VIERNES SANTO 19-IV-2019
C
La Cruz es el símbolo cristiano, es nuestro emblema. Pero la cruz también es el
símbolo del dolor: “llevar la cruz de
cada día” todos sabemos lo que quiere decir. Simboliza el dolor, es cierto,
pero también otras muchas cosas. Por ejemplo la cruz es la expresión más
certera y que sintetiza más admirablemente los dos grandes mandamientos del
cristiano.
El palo vertical, sujeto por un extremo al suelo, hundido en el barro y
clavados en él los pies de Cristo; como dice Lope de Vega al crucificado “estás
para esperar los pies clavados”, y el otro extremo apuntando al cielo,
indica el amor a Dios sobre y por encima de todas las cosas.
El palo horizontal, paralelo a la línea del horizonte, paralelo al ancho mundo
al que parece abarcar y abrazar con sus dos brazos extendidos, simboliza el
amor a nuestro prójimo, tanto al que está a derecha como el que tenemos a la
izquierda, el que nos cae bien y el que no nos cae tan bien: el palo horizontal
son los dos brazos de la fraternidad universal.
Y sobre la cruz lo más hermoso de la creación: el desnudo cuerpo de Jesús. ¿Cuántas veces el desnudo ha
servido de inspiración a los pintores y escultores? Y ¿cuántas veces, dicen,
que sólo en aras de la belleza los artistas de cine justifican sus desnudos? En
la cruz sí que puede decirse con todo derecho y con más razón que en ninguna
otra obra artística o película que “por
exigencias del guión” el desnudo está justificado...
Cristo en la Cruz oraba, hablaba con su Padre. “¿Por qué me has abandonado?”... “¡Padre! ¡A
tus manos encomiendo mi espíritu…!”. Orar es importante. Muchos santos lo
hicieron delante de la cruz. Y
es que en la cruz se sintetiza también la oración por excelencia, lo hemos
explicado muchas veces, la oración del Padrenuestro:
el palo vertical como que se dirige al Padre Dios que está en los cielos, de
ahí que sólo emplee el pronombre posesivo tú; “tu nombre”, “tu reino”, “tu
voluntad…”, el palo horizontal habla de nosotros: “nuestro pan”, … “nuestras
ofensas”.
Por lo tanto de nuevo Dios
y el prójimo. Pero sobre todo la cruz
nos habla de dolor. Y en el mundo hay mucho dolor, mucho... Acaso nunca
lleguemos a saber por qué, el porqué del dolor; pero sí sabemos para qué… desde
que Cristo murió en la cruz.
El mundo es un dolor, es un gran Calvario, es como una ciudad
apestada, parecida a Orán, que Albert
Camus describe en La peste: con sus 200.000 apestados por
una plaga de ratas, con su mercado negro nacido al socaire de las desgracias,
la guerra que se lleva a los mejores porque los arribistas y aprovechados
escapan o se esconden para aparecer de nuevo... El P. Paneloux pide a Dios un milagro: que se cure el hijo del juez Othon, pero el milagro no llega y el
niño muere. El médico Riex protesta,
se rebela contra un mundo, contra una creación en la que los más inocentes son
precisamente los más torturados. Ese es el grito de nuestra humanidad, ese es
el grito que hemos oído tantas veces ante tantas muertes absurdas: ¿Por qué Dios permite esto?, ¿por qué…? Pero
hay que darse cuenta de que ha sido el grito también del mismo Dios en la cruz:
¡Padre mío!, ¿por qué, por qué me has
abandonado…?”.
Camus añade aún
más: que la peste no ha sido provocada por nadie, llegó sola, pero como
apostilla el mismo autor en Calígula:
Más grave que la peste es “hacer sufrir a
otros”, porque “hacer sufrir es la
única, la manera más segura de saber que nos equivocamos”.
Desgraciadamente los hombres no sólo luchamos contra el dolor
sino que incluso lo causamos. Triste condición la de los humanos… “No podemos hacer un solo gesto en este
mundo sin correr el peligro (de hacer sufrir) de hacer que alguien muera…”. Y sin embargo “es preciso hacer algo -añade el escritor francés- es preciso hacer algo para no seguir siendo
un apestado”.
Hoy Jesús, desde la
cruz nos enseña la gran lección. Es difícil vivir sin dolor, no podemos
quitárnoslo de encima; siempre estará ahí, si no es de una manera será de otra.
Somos seres dolientes. Por lo tanto no nos queda otro camino que asumirlo,
incorporarlo y sacar fruto de él como lo sacó Jesús de la
cruz. Pero no porque sí, porque no queda otro remedio, sino
porque la fe y la esperanza cristiana nos dicen que después de un Viernes de
dolor llega siempre un Domingo de Resurrección.
En esta tarde en la que conmemoramos un año más la muerte del
Señor, hasta que vuelva…, en esta
tarde de Viernes santo, debemos reflexionar un poco sobre el dolor y
esforzarnos en la medida de nuestras fuerzas por asumirlo y aceptarlo como lo
aceptó y asumió Jesús, incluso
llegar a desearlo, como sucedía con los santos. Es el único camino para
librarnos de él, abrazarnos a él; “las
espinas cuando se las besa acarician
cuando se las pisa terminan destrozando nuestros pies”. Jmf
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