martes, 30 de abril de 2019


SANTA EUTANASIA
Ora pro nobis...
La imagen puede contener: una persona, sentada e interior

Por conseguir un bien mayor se puede sacrificar uno más pequeño. Por conseguir la salvación eterna, siempre a riesgo de perderla por el peligro de caer en pecado o de morir sin la debida preparación pudiendo llevar a cabo una preparación espiritualmente vivida, santamente aceptada y sacramentalmente recibida (la muerte sería un sacramento más), parece lógico desear una eutanasia llevada a cabo cristianamente, mediante la cual podríamos asegurarnos la salvación. Desear lo mejor nunca puede ser un acto malo ni pecaminoso. ¿No damos la vida por otro? ¿Por qué no vamos a poder darla por nosotros mismos? ¿No nos pide el Señor amar como a nosotros mismos? Si el punto de referencia somos nosotros debemos cultivar ese amor a fin de que al compararlo con el del prójimo este no sufra merma, y al dar la vida por nosotros mismos seríamos de igual modo aptos para darla por el prójimo. El fin no justifica los medios si estos son malos o pecaminosos. Pero si los medios son sacramentos, y luego el acto supremo de “morir por...” en este caso por nosotros mismos no se puede aplicar aquí el conocido aforismo. Aquí todo está justificado puesto que el supremo bien, mayor que la salvación no hay  ninguno. Y por ese fin tan noble y divino  cabe el empleo de todos los medios, que sin dañar a nadie a nosotros solamente nos puede beneficiar.


1.-Si  uno puede dar su vida
en un acto de heroísmo
por cualquier causa perdida
¿no podría el suicida
dársela a Dios por sí mismo?

2.-Hoy yo puedo arrepentirme,
pedir perdón, confesarme
y ya en gracia permitirme
una eutanasia..., y morirme
y así, sin pecar, salvarme.

3.-Pues si la mayor empresa
del hombre es la salvación,
y lo que más le interesa
es no ser del Diablo presa
¿no está ahí la solución? 

4.-Morir en  gracia sería
lo que la Iglesia con tanta
fe nos pide noche y día.
Por tanto yo llamaría
a tal eutanasia... santa. 

5.-Si es santo aquel que procura
ir de Ti, Señor, en pos
su muerte, aunque prematura,
dando una gloria segura
¿no le será grata a Dios?

6.-Si Tú optaste por  morir
pudiendo evitar la muerte
y no quisiste vivir...
¿por qué no has de permitir
correr yo tu misma suerte?

7.-Tú has dicho: “El  supremo amor
es morir por los hermanos...”
¿por qué, entonces, es peor
morir por uno, Señor,
en propias o extrañas manos? 

8.-Si he nacido porque sí
y de esa misma manera
puedo decir que viví,
después de ver lo que vi
lléveme Dios cuando quiera. 

9.-Mi buen Dios,  yo quiero verte  
y siempre te estoy rogando
que me digas de qué suerte
puedo adelantar mi muerte.
Mas Dios me dice: ¡esperando! 

10.-Si  es verdad que la aspirina
algunos dolores calma
y hasta a quitarlos atina…
¿habrá alguna medicina
para cuando duele el alma? 

11.-El  misterio de la vida
en la muerte es tan oscuro
que no hay mente que la mida;
cuando busco la salida
siempre choco con un muro. 

12.-Por  eso, tendré saldada
mi deuda con el Señor.
Y que al fin de la jornada
a nadie le deba nada
más que caridad y amor.   
 Jmf 

viernes, 26 de abril de 2019


DOMINGO II DE PASCUA.- 28- IV-2019 (Jn. 20,19-31) C


Seguimos en Pascua, seguimos celebrando a Cristo resucitado. Nosotros no hemos visto su Resurrección pero creemos en ella. Los apóstoles tampoco lo vieron resucitar, también tuvieron que creer. De ahí sus dudas y de ahí que lo confundieran con un jardinero, con un viajero, con un fantasma e incluso, permítasenos la expresión, hasta con un campista cuando aquel radiante amanecer en el lago lo vieron desde la barca prepararles el desayuno en la ribera.

El pensador marxista Ernest Bloch, hablando de los orígenes humildes de Jesús, dice: “Se le reza a un niño nacido y recostado en un pesebre… Un origen tan humilde para un fundador no se lo inventa uno. Las sagas (o leyendas) nunca pintan cuadros de miseria y menos aún los mantienen durante toda una vida. El hijo de un carpintero, el pesebre, los enfermos y los pobres, los discípulos cobardes, el desastroso final en la cruz, todo esto no se entendería si no estuviera hecho con material histórico”. (“El principio esperanza”).

