humildad, y lo más verdaderamente humilde en quien se crea superior a otros es confesarlo; si por ello lo motejan de soberbio, sobrellevarlo tranquilamente..., la más fina, la más sencilla humildad no es cuidarse en ser tenido por nada, ni por humilde, ni por soberbio sino seguir cada uno su camino, dejando que ladren los perros que al paso nos salgan y mostrándose tal cual uno es, sin recelos ni habladurías”.
Creo que no se puede explicar en términos más claros el verdadero meollo de esta difícil virtud que es la humildad. Jesús lo hizo plásticamente aprovechando la coyuntura de un banquete y la toma de postura de algunos comensales. También estos aprovechaban aquel acto social para echar su discurso de vanagloria. Somos calculadoramente cordiales. Esto nos hace perder la auténtica, la sana alegría. ¿Qué sucedería si cada sábado de cada mes estuviéramos invitados a una boda? Pues sería una ruina, lo justo para tirarse por la ventana. A este propósito recuerdo una invitación que alguien dejó olvidada hace años en una mesa de un bar de Burgos. Después de los nombres de los contrayentes, fecha, etc. decía si mal no recuerdo: “No se recibe ningún tipo de regalo ni dinero, queremos solamente que compartas con nosotros un día de alegría y de amistad”. Íbamos en aquel grupo varios sacerdotes y todos quedamos como viendo visiones. No sé en qué circunstancias se desarrollaría aquella ceremonia ni el poder económico de los novios pero sin duda alguna, aquella boda debió de ser una boda diferente.
El Evangelio, la filosofía de Jesús también es diferente, muy distinta a la nuestra. Porque el hombre hoy está pagado de sí mismo, de su ciencia, de su capacidad operativa para no sé qué cosas... Y así nos luce el pelo. Sacrificamos lo más noble para ser tenidos en más. Pisoteamos el espíritu de las Bienaventuranzas, aquello que Bernanos llamaba “espíritu de infancia” dejando sin resolver los grandes problemas de la Humanidad, o si se resuelven se hace como el mismo Bernanos apunta en “Los niños humillados”: “Cada año los jóvenes del mundo se hacen una pregunta que nuestras sociedades no pueden responder. Entonces la Sociedad los moviliza, como un ministro movilizó a los carteros y ferroviarios… Movilizar juventudes llega a ser una necesidad de Estado… Desde 1914 a 1918 la muerte de un millón y medio de jóvenes no cambió en nada la marcha de la Sociedad… En cambio se sintió mutilada por la pérdida de las minas de Briére…”. (Minas de carbón, Zona del Loira).
Y así continua protestando este escritor francés, página tras página. Movilizamos a medio mundo por el cierre de una empresa, pero el que haya millares de jóvenes cayendo en la droga, en el alcoholismo o en la ludopatía eso no produce más que alguna débil protesta muy de tarde en tarde. Dice el P. Congar, teólogo dominico, en una de sus obras escritas allá por 1950, que en toda verdadera reforma entran en juego tres condiciones: amor, estar en comunión con la Iglesia y paciencia. Tres condiciones que se pueden condensar en una: Humildad. Creo que es una lección a tener en cuenta hoy que tan propensos estamos a renovarlo y a cambiarlo todo.
Si nos esforzáramos en buscar los últimos puestos en el banquete del mundo todos tendríamos sitio y nos levantaríamos todos satisfechos. Pues en esa zona de la sala siempre hay sitios vacíos y sobran alimentos. Pero si todos queremos ocupar y acaparar los primeros puestos terminaremos todos destrozados convirtiendo el banquete en un campo de Agramante.
El Evangelio es diferente. La soberbia, el egoísmo, la vanagloria, nos destrozan y humillan. La humildad, la sencillez nos ensalza y engrandece. Sigue siendo verdad, hasta en el mundo social, las paradójicas verdades que Jesús predicó hace dos mil años: que todo el que se ensalza es humillado y el que se humilla es enaltecido..., que los primeros terminan siendo los últimos y los últimos los primeros.  Jmf

viernes, 23 de agosto de 2019


DOMINGO XXI 25-VIII-2019 (Lc.- 13. 22-30) C

La idea de un Dios que salva a sus fieles es común a todas las religiones. Salvar es librar de un peligro, de un riesgo, poner a seguro. Muchos de los nombres que aparecen en el Antiguo Testamento como Isaías, Josué, Eliseo, Oseas, etc. significan Dios salva, Dios ayuda. El mismo nombre de Jesús significa Salvador. El mundo es como una barca a la deriva perdida en el océano del espacio, sin brújula, sin puerto, sin destino... Y nuestra vida se puede comparar a un naufragio en el que todos tratamos de asirnos a tablas de salvación, cada cual a la que más a mano tiene, por eso nuestras plegarias, nuestras oraciones no son más que un S.O.S, que hasta etimológicamente es una oración, puesto que la sigla recoge la expresión inglesa Save Ours Souls: “salvad nuestras almas”.
