JUEVES
SANTO, DÍA DEL AMOR FRADERNO
(18-IV-2019) C
(18-IV-2019) C
Cuántas veces
habremos oído hablar de amor, la
palabra amor, el verbo amar. Desde
niños lo escuchamos a las madres cuando abrazan a su hijito. Luego al niño le
preguntarán a quién quiere más: a su
padre o a su madre, es el primer examen de amor.
En la Escuela, en el Colegio el primer verbo que nos enseñan a conjugar es
el verbo amar: Yo amo, tú amas, él ama…,
en lat.: amo, as, are. Y es el amor quien transforma al joven
al ponerlo en contacto con la vida. La juventud es la edad del amor, de los
amores o del gran Amor, con mayúscula.
La historia está llena de dramas y sucesos donde el protagonista es el
amor: basta recordar la tragedia de Marco
Antonio que pierde la batalla de Accio el año 30 (a. C.) por abandonar a
sus soldados y navegar tras la
galera de Cleopatra a quien amaba. Y
si abundan en la historia no digamos nada en la Literatura. Podríamos decir que
cada novela, cada obra dramática, cada película no se concibe si no lleva como
telón de fondo una historia de amor, (mejor o peor tratada, esto ya es harina
de otro costal). Todo está lleno de historias de amor. Con frecuencia suelen
terminar en drama: así Las Noches
lúgubres de José Cadalso, (s.
XIX), Romeo y Julieta, Los amantes de Teruel, y un largo etc.
Hoy celebramos no una historia de amor más sino la Historia del Amor por
antonomasia, la historia del mismo Dios que es amor, la historia de su amor a los hombres. Dios siempre ha sido “el amigo de los hombres”, como escribe san Pablo en su carta a Tito (3, 4). Y
un amigo es incluso hasta más que un hermano. En el Paraíso -dice la Biblia- Dios paseaba
con Adán por el jardín al socaire de
la tarde como un amigo pasea con un amigo. Dios es el primer amigo de Abrahán. El Señor le habla a Moisés en el Sinaí “como un amigo habla con su amigo”.
Finalmente, por no alargarnos, Jesús
les llama a sus apóstoles: “no siervos
sino amigos”. A Judas, en el
preciso momento en el que este le traiciona, Jesús le responde con aquella hermosa frase: “Amigo, ¿con un beso entregas al hijo del hombre?”. La amistad
es más que el amor. Entre dos personas puede haber amor, amor admiración, amor pasión,
y sin embargo puede no haber amistad. La amistad/amor empieza cuando uno se
olvida de sí mismo y vive ya para el otro. Esa es además, la expresión de
amistad más profunda.
Si nos examinamos, aunque sólo sea muy por encima, veremos que hoy nos
queremos poco. Acaso tampoco nos odiamos, pero nos desimportamos
aterradoramente, y tal parece que sólo tenemos interés por alguien si vemos que
podemos sacar de esa amistad algún provecho. Amar por amar parece que ya no
tiene cabida en nuestro mundo. Y esto se manifiesta hasta en el mismo saludo
¡Qué poca gente te contesta o se adelanta a dar los buenos días por la calle!
Pasamos unos ante otros como fantasmas, “Así
pasan por ahí los animales” nos repetía a menudo cuando éramos niños un
maestro de escuela que confiaba en el saludo. Y qué menos que un saludo, saludo
a propios y a extraños. Al menos los cristianos. ¿No somos hermanos? Por eso es
tan sorprendente cuando uno se encuentra con gente que, no sólo saluda, sino
que lo hace invocando el nombre del Señor: “¡Vaya
usted con Dios!”. Eso es hermoso y bueno.
Se habla hoy mucho de crisis de energía, de problemas con el mercado común,
de carestía de vida, etc., son temas recurrentes en cualquier conversación.
Pero la verdadera falta de energía no es la calorífica sino la espiritual del
corazón. Y es curioso que viviendo sobre una bola de fuego que es el centro de
la tierra, teniendo sobre nuestras cabezas no un sol, no, sino millones de soles
a millones de grados de temperatura que se pierden en el espacio, el hombre
pase frío. Parece inconcebible.
Lo mismo pasa con nuestro corazón: teniendo tanto amor, tanta fraternidad
para entregarla a los demás nos enquistamos en nuestros egoísmos y así el sol
de la fraternidad no puede ni alumbrarnos ni entrar en nuestra alma. Y teniendo
sobre nuestras frentes un Dios con infinito amor, se nos muere el alma de frío
y de hambre de amor, como se moría la del hijo pródigo.
Dios es el sol que nos alumbra. Dios es un derroche de amor. Dios en la
persona de Jesús, nos invita una vez
más a su banquete. Eso es un signo de amistad, invitar a una copa. Debemos
aceptar la invitación, ponernos al sol de este gran amor. Nos quejamos de que
no hay amor. En Dios está la solución. Amando a los demás amamos a Dios y
nosotros nos sentimos amados por Dios. Porque donde no hay caridad deberíamos
hacerla presente los cristianos, según aquella hermosa máxima de san Juan de la Cruz: “Donde no hay amor pon amor y encontrarás
amor”.
Como final permitidme recordar una
oración que escuché muchas veces, siendo niño: “La oración del Jueves Santo” que se acostumbraba a recitar con
otras varias, sobre todo al acostarse. Se la escuché por última vez hace unos
años a una anciana de 97 años que vivía en una aldea de Somiedo, Avelina García Riesco. Quisiera
recordarla, porque a pesar de su sencillez fue una oración que miles de labios
rezaron por medio mundo con esa fe del pueblo que ya quisiéramos muchos para nosotros. Acaso más de uno de los
presentes la recuerde. Decía así:
“Jueves
Santo, Jueves Santo,
tres días
antes de Pascua
cuando el
Redentor del mundo
a sus
discípulos llama.
Los llama
uno por uno,
de dos en
dos se juntaban
a tomar una
comida
de la su
mesa sagrada.
De comer les
da su Cuerpo
de beber su
Sangre santa.
Cuando los
vio todos juntos
de esta
manera les habla:
-Ahora, discípulos míos,
¿cuál muere por mí mañana?
Miran unos
para otros,
a todos
tiembla la barba
y al que
barba no tenía
la color se
le mudaba.
Sólo fue san
Juan Bautista
que predicó
en las montañas.:
-Muero yo por ti, mi Dios.
muevo yo por Ti mañana.
-No digas eso, san Juan,
no digas esas palabras
que tu muerte por la mía
nunca ha de ser perdonada.
¡Válgame
Nuestra Señora
y la Virgen Soberana !
Así rezaban nuestros abuelos. Así vivían y se imaginaban la escena de este
día de Jueves santo, con sus errores, que los tenían, pero con una fe que lo
suplía todo. Hoy en cambio la gente apenas reza ni de esta forma ni de ninguna
otra, con lo cual la vida espiritual de las personas se empobrece más y más, la
gente se mete en casa, luego se mete en sí mismas y va poco a poco cayendo en
un pozo sin fondo de tristeza, de depresión y soledad. Únicamente cuando sucede
una catástrofe, una desgracia parece que despertarnos como de una modorra y
entonces sí, nos acordamos de Dios, hacemos promesas, ayudamos, hablamos,
comentamos e incluso echamos una mano. Hoy Jueves santo día de la Eucaristía y
por tanto día de Amor fraterno. Un mandamiento nuevo que nos dio el Señor. No
lo echemos en saco roto.
Jmf
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