Una Resurrección, plagada de anécdotas en las que las dudas, los miedos, las huidas, las traiciones y las deserciones abundan por doquier es material histórico. Las leyendas hubieran empleado otro tipo de recursos, otra clase de elementos maravillosos que aquí brillan por su ausencia.

Jesús necesitó hacerse presente entre aquellos apóstoles en primer lugar por la palabra. Pero además Jesús se hace presente también por la unión que se estableció entre los apóstoles. Porque, como dice la primera lectura, uno de los signos que más han convencido sobre la autenticidad de la Resurrección de Cristo fue la unión de los creyentes: “Se reunían de común acuerdo en el Pórtico de Salomón…”,  por lo que “la gente se hacía lenguas de ellos”.

Se hace también presente incluso con su naturaleza humana. Dice el Evangelio que “el primer día de la semana estaban todos reunidos por miedo a los judíos, entró Jesús y les dijo: paz a vosotros”. Sólo Tomás exigió ver y tocar. Resulta difícil a veces esa aceptación, esa fe, como le resultaba difícil a santo Tomás hasta fiarse de sus ojos y necesitaba tocar. El Señor no dudó en ofrecerle las manos y el costado para que comprobara que su cuerpo era de carne y hueso. Sabemos muy poco del itinerario espiritual que tuvo este apóstol incrédulo pero sería interesante haberlo seguido paso a paso. Jesús, antes de devolver la fe a Tomás les desea y les da a todos la paz: “Paz a vosotros”. Y aun se la da por segunda vez. Es una pista. A los que están en paz consigo mismo y con los demás les es más fácil creer.

No es precisamente la falta de fe lo que nos lleva a la perversión y al ateísmo sino, al revés, suele ser la perversión y la mala vida lo que nos arrastra a la falta de fe. Bastaría hacer un breve recorrido por la historia de las grandes conversiones, empezando por la de san Agustín, para darnos cuenta de cómo es lo inmoral lo que precipita al hombre con más rapidez en el agnosticismo y en la duda. Uno de estos famosos conversos fue Julien Green. Nacido en París en 1900 y Gran Premio de las Letras Francesas, escribía en su famoso Diario en 1938: “La sensualidad prepara la cama a la incredulidad”. Todo su Diario es una confirmación de este aserto. Lo reafirma en su novela Minuit simbolizando al alma por medio de un castillo/abadía que se levanta sobre una charca de aguas negras y corrompidas (la sensualidad) de la que se debe librar a toda costa.

Para atacar la fe el mejor medio y el más eficaz es minar la moral y las costumbres. Y a ello contribuye toda la educación que imparten, sobre todo modernamente los medios de comunicación, pues tal parece que es una conspiración para acabar con la fe. “Vivimos como ateos, -dice el propio Julien Green en otro lugar-, Dios se muere de frío, llama a todas las puertas…, la casa está ocupada, ¿por quién? por nosotros mismos” (p. 491), y así el cristianismo va “… perdiendo terreno. Es posible que un día la Verdad esté sólo en manos de unos cuantos miles de personas (cristianos) al frente de los cuales estará un viejecito de sotana blanca… Cuando Jesús vuelva a la tierra ¿pensáis que va a encontrar fe en ella?”.

Vivimos como ateos aunque estemos flotando en medio de un mar de palabras, de ritos y de signos religiosos. Y en algunos casos ni siquiera eso. Otro gran escritor católico, el novelista inglés Grahan Green cuenta en El fondo de la trama que en 1942, en plena guerra mundial, no recuerdo con motivo de qué, preguntaron a unos niños ingleses “evacuados” del frente: ¿Quién es Dios para ti?, ¿quién es para ti Cristo? Sólo les sonaba su nombre de haberlo oído pronunciar en las blasfemias. No sabían nada más acerca de Él. Y yo creo que algo parecido pasaría en algunos ambientes muy cercanos a nosotros si hiciéramos a más de uno la misma pregunta: sólo se le invoca para blasfemarle.