Un Dios que salva, eso es nuestro Dios. Los judíos, que vivieron en época del A.T. , sostenían, y aún siguen en la misma creencia, que bastaba pertenecer a Israel para salvarse. Es la llamada salvación tribal o en racimo: se salva el clan y con él todos los miembros; y por tanto la condenación afectaba también a todo el clan aunque hubiera miembros buenos en él. Tuvo que llegar el profeta Ezequiel (600 años a. C.) para gritarles: “¿Por qué van a sufrir los hijos la dentera de los agraces que comieron sus padres?" Jesús, a su vez, les recuerda que “Dios es capaz de sacar hijos de Dios de las mismísimas piedras”.
Modernamente el filósofo francés León Bloy en su obra “La salvación por los judíos” trata de demostrar cómo a pesar de la maldición que, supuestamente pesa sobre ellos, y a pesar de que Jesús sigue crucificado, los judíos son el pueblo escogido, predilecto. Ese Mesías que aún esperan ver llegar es el Espíritu Santo. Pero está claro de que nadie tiene privilegios y al cielo se va de uno en uno...
Otro punto conflictivo que toca el evangelio de hoy es “el escaso número de los que se salvan”. En el apócrifo IV de Esdras (3,16) se dice: “Los que se pierden son muchos más que los que se salvan”. Circuló hace años entre los católicos un libro que tuvo una gran resonancia y cuyo título es bien explicativo: “Del gran número de los que se salvan y de la mitigación de las penas del infierno” (1935), por el P. J. M. Dalmau S.I. (Estudios Eclesiásticos, 14). Esto será siempre un misterio pues la salvación es un concepto difícil y fácil, arriesgada y a la vez segura y confiada...
Para entrar en ella Jesús usa la palabra puerta. Puerta de entrada, no hay salida. Y además, la puerta para entrar es estrecha y baja. De ahí que tengamos que humillarnos, hacernos pequeños, como niños, para poder pasar por ella. Recuerdo un libro de Lecturas que acostumbrábamos a leer en mí escuela. No volví a encontrarlo más. En él se narraba la historia de un muchacho que había entrado a robar manzanas a una finca por el estrecho hueco que existía en una pared. Se llenó los bolsillos de fruta de tal forma que al querer, salir no cabía por donde había entrado y terminó siendo apresado. Eso mismo nos puede acontecer a nosotros. Nos afanamos por llenar tanto nuestros bolsos y por atiborrarnos de tantas cosas que luego nos va a costar trabajo y sufrimiento traspasar la puerta. Jesús nos sigue recordando: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”.
Y nos pone de sobre aviso: para muchos no sólo es estrecha sino que además estará cerrada. Es dramática la imagen del hombre que llama a una puerta y esta permanece cerrada. El premio Nobel André Gide tiene una novela con es el título, La puerta estrecha. Se desenvuelve en un ambiente de amorosa espiritualidad. No es que la novela sea ejemplar, cristianamente hablando ni mucho menos, pero alguna de sus frases nos da pie para pensar y poder aplicarla a nuestra vida, como aquella que el protagonista Jerome encuentra en una de las cartas de la desgraciada Alice, muerta dramáticamente, y que es toda una oración: “Señor, avanzar hacia vos, Jerome y yo, uno con el otro, uno para el otro, andar a lo largo del camino de la vida como dos romeros que de vez en cuando se digan: Apóyate en mí, hermano, si estás cansado...' y conteste: Me basta con sentirte cerca de mí... ¡Pero no!, el camino que nos indicas, Señor, es un camina estrecho, tan estrecho que no podemos ir uno junto al otro…”. En efecto a menudo la vida nos obliga a caminar en fila india.
