DOMINGO DE RAMOS.-14-IV-2019
(Lc. 19, 28-40) C
Siempre es muy conveniente tomar una actitud ante determinados
acontecimientos. De hecho solemos tomarla hasta inconscientemente. Un cristiano
no debe ser nunca un miembro pasivo, un miembro dormido de la Iglesia. La Semana
Santa es un gran acontecimiento ante el que es necesario tomar postura. Y la
actitud, que se tiene en cuenta en la Moral moderna en relación con nuestros
actos éticos cuando va contra la Ley se la denomina pecado mortal dándole mucha más importancia a esa actitud que al propio acto, al que se denomina pecado grave o leve, según la importancia de la falta.
La razón es porque un acto, un
pecado cometido por cualquier hombre siempre es fruto de una manera de pensar,
de un modo de ser, en una palabra, de una actitud
interior y por tanto en última instancia la responsable de nuestras caídas, de
nuestros pecados graves. Incluso en tiempo en los que privaba una moral tan
rígida como fue la de los siglos XIII, XIV y XV durante los que actuó a tope la
Inquisición, (fundada por Gregorio IX, hacia 1235 en colaboración con el
emperador Federico II), cuando un
supuesto hereje confesaba libremente su error o, lo que era igual, deponía su
actitud, solía ser absuelto. Sin embargo si se obstinaba en la doctrina que el
Santo Tribunal consideraba herética era entonces cuando se le imponía el
castigo.
El mismo Jesús no solía condenar
al pecador cuando este humildemente se confesaba culpable; condenaba más bien
la actitud de soberbia del fariseo
que no sólo no lo reconocía sino que incluso blandía su aparente inocencia como
un gesto de bondad para justificarse e incluirse entre los buenos.
De ahí la importancia de que nosotros tengamos que definirnos ante este
acontecimiento trascendental en el mundo de la Pasión de Jesucristo. De algún
modo todos somos personajes de esa gran Semana Santa que es la vida. Todos tomamos,
querámoslo o no, partido ante la cruz y ante el Crucificado.
Acostumbra la TV a reponer por estas fechas películas cuyo fondo es la
Pasión de Cristo. Una de ellas es la titulada El Judas, de Ignacio Ferrés
Iquino (1952). Describe la Pasión
que se representa cada año en Esparraguera (Cataluña). Cada vecino asume un
papel en la obra. Y
ya es conocido por todos que ese papel poco a poco se va apoderando de cada
persona hasta identificarla en algunos casos plenamente con el personaje. Creo
que nosotros no nos identificamos más con Cristo porque no nos arriesgamos a
representarle de verdad y a vivir su pasión más de cerca.
Y las posturas ante Cristo se pueden ver claramente reflejadas a lo largo
de toda la Semana santa: las vemos hoy, domingo de Ramos en los dos evangelios
que hemos: leído el de la entrada
triunfal de Jesús en Jerusalén y
en la lectura de la Pasión según san Lucas: triunfo en el primero y
fracaso, al menos aparente, en el segundo.
Podríamos clasificar en tres, las actitudes que se recogen en el evangelio
de la entrada triunfal:
1.- La actitud del pueblo que aclama
a Jesús entre ramos y palmas. El
pueblo es espontáneo, capta perfectamente el mensaje de sus líderes, tiene como
un sexto sentido para detectar la verdad, a veces sus actitudes parecen
imprudentes pero así se mueven las masas. También es verdad que a veces es
manipulado y engañado por líderes falsos.
2.- La actitud de los jefes o
fariseos: también salen con ramos, con palmas y hasta con palos pero no es
para aclamar sino para matar a Jesús:
palmas de cañavera para ponerlas en sus manos y así mofarse de él; los palos de
la cruz para crucificarlo en ellos, y ramos de espino para coronarlo… Es ya
conocido el dicho de que en nuestro país los cristianos van siempre detrás del
cura o con palos para atacar o con cirios y cruces para celebrar.
Los fariseos odian a Jesús, lo
condenan a muerte, enfrentan al pueblo... ellos hablan de prudencia, de
cordura, se la recomiendan a Jesús; “Manda a esta gente que se calle”. No
les agrada que el pueblo se subleve.
Como dijo Goethe refiriéndose a algo parecido y que
luego han repetido muchos líderes “Siempre
es mejor el orden sin justicia que la justicia sin orden”
.