Nos falta fe, nos sobran malas obras y palabras y por eso carecemos de paz. Jesús además de dar su paz confiere inmediatamente a los apóstoles el poder de perdonar los pecados como si el “tus pecados quedan perdonados” fuera ligado al “podéis ir en paz”. Paz, pecado, fe... Tres palabras con las que nos encontramos en este evangelio sobre la incredulidad, y las tres están entreveradas unas de otras. Sin embargo la lucha por creer, por conseguir creer más, es a veces complicada y misteriosa. A esto tendríamos que decir lo que afirmaba aquel eximio escritor, torturado por la lucha en la búsqueda de la fe y de la verdad, que fue Miguel de Unamuno: “Hay muchos que dicen que quisieran creer…. Condúcete como si creyeras y acabarás creyendo ¿Que no puedes porque no crees? Es que entonces no quieres creer, tu fe es una ilusión”. Y luego añade una frase que sería digna de que los creyentes, tengamos dudas de fe o no, la meditásemos largamente: “El mejor modo de creer en el Credo es rezarlo con el mayor fervor todos los días”. (Diario). Nunca olvidaré la imagen de aquel cura de aldea al que se le encontraba muchas mañanas arrodillado en el baptisterio junto a la pila bautismal. -¿Qué hace ahí de rodillas, señor cura? le preguntaron un día.  -Rezando el Credo, respondió. Aquí nací yo a la fe y aquí recibí la gracia santificante cuando me bautizaron. Le estaba dando gracias a Dios”.                     Jmf

miércoles, 24 de abril de 2019


     ESCATOLOGÍA NOW
  
Salones silenciosos,
galerías inmensas, atestadas
de volúmenes... libros, libros, libros...
y las obras completas de egregios escritores,
¿hasta cuándo seguirán viendo la luz
y en qué medida?
Kilómetros de libros; y con todo
seguimos escribiendo
con la vana ilusión de que nos lean...

Salones silenciosos,
pinacotecas donde brillan
rostros, paisajes, reyes...
cuya luz matizó de gris el tiempo
patinando en los lienzos renegridos
con sus alas de niebla...
Genios del claroscuro
van llenando, anegando los salones,
las paredes, los muros, con un arte
imposible...
Tanto se ha escrito ya,
tanto han pintado los que pintan
que sólo recordarlos
los años de una vida gastaría.

Museos arqueológicos, aquí
las piedras, los cascotes,
el busto ciego y pálido
de aquel emperador, y el capitel
intacto -los rotos se desechan,
como acostumbra a hacer la filatelia-,
de millones de estilos y culturas...
Museos de botánica, de historia,
museos que recogen, clasifican
y estudian los mil restos del naufragio
que el vendaval del tiempo y la barbarie
ha dejado al pasar...

Y después... ¿cómo no? la interminable
y varia arquitectura: catedrales
iglesias, sinagogas, mezquitas y pagodas...
y los nuevos estilos aún sin descubrir
más geniales aún que nuestros clásicos,
los miles, millones de creencias aún en ciernes
y sus futuros templos artísticos a sabe Dios
qué dios...

Y pasarán los años, los siglos de los siglos
y el mundo acabará
atiborrándose
de obras de arte maestras, de volúmenes...
habrá miles, millones de hombres célebres
cuyos bustos, estatuas o libros ¿dejarán
tan siquiera un rincón para las flores?
¿Qué cabrá hacer entonces?
¿Podremos convivir con tanto arte?
¿Seguiremos teniendo en el jardín
espacio suficiente para un árbol,
sombra para poder estar a solas
con uno mismo, a su sombra
leyendo, contemplando, escuchando
lo más elemental de la cultura
o habrá que destruirla para hacer
que de nuevo regresen a los campos
oscuras golondrinas,
los malvises del alba, los jilgueros
del rojo atardecer cuando el otoño
baña de melancolía el horizonte,
los ríos y las fuentes…, y el profundo
placer silencioso de asomarnos
una noche al balcón del universo?

Y yo sabiendo que en el mundo
sobra tanta belleza y tanto arte
y que el metro cuadrado en libertad
es ya pura utopía
debido a la explosión demográfica del arte
aún me atrevo a escribiros estos versos
y a echar más leña al fuego...
Me consuela que estando tan vacíos
de arte no ocuparán lugar alguno
en ningún anaquel de ningún sitio...

De todas formas,
pido perdón por el espacio
que ocupan mis poemas. 
                                                           Jmf.


domingo, 21 de abril de 2019


RESURRECCIÓN.- (Lc. 24. 1-12) 21-IV2019 C
  
Estamos de fiesta. El Cristianismo no es duelo por la muerte del Señor (esto lo podrían pensar algunos al ver en cada Iglesia presidiendo un crucifijo), el cristianismo es una fiesta, es una celebración gozosa de un gran acontecimiento.

La palabra fiesta es una voz mágica, una voz que tiene el poder de convocar, de congregar y de reunir. Exime incluso de lo más ingrato del vivir, de aquel castigo impuesto por Dios en el Paraíso a nuestro padre Adán: trabajar, “ganarás el pan con el sudor de tu frente”.  Las fiestas nos acercan un poco más al estado inicial del hombre antes de cometer el primer pecado.