Jesús, que es la puerta: “Yo soy la puerta, si uno entra por mí estará a salvo…” gusta de poner el ejemplo de la puerta acaso porque su vida transcurrió de puerta en puerta: nace en un portal, a Pedro que le niega ante una portera, le entrega nada menos que las llaves de la puerta del cielo, la puerta del infierno no prevalecerá contra su Iglesia, y su vida sacramental y de gracia, transcurre escondido tras la puerta de cada sagrario…, a cuántas puertas llama en vano, como lo expresa divinamente aquel soneto de Lope: “Mañana le abriremos, respondía / para lo mismo responder mañana...”. La expresión “puertas abiertas” designa en el Nuevo Testamento las posibilidades que se ofrecen a la predicación del Evangelio: “Perseverad y orad, dice Pablo a los colosenses, para que el Señor nos abra las puertas a la predicación” (4, 2). En cambio la expresión “puertas cerradas” denota la ejecución inapelable del juicio de Dios: “las doncellas que aguardaban en vela al esposo entraron con él a las bodas, y se cerró la puerta…. Llegan también las necias diciendo, ábrenos, Señor, y el respondió: no os conozco”. (Mt.25. 10). “Yo soy la puerta del aprisco”, dice en otra ocasión Jesús... “Estad como los criados, vigilantes, aguardando a que su Señor vuelva y llame”. Y también: “He aquí que estoy a la puerta y llamo; sí alguno oye mi voz y abre la puerta entraré en su casi y cenaré con él y el conmigo” (Apoc. 3. 20). Ello nos hace entender mejor el uso que hace Jesús de la metáfora “la puerta estrecha” que es la única que da acceso a la salvación del hombre. Aunque la “Jerusalén celestial tenga doce puertas siempre abiertas" para simbolizar la invitación dirigida a todos los pueblos (Apoc. 21, 12-25).
Hoy se habla mucho de Teología de la liberación que es una expresión, si queremos, hasta negativa para la teología. Su lucha puede parecer admirable, y lo es, pero habría que hablar algo más de Teología de la salvación. Liberar es más negativo que salvar. Salvar, a pesar de contraponerse a condenar (si no te salvas te condenas), o acaso 'por eso, es más positivo. Deberíamos insistir más en el término salvar que en el de liberar (liberar es sacar a uno de una esclavitud, salvar es sobreponerse a todas las esclavitudes y alzarse sobre todas ellas). Porque además la salvación en este caso no es nuestra, no nos salvamos nosotros, es Cristo quien nos salva, y nos salva liberándonos de nosotros mismos. Nosotros acaso podríamos liberarnos pero nunca salvarnos.
Debido a un celo excesivo por huir de las doctrinas de Lutero creo que hemos abandonado esta parcela espiritual en la que nos justificamos por medio de la fe en Jesús y no mediante nuestras obras que son una consecuencia de la fe, no al revés, incluso a pesar y sobre nuestras faltas y pecados.
En una novela de Grahan Green, “El revés de la trama”, el protagonista Scabíe tras precipitarse de pecado en pecado, llega arrastrado por una serie de circunstancias al suicidio. G. G. nos dice que en aquella frase final que pronuncia: “Oh Dios mío, te amo” se había ya gestado su salvación eterna. Idéntica afirmación la mantienen comentaristas de la talla del sacerdote y escritor belga Charles Möeller. Porque una vida de amor y de entrega, aunque esté entreverada por momentos de ofuscación y de pecado puede llegar a justificar a la persona, así como también una vida en gracia de Dios pero falta de amor y de fe es imposible que nos salve. Así lo afirma un famoso jesuita, el P. Jorge Loring, autor de aquel famoso librito: Para salvarse, en una charla grabada en video titulada Salida de emergencia. En ella trata de demostrar que con decir en el momento de peligro de muerte: “¡Perdón Dios mío!”, cualquier creyente, aún en pecado mortal, puede llegar a conseguir la salvación. La razón según él está en ese mío, dicho en ese instante, y que entraña un acto de perfecta contrición.
Aquella antigua canción a la Virgen se decía:
“Sálvame, Virgen María,
óyeme que imploro con fe,
mi corazón en ti confía,
Virgen María, sálvame…”
si bien se mira más bien debería decir y con más fundamento teológico: “Virgen María, estoy salvado..../ únicamente dame fe”.