Tampoco les agrada que el pueblo aplauda. No sé si encajaría en esta actitud
la fábula de Iriarte “El oso, la mona y el cerdo” que
finaliza sentenciando:
“Cuando me desaprobaba
la mona llegué a dudar;
mas ya que el cerdo me alaba,
muy mal debo de bailar».
Guarde para su regalo
esta sentencia el autor:
si el sabio no aprueba, ¡malo!
si el necio aplaude, ¡peor!”.
Espanta pensar de lo que son capaces unos pocos y con qué habilidad manejan
a las turbas y les hacen cambiar de parecer en pocos días aplaudiendo el
domingo a quien crucificarán cinco días después. Aquellos fariseos enfrentados
con Jesús, hace ya veinte siglos que
han muerto pero su actitud sigue ahí en pie, retando al tiempo y a la historia. Las
actitudes nunca mueren.
Todos somos personajes de la Pasión: unos gritando, otros viéndolas venir,
otros conspirando y otros, en fin, lavándose las manos. Cada uno puede escoger su papel, o acaso ya
lo tiene escogido.
3.- La actitud de Jesús es entrar
pacíficamente en la ciudad, sobre un manso pollino, en medio del alboroto
de las masas. Aunque era la entrada triunfal de un rey, escoge una humilde
cabalgadura porque es un rey sin poder temporal, ese poder tan ambicionado por
tantos y en nombre del cual tantas tropelías se han cometido y se siguen
cometiendo. El mismo Jesús fue
víctima de él como se recita en el Credo: “padeció
bajo el poder de Poncio Pilatos,
fue crucificado…”. Es la agresividad,
el afán de dominio que el psicólogo Alfred
Adler coloca como el móvil
supremo de las actitudes del hombre: el afán de poder. Jesús no quiere ese mando, Él no entra segando, arrebatando vidas
para imponer o consolidar su Reino.
Muchos hombres piensan que el único modo de vencer es matar. La victoria
sólo es aparente y efímera. Sólo vence al final aquel que es capaz de dar su
vida. Tiene mucha más fuerza moral aquel que muere por la causa, el mártir, que
aquel que se la quita. Es
verdad que algunos quitan la vida entregando a su vez la suya, en ese caso sólo
vencerá quien luche más cerca de la verdad.
La actitud de Jesús siempre fue
clara: en favor del pueblo contra los dirigentes, por eso les replica cuando le
aconsejan prohibir gritar: “No se lo
impidáis, dejadlos que griten, pues
si ellos enmudecieran gritarían hasta las mismas piedras”.
Una cosa está clara, que si luchamos por la verdad contra el mal estamos
condenados a morir en la cruz. Y no debe
asustarnos. La cruz ha sido, y es, el
punto de mira del cristiano. En los fusiles con mira telescópica cuando se
apunta a un blanco siempre aparece sobreimpresa una cruz. En el rifle con un
fin muy preciso: abatir la pieza más certeramente. Cuando un cristiano mira,
también lo debe hacer a través de su mira telescópica, imaginado la cruz sobre
el objetivo que persigue, pero en nuestro caso no es para abatir sino para ver
más claro y más cerca y así poder salvar a quien nos necesita. La cruz descubre
nuestro yo más auténtico, el rostro de Jesús
que siempre anda perdido entre los hombres. Como dijo François Mauriac: “¿Intentas
mantenerte por encima de las preocupaciones de los hombres? ¿Intentas mirar
desde arriba a las muchedumbres torturadas? En todo caso podrás hacerlo desde
lo más alto de la cruz”.
La cruz es el proyecto, la maqueta a realizar por el cristiano. Todo
empieza y acaba en una cruz, y ese es el camino para llegar triunfalmente al
Domingo de Resurrección. En cada misa repetimos al sanctus: “Bendito el que viene en nombre del Señor,
¡Hosanna en el cielo!”. Pero al
tiempo que lo recitamos no debemos de perder de vista ese personaje de la
Pasión que voluntariamente hemos escogido y encarnado, a quien estamos
representando en la Pasión del mundo, sin olvidar que han sido los mismos, los
mismos que cantaron este Domingo de Ramos el Hosanna al Señor quienes, al
llegar el Viernes Santo gritaron ante Pilatos! ¡Crucifícalo! Jmf
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