Además se come y se bebe extra, y hasta suele haber comidas y bebidas especiales, típicas de cada fiesta, por ejemplo el bollo de Pascua, al que habría que rellenar o escarchar con más simbolismo cristiano.
En las grandes fiestas se hace una limpieza a fondo de la casa para luego adornarla adecuadamente. Espiritualmente esto se simboliza mediante el rito de la bendición del agua y del fuego, dos elementos purificadores.

Cuando llega la fiesta mucha gente se pone traje, vestido y calzado nuevo, de estrena, acaso llevada por ese mimetismo natural de ver cómo cada año la primavera estrena luz nueva, hojas nuevas, flores nuevas. Ayer se bendijo el fuego, fuego nuevo que una vez prendido en el cirio Pascual lucirá durante cuarenta días hasta el día de la Ascensión su luz nueva, fuego virgen que salió de una roca de pedernal.

En las fiestas se invita a los amigos a comer demostrando así de modo externo la amistad, ya que más que por saciar una necesidad corporal lo que se pretende es mantener, más aún, es estrechar más los lazos de la convivencia y de la fraternidad, algo enormemente positivo en nuestro mundo actual en el que todos andamos tan desimportados unos de otros y por lo tanto tan faltos de amistad y de afecto. Esto tiene lugar de modo especial, o debería tener lugar, en la santa Misa; pero sobre todo, esto tiene lugar el día de Pascua.

Los hebreos para decir que una cosa era la mejor, en grado superlativo, usaban ese giro en genitivo: el Cantar de los cantares, el Amor de los amores, el Señor de los señores o el Rey de reyes, etc. También nosotros podríamos decir con idéntico sentido que la Pascua es la fiesta de las fiestas.  Cada domingo es pascua, una celebración en común de este día. Cada domingo es una pequeña pascua. De ahí la razón para manifestar nuestra alegría externamente de algún modo:

Alegría porque somos libres, alegría porque Jesús nos trajo su paz. Estamos en paz, vivamos en paz, paz con nosotros mismos y en paz con los demás. “Mi paz os dejo, mi paz os doy (dice el Señor) pero no os la doy como la da el mundo…”.

Alegría porque estamos vivos, hemos resucitado con Cristo, Él con su muerte nos libró de la muerte eterna. La muerte corporal no es el final del camino, es emprender una nueva jornada. Hoy más que nunca deberíamos adornar nuestras casas como en Navidad expresando así externamente nuestra alegría, porque Pascua es mucho más que Navidad.  Los primeros cristianos simbolizaban la resurrección con las dos primeras letras de la palabra Cristo en griego: una Xi (ji) y una Ro (XP), formando un anagrama al que luego rodeaban con una corona de laurel de la cual se alimentaban dos palomas (las almas de los creyentes). Bajo el anagrama yacían aún dormidos los guardias que custodiaban el sepulcro, ahora vacío.

Entre un cristiano y el resto de la gente debe haber una diferencia, el cristiano no busca la alegría en sí, la alegría por la alegría, sino que busca al Señor. Y el Señor, que es el creador de la alegría, nos la dará con creces.

Nosotros hemos podido acompañar al Señor en su pasión y hemos tenido la ocasión de llorarle como la Magdalena, de echarlo de menos como los discípulos, y de amarle como sus más fieles seguidores pero todo eso nos servirá de muy poco si no creemos en Él. Es fe lo que se nos pide porque la fe es el fundamento de todo lo demás.  Sin fe corremos el riesgo de confundir a Jesús con el hortelano o jardinero de turno como le sucedió a María Magdalena; con un fantasma como les ocurrió a los Apóstoles; con un caminante más como sucedió con los discípulos de Emaús que, incluso le acusan de poca información sobre lo que aconteció aquellos días en Jerusalén, de viajero despistado que no está al loro de los últimas noticias. Jesús les devuelve la pelota. Son ellos los que no están al día porque les falló la fe, porque no creyeron lo que anunciaron las Escrituras.

Hoy es Pascua de Resurrección, el día del Señor por antonomasia, el domingo de todos los domingos, el día de la más grande noticia que escucharon los tiempos; y una noticia así no es para guardarla en los archivos del olvido ni de la rutina diaria sino es para darla a conocer, para divulgarla una vez conocida, por creída, debe ser también celebrada.  Celebrar la Pascua cristianamente es a lo que nos llama el Señor en esta fecha memorable, celebrar la Pascua con todos nuestros hermanos sus no es lo mismo que hacer la Pascua a los demás. 
  Jmf





¡SURREXIT CHRISTUS, SPES MEA

sábado, 20 de abril de 2019


VIGILIA PASCUAL  20-1V-2019. SÁBADO SANTO

 Durante estos días de Semana Santa hemos hecho el camino del Calvario o vía-crucis.  Esta noche emprendemos el camino hacia la luz, el vía-lucis. En él encontramos diversos símbolos que expresan, de algún modo, la historia de la salvación.

