jueves, 18 de abril de 2019


VIERNES SANTO  19-IV-2019  C

 Todas las cosas pueden ser símbolo de algo. De hecho tanto los movimientos políticos, como los religiosos y culturales, desde las ideologías hasta las tendencias más diversas, desde los grupos terroristas y los equipos de fútbol hasta las asociaciones de defensa de los derechos ciudadanos, todos se esfuerzan en buscar su emblema en el que pretenden encerrar desde su historia hasta los fines que pretenden llevar a cabo.

La Cruz es el símbolo cristiano, es nuestro emblema. Pero la cruz también es el símbolo del dolor: “llevar la cruz de cada día” todos sabemos lo que quiere decir. Simboliza el dolor, es cierto, pero también otras muchas cosas. Por ejemplo la cruz es la expresión más certera y que sintetiza más admirablemente los dos grandes mandamientos del cristiano.

El palo vertical, sujeto por un extremo al suelo, hundido en el barro y clavados en él los pies de Cristo; como dice Lope de Vega al crucificado “estás para esperar los pies clavados”, y el otro extremo apuntando al cielo, indica el amor a Dios sobre y por encima de todas las cosas.
El palo horizontal, paralelo a la línea del horizonte, paralelo al ancho mundo al que parece abarcar y abrazar con sus dos brazos extendidos, simboliza el amor a nuestro prójimo, tanto al que está a derecha como el que tenemos a la izquierda, el que nos cae bien y el que no nos cae tan bien: el palo horizontal son los dos brazos de la fraternidad universal.

Y sobre la cruz lo más hermoso de la creación: el desnudo cuerpo de Jesús. ¿Cuántas veces el desnudo ha servido de inspiración a los pintores y escultores? Y ¿cuántas veces, dicen, que sólo en aras de la belleza los artistas de cine justifican sus desnudos? En la cruz sí que puede decirse con todo derecho y con más razón que en ninguna otra obra artística o película que “por exigencias del guión” el desnudo está justificado...

Cristo en la Cruz oraba, hablaba con su Padre. “¿Por qué me has abandonado?”... “¡Padre! ¡A tus manos encomiendo mi espíritu…!”. Orar es importante. Muchos santos lo hicieron delante de la cruz. Y es que en la cruz se sintetiza también la oración por excelencia, lo hemos explicado muchas veces, la oración del Padrenuestro: el palo vertical como que se dirige al Padre Dios que está en los cielos, de ahí que sólo emplee el pronombre posesivo tú; “tu nombre”, “tu reino”, “tu voluntad…”, el palo horizontal habla de nosotros: “nuestro pan”, “nuestras ofensas”.

Por lo tanto de nuevo Dios y el prójimo. Pero sobre todo la cruz nos habla de dolor. Y en el mundo hay mucho dolor, mucho... Acaso nunca lleguemos a saber por qué, el porqué del dolor; pero sí sabemos para qué… desde que Cristo murió en la cruz. El mundo es un dolor, es un gran Calvario, es como una ciudad apestada, parecida a Orán, que Albert Camus describe en La peste: con sus 200.000 apestados por una plaga de ratas, con su mercado negro nacido al socaire de las desgracias, la guerra que se lleva a los mejores porque los arribistas y aprovechados escapan o se esconden para aparecer de nuevo... El P. Paneloux pide a Dios un milagro: que se cure el hijo del juez Othon, pero el milagro no llega y el niño muere. El médico Riex protesta, se rebela contra un mundo, contra una creación en la que los más inocentes son precisamente los más torturados. Ese es el grito de nuestra humanidad, ese es el grito que hemos oído tantas veces ante tantas muertes absurdas: ¿Por qué Dios permite esto?, ¿por qué…? Pero hay que darse cuenta de que ha sido el grito también del mismo Dios en la cruz: ¡Padre mío!, ¿por qué, por qué me has abandonado…?”.

Camus añade aún más: que la peste no ha sido provocada por nadie, llegó sola, pero como apostilla el mismo autor en Calígula: Más grave que la peste es “hacer sufrir a otros”, porque “hacer sufrir es la única, la manera más segura de saber que nos equivocamos”.

Desgraciadamente los hombres no sólo luchamos contra el dolor sino que incluso lo causamos. Triste condición la de los humanos… “No podemos hacer un solo gesto en este mundo sin correr el peligro (de hacer sufrir) de hacer que alguien muera…”. Y sin embargo “es preciso hacer algo -añade el escritor francés- es preciso hacer algo para no seguir siendo un apestado”.

Hoy Jesús, desde la cruz nos enseña la gran lección. Es difícil vivir sin dolor, no podemos quitárnoslo de encima; siempre estará ahí, si no es de una manera será de otra. Somos seres dolientes. Por lo tanto no nos queda otro camino que asumirlo, incorporarlo y sacar fruto de él como lo sacó Jesús de la cruz. Pero no porque sí, porque no queda otro remedio, sino porque la fe y la esperanza cristiana nos dicen que después de un Viernes de dolor llega siempre un Domingo de Resurrección.

En esta tarde en la que conmemoramos un año más la muerte del Señor, hasta que vuelva…, en esta tarde de Viernes santo, debemos reflexionar un poco sobre el dolor y esforzarnos en la medida de nuestras fuerzas por asumirlo y aceptarlo como lo aceptó y asumió Jesús, incluso llegar a desearlo, como sucedía con los santos. Es el único camino para librarnos de él, abrazarnos a él; “las espinas cuando se las besa acarician cuando se las pisa terminan destrozando nuestros pies”.   Jmf

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