La puerta es estrecha, a veces permanece cerrada, esto en principio pudiera desanimarnos, pero nos da una infinita esperanza saber que la puerta es el mismo Jesús, que es el mismo Dios, que Dios es amor y que para el verdadero amor no existen puertas ni barreras, pues aunque estén cerradas el amor todas las abre o entra por el tejado pero entra. El amor  y no el miedo, será pues la salvación del cristiano, nuestra salvación. Jmf

viernes, 16 de agosto de 2019


DOMINGO XX  18-VIII-2019 (Lc. 12. 49-53) C

En un mundo en el que tanto se habla de paz, el evangelio de hoy puede causar sorpresa. Una vez más aflora en él ese Jesús paradójico y desconcertante, un Jesús que dice “¿paz? no, división, guerra…” Y esto aplicado nada menos que al mismo corazón de la sociedad, a la misma familia: “el padre contra el hijo, la hija contra la madre, 1a suegra contra la nuera…”. Y una vez más, aunque nosotros también solemos provocar enfrentamientos en nombre de la paz, el modo de pensar de Jesús no coincide con el nuestro.  Su guerra no es la nuestra y su paz no es la misma paz de la que habla el mundo, la paz que los gobiernos pregonan a los cuatro vientos y hasta la misma Iglesia, en determinados momentos de la Historia.
Jesús no anda con paños calientes, Él va al grano, a la raíz del mal, sin dorar la píldora, por eso su palabra es más conflictiva, “como espada de dos filos".
En algunos anuncios que se leen en la prensa diaria para reclutar representantes de productos y vendedores de tal o cual marca, se exigen una serie de condiciones, tales como tener tal edad, llevar tantos años de experiencia, disponer de coche propio, haber hecho el servicio militar y suelen añadir a menudo la palabra agresividad... Un vendedor agresivo es aquel que, sin herir aparentemente susceptibilidades, sin molestar, es capaz de insistir e insistir hasta vender la mercancía.
Algo de esto pide Jesús a sus discípulos cuando oran: “Llamad y se os abrirá…”, y esto no sólo con respecto a Dios, sino también en todas nuestras relaciones... Nos dirán a menudo: “¡Dejadnos en paz...!”, Pero el creyente deberá insistir siempre “oportuna e inoportunamente”.
Algunos movimientos juveniles de matiz cristiano fueron los que dieron pie hace años, a la llamada Revoluci6n de Jesús, revolución que considera a Jesucristo, dentro de su sencillez característica, un superstar, un líder y un subversivo a lo divino.
Se hizo popular un cartel que apareció publicado por primera vez en una revista undergraund americana y que, empleando el estilo de los wanted (“se busca”) a tal delincuente, venía a decir: “Se busca a Jesús, alias el Mesías, conocido dirigente de un movimiento clandestino de liberación, practica la medicina sin permiso, fabrica vino y re parte pan sin la debida autorización. Se mete con los comerciantes arrojándolos de sus lugares de venta en el templo. Se asocia con conocidos criminales, vagabundos, radicales subversivos, prostitutas y gente de mal vivir, pretende convertirlos en Hijos de Dios… Señas personales: Viste a lo hippie, lleva pelo largo, usa barba y viste túnica y sandalias. Anda por aldeas y suburbios, se declara enemigo de los ricos, a veces desaparece en el desierto. Es extremadamente peligroso, incendiario, pues dice: fuego vine a traer. Su mensaje es especialmente peligroso para los jóvenes.  Cambia a las personas y se precia de hacer hombres libres… Todavía anda suelto por ahí…”.
Si hoy no supiéramos quién fue Jesús y qué quería decir con su mensaje nos hubiéramos creído el cartel. Más bien la sociedad de hoy es contradictoria y paradójica esta sociedad anclada en el confort y en el egoísmo, que rompe el sueño de un niño a las ocho de la mañana para enjaularlo durante ocho horas en una guardería, a veces sabe Dios en qué manos. Una sociedad que obliga al obrero pacifista a ganar su pan trabajando en una fábrica de armas e incluso a manifestarse cuando la Empresa pretende su cierre patronal o lock out, una sociedad que obliga al ciudadano a apretarse el cinturón mientras los gobernantes despilfarran el erario público en gastos suntuarios e incluso en guerras fratricidas y estúpidas, con ¡vete tú a saber qué fines!, malversando la riqueza común y empobreciendo de ese modo cada día más a sus respectivos países.
Son las paradojas de la vida contrapuestas a las del Evangelio y que no queda más remedio que encajar. Y si las del Evangelio no las entendemos: tales como el que Jesús fuese mansamente subversivo, pacíficamente revolucionario, dulcemente conflictivo... mucho más difícil será comprender las que la vida en común nos depara. Los fariseos, celosos cuidadores del orden, vigilantes mantenedores de la paz, fueron precisamente los verdugos y asesinos del Señor. Y la historia sigue.