En Primer lugar el fuego… El fuego es vida, da calor. En algunas aldeas cuando un miembro de la familia fallecía se apagaba el fuego y permanecía el llar apagado hasta después del entierro. Si en la alcoba del difunto se encendía una candela era un símbolo de esperanza, una señal de que algo seguía estando vivo todavía.

Según el rito bizantino el fuego a bendecir esta noche debía ser virgen, es decir, sacado de una piedra de pedernal, simbolizando a Cristo saliendo del sepulcro. Luego era llevado hasta Bizancio y desde Bizancio a Atenas, a Kiev, a Moscú...

Para nosotros, que también lo hemos bendecido, sigue simbolizando, de igual modo, a Cristo saliendo glorioso del sepulcro, representado gráficamente por el cirio encendido en ese fuego, “el cual, aunque dividido en partes no sufre detrimento de su luz…”, como cantábamos en el Pregón Pascual. También simboliza la columna de fuego que guió a los israelitas a través del desierto, fuego que se posa luego, allí sobre el tabernáculo y aquí, sobre la cera virgen que trabajaron las abejas.

A propósito de una leyenda originaria de los pueblos de Umbría (Italia) y recogida por Virgilio en las Geórgicas, que habla de la virginidad de las abejas, comenta el escritor romano: “Lo que te parecerá singular en estos animales es que no se junten para engendrar, que no enervan su cuerpo con la languidez del placer ni le fatigan con el esfuerzo de la generación”. Esa será acaso la razón por la que no conocen el dolor, según afirman los entendidos. Cristo resucitado, nacido de una virgen, y renacido del sepulcro ya no sufre en su carne, en Él ya no habrá más ni muerte ni dolor.

El cirio, fabricado con la cera virginal de las abejas y que, como venimos repitiendo, simboliza a Cristo, brilla esta noche para que podamos ver; y con esa fe debemos acercarnos hoy a Él. Muchos se acercan a la luz no para ver mejor sino para que los vean más y eso es poco evangélico. Son estremecedoras las palabras que a este respecto dice San Juan en su Evangelio a propósito de que Cristo es la luz... “En Él está la vida, y la vida es la luz de los hombres; y la luz resplandece en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron…”, “Él es la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo” (Jn. 1, 4-5 y 9).

Otro de los ritos que tienen lugar en esta noche es la bendición del agua. El agua es el origen de la vida. De ella venimos, (del agua del mar, afirman los biólogos), y del líquido amniótico de parecida composición que la del mar, en el que permanecimos nueve meses. Por el agua bautismal renacemos también a nueva vida. Donde, hay agua allí hay también vida, el bautismo que tiene lugar esta noche y mañana en muchas parroquias viene a simbolizar este renacer por el agua a la vida de Cristo.
También tiene lugar esta noche naturalmente, el rito de la palabra, este sonido que emitimos que llamamos voz y detrás del cual se esconden ideas, sentimientos, pasiones... De ahí el conocerlas bien y saber distinguir entre todas ellas la voz de Dios, ya que no siempre estamos a la escucha, y, si la percibimos, o no la entendemos o no la estudiamos a fondo. Estoy pensando en el evangelio que hemos leído y que acaso no sepamos escudriñarlo como es debido para sacar de él todo el mensaje que San Juan quiso trasmitirnos. (Para una más fiel comprensión va la palabra griega entre paréntesis).
Lucas nos habla hoy de que cuando llegó Pedro al sepulcro “se asomó y vio (´ozonía móna) únicamente las vendas (por el suelo), y se volvió admirado de la sucedido”. San Juan nos dirá mañana, que “Vino pues, Simón Pedro siguiendo a Juan, y entró en el monumento y vio los lienzos o vendas, ('ozonía) allanados (keimena) y el sudario alrededor de la cabeza (epi tés kefalée) no como los lienzos allanados sino en su propio lugar ('al-lá joris)., igual que había sido colocado (´entetuligmenon). Por eso tiene una gran lógica lo que dice luego: “Entró el otro discípulo y (al verlo así) creyó” (Jn. 20, 4-8). Era difícil hacerse a la idea de que un muerto hubiese salido en primer lugar de los lienzos sin deshacer el envoltorio dejándolos intactos aunque aplanados, y en segundo lugar que hubiera salido luego del sepulcro con vida. De ahí la importancia que cobra cada palabra y cada frase de este texto. Al ver que todo estaba en orden, y tal como había sido fajado pero vacío, no les quedó más remedio que creer, viene a decir san Juan.

