viernes, 26 de abril de 2019


DOMINGO II DE PASCUA.- 28- IV-2019 (Jn. 20,19-31) C


Seguimos en Pascua, seguimos celebrando a Cristo resucitado. Nosotros no hemos visto su Resurrección pero creemos en ella. Los apóstoles tampoco lo vieron resucitar, también tuvieron que creer. De ahí sus dudas y de ahí que lo confundieran con un jardinero, con un viajero, con un fantasma e incluso, permítasenos la expresión, hasta con un campista cuando aquel radiante amanecer en el lago lo vieron desde la barca prepararles el desayuno en la ribera.

El pensador marxista Ernest Bloch, hablando de los orígenes humildes de Jesús, dice: “Se le reza a un niño nacido y recostado en un pesebre… Un origen tan humilde para un fundador no se lo inventa uno. Las sagas (o leyendas) nunca pintan cuadros de miseria y menos aún los mantienen durante toda una vida. El hijo de un carpintero, el pesebre, los enfermos y los pobres, los discípulos cobardes, el desastroso final en la cruz, todo esto no se entendería si no estuviera hecho con material histórico”. (“El principio esperanza”).

Una Resurrección, plagada de anécdotas en las que las dudas, los miedos, las huidas, las traiciones y las deserciones abundan por doquier es material histórico. Las leyendas hubieran empleado otro tipo de recursos, otra clase de elementos maravillosos que aquí brillan por su ausencia.

Jesús necesitó hacerse presente entre aquellos apóstoles en primer lugar por la palabra. Pero además Jesús se hace presente también por la unión que se estableció entre los apóstoles. Porque, como dice la primera lectura, uno de los signos que más han convencido sobre la autenticidad de la Resurrección de Cristo fue la unión de los creyentes: “Se reunían de común acuerdo en el Pórtico de Salomón…”,  por lo que “la gente se hacía lenguas de ellos”.

Se hace también presente incluso con su naturaleza humana. Dice el Evangelio que “el primer día de la semana estaban todos reunidos por miedo a los judíos, entró Jesús y les dijo: paz a vosotros”. Sólo Tomás exigió ver y tocar. Resulta difícil a veces esa aceptación, esa fe, como le resultaba difícil a santo Tomás hasta fiarse de sus ojos y necesitaba tocar. El Señor no dudó en ofrecerle las manos y el costado para que comprobara que su cuerpo era de carne y hueso. Sabemos muy poco del itinerario espiritual que tuvo este apóstol incrédulo pero sería interesante haberlo seguido paso a paso. Jesús, antes de devolver la fe a Tomás les desea y les da a todos la paz: “Paz a vosotros”. Y aun se la da por segunda vez. Es una pista. A los que están en paz consigo mismo y con los demás les es más fácil creer.

No es precisamente la falta de fe lo que nos lleva a la perversión y al ateísmo sino, al revés, suele ser la perversión y la mala vida lo que nos arrastra a la falta de fe. Bastaría hacer un breve recorrido por la historia de las grandes conversiones, empezando por la de san Agustín, para darnos cuenta de cómo es lo inmoral lo que precipita al hombre con más rapidez en el agnosticismo y en la duda. Uno de estos famosos conversos fue Julien Green. Nacido en París en 1900 y Gran Premio de las Letras Francesas, escribía en su famoso Diario en 1938: “La sensualidad prepara la cama a la incredulidad”. Todo su Diario es una confirmación de este aserto. Lo reafirma en su novela Minuit simbolizando al alma por medio de un castillo/abadía que se levanta sobre una charca de aguas negras y corrompidas (la sensualidad) de la que se debe librar a toda costa.

Para atacar la fe el mejor medio y el más eficaz es minar la moral y las costumbres. Y a ello contribuye toda la educación que imparten, sobre todo modernamente los medios de comunicación, pues tal parece que es una conspiración para acabar con la fe. “Vivimos como ateos, -dice el propio Julien Green en otro lugar-, Dios se muere de frío, llama a todas las puertas…, la casa está ocupada, ¿por quién? por nosotros mismos” (p. 491), y así el cristianismo va “… perdiendo terreno. Es posible que un día la Verdad esté sólo en manos de unos cuantos miles de personas (cristianos) al frente de los cuales estará un viejecito de sotana blanca… Cuando Jesús vuelva a la tierra ¿pensáis que va a encontrar fe en ella?”.

Vivimos como ateos aunque estemos flotando en medio de un mar de palabras, de ritos y de signos religiosos. Y en algunos casos ni siquiera eso. Otro gran escritor católico, el novelista inglés Grahan Green cuenta en El fondo de la trama que en 1942, en plena guerra mundial, no recuerdo con motivo de qué, preguntaron a unos niños ingleses “evacuados” del frente: ¿Quién es Dios para ti?, ¿quién es para ti Cristo? Sólo les sonaba su nombre de haberlo oído pronunciar en las blasfemias. No sabían nada más acerca de Él. Y yo creo que algo parecido pasaría en algunos ambientes muy cercanos a nosotros si hiciéramos a más de uno la misma pregunta: sólo se le invoca para blasfemarle.

Nos falta fe, nos sobran malas obras y palabras y por eso carecemos de paz. Jesús además de dar su paz confiere inmediatamente a los apóstoles el poder de perdonar los pecados como si el “tus pecados quedan perdonados” fuera ligado al “podéis ir en paz”. Paz, pecado, fe... Tres palabras con las que nos encontramos en este evangelio sobre la incredulidad, y las tres están entreveradas unas de otras. Sin embargo la lucha por creer, por conseguir creer más, es a veces complicada y misteriosa. A esto tendríamos que decir lo que afirmaba aquel eximio escritor, torturado por la lucha en la búsqueda de la fe y de la verdad, que fue Miguel de Unamuno: “Hay muchos que dicen que quisieran creer…. Condúcete como si creyeras y acabarás creyendo ¿Que no puedes porque no crees? Es que entonces no quieres creer, tu fe es una ilusión”. Y luego añade una frase que sería digna de que los creyentes, tengamos dudas de fe o no, la meditásemos largamente: “El mejor modo de creer en el Credo es rezarlo con el mayor fervor todos los días”. (Diario). Nunca olvidaré la imagen de aquel cura de aldea al que se le encontraba muchas mañanas arrodillado en el baptisterio junto a la pila bautismal. -¿Qué hace ahí de rodillas, señor cura? le preguntaron un día.  -Rezando el Credo, respondió. Aquí nací yo a la fe y aquí recibí la gracia santificante cuando me bautizaron. Le estaba dando gracias a Dios”.                     Jmf

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