La paz no se impone, la paz tiene que brotar del corazón y esto exige violencia pero ejercitada contra nosotros mismos. Era necesario que Cristo hablara así de vez en cuando: “conmigo o contra mí”, era preciso que Cristo tomara el látigo en sus manos una vez por todas y “arrojase del templo a los mercaderes…”. Necesitábamos que Cristo hablara alguna vez de lucha y guerra, de fuego y de violencia... En una ocasión leí unas manifestaciones del Obispo de Nicaragua que decían: “Hay momentos en la Historia en los que no queda más remedio que empuñar las armas...”. Si queremos es una paradoja más, pero necesaria para poder gritarle a Nietzsche que la resignación que pide el Cristianismo no es una resignación cobarde y pasiva sino activa y combativa aunque siempre a favor y en bien de la paz.
“Fuego vine a traer…”, fuego que empieza encendiendo el corazón…, ese es el fuego de Dios. Es preciso leer y revisar el Evangelio entero no para acomodárnoslo sino para acomodarnos nosotros a él, que trata de luchar en paz contra las injusticias que son la causa y la raíz de tantas guerras. Si echamos una ojeada a los discursos de los Premio Nobel de la paz, ciñéndonos únicamente a los que tienen que ver directamente con Cristo y su evangelio, veremos que todos insisten en lo mismo...
John Mott, teólogo y dirigente cristiano estadounidense, que recibió el premio Nobel en 1946, acierta al plantear la guerra según los criterios de Jesús: “Estamos emplazados para emprender una guerra mejor planificada, más agresiva y más triunfar contra los enemigos seculares de la Humanidad: la ignorancia, la pobreza, la enfermedad, las contiendas y el pecado….”.
El P. Georges Pire, dominico belga premiado en 1958, en su discurso en Oslo no habló de tolerancia sino de mutua comprensión, de mutuo respeto: “…Cada hombre está obligado a actuar según su conciencia.  Si mi vecino no tiene la misma opinión que yo ¿quién me da derecho a hacer de él un ser de mala fe? … Santo Tomás de Aquino escribió a propósito de las opiniones diferentes en materia religiosa: ´Si alguno cree de buena fe que hace mal al servir a Cristo, y lo sirve, comete un pecado grave´”.
A favor de la no violencia y frente al apartheid recibe el galardón en 1960 el sudafricano Albert John Lutul y en 1964 recibe el mismo galardón otro clérigo negro, Martín Lutero King, apóstol de la no violencia en América y que pagó con su vida su postura. Decía en su discurso: “Después de mucho reflexionar he llegado a la conclusión de que este premio entraña el profundo conocimiento de que la no violencia es la respuesta para la crucial pregunta moral y política de nuestro tiempo: la necesidad de que el hombre supere la opresión y la violencia sin recurrir a las armas y a la opresión. Civilización y violencia son conceptos antitéticos. Los negros de Estados Unidos, siguiendo al pueblo de la India, han demostrado que la no violencia no es pasividad estéril, sino una poderosa fuerza moral que actúa por la transformación social. Antes o después todo el mundo descubrirá un camino para vivir juntos en paz… Para conseguirla el hombre debe elaborar un método… que recuse la venganza, la agresión, y las represalias. El amor es el fundamento de ese método…”. De algún modo viene también a dar respuesta a la pregunta de Élie Ducommun, suizo, y Nobel en 1902, que se preguntaba: “La guerra es un mal, lo sabemos todos, pero ¿con qué sustituirla cuando una solución amistosa parece imposible?
Será una mujer, la Madre Teresa, religiosa yugoslava, Nobel de la paz 1979, quien se acerque más a la doctrina de Jesús. En su discurso, lleno de citas evangélicas, afirmaba: “No basta con decir: Amo a Dios, pero no al prójimo. San Juan dijo que somos unos mentirosos si decimos que amamos a Dios pero luego olvidamos al prójimo”.
Es una corta nómina de personas cuyo lema ha sido luchar por la paz, sin citar los grupos juveniles que en el País Vasco mantuvieron algún tiempo estos mismos programas de acción no violenta, luchando contra el odio con el odio al odio, con la violencia de la no violencia. “No hay peor cuña que la de misma madera” se podría decir aquí también. Y Todo ello se inspira en las palabras de Jesús y sobre todo en la postura que mantuvo durante su vida. Parece una paradoja... Es que todo el Evangelio lo es, aunque nos cueste trabajo entrar por ello, pero esa fue la fuerza que le hizo extenderse tan rápidamente por tantos corazones y llegar en su difusión hasta los últimos confines de la tierra y hasta nuestros propias días, hasta aquí mientras hemos estado recordándole… Jmf.