Con frecuencia no paramos mientes en este hermoso dogma recogido en nuestro Credo: “Creo en la resurrección de la carne”, creer que todos resucitaremos... Estamos tan acostumbrados a ver en el cuerpo el mal, la causa del pecado, una cárcel, una cadena que nos ata, el asno que nos lleva, la tumba del alma, polvo y ceniza, nada... Todo ello sin duda por una influencia de las doctrinas platónicas. Platón en “Fedon”, su Diálogo sobre la inmortalidad del alma, nos dice: “El alma no se pertenecerá íntegra a no ser separada del cuerpo. Viviremos puros y libres de la locura de la carne”. Pero esta doctrina no es cristiana puesto que el cristiano afirma precisamente todo lo contrario de acuerdo con la Biblia: nosotros sólo seremos libres del todo el día que resucitemos en nuestro cuerpo, cuerpo y alma. Es cierto que la muerte es una frontera, una incógnita y para muchos hasta una tragedia, es cierto. Pero como dice J. M. Castillo para un cristiano la muerte no debe ser un ¡Ay! lastimero de angustia ante lo desconocido e incierto sino un ¡Oh! de sorpresa, de júbilo y admiración ante una vida eterna que tenemos por delante.

Cristo resucitó y está vivo. Nosotros le seguiremos. Él es la primicia. Esa es nuestra fe. Lo malo es que parece que no estamos muy seguros, ya que deberíamos demostrar con nuestro modo de vivir, con nuestros hechos y actitudes que Cristo ha resucitado.

Desgraciadamente para muchos Jesús aún no ha salido del sepulcro, sigue allí envuelto entre sudarios y vendas, y, como María Magdalena, siguen camino del sepulcro no en busca del resucitado sino a dar culto y a embalsamar al que juzgan aún Cristo muerto.

Hoy, esta noche, aquí, más que nunca y con más ahínco que nunca, debemos poner en acción toda nuestra fe y repetir con todo el corazón las palabras del viejo Catecismo que por arcaicas hasta resuenan mejor en esta noche: “Creo en la Resurrección, en la Resurrección de Cristo y en la resurrección de la carne, y en la vida perdurable para siempre jamás. Amen”.
Jmf

SERMÓN DE LA SOLEDAD.- viernes santo 2019
  
Hemos conmemorado la muerte de Jesús a media tarde, pero en la penumbra queda otra persona sufriendo. Siempre detrás de una tragedia queda un rastro de sufrimiento. Estamos en la tarde del Viernes santo. Jesús ya ha sido sepultado. María, su madre, regresa a casa. Le parecería todo como si la piedra del sepulcro, cubriera también la puerta del corazón. Primero la muerte, después la soledad. Hay una costumbre en Galicia que consiste en beber agua por una copa de madera de cuasia. Se deja el agua reposar un tiempo y poco a poco se va tornando amarga. La gente dice que es de un gran valor medicinal. Pues algo así sucede a las personas: el agua de la alegría pronto se vuelve amarga en la copa de nuestra existencia. Hasta lo que rezuma el hombre parece que todo tiene ese sabor salobremente amargo: el sudor, las lágrimas, la orina, muchas palabras... Con razón la Salve nos recuerda que este mundo es un valle de lágrimas.
Esta tarde la muerte hizo también acto de presencia en el Calvario. Hemos visto a Jesús agonizar. Hemos asistido, de una manera simbólica, a su muerte. Hemos escuchado sus últimas palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo…”. La llama mujer en vez de madre. Nuestro Francisco de Quevedo trata de explicar por qué en unos hermosos versos:
“Mujer llama a su madre cuando expira
porque el nombre de madre regalado
no la añada un puñal, viendo clavado
a su hijo, y de Dios por quien suspira”
O cuando tiene sed, la aterradora sed del ajusticiado y le ofrecen la copa amarga, la copa de cuasia, con la diferencia de que el agua amarga de nuestra ingratitud en la copa de Cristo se vuelve dulce, se vuelve sangre que da la vida eterna:
“Dice que tiene sed siendo él bebida,
a voz de amor y de misterios llena
ayer bebida se ofreció en la cena,
hoy tiene sed de muerte quien es vida”.
El perdón de los enemigos…, el imposible perdón, y además otro detalle más que demuestran calidad en el amor, incluso los disculpa: “No saben lo que hacen…”, son como niños, Padre. La misericordia para con el ladrón arrepentido: “Hoy estarás conmigo en el paraíso…”. Ya no estará eternamente solo como su compañero de suplicio. Y después la inconcebible soledad del Hijo de Dios: “¡Padre! ¿Por qué me has abandonado?”. Estaban con él su madre y algunos de los suyos y con todo Él se ve solo, desamparado. Ella nunca le abandonó en los momentos críticos. Tampoco estuvo presente en la multiplicación de los panes que sepamos ni en el monte Tabor, ni en la entrada triunfal en Jerusalén pero la encontramos camino de Belén, camino de Egipto, y ahora en el Calvario. Ella recogerá en sus brazos el cuerpo inerte y destrozado de su hijo como un día estrechó contra su pecho aquel cuerpo niño en Belén. Así nos lo describe Gerardo Diego en la décima estación del Viacrucis:
“He aquí helados, cristalinos
sobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos
¡Qué soledad sin colores!
¡Oh madre mía!, no llores.
¡Cómo lloraba María!,
la llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores”.
En este tibio anochecer de Viernes Santo vamos a acercarnos hasta esta mujer que acaba de perder a su hijo. Cuando una esposa pierde a su marido le llamamos viuda, cuando un hijo pierde a su madre, le llamamos huérfano, pero cuando una madre pierde a su hijo ¿qué nombre cabe darle? Año tras años venimos diciendo que seguramente el lenguaje no ha encontrado todavía uno que exprese esa situación, que abarque y comprenda ese dolor. El pueblo la llama Soledad. Porque María no sólo perdía accidentalmente su hijo, sino que vio cómo se lo arrancaban de las manos hora a hora para acabar con Él entre terribles sufrimientos, desprecios y torturas. Ella fue un testigo ocular, un testigo excepcional de toda la pasión.
Nosotros la llamamos Nuestra Señora de la Soledad. Porque en esa Soledad están representadas todas las soledades de la tierra. Y ¡hay tanta soledad en este mundo...! Soledad… porque el hombre no se encuentra aquí y en sí y trata de salir al encuentro de los otros, no para darse a ellos sino para buscarse a sí mismo, y se encuentra aún más solo, pues más que compañía lo que busca es acompañarse.
Hay mucha gente sola, que vive sola, que pena y agoniza sola cuando no están ya muertos por la tristeza, y por la angustia y el desasosiego de un viernes santo interior y de un Getsemaní personal. Por eso la vida física les importa poco: “Ya no me da más morir” hemos oído alguna vez. Al revés que en el drama Alcestes de Eurípides donde todos se agarran a la vida con desesperación. A Admeto los dioses le conceden la inmortalidad si hay alguien que le dé los años que le restan de vida, “nadie le da por su inmortalidad ni un año; ni siquiera sus padres fueron capaces de renunciar por él a los pocos años que les restan de vida”. Hay una mujer que sí lo hará: su esposa Alcestes.
Hoy todos los caminos son una procesión de Viernes santo, con su soledad a cuestas, con su tragedia tras de sí. Habla la prensa que durante el tiempo que llevamos de semana Santa han muerto en las carreteras solamente el miércoles en el accidente de la isla de Madeira 29 muertos. Antes, en la época de las peregrinaciones, se decía que “todos los caminos conducían a Roma” hoy habría que cambiar la frase para decir que “al final de las autopistas o de cada carretera hay siempre un camposanto que nos está esperando”. Porque hasta los mismos que nos llamamos cristianos hemos cambiado la semana de la muerte en la Cruz por la semana de la muerte en los caminos. Las carreteras están llenas de cruces y en muchos cruces está la muerte al acecho. Esa es otra forma de celebrar el Viernes Santo: las procesiones y los pasos sagrados se convierten por obra y gracia de la técnica en caravanas interminables de vehículos, humo de gases tóxicos en vez de velas, polvo de carretera en vez de incienso, explosión de motores en vez de tambores, bocinas de conductores nerviosos en vez de las cornetas de los desfiles procesionales, y cristos retorcidos entre hierros en vez de crucificados. Y como telón de fondo la sombra de los que quedan, unos heridos físicamente, otros moral y espiritualmente: el accidentado en silla de ruedas para siempre, la mujer que pierde a su marido, la madre que pierde a un hijo, soledad, soledad de cada tarde. A ese modo de salir al encuentro, al sorpresivo encuentro de la muerte se le podría llamar el viernes santo del absurdo, una reproducción laica de la pasión de Cristo: salir de vacaciones y alcanzar la jubilación eterna. Creo que en el cambio hemos salido perdiendo todos.
Y eso sólo por salir a encontrarse, por buscar un poco de contacto personal, por huir de la soledad del alma. Y parece hasta paradójico que hoy que el mundo trata hacer cada día más y más accesible la intercomunicación sirviéndose del teléfono, del móvil, de la radio y el internet, de la televisión vía satélite…, precisamente ahora, es cuando el hombre se está quedando interiormente más y más arrinconado, más incomunicado y solo. Y si un día encuentra compañía ¡Que difícil también mantener abierta esa comunicación! ¡Qué difícil entenderse las personas! Lo describe Jean Anouilh en el Orfeo con estas palabras: “Dos pieles, dos envoltorios impermeables, un apretón de manos, dos corazones unidos… pero al final todos se van y tú te quedas solo, con tu soledad...”. Dicen que somos el único planeta habitado entre los miles de millones de galaxias que pueblan el infinito universo. Si esto fuera cierto también sería espantoso, estar aquí tan solos y a la vez tan alejados unos de otros… con los pocos que somos, y aun así empeñarnos en seguir tratando de levantar aún más barreras, de cerrar más las puertas y trazar más fronteras para aislarnos más y más... Tan pocos, tan cerca unos de otros y a la vez tan distantes y tan solos. ¿Por qué?  Toda la culpa es nuestra. Somos espantosamente egoístas. Yo y solamente yo, mi país y solamente mi país… y esto nos lleva a un aislamiento suicida. No podemos vivir sin los demás, necesitamos de esos con quienes no queremos saber nada, necesitamos a quienes no son de mi raza o patria. No podemos prescindir de Dios. Y Dios…precisamente se nos manifiesta en los demás.
Marta y María también debieron de sufrir por la muerte de su hermano Lázaro. Pero fueron tres días nada más. María también pasó por esta soledad pero fue seguramente solo aquella tarde, una tarde excepcionalmente, una tarde cualquiera. Viernes santo sólo hay uno pero la resurrección se festeja cada domingo. Para un cristiano toda la vida debería ser un Domingo de Resurrección.
Esta noche saldremos del templo acompañando a nuestra Madre la Dolorosa, pero salgamos también de nosotros mismos al encuentro gozoso del hermano y sobre todo del hermano que sufre, del hermano que no consideramos de los nuestros. Acompañando la soledad de los demás nos veremos inmediatamente libres de la nuestra.
A María esta tarde la llamamos Nuestra Señora de la Soledad y ella puede ser y será nuestra tabla de salvación en los momentos más arduos de la vida. Cuenta uno de los testigos del hundimiento del Titanic: “Todos teníamos salvavidas, pero en aquellos instantes de angustia todos ansiábamos y luchábamos por agarrarnos a una tabla”. Por muchos salvavidas con que nos rodee el progreso, la ciencia, la medicina, etc. la última soledad, la soledad de la agonía sólo Dios, sólo esta Madre que conoció como nadie lo que es la soledad podrá entenderla y llenarla de esperanza. Porque entre todos los momentos de la vida es ese momento final el más difícil, el más arriesgado, es el momento en el que hasta el mismo Cristo grita a su Padre su abandono. En un mundo superpoblado el hombre sigue solo, hasta el progreso paradójicamente parece que colabora en aislarnos. Dentro de ti sólo estás tú y tú serás tu mejor amigo. Amándote a ti en Dios podrás amar mejor al prójimo “como a ti mismo”.
La vida es soledad, “Cien años de soledad”, para terminar como Macondo en un diluvio, en un mar de lágrimas y de amargura. Esta noche la soledad nos acompaña, pero por esas paradojas del espíritu “tú con Dios en soledad y a solas tendrás eterna compañía”.
Y ahora vamos a proceder a la procesión. Yo sé con cuanto cariño lo habéis preparado todo unos pocos: los hábitos de cofrades, los hachones, el paso, el vestido y el manto de la Dolorosa. El manto de la Virgen siempre ha tenido un simbolismo muy profundo. Y más el manto de la Dolorosa. Me imagino que, como a la tarde se le llama el manto del día. al de Nuestra Señora de los Dolores, también le cuadra llamarle el manto de la soledad. Vamos a acompañarla. Un desfile de Semana Santa tiene algo de espectáculo ¿quién lo duda? pero debemos llenarlo de espíritu. Acompañar a María en su Soledad orando y suplicando, ¡cuántas veces habremos escuchado que la vida es un peregrinar un caminar hacia la casa del Padre…! Cantar, rezar, el mismo desfilar tras de la imagen, ya son un modo de orar.
Bajo tu manto nos acogemos, ¡Oh María! y te pedimos para todos que reine más fraternidad entre nosotros, entre todos los hombres…, más amor, más caridad. Si todos nos amáramos de verdad creo que descendería el número de ancianos solos, el número de huérfanos sin amor de madre, el número de gente triste y deprimida, el número de los que huyen mundo adelante al santo encuentro de la muerte.
Si todos nos diéramos la mano no habría ninguna pidiendo, y si todos nos entregáramos de corazón y el corazón unos a otros no habría tanta gente a la intemperie de la soledad y habría muchos menos llorando.   